
En el número 83 de New Left Review (sep/oct 2013) Perry Anderson vuelve
al análisis de la política exterior norteamericana, y recorre los
planteos de
los principales exponentes intelectuales en lo referente a la
elaboración estratégica. La revista está enteramente dedicada
enteramente a dos
ensayos de Anderson, un suceso con solo tres precedentes: en 1972 Tom
Nairn sobre Europa, en 1982 Anthony Barnett sobre la Guerra de
Malvinas, y en 1998 Robert Brenner sobre “La economía de la turbulencia
global”. El primer
artículo, “Imperium”, analiza los objetivos y los resultados de la
política exterior hasta el presente, y recoge los debates intelectuales
que generó la conformación del “imperio”, recorriendo todo el arco
ideológico. El Segundo texto, “Consilium”, repasa las posiciones de la
literatura más relevante que se viene produciendo en la actualidad sobre
el rol de EE.UU. en el mundo y las distintas alternativas elaboradas
por los principales exponentes de líneas estratégicas de política
exterior, para reforzar la posición internacional de los EE.UU., la
“nación indispensable” como la llamara Madelaine Albright (secretaria de
Estado en la segunda presidencia de Clinton), supuesto fuera de
cuestión por todos los autores reseñados por Anderson. Este número
especial está estrechamente emparentado con “Homeland”, artículo del NLR 81, de mayo-junio, en el que analizaba la situación del régimen político norteamericano.
Llamativo para un marxista de la talla de Anderson, en estos ensayos "observa solo una mesa de arena donde los lineamientos geopolíticos
parecen hacerse y deshacerse a voluntad del hegemón". Es notoria la desatención por el "análisis por las condiciones objetivas del capitalismo norteamericano,
que condicionan la capacidad de la potencia imperialista para disponer
su voluntad". No es que no haya referencias al respecto, aquí y allá, sobre la decadencia de las bases materiales sobre las que se asentó el poder norteamericano. En las últimas páginas de "Imperium" estas aparecen.
Allí señala cómo del éxito norteamericano en crear un orden liberal han surgido nuevas contradicciones. Este orden comenzó a escapar a
los “designios de su arquitecto”. Con la emergencia de China
como un poder económico no solo más dinámico sino pronto comparable en
magnitud, que provee las reservas financieras que requiere EE.UU.,
capitalista “a su modo” pero lejos de ser liberal, “la lógica de largo
plazo de la gran estrategia norteamericana se ve amenazada de volverse
contra sí misma”. El imperio, que no cesó de extenderse, se está
volviendo sin embargo “desarticulado del orden que procuraba extender.
La primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del
capital […] Una reconciliación, nunca perfecta, de lo universal con lo
particular fue una condición constitutiva de la hegemonía
norteamericana. Hoy se están separando”. En otros términos, la contradicción
entre la internacionalización de las fuerzas productivas y el sistema
internacional de Estados a través del cual se articulan las relaciones
de producción, emerge nuevamente como un aspecto disruptivo ante los
límites crecientes que enfrenta la hegemonía norteamericana, aunque hoy
no haya quien pueda proponerse disputarla.
Como sostenemos en "EE. UU.: ¿jugador ..." "La exageración de las fortalezas del poderío norteamericano y de sus
logros, y la subestimación de los efectos de sus errores, y lo que una
crítica a la NLR 83 consideró una presentación de los EE. UU. como un “Estado imperial omnisciente” (David Allen, “A world made safe for capitalism”, Prospect, 11/12/2013)
por parte de Anderson, no puede más que servir para reconfirmar su
escepticismo respecto de la posibilidad de que la clase trabajadora
pueda en algún futuro próximo desafiar el dominio capitalista". Escepticismo que ilustra que no hay cambios en el paradigma de “pesimismo
histórico” (como lo llamara Gilbert Achcar) expresado en “Renewans” (NLR 1,
Segunda Época), cuando afirmaba que “el capitalismo norteamericano ha
restablecido sonoramente su primacía en todos los campos –económico,
político, militar y cultural”. Aunque su crítica a los estrategas
norteamericanos señala que un punto central es su desatención a las
causas subyacentes “del enlentecimiento del crecimiento del producto, el
ingreso per cápita y la productividad, y el aumento concomitante de la
deuda pública, corporativa y de los hogares, no solo en los EE.UU. sino
en el conjunto del mundo capitalista avanzado”, en el caso
de Anderson lo que resulta llamativo es el alcance limitado que le da a
los efectos de la crisis actual, que, aún con las políticas de
contención aplicadas, sigue siendo la más extendida y convulsiva desde
la Gran Depresión. Es llamativo que no entren en consideración los
impactos para la ideología que sustenta la capacidad de influencia del
“modelo” norteamericano (un componente central de la hegemonía),
considerando que para algunos economistas “los propios criterios de
eficacia del capitalismo están cuestionados”.Más sorprendente resulta considerando que cuando escribió
“Renovaciones”, Anderson planteaba como hipótesis que una profunda
crisis económica en Occidente era uno de los elementos que podía empezar
a cambiar el clima ideológico. Las manifestaciones juveniles y la
resistencia obrera a los ataques ocasionados por la crisis, no parecen
alterar el pronóstico de comienzos de milenio. En la lectura de
Anderson, incluso la primavera árabe ayudó a fortalecer la posición
norteamericana en Medio Oriente, debilitando un adversario como Assad
sin que surgiera en Egipto “un régimen capaz de tener mayor
independencia respecto de Washington”, y llevando a “un fortalecimiento
respectivo en el peso y la influencia de las dinastías petroleras de la
península arábiga” aliadas a Washington, aunque ahora inquietas
con el acuerdo con Irán.
Anderson comenta, con ironía, que resulta llamativa “la naturaleza
fantástica de las construcciones” con las que los estrategas
norteamericanos buscan afrontar una realidad con signos de adversidad.
“Grandes reajustes en el tablero de ajedrez de Eurasia, vastos países
movidos como tantos castillos o peones a través de este; extensiones de
la OTAN al Estrecho de Bering”. Parece que la única forma de
pensar el restablecimiento del liderazgo norteamericano “fuera imaginar
un mundo enteramente distinto”. Parece, leyendo a Anderson, que
lo mismo deberíamos hacer si aspiramos a pensar algún futuro con
oportunidades revolucionarias, aunque a él ni se le ocurra especular al
respecto.
La discusión sobre el estado real del imperialismo norteamericano, la principal fuerza de la reacción y la contrarrevolución a nivel mundial, es de fundamental importancia. Evitando tanto la subestimación como la sobreestimación de su fortaleza. Invitamos a leer estos artículos en IDZ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario