En los números 6 y 8 de Ideas de Izquierda reseñamos los planteos del autor y polemizamos brevemente con algunas de las tesis de este extenso trabajo. En la primera puede leerse "El imperio contraataca", y en la segunda EE. UU.: ¿jugador solitario en el gran tablero global?.
Llamativo para un marxista de la talla de Anderson, en estos ensayos "observa solo una mesa de arena donde los lineamientos geopolíticos
parecen hacerse y deshacerse a voluntad del hegemón". Es notoria la desatención por el "análisis por las condiciones objetivas del capitalismo norteamericano,
que condicionan la capacidad de la potencia imperialista para disponer
su voluntad". No es que no haya referencias al respecto, aquí y allá, sobre la decadencia de las bases materiales sobre las que se asentó el poder norteamericano. En las últimas páginas de "Imperium" estas aparecen.
Allí señala cómo del éxito norteamericano en crear un orden liberal han surgido nuevas contradicciones. Este orden comenzó a escapar a
los “designios de su arquitecto”. Con la emergencia de China
como un poder económico no solo más dinámico sino pronto comparable en
magnitud, que provee las reservas financieras que requiere EE.UU.,
capitalista “a su modo” pero lejos de ser liberal, “la lógica de largo
plazo de la gran estrategia norteamericana se ve amenazada de volverse
contra sí misma”. El imperio, que no cesó de extenderse, se está
volviendo sin embargo “desarticulado del orden que procuraba extender.
La primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del
capital […] Una reconciliación, nunca perfecta, de lo universal con lo
particular fue una condición constitutiva de la hegemonía
norteamericana. Hoy se están separando”. En otros términos, la contradicción
entre la internacionalización de las fuerzas productivas y el sistema
internacional de Estados a través del cual se articulan las relaciones
de producción, emerge nuevamente como un aspecto disruptivo ante los
límites crecientes que enfrenta la hegemonía norteamericana, aunque hoy
no haya quien pueda proponerse disputarla.
Como sostenemos en "EE. UU.: ¿jugador ..." "La exageración de las fortalezas del poderío norteamericano y de sus
logros, y la subestimación de los efectos de sus errores, y lo que una
crítica a la NLR 83 consideró una presentación de los EE. UU. como un “Estado imperial omnisciente” (David Allen, “A world made safe for capitalism”, Prospect, 11/12/2013)
por parte de Anderson, no puede más que servir para reconfirmar su
escepticismo respecto de la posibilidad de que la clase trabajadora
pueda en algún futuro próximo desafiar el dominio capitalista". Escepticismo que ilustra que no hay cambios en el paradigma de “pesimismo
histórico” (como lo llamara Gilbert Achcar) expresado en “Renewans” (NLR 1,
Segunda Época), cuando afirmaba que “el capitalismo norteamericano ha
restablecido sonoramente su primacía en todos los campos –económico,
político, militar y cultural”. Aunque su crítica a los estrategas
norteamericanos señala que un punto central es su desatención a las
causas subyacentes “del enlentecimiento del crecimiento del producto, el
ingreso per cápita y la productividad, y el aumento concomitante de la
deuda pública, corporativa y de los hogares, no solo en los EE.UU. sino
en el conjunto del mundo capitalista avanzado”, en el caso
de Anderson lo que resulta llamativo es el alcance limitado que le da a
los efectos de la crisis actual, que, aún con las políticas de
contención aplicadas, sigue siendo la más extendida y convulsiva desde
la Gran Depresión. Es llamativo que no entren en consideración los
impactos para la ideología que sustenta la capacidad de influencia del
“modelo” norteamericano (un componente central de la hegemonía),
considerando que para algunos economistas “los propios criterios de
eficacia del capitalismo están cuestionados”.Más sorprendente resulta considerando que cuando escribió
“Renovaciones”, Anderson planteaba como hipótesis que una profunda
crisis económica en Occidente era uno de los elementos que podía empezar
a cambiar el clima ideológico. Las manifestaciones juveniles y la
resistencia obrera a los ataques ocasionados por la crisis, no parecen
alterar el pronóstico de comienzos de milenio. En la lectura de
Anderson, incluso la primavera árabe ayudó a fortalecer la posición
norteamericana en Medio Oriente, debilitando un adversario como Assad
sin que surgiera en Egipto “un régimen capaz de tener mayor
independencia respecto de Washington”, y llevando a “un fortalecimiento
respectivo en el peso y la influencia de las dinastías petroleras de la
península arábiga” aliadas a Washington, aunque ahora inquietas
con el acuerdo con Irán.
Anderson comenta, con ironía, que resulta llamativa “la naturaleza
fantástica de las construcciones” con las que los estrategas
norteamericanos buscan afrontar una realidad con signos de adversidad.
“Grandes reajustes en el tablero de ajedrez de Eurasia, vastos países
movidos como tantos castillos o peones a través de este; extensiones de
la OTAN al Estrecho de Bering”. Parece que la única forma de
pensar el restablecimiento del liderazgo norteamericano “fuera imaginar
un mundo enteramente distinto”. Parece, leyendo a Anderson, que
lo mismo deberíamos hacer si aspiramos a pensar algún futuro con
oportunidades revolucionarias, aunque a él ni se le ocurra especular al
respecto.
La discusión sobre el estado real del imperialismo norteamericano, la principal fuerza de la reacción y la contrarrevolución a nivel mundial, es de fundamental importancia. Evitando tanto la subestimación como la sobreestimación de su fortaleza. Invitamos a leer estos artículos en IDZ.
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