Por si quedaban dudas, a estas alturas podemos decir que Cristina
Fernández ya eligió. Terminará su mandato cubriendo sus necesidades
financieras de la mano del gigante asiático. O al menos va a intentarlo.
En esa clave fue unánimemente leídas por diversos analistas la votación
de apuro llevada a cabo en el Senado en diciembre del acuerdo marco con
China, que en medio de la crisis desatada por la muerte del fiscal
Alberto Nisman no pudo tratarse en diputados antes del viaje de la
Presidenta iniciado el sábado. La cosa venía desde principios de 2014,
pero adquirió prioridad desde que la decisión de la Corte Suprema de los
EE.UU. Rechazó tomar la apelación de la Argentina al fallo del juez
neoyorquino Thomas Griesa que obligaba a pagar a los “buitres” que
rechazaban quita sobre su deuda el 100% de lo que reclamaban. La
confirmación de ese fallo significó un traspié para el objetivo que se
había trazado el gobierno argentino hace poco más de un año, después de
acelerar la devaluación del peso (que sólo en enero de 2014 cayó 23%
frente al dólar). Para este fin el gobierno acordó pagar generosamente a
Repsol por la expropiación de su tenencia en YPF S.A., y pactó con el
Club de París para regularizar la deuda en default. Iniciativas
amigables hacia los mercados que se vieron frustradas por la disputa con
los buitres.
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martes, 3 de febrero de 2015
miércoles, 24 de diciembre de 2014
Empleo y salarios: termina un año malo, empieza otro que no será mejor
El kirchnerismo hizo bandera del “crecimiento con inclusión” y de la supuesta defensa del empleo. Sin embargo, lo que hemos visto en 2014, es que cuando hay que ajustar, lo hacen sobre la clase trabajadora. Veámoslo.
Paritarias con techo bien bajo
Según las mediciones de precios de organismos oficiales no alineadas con el Indec, es decir la de la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de San Luis, el año estaría terminando con un alza de precios cercana al 40% (el IPC-BA cerró noviembre con una suba acumulada hasta noviembre de 2014 de 36,1% y una suba interanual de 39,1%). Gracias a la recesión que golpea la economía, el año podría terminar con una suba de precios de “sólo” el 37%.
Comparadas con este trasfondo, las paritarias cerraron en promedio con duras pérdidas para los ingresos promedio de los asalariados.
jueves, 6 de noviembre de 2014
La economía después del “Griefault”: deterioro del poder adquisitivo, la escasez de dólares y recesión
El efecto de la devaluación de enero, y la administración que hace el gobierno de la llamada “restricción” externa, mantienen un deterioro económico que se confirma con cada dato, y pega sobre el empleo.
Son datos que confirman un deterioro de la economía que persiste y se profundiza. Y que, aunque el gobierno busque negarlo apelando a la información sobre empleo formal provista por el Ministerio de trabajo, pega en la ocupación. El Índice de Obreros Ocupados (IOO) en la industria manufacturera registró en el tercer trimestre del año 2014 una reducción del 2,2% interanual, mientras que el Índice de Horas Trabajadas (IHT) en el sector exhibió una merma del 4,3% en relación al mismo periodo de 2013.
Devaluación y después
El deterioro económico es resultado de lo que, con todas las letras, debemos definir como una profundización del camino del ajuste económico encarado por el kirchnerismo durante 2014.
lunes, 10 de febrero de 2014
Otra crisis del capitalismo dependiente argentino
En las
últimas semanas venimos analizando el giro marcado del gobierno de
Cristinta Fernandez, que viene de imponer el mayor ajuste cambiario
desde 2002. Sólo en enero la depreciación del peso en relación al
dólar fue superior al 20%. En este posteo, largo, nos vamos un poco
de la coyuntura profundizar desde el análisis marxista de los determinantes del
funcionamiento de la economía argentina, cómo este giro es el resultado de
las contradicciones de este proceso. Y signan, de forma
irreversible, la entrada en una nueva dinámica, con varios elementos
de desarrollo aún abierto. Debe leerse, entonces, como un
complemento de los textos que vienen abordando lo que acá se
considera sólo tangencialmente.
Introducción
Para buena parte
de la oposición política patronal, así como para los economistas y
consultores económico/financieros, la situación que estamos
atravesando es el resultado de una “mala praxis” del gobierno,
por una política laxa de gasto público y expansión monetaria
sostenida durante años y que habría empujado la inflación, la fuga
de capitales e incentivado la dolarización de los ahorros. Muchos
lamentan la “oportunidad perdida” de la década, ya que con los
fuertes superávits comerciales gracias a la demanda china y la soja
cotizando altísimo, de todos modos reemergieron desde 2011 problemas
crónicos que afectaron el crecimiento de la economía argentina en
otros momentos históricos. Todo esto, afirman varios, podría
haberse evitado con políticas más consistentes que hubieran
canalizado los excedentes hacia un desarrollo de largo plazo.
Desde las
veredas oficiales no se archivó el discurso de la década ganada,
aunque algunos admiten que existen problemas porque, parafraseando,
“en diez años no se puede hacer todo”. Quedaría pendiente que
el “modelo de desarrollo con inclusión social” avance en la
sustitución de importaciones, el desarrollo de numerosas industrias
de componentes, para aliviar el problema de los dólares. Pero no
estas serían señales de transformaciones por hacer, y una muestra patente de límites del “modelo”.
Ambas visiones
nos parecen equivocadas. La crisis no surge de una “mala praxis”
oficial; buena parte de lo que la oposición patronal define como
“mala praxis” fueron medidas de gobiernos que, pos 2001 y con una
clase obrera en fuerte recomposición social, tuvieron que tomar nota
de una relación de fuerzas para compatibilizar la defensa de los
intereses capitalistas con algunas medidas de contención hacia la
clase obrera y los sectores populares. Así, la “urgencia” se
impuso sobre los planes más estratégicos porque ante todo estaba el
restablecimiento del orden, la “pasivización” de los sectores
obreros y populares a través de políticas de conciliación de
clase. Por otra parte, hace años nos deslizamos hacia un fin de
época porque la entelequia de esta conciliación sólo es posible
bajo ciertas condiciones muy específicas, de “holgura”
económica, como las que había creado el mega ajuste de 2002 que se
dio de la mano de la devaluación que puso fin a la convertibilidad.
Hoy, doce años después de la gran crisis (que también fue doce
años después de otra gran crisis, para delicias de los buscadores
de ciclos de regularidad perfecta) el capitalismo argentino pone en
evidencia que el combustible que lo mueve son los recurrentes ajustes
a los sectores populares. Es eso lo que está marcha, y sólo eso
puede relanzar la economía nacional en términos capitalistas.
Pero vayamos por
partes. Lo expuesto en el párrafo previo son las conclusiones que
surgen del análisis de qué es la formación económico-social
argentina y cuáles son las determinaciones de la acumulación de
capital en el país. Mediante ese análisis podremos comprobar que
esta crisis no surge de la nada, sino que es consecuencia de las
condiciones que determinan de la economía capitalista argentina, y
que sólo un trastocamiento profundo de las bases de esta sociedad
puede evitar la catástrofe que la burguesía se prepara para volver
a descargar sobre nuestras cabezas.
La
gravitación del tipo de cambio en la acumulación de capital en la
Argentina
El ministro de
economía Axel Kicillof volvió en una entrevista reciente a un tema
muy trillado: la supuesta “mentalidad” que inclinaría a los
argentinos hacia el dólar. Pero no se puede reducir la cuestión a
un caso para diván colectivo. La “cuestión” del dólar es una
consecuencia de la gravitación que tiene el tipo de cambio para la
acumulación capitalista en el país. Y está lejos de ser un
problema meramente argentino, aunque sin duda la historia de crisis
nacionales -y los modos en que estas se “resolvieron”- genera
reflejos que no se observan en otras latitudes, al menos en la misma
medida.
¿De dónde
surge la gravitación del tipo de cambio? Pues de las condiciones de
productividad media de la economía nacional en relación a los
niveles medios imperantes a nivel internacional. Los capitales que se
valorizan en el espacio económico nacional exhiben una productividad
del trabajo menor a los promedios internacionales, con excepción del
agro y otras pocas ramas que cuentan con ventajas específicas. Esta
brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en
rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es
decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea
que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno
afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros
países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus
homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías.
Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto
que en otros país, lo que significa que su operación no sería
posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara
plenamente en términos de valor internacional. ¿Qué implicancias
tiene esto? Pues que para una fracción considerable de los capitales
que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de
reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo
de cambio. El tipo de cambio depreciado, es decir una variación en
la cotización de la moneda nacional en relación a las monedas que
operan como reservas de valor internacionalmente, particularmente el
dólar, significa que cada hora de trabajo nacional se va expresar
sólo como una fracción de la misma a nivel internacional. Esto
permite que los sectores que producen con costos mayores que los que
imperan a nivel internacional en la rama en cuestión, tengan precios
internacionales equivalentes a los de sus competidores que otros
países que producen con técnicas más elevadas, es decir que gana
la llamada competitividad. Esto puede permitir en algunos
casos el desarrollo de exportaciones manufactureras, pero sobre todo
preserva el mercado nacional para empresas de capital local, a costa
de reducir los términos de intercambio nacionales. El correlato es
la depresión del salario medido en dólares, lo cual significa en
términos reales una pérdida de poder adquisitivo para la fuerza de
trabajo.(aunque quizás no en la misma proporción de la depreciación
cambiaria). La competitividad del capital se logra reduciendo la
participación de la fuerza de trabajo en el valor generado, es decir
con un aumento de la tasa de explotación.
Esto explica la
tendencia recurrente en numerosas economías de desarrollo medio a
depreciar del tipo de cambio. Podría parecer que el tipo de cambio
es como una varita mágica que compensa las desventajas de
productividad. Ciertamente los teóricos como los neoestructuralistas
(Frenkel, en cierta medida también Ferrer aunque no es de esta
corriente), que consideran la política cambiaria de este tipo un
pilar para el desarrollo, así lo creen. También los industriales
comparten unánimemente esta inclinación. Pero ocurre que no es tan
sencillo.
El dólar
“caro” y sus contradicciones
El tipo de
cambio depreciado tiene consecuencias que conspiran contra la
inversión en medios de producción, que en muchos casos deben
importarse en un país como la Argentina. Es que como dijimos, con la
depreciación del tipo de cambio, la economía argentina reduce sus
términos de intercambio. Esto puede hacer más competitivas y por lo
tanto más rentables determinadas producciones manufactureras con la
capacidad ya instalada, pero al mismo tiempo, como se puede
adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera
vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio,
disminuir la rentabilidad esperada de nuevas inversiones en las
mismas ramas beneficiadas por la depreciación al encarecer el costo
de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados.
Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables
producidos para la exportación o para el mercado interno, en
principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de
ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no
necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada
de nuevas inversiones. Estamos ante una contradicción real: como
los medios de producción importados tienen una gravitación muy
importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la
capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras
economías) el ritmo de innovación tecnológica, las condiciones que
favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una
fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo
tiempo a restringir las posibilidades de su desarrollo productivo. La
brecha de productividad que la depreciación cambiaria se propone
compensar, tiende así a preservarse e incluso agrandarse con el paso
del tiempo. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las
inversiones de mayor envergadura.
Pero además
de este resultado de mediano plazo (que refuta
la capacidad del tipo de cambio depreciado para dinamizar el
desarrollo a mediano plazo) un aspecto más crítico es la dinámica
inflacionaria que puede desatar la
devaluación, que es lo que estamos presenciando hace años en la
argentina. Como planteamos en otro trabajo (ver “La Argentina, a 10
años de la salida de la convertibilidad:
contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación
capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”),
“el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que
lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación
y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se
sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la
burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de
cambio depreciado. Los capitales que radicados en áreas de bienes y
servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio
apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional
del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses
contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda
devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de
los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que
crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe
también de salarios. Estos ajustes
tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el
tipo de cambio depreciado. Esto ha sido conceptualizados con el
término “pass through”, que mide en qué medida los ajustes de
precios disparados por una devaluación limitan la proporción en la
que la modificación en el tipo de cambio nominal se traduce en una
del tipo de cambio real. Esto ocurrió con posterioridad a 2002 en el
país. Pero con cierto efecto retardado, ya que en
ese año
la profunda recesión que se extendió entre 1998 y 2001 permitió
facilitó la transferencia de costos, tanto a los sectores
capitalistas productores de bienes y servicios no transables
soportaron una reducción de sus márgenes por la modificación
cambiaria como -sobre todo- a la clase trabajadora, que en las
condiciones de extremo desempleo no pudo evitar que la devaluación
de 2002 diera lugar a un mazazo al salario. Medido en dólares, el
costo salarial cayó un 60% producto de la devaluación, mientras que
el salario real, es decir el poder adquisitivo del salario (por el
encarecimiento de los precios atados al dólar, como muchos los
alimentos, que se dio en ese momento) cayó casi
un 30%. Este mazazo fue
clave en las altas ganancias de los años siguientes, que motorizaron
el crecimiento industrial y una moderada recuperación de la
inversión. Gracias a esto, el impacto de la devaluación generó
durante 2002 un aumento de los precios de 31%, un pass
through limitado si
consideramos que la devaluación llevó el tipo de cambio de 1 a más
de 4 pesos por dólar, para estabilizarse posteriormente alrededor de
3 pesos por dólar. Sin embargo, el cambio en las condiciones
económicas no podía más que disparar nuevos ajustes. La magnitud
de la devaluación permitió que en un comienzo estos ajustes no
crearan mayores tensiones, ya que, como
analizan Daniel Heymann y Adrián Ramos
la
“configuración de los precios relativos surgidos de la crisis, con
un muy alto tipo de cambio real y salarios reales bajos, dejó mucho
espacio para una recuperación del poder de compra en dólares de los
precios y salarios domésticos”(“Una
transición incompleta. Inflación y políticas macroeconómicas en
la Argentina post-convertibilidad”, Revista
de Economía Política de Buenos Aires,
Año 4, Vols 7 y 8, Bs. As., 2010).
Según estos autores, a partir de 2005 empezarían a manifestarse los
límites de este espacio.
Esta
dimensión estructural de la inflación nos remite entonces de forma
insoslayable al corazón del “modelo”. El mega-ajuste de 2002 y
las condiciones de extraordinaria rentabilidad que esta produjo para
buena parte de la burguesía tenían rasgos de expecionalidad, no
crearon una situación estable. Los intentos de los sectores (más o
menos) perjudicados por recuperar sus márgenes empezaron a disparar
ajustes sucesivos que externalizan una disputa por el excedente
social entre los sectores capitalistas. Como no podía ser de otro
modo, en estas condiciones también los asalariados fueron obligados
a exigir aumentos de salarios nominales, a riesgo de ver sus ingresos
aún más erosionados de lo que ya lo habían sido con la devaluación
si no lo hacían. Si en 2002, ningún sector de la clase trabajadora
-golpeada por una desocupación masiva- pudo oponer resistencia al
saqueo al salario que significó la devaluación, que contó con el
cerrado apoyo de la burocracia sindical moyanista. La recomposición
social de la clase trabajadora que trajo aparejada la fuerte
recuperación con tasas “chinas” de crecimiento económico creo
mejores condiciones desde 2004 para pelear por la recuperación del
terreno perdido. Por eso ante esta escalada de los precios a partir
de 2005 y 2006, se profundizan las presiones para recuperar los
ingresos y evitar que la incipiente inflación los siga erosionando.
La
escalada inflacionaria no es otra cosa que una expresión del
carácter atrasado y dependiente de la economía nacional, que
transforma al tipo de cambio depreciado en una necesidad que no puede
sostenerse en el tiempo, que crea tensiones entre las fracciones
capitalistas que se expresan en ajustes sucesivos de los precios
relativos. Los capitalistas buscan culpar a los aumentos de salarios
de las subas de precios, y cualquier concesión en este terreno es un
argumento para volver a remarcar.
Pero en realidad los reclamos por aumentos de salarios en la mayoría
de los casos no hicieron más que intentar una recuperación de los
ingresos ante la permanente licuación que ocasiona el accionar
empresario remarcando precios -en los marcos permisivos de una
política económica cuyos “controles” de precios no han
contribuido en nada a limitar la inflación.
Las
contradicciones de la devaluación, así como el peso preponderante
del capital extranjero en los pricipales sectores de la economía
argentina con las consecuencias que esto conllleva (ver “Los
contornos de la dependencia”, IdIz
nº 3), así como el carácter
particularmente rapaz de los principales sectores de la burguesía
“nacional”, explica que el período de condiciones más
favorables en los últimos 60 años para la acumulación capitalista
en el país, no dinamizara las tasas de inversión. Los principales
grupos capitalistas aprovecharon de forma “extensiva” los
beneficios de la devaluación, es decir sacando el mayor
aprovechamiento de los recursos instalados para realizar una buena
masa de ganancias, lo cual empujó un
crecimiento a tasas “chinas” pero no
sostenible a mediano plazo.
Agotamiento del "modelo" y fin
de ciclo
El
llamado “modelo” fue la herencia del ajuste múltiple que ocurrió
en 2002, que empalmó con un ciclo alcista en la demanda y los
precios de exportación de granos que, con altibajos, se mantiene
hasta hoy. El ajuste múltiple fue un resultado de la devaluación.
Al mismo tiempo esta hizo caer el gasto público (que cayó en 2002
un 5% en términos nominales pero 37% en términos reales), abarató
el salario, lo cual bajó el costo salarial en casi un 60% y mejoró
la rentabilidad empresaria; por último el dólar caro contribuyó a
mejorar las condiciones para la exportación, y actuando como límite
para las importaciones.
Pero
la dinámica contradictoria que desató la devaluación, ha alterado
esta situación. A pesar de que en numerosos sectores el empresariado
logró preservar el costo salarial por debajo de los niveles de 2001
gracias a fuertes aumentos de productividad que no tuvieron correlato
en las remuneraciones (el costo salarial está hoy aproximadamente en
un 85% del nivel pre devaluación), las presiones para contener los
aumentos salariales, o para arrancar al Estado subsidios para
compensar parcialmente los aducidos aumentos de costos tuvieron como
efecto crear una presión muy fuerte hacia el aumento del gasto
público. Como efecto de las tendencias alcistas de los precios, los
subsidios al capital y las mayores exigencias de la deuda, a partir
de 2007 el esquema económico empieza a entrar en una nueva dinámica
donde el gobierno nacional intenta conjurar, recursos públicos
mediante, el creciente agotamiento. Con los subsidios el gobierno
“internalizó” una presión al aumento del gasto público, que se
volvió casi forzosa. En vez de contener las contradicciones las
absorbió bajo esta forma. En 2007 los subsidios fueron de 14.600
millones de pesos, en 2014 serían de $ 140.000 millones. Como
consecuencia de esto, el abundante superávit fiscal se transformó
en déficit, luego del pago de deuda, a partir de 2009, lo cual
empujó a buscar mayores fuentes de financiamiento, a través de la
ANSES y posteriormente del Banco Central. Junto con esto comienzan
desde 2006, y más decididamente en 2007, los techos al salario. El
pivote que dio aire para administrar los crecientes síntomas de
agotamiento, y que ayudado por condiciones internacionales favorables
dio margen para administrar las contradicciones crecientes durante
varios años fue la persistencia del saldo externo favorable. Sin
embargo, esto empezó a cambiar y en 2011 empezó a volverse crítico:
reapareció el fantasma de la restricción externa, que durante los
mejores años kirchneristas muchos consideraron un problema del
pasado que la modernizada economía argentina no volvería a sufrir.
Durante toda la década el kirchnerismo convivió alegremente con
todas estas gangrenas permitiendo que se desarrollaran. Las alarmas
sonaron en 2011 sólo porque los dólares de la soja (y otros granos)
ya no alcanzaban para sostener el déficit industrial, el déficit
energético, los pagos de la deuda, las remesas de capitales y la
lisa y llana fuga de dólares. Ese año fue el primero de la década
kirchnerista donde el año concluyó con una caída en las reservas
en manos del Banco Central.
Si
desde sus orígenes el kirchnerismo se caracterizó por una apuesta a
utilizar los recursos del Estado para distender las relaciones entre
las clases, impulsando algunas mejoras de ingresos (en relación al
piso que habían alcanzado en 2002, pero sin acercarse ni de lejos a
los niveles históricos en el caso se los salarios, ver
acá)
con
la emergencia de la restricción externa empezó su política
adquirió de conjunto un sesgo contrario,
el
del ajuste.
Los
techos al salario, la reticencia a cualquier cambio impositivo que
llevó a agravar la carga del impuesto a las ganancias sobre los
asalariados, y las medidas aplicadas para preservar los dólares
frenando las importaciones, fueron todas en ese sentido. Con la
devaluación acelerada se busca dar un paso más firme en este mismo
sentido, aunque creando nuevas contradicciones por la misma dinámica
que describimos más arriba. La suerte del “modelo” está
íntimamente atada a lo que ocurra con los salarios. El “modelo”,
que durante años ilusionó con una conciliación entre las clases
como vía para sostener un capitalismo “en serio”, supuestamente
muy distinto al “anarcocapitalismo” neoliberal, no puede más que
intentar regenerarse volviendo a arrastrarnos por el camino del ajuste,
aunque ahora se le diga “heterodoxo”.
La situación, muy distinta que en 2002, encuentra a la clase obrera mejor posicionada para enfrentar el peso del ajuste. Pero es necesaria una política decidida que no va a salir de ningún sector de las conducciones sindicales burocráticas. Más que nunca es urgente para la izquierda clasista la pelea por conquistar los sindicatos y expulsar a la burocracia. Y, ante la urgente necesidad de dar respuesta a los ataques que se vienen, la necesidad de un Encuentro Nacional de todo el movimiento obrero combativo y antiburocrático que levante un programa de medidas urgentes y exija la apertura inmediata de paritarias libres, sin techo y con cláusulas gatillo contra la inflación.
La situación, muy distinta que en 2002, encuentra a la clase obrera mejor posicionada para enfrentar el peso del ajuste. Pero es necesaria una política decidida que no va a salir de ningún sector de las conducciones sindicales burocráticas. Más que nunca es urgente para la izquierda clasista la pelea por conquistar los sindicatos y expulsar a la burocracia. Y, ante la urgente necesidad de dar respuesta a los ataques que se vienen, la necesidad de un Encuentro Nacional de todo el movimiento obrero combativo y antiburocrático que levante un programa de medidas urgentes y exija la apertura inmediata de paritarias libres, sin techo y con cláusulas gatillo contra la inflación.
NOTA:
Acá retomamos lo elaborado en otros artículos. Algunas lecturas
útiles para profundizar son:
La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista
Las raíces de la inflación en la Argentina. Un análisis desde el marxismo
jueves, 3 de noviembre de 2011
La economía post elecciones: ajuste fiscal y tapón a la salida de dólares
En La verdad obrera nº 451, publicamos un artículo sobre las medidas tomadas luego de las elecciones, para afrontar los problemas en el frente externo que está generando la salida de dólares, y la situación fiscal menos holgada, que también se ve afectada por la perdida de dólares del central. En ambos casos, se trata de restricciones inéditas durante los años del kirchnerismo.
Los invitamos a leer el artículo aquí.
lunes, 8 de noviembre de 2010
El círculo vicioso del capitalismo argentino - Parte 3 - test de hipótesis estructuralistas
Alguno se habrá preguntado, por qué un título como "El círculo vicioso del capitalismo argentino" para esta serie que empezamos a propósito del legado económico de Néstor K.
Antes de seguir con lo que prometimos, las perspectivas que pueden avizorarse para la economía argentina en el marco de una economía mundial harto inestable, vamos a detenernos en este punto. Que se relaciona con las contradicciones que han surgido en el esquema K a lo largo de los años y que marcan esas perspectivas que ya analizaremos.
El título viene a cuento de las regularidades que vienen desde hace más de medio siglo y que ha seguido exhibiendo la economía argentina en este ciclo de crecimiento iniciado a fines de 2002, aunque el mismo haya transcurrido en condiciones a todas luces excepcionales, tanto externas como locales. Regularidades que ponen coto a la perspectiva de que el crecimiento de estos últimos años se sostenga en el mediano plazo. Sobre estas perspectivas diremos más en próximos posteos.
Estas regularidades tienen que ver con el ritmo cansino que tuvo la acumulación de capital, a pesar del fuerte aumento de la rentabilidad. Ya hemos señalado en otros posteos cómo la caída del costo laboral y el abaratamiento de costos en dólares que representaron un enorme aumento de la rentalibidad, que en promedio se elevo más de 20% respecto de la decáda previa, siendo los sectores agrario y manuferacturero los más favorecidos. En este contexto de aumento de la rentabilidad, habría sido esperable un fuerte crecimiento de la inversión. Lejos de esto, la inversión de equipos y maquinaria por obrero se mantuvo baja. Hasta 2006, cuando se interrumpe la serie elaborada por el INDEC, ésta fue menor que en los noventa. Hay que tener en cuenta que ese año y el siguiente son los años de mayor inversión como porcentaje del PBI de la década, y sin embargo, como muestra la relación con la fuerza de trabajo ocupada, el crecimiento fue en gran medida extensivo, o intensivo en mano de obra y no en capital.
Durante estos años se dieron condiciones inmejorables para poner a prueba la conclusión central de los economistas estructuralistas: que la restricción externa, es decir la crónica salida neta de dólares producida por el déficit comercial, las remesas de la inversión extranjera, la fuda de capitales y la deuda, es la traba excluyente al crecimiento del país, y que superada esta restricción, el crecimiento se dispararía. No podemos hacer justcicia al pensamiento de Oscar Braun, Marcelo Diamand y etc., en estas breves líneas. Representan sin duda un análisis en muchos aspectos certero de los rasgos particulares que cobra en Argentina -y por entensión en otros países similares- el desarrollo desigual y combinado de la economía mundial. y el balance de sus aciertos y errores merece un estudio más profundo. Pero lo que queremos poner de relieve acá es que, aunque tienen razón en considerar que la restricción externa opera como una limitante al crecimiento, la baja acumulación de capital que caracteriza la economía argentina tiene raíces más profundas.
Esto podemos empezar a verlo desde 2002, porque justamente no ha operado la restricción externa sobre la economía nacional. Durante todos estos años, la economía se caracterizó por una fuerte entrada neta de dólares. El superávit comercial ha estado por encima de los u$s 10 mil millones durante casi todos estos años. Incluso aunque se viene registrando un acelerado aumento de las importaciones, este año no bajará de u$s 12/13 mil millones. Paralelamente, hasta 2005 sólo estuvo regularizada la deuda con el FMI, que por esos se refinanció, por lo cual no hubo salida de dólares para afrontar pagos de la deuda. Aunque esto cambió en los años posteriores, cuando se pagó generosamente a los acreedores esta deuda fraudulenta, se mantuvo una fuerte entrada neta de dólares. Tanto, que entre fines de 2007 y los últimos meses de 2009 se soportó una fuga de capitales superior a los u$s 1000 millones de dólares mensuales sin que tuviera mayor impacto en la economía. No podemos afirmar que la cuestión de la restricción externa ha salido del horizonte de la economía argentina, ya que numerosas características de este capitalismo dependiente ponen un piso muy alto al drenaje de divisas, pero sin duda estamos ante un desplazamiento de la misma.
Lo que esto no posibilitó, es ningún aumento de la tasa de acumulación como para sostener el alto crecimiento. Por supuesto, durante todos estos años hubo altos niveles de crecimiento. Pero este alto crecimiento ha aprovechado las condiciones legadas por la década previa, durante la cual había habido una cierta renovación de los equipos industriales, así como había aumentado la productividad industrial y la relación de capital por obrero. La capacidad ociosa con la cual se partió en 2002, dio amplio margen para crecer invirtiendo lo mínimo indispensable. La cuestión en debate es si, cuando estas condiciones favorables empezaron a agotarse y se trató de sostener el crecimiento, el desplazamiento de la restricción externa habilitó las condiciones para esto. Y se comprueba que esto no ha sucedido. La relación inversión/PBI llega a ubicarse ligeramente por encima de los niveles de los noventa, pero esto no significa un aumento cualitativo. La relación inversión / PBI entre 1993 y 1999 rondó el 19%; entre 2003 y 2009 estuvo apenas por encima del 20,5 %. Como ya dijimos, bajó la intensidad de capital por obrero, porque aumentó la ocupación en este último período.
Como plantea un artículo de Gustavo Burachik:
El círculo vicioso del capitalismo argentino al que hacemos referencia, es que, como economía de baja competitividad en términos internacionales (fuera del agro y algunas otras ramas de commodities industriales) sólo ha logrado recuperar sus niveles de rentablidad a costa de hundir el peso, y con él los salarios y los costos en dólares, pero al hacerlo, ha aumentado los costos de la inversión, generando condiciones que acrecientan la brecha de productividas. Los enormes costos sociales que exigió la recomposición de la rentabilidad capitalista, ni siquiera se han plasmado en un cambio de la dinámica de la economía más allá del corto/mediano plazo, sino sólo en una formidable rentabilidad ávidamente aprovechada por el capital.
Las ilusiones neodesarrollistas sobre un crecimiento económico con equidad apoyado en el mercado interno chocan con esta descarnada realidad. Para los trabajadores no se trata de esperar el "derrame" del crecimiento capitalista, sino de pelear por derrocar este sistema, expropiando a los expropiadores capitalistas.
Antes de seguir con lo que prometimos, las perspectivas que pueden avizorarse para la economía argentina en el marco de una economía mundial harto inestable, vamos a detenernos en este punto. Que se relaciona con las contradicciones que han surgido en el esquema K a lo largo de los años y que marcan esas perspectivas que ya analizaremos.
El título viene a cuento de las regularidades que vienen desde hace más de medio siglo y que ha seguido exhibiendo la economía argentina en este ciclo de crecimiento iniciado a fines de 2002, aunque el mismo haya transcurrido en condiciones a todas luces excepcionales, tanto externas como locales. Regularidades que ponen coto a la perspectiva de que el crecimiento de estos últimos años se sostenga en el mediano plazo. Sobre estas perspectivas diremos más en próximos posteos.
Estas regularidades tienen que ver con el ritmo cansino que tuvo la acumulación de capital, a pesar del fuerte aumento de la rentabilidad. Ya hemos señalado en otros posteos cómo la caída del costo laboral y el abaratamiento de costos en dólares que representaron un enorme aumento de la rentalibidad, que en promedio se elevo más de 20% respecto de la decáda previa, siendo los sectores agrario y manuferacturero los más favorecidos. En este contexto de aumento de la rentabilidad, habría sido esperable un fuerte crecimiento de la inversión. Lejos de esto, la inversión de equipos y maquinaria por obrero se mantuvo baja. Hasta 2006, cuando se interrumpe la serie elaborada por el INDEC, ésta fue menor que en los noventa. Hay que tener en cuenta que ese año y el siguiente son los años de mayor inversión como porcentaje del PBI de la década, y sin embargo, como muestra la relación con la fuerza de trabajo ocupada, el crecimiento fue en gran medida extensivo, o intensivo en mano de obra y no en capital.
Durante estos años se dieron condiciones inmejorables para poner a prueba la conclusión central de los economistas estructuralistas: que la restricción externa, es decir la crónica salida neta de dólares producida por el déficit comercial, las remesas de la inversión extranjera, la fuda de capitales y la deuda, es la traba excluyente al crecimiento del país, y que superada esta restricción, el crecimiento se dispararía. No podemos hacer justcicia al pensamiento de Oscar Braun, Marcelo Diamand y etc., en estas breves líneas. Representan sin duda un análisis en muchos aspectos certero de los rasgos particulares que cobra en Argentina -y por entensión en otros países similares- el desarrollo desigual y combinado de la economía mundial. y el balance de sus aciertos y errores merece un estudio más profundo. Pero lo que queremos poner de relieve acá es que, aunque tienen razón en considerar que la restricción externa opera como una limitante al crecimiento, la baja acumulación de capital que caracteriza la economía argentina tiene raíces más profundas.
Esto podemos empezar a verlo desde 2002, porque justamente no ha operado la restricción externa sobre la economía nacional. Durante todos estos años, la economía se caracterizó por una fuerte entrada neta de dólares. El superávit comercial ha estado por encima de los u$s 10 mil millones durante casi todos estos años. Incluso aunque se viene registrando un acelerado aumento de las importaciones, este año no bajará de u$s 12/13 mil millones. Paralelamente, hasta 2005 sólo estuvo regularizada la deuda con el FMI, que por esos se refinanció, por lo cual no hubo salida de dólares para afrontar pagos de la deuda. Aunque esto cambió en los años posteriores, cuando se pagó generosamente a los acreedores esta deuda fraudulenta, se mantuvo una fuerte entrada neta de dólares. Tanto, que entre fines de 2007 y los últimos meses de 2009 se soportó una fuga de capitales superior a los u$s 1000 millones de dólares mensuales sin que tuviera mayor impacto en la economía. No podemos afirmar que la cuestión de la restricción externa ha salido del horizonte de la economía argentina, ya que numerosas características de este capitalismo dependiente ponen un piso muy alto al drenaje de divisas, pero sin duda estamos ante un desplazamiento de la misma.
Lo que esto no posibilitó, es ningún aumento de la tasa de acumulación como para sostener el alto crecimiento. Por supuesto, durante todos estos años hubo altos niveles de crecimiento. Pero este alto crecimiento ha aprovechado las condiciones legadas por la década previa, durante la cual había habido una cierta renovación de los equipos industriales, así como había aumentado la productividad industrial y la relación de capital por obrero. La capacidad ociosa con la cual se partió en 2002, dio amplio margen para crecer invirtiendo lo mínimo indispensable. La cuestión en debate es si, cuando estas condiciones favorables empezaron a agotarse y se trató de sostener el crecimiento, el desplazamiento de la restricción externa habilitó las condiciones para esto. Y se comprueba que esto no ha sucedido. La relación inversión/PBI llega a ubicarse ligeramente por encima de los niveles de los noventa, pero esto no significa un aumento cualitativo. La relación inversión / PBI entre 1993 y 1999 rondó el 19%; entre 2003 y 2009 estuvo apenas por encima del 20,5 %. Como ya dijimos, bajó la intensidad de capital por obrero, porque aumentó la ocupación en este último período.
Como plantea un artículo de Gustavo Burachik:
"el crecimiento de la economía fue sólo un tercio del crecimiento de las exportaciones, lo cual, de algún modo, pone en entredicho la idea de Braun de que la restricción externa constituye 'el freno dominante'. En otros términos, el crecimiento económico produjo una demanda de divisas para la importación (insumos, maquinarias) insuficiente para agotar los ingresos netos de dólares. Esta forma de ver las cosas tiene un sentido, ya que para evaluar la intensidad de la reciente fase expansiva es preciso referirla a la masa de recursos económicos (y de otras condiciones sociales y políticas que resultaron, asimismo, bastante favorables) que estaba a disposición de la acumulación y no dejarse impresionar por el valor absoluto de las tasas de crecimiento. Se pone así de manifiesto el carácter limitado de la expansión de los años 2003-2008, no sólo desde el punto de vista cualitativo (modernización tecnológica, aumento de la productividad) sino también cuantitativo.El discurso empresario culpa de la baja inversión a la “falta de seguridad jurídica” o a la “intervención estatal”, especialmente en sectores como la energía o combustibles, con tarifas reguladas. Pero lo cierto es que el mismo factor que permitió recomponer la rentabilidad, la fuerte devaluación del peso, encareció la importación de equipos, haciendo más costosa la inversión. En términos comparados, la mayor tasa de rentabilidad lograda por la devaluación, se vio reducida en términos de capacidad de acumulación, es decir que aunque aumentó la ganancia en relación al capital invertido, esa mayor tasa de ganancia podía reinvertirse en un menor volumen de capital fijo -en los casos que no se estuviera adquiriendo maquinarias y equipos producidos en el país. Por eso, la respuesta más general del empresariado ante las nuevas condiciones, fue aprovecharlas con las instalaciones productivas existentes, más que tomar nota de las mismas para realizar nuevas inversiones. También pesó en esta acumulación relavitamente baja el hecho de que el horizonte temporal en cual pueden perdurar las condiciones logradas por un tipo de cambio depreciado es limitado; de hecho hoy se conserva una ventaja cambiaria porque el dolar se viene depreciando en relación al Euro, el Real y otras monedas, pero la suba de precios revalorizó el peso argentino frente al dólar. Por eso, los empresarios han aprovechado estas condiciones excepcionales sin ampliar la capacidad productiva de manera significativa. Aunque busquen exculparse cargando las tintas contra el gobierno, la lógica de la entabilidad capitalista hacía previsible estos resultados, que muestran que el tipo de cambio competitivo en sí mismo no puede conducir a una modificación de largo aliento en las tendencias que conforman la estructura productiva.
[...]
En suma, las grandes empresas nacionales y extranjeras han tenido acceso a una masa de ganancias superior a la que estaban dispuestas a invertir y usaron este 'excedente' para adquirir divisas y sacarlas del país y para disminuir su endeudamiento neto. Así, la convergencia de altas ganancias con una elevada disponibilidad de divisas no ha resultado en una reanimación sustancial de las perspectivas de la acumulación del capital sino en una cuantiosa dilapidación. Entre los corolarios que pueden extraerse de estas consideraciones uno parece de particular interés: la mayor parte del ingreso nacional resulta apropiado por una clase social que no encuentra luego condiciones propicias para una reinversión rentable. No hay vuelta: el desarrollo de las fuerzas productivas requiere un cambio en las relaciones de producción."
El círculo vicioso del capitalismo argentino al que hacemos referencia, es que, como economía de baja competitividad en términos internacionales (fuera del agro y algunas otras ramas de commodities industriales) sólo ha logrado recuperar sus niveles de rentablidad a costa de hundir el peso, y con él los salarios y los costos en dólares, pero al hacerlo, ha aumentado los costos de la inversión, generando condiciones que acrecientan la brecha de productividas. Los enormes costos sociales que exigió la recomposición de la rentabilidad capitalista, ni siquiera se han plasmado en un cambio de la dinámica de la economía más allá del corto/mediano plazo, sino sólo en una formidable rentabilidad ávidamente aprovechada por el capital.
Las ilusiones neodesarrollistas sobre un crecimiento económico con equidad apoyado en el mercado interno chocan con esta descarnada realidad. Para los trabajadores no se trata de esperar el "derrame" del crecimiento capitalista, sino de pelear por derrocar este sistema, expropiando a los expropiadores capitalistas.
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