Mostrando entradas con la etiqueta restricción externa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta restricción externa. Mostrar todas las entradas

martes, 3 de febrero de 2015

“China o buitres”, o cómo la (im)postura soberana lleva a profundizar la nueva dependencia





Por si quedaban dudas, a estas alturas podemos decir que Cristina Fernández ya eligió. Terminará su mandato cubriendo sus necesidades financieras de la mano del gigante asiático. O al menos va a intentarlo. En esa clave fue unánimemente leídas por diversos analistas la votación de apuro llevada a cabo en el Senado en diciembre del acuerdo marco con China, que en medio de la crisis desatada por la muerte del fiscal Alberto Nisman no pudo tratarse en diputados antes del viaje de la Presidenta iniciado el sábado. La cosa venía desde principios de 2014, pero adquirió prioridad desde que la decisión de la Corte Suprema de los EE.UU. Rechazó tomar la apelación de la Argentina al fallo del juez neoyorquino Thomas Griesa que obligaba a pagar a los “buitres” que rechazaban quita sobre su deuda el 100% de lo que reclamaban. La confirmación de ese fallo significó un traspié para el objetivo que se había trazado el gobierno argentino hace poco más de un año, después de acelerar la devaluación del peso (que sólo en enero de 2014 cayó 23% frente al dólar). Para este fin el gobierno acordó pagar generosamente a Repsol por la expropiación de su tenencia en YPF S.A., y pactó con el Club de París para regularizar la deuda en default. Iniciativas amigables hacia los mercados que se vieron frustradas por la disputa con los buitres.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Empleo y salarios: termina un año malo, empieza otro que no será mejor

El kirchnerismo hizo bandera del “crecimiento con inclusión” y de la supuesta defensa del empleo. Sin embargo, lo que hemos visto en 2014, es que cuando hay que ajustar, lo hacen sobre la clase trabajadora. Veámoslo.

Paritarias con techo bien bajo 

Según las mediciones de precios de organismos oficiales no alineadas con el Indec, es decir la de la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de San Luis, el año estaría terminando con un alza de precios cercana al 40% (el IPC-BA cerró noviembre con una suba acumulada hasta noviembre de 2014 de 36,1% y una suba interanual de 39,1%). Gracias a la recesión que golpea la economía, el año podría terminar con una suba de precios de “sólo” el 37%. 
Comparadas con este trasfondo, las paritarias cerraron en promedio con duras pérdidas para los ingresos promedio de los asalariados.

jueves, 6 de noviembre de 2014

La economía después del “Griefault”: deterioro del poder adquisitivo, la escasez de dólares y recesión

El efecto de la devaluación de enero, y la administración que hace el gobierno de la llamada “restricción” externa, mantienen un deterioro económico que se confirma con cada dato, y pega sobre el empleo.

http://bubblear.com/wp-content/uploads/2014/07/Griefault.jpg



Aún en las estadísticas oficiales, se hace cada vez más palpable el deterioro de la economía. El viernes de la semana pasada se conocieron las estimaciones de la evolución de la industria y la construcción para el mes de septiembre. La primera mostró una caída de 1,8% respecto a igual mes del año anterior. En el acumulado en lo que va del año, respecto de igual período del año previo, la caída fue de 2,7%. La construcción, aunque tuvo en el mes un desempeño positivo en septiembre (subió 3,2% en términos desestacionalizados) acumula en lo que va del año una caída de 1,2%.
Son datos que confirman un deterioro de la economía que persiste y se profundiza. Y que, aunque el gobierno busque negarlo apelando a la información sobre empleo formal provista por el Ministerio de trabajo, pega en la ocupación. El Índice de Obreros Ocupados (IOO) en la industria manufacturera registró en el tercer trimestre del año 2014 una reducción del 2,2% interanual, mientras que el Índice de Horas Trabajadas (IHT) en el sector exhibió una merma del 4,3% en relación al mismo periodo de 2013.
Devaluación y después
El deterioro económico es resultado de lo que, con todas las letras, debemos definir como una profundización del camino del ajuste económico encarado por el kirchnerismo durante 2014.
 

lunes, 10 de febrero de 2014

Otra crisis del capitalismo dependiente argentino

En las últimas semanas venimos analizando el giro marcado del gobierno de Cristinta Fernandez, que viene de imponer el mayor ajuste cambiario desde 2002. Sólo en enero la depreciación del peso en relación al dólar fue superior al 20%. En este posteo, largo, nos vamos un poco de la coyuntura profundizar desde el análisis marxista de los determinantes del funcionamiento de la economía argentina, cómo este giro es el resultado de las contradicciones de este proceso. Y signan, de forma irreversible, la entrada en una nueva dinámica, con varios elementos de desarrollo aún abierto. Debe leerse, entonces, como un complemento de los textos que vienen abordando lo que acá se considera sólo tangencialmente.

Introducción
Para buena parte de la oposición política patronal, así como para los economistas y consultores económico/financieros, la situación que estamos atravesando es el resultado de una “mala praxis” del gobierno, por una política laxa de gasto público y expansión monetaria sostenida durante años y que habría empujado la inflación, la fuga de capitales e incentivado la dolarización de los ahorros. Muchos lamentan la “oportunidad perdida” de la década, ya que con los fuertes superávits comerciales gracias a la demanda china y la soja cotizando altísimo, de todos modos reemergieron desde 2011 problemas crónicos que afectaron el crecimiento de la economía argentina en otros momentos históricos. Todo esto, afirman varios, podría haberse evitado con políticas más consistentes que hubieran canalizado los excedentes hacia un desarrollo de largo plazo.
Desde las veredas oficiales no se archivó el discurso de la década ganada, aunque algunos admiten que existen problemas porque, parafraseando, “en diez años no se puede hacer todo”. Quedaría pendiente que el “modelo de desarrollo con inclusión social” avance en la sustitución de importaciones, el desarrollo de numerosas industrias de componentes, para aliviar el problema de los dólares. Pero no estas serían señales de transformaciones por hacer, y una muestra patente de límites del “modelo”.
Ambas visiones nos parecen equivocadas. La crisis no surge de una “mala praxis” oficial; buena parte de lo que la oposición patronal define como “mala praxis” fueron medidas de gobiernos que, pos 2001 y con una clase obrera en fuerte recomposición social, tuvieron que tomar nota de una relación de fuerzas para compatibilizar la defensa de los intereses capitalistas con algunas medidas de contención hacia la clase obrera y los sectores populares. Así, la “urgencia” se impuso sobre los planes más estratégicos porque ante todo estaba el restablecimiento del orden, la “pasivización” de los sectores obreros y populares a través de políticas de conciliación de clase. Por otra parte, hace años nos deslizamos hacia un fin de época porque la entelequia de esta conciliación sólo es posible bajo ciertas condiciones muy específicas, de “holgura” económica, como las que había creado el mega ajuste de 2002 que se dio de la mano de la devaluación que puso fin a la convertibilidad. Hoy, doce años después de la gran crisis (que también fue doce años después de otra gran crisis, para delicias de los buscadores de ciclos de regularidad perfecta) el capitalismo argentino pone en evidencia que el combustible que lo mueve son los recurrentes ajustes a los sectores populares. Es eso lo que está marcha, y sólo eso puede relanzar la economía nacional en términos capitalistas.
Pero vayamos por partes. Lo expuesto en el párrafo previo son las conclusiones que surgen del análisis de qué es la formación económico-social argentina y cuáles son las determinaciones de la acumulación de capital en el país. Mediante ese análisis podremos comprobar que esta crisis no surge de la nada, sino que es consecuencia de las condiciones que determinan de la economía capitalista argentina, y que sólo un trastocamiento profundo de las bases de esta sociedad puede evitar la catástrofe que la burguesía se prepara para volver a descargar sobre nuestras cabezas.


La gravitación del tipo de cambio en la acumulación de capital en la Argentina
El ministro de economía Axel Kicillof volvió en una entrevista reciente a un tema muy trillado: la supuesta “mentalidad” que inclinaría a los argentinos hacia el dólar. Pero no se puede reducir la cuestión a un caso para diván colectivo. La “cuestión” del dólar es una consecuencia de la gravitación que tiene el tipo de cambio para la acumulación capitalista en el país. Y está lejos de ser un problema meramente argentino, aunque sin duda la historia de crisis nacionales -y los modos en que estas se “resolvieron”- genera reflejos que no se observan en otras latitudes, al menos en la misma medida.
¿De dónde surge la gravitación del tipo de cambio? Pues de las condiciones de productividad media de la economía nacional en relación a los niveles medios imperantes a nivel internacional. Los capitales que se valorizan en el espacio económico nacional exhiben una productividad del trabajo menor a los promedios internacionales, con excepción del agro y otras pocas ramas que cuentan con ventajas específicas. Esta brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías. Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto que en otros país, lo que significa que su operación no sería posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara plenamente en términos de valor internacional. ¿Qué implicancias tiene esto? Pues que para una fracción considerable de los capitales que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo de cambio. El tipo de cambio depreciado, es decir una variación en la cotización de la moneda nacional en relación a las monedas que operan como reservas de valor internacionalmente, particularmente el dólar, significa que cada hora de trabajo nacional se va expresar sólo como una fracción de la misma a nivel internacional. Esto permite que los sectores que producen con costos mayores que los que imperan a nivel internacional en la rama en cuestión, tengan precios internacionales equivalentes a los de sus competidores que otros países que producen con técnicas más elevadas, es decir que gana la llamada competitividad. Esto puede permitir en algunos casos el desarrollo de exportaciones manufactureras, pero sobre todo preserva el mercado nacional para empresas de capital local, a costa de reducir los términos de intercambio nacionales. El correlato es la depresión del salario medido en dólares, lo cual significa en términos reales una pérdida de poder adquisitivo para la fuerza de trabajo.(aunque quizás no en la misma proporción de la depreciación cambiaria). La competitividad del capital se logra reduciendo la participación de la fuerza de trabajo en el valor generado, es decir con un aumento de la tasa de explotación.
Esto explica la tendencia recurrente en numerosas economías de desarrollo medio a depreciar del tipo de cambio. Podría parecer que el tipo de cambio es como una varita mágica que compensa las desventajas de productividad. Ciertamente los teóricos como los neoestructuralistas (Frenkel, en cierta medida también Ferrer aunque no es de esta corriente), que consideran la política cambiaria de este tipo un pilar para el desarrollo, así lo creen. También los industriales comparten unánimemente esta inclinación. Pero ocurre que no es tan sencillo.


El dólar “caro” y sus contradicciones
El tipo de cambio depreciado tiene consecuencias que conspiran contra la inversión en medios de producción, que en muchos casos deben importarse en un país como la Argentina. Es que como dijimos, con la depreciación del tipo de cambio, la economía argentina reduce sus términos de intercambio. Esto puede hacer más competitivas y por lo tanto más rentables determinadas producciones manufactureras con la capacidad ya instalada, pero al mismo tiempo, como se puede adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio, disminuir la rentabilidad esperada de nuevas inversiones en las mismas ramas beneficiadas por la depreciación al encarecer el costo de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados. Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables producidos para la exportación o para el mercado interno, en principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada de nuevas inversiones. Estamos ante una contradicción real: como los medios de producción importados tienen una gravitación muy importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras economías) el ritmo de innovación tecnológica, las condiciones que favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo tiempo a restringir las posibilidades de su desarrollo productivo. La brecha de productividad que la depreciación cambiaria se propone compensar, tiende así a preservarse e incluso agrandarse con el paso del tiempo. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las inversiones de mayor envergadura.
Pero además de este resultado de mediano plazo (que refuta la capacidad del tipo de cambio depreciado para dinamizar el desarrollo a mediano plazo) un aspecto más crítico es la dinámica inflacionaria que puede desatar la devaluación, que es lo que estamos presenciando hace años en la argentina. Como planteamos en otro trabajo (ver “La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”), “el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de cambio depreciado. Los capitales que radicados en áreas de bienes y servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe también de salarios. Estos ajustes tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el tipo de cambio depreciado. Esto ha sido conceptualizados con el término “pass through”, que mide en qué medida los ajustes de precios disparados por una devaluación limitan la proporción en la que la modificación en el tipo de cambio nominal se traduce en una del tipo de cambio real. Esto ocurrió con posterioridad a 2002 en el país. Pero con cierto efecto retardado, ya que en ese año la profunda recesión que se extendió entre 1998 y 2001 permitió facilitó la transferencia de costos, tanto a los sectores capitalistas productores de bienes y servicios no transables soportaron una reducción de sus márgenes por la modificación cambiaria como -sobre todo- a la clase trabajadora, que en las condiciones de extremo desempleo no pudo evitar que la devaluación de 2002 diera lugar a un mazazo al salario. Medido en dólares, el costo salarial cayó un 60% producto de la devaluación, mientras que el salario real, es decir el poder adquisitivo del salario (por el encarecimiento de los precios atados al dólar, como muchos los alimentos, que se dio en ese momento) cayó casi un 30%. Este mazazo fue clave en las altas ganancias de los años siguientes, que motorizaron el crecimiento industrial y una moderada recuperación de la inversión. Gracias a esto, el impacto de la devaluación generó durante 2002 un aumento de los precios de 31%, un pass through limitado si consideramos que la devaluación llevó el tipo de cambio de 1 a más de 4 pesos por dólar, para estabilizarse posteriormente alrededor de 3 pesos por dólar. Sin embargo, el cambio en las condiciones económicas no podía más que disparar nuevos ajustes. La magnitud de la devaluación permitió que en un comienzo estos ajustes no crearan mayores tensiones, ya que, como analizan Daniel Heymann y Adrián Ramos la “configuración de los precios relativos surgidos de la crisis, con un muy alto tipo de cambio real y salarios reales bajos, dejó mucho espacio para una recuperación del poder de compra en dólares de los precios y salarios domésticos”(“Una transición incompleta. Inflación y políticas macroeconómicas en la Argentina post-convertibilidad”, Revista de Economía Política de Buenos Aires, Año 4, Vols 7 y 8, Bs. As., 2010). Según estos autores, a partir de 2005 empezarían a manifestarse los límites de este espacio.
Esta dimensión estructural de la inflación nos remite entonces de forma insoslayable al corazón del “modelo”. El mega-ajuste de 2002 y las condiciones de extraordinaria rentabilidad que esta produjo para buena parte de la burguesía tenían rasgos de expecionalidad, no crearon una situación estable. Los intentos de los sectores (más o menos) perjudicados por recuperar sus márgenes empezaron a disparar ajustes sucesivos que externalizan una disputa por el excedente social entre los sectores capitalistas. Como no podía ser de otro modo, en estas condiciones también los asalariados fueron obligados a exigir aumentos de salarios nominales, a riesgo de ver sus ingresos aún más erosionados de lo que ya lo habían sido con la devaluación si no lo hacían. Si en 2002, ningún sector de la clase trabajadora -golpeada por una desocupación masiva- pudo oponer resistencia al saqueo al salario que significó la devaluación, que contó con el cerrado apoyo de la burocracia sindical moyanista. La recomposición social de la clase trabajadora que trajo aparejada la fuerte recuperación con tasas “chinas” de crecimiento económico creo mejores condiciones desde 2004 para pelear por la recuperación del terreno perdido. Por eso ante esta escalada de los precios a partir de 2005 y 2006, se profundizan las presiones para recuperar los ingresos y evitar que la incipiente inflación los siga erosionando.
La escalada inflacionaria no es otra cosa que una expresión del carácter atrasado y dependiente de la economía nacional, que transforma al tipo de cambio depreciado en una necesidad que no puede sostenerse en el tiempo, que crea tensiones entre las fracciones capitalistas que se expresan en ajustes sucesivos de los precios relativos. Los capitalistas buscan culpar a los aumentos de salarios de las subas de precios, y cualquier concesión en este terreno es un argumento para volver a remarcar. Pero en realidad los reclamos por aumentos de salarios en la mayoría de los casos no hicieron más que intentar una recuperación de los ingresos ante la permanente licuación que ocasiona el accionar empresario remarcando precios -en los marcos permisivos de una política económica cuyos “controles” de precios no han contribuido en nada a limitar la inflación.
Las contradicciones de la devaluación, así como el peso preponderante del capital extranjero en los pricipales sectores de la economía argentina con las consecuencias que esto conllleva (ver “Los contornos de la dependencia”, IdIz nº 3), así como el carácter particularmente rapaz de los principales sectores de la burguesía “nacional”, explica que el período de condiciones más favorables en los últimos 60 años para la acumulación capitalista en el país, no dinamizara las tasas de inversión. Los principales grupos capitalistas aprovecharon de forma “extensiva” los beneficios de la devaluación, es decir sacando el mayor aprovechamiento de los recursos instalados para realizar una buena masa de ganancias, lo cual empujó un crecimiento a tasas “chinas” pero no sostenible a mediano plazo.


Agotamiento del "modelo" y fin de ciclo
El llamado “modelo” fue la herencia del ajuste múltiple que ocurrió en 2002, que empalmó con un ciclo alcista en la demanda y los precios de exportación de granos que, con altibajos, se mantiene hasta hoy. El ajuste múltiple fue un resultado de la devaluación. Al mismo tiempo esta hizo caer el gasto público (que cayó en 2002 un 5% en términos nominales pero 37% en términos reales), abarató el salario, lo cual bajó el costo salarial en casi un 60% y mejoró la rentabilidad empresaria; por último el dólar caro contribuyó a mejorar las condiciones para la exportación, y actuando como límite para las importaciones.
Pero la dinámica contradictoria que desató la devaluación, ha alterado esta situación. A pesar de que en numerosos sectores el empresariado logró preservar el costo salarial por debajo de los niveles de 2001 gracias a fuertes aumentos de productividad que no tuvieron correlato en las remuneraciones (el costo salarial está hoy aproximadamente en un 85% del nivel pre devaluación), las presiones para contener los aumentos salariales, o para arrancar al Estado subsidios para compensar parcialmente los aducidos aumentos de costos tuvieron como efecto crear una presión muy fuerte hacia el aumento del gasto público. Como efecto de las tendencias alcistas de los precios, los subsidios al capital y las mayores exigencias de la deuda, a partir de 2007 el esquema económico empieza a entrar en una nueva dinámica donde el gobierno nacional intenta conjurar, recursos públicos mediante, el creciente agotamiento. Con los subsidios el gobierno “internalizó” una presión al aumento del gasto público, que se volvió casi forzosa. En vez de contener las contradicciones las absorbió bajo esta forma. En 2007 los subsidios fueron de 14.600 millones de pesos, en 2014 serían de $ 140.000 millones. Como consecuencia de esto, el abundante superávit fiscal se transformó en déficit, luego del pago de deuda, a partir de 2009, lo cual empujó a buscar mayores fuentes de financiamiento, a través de la ANSES y posteriormente del Banco Central. Junto con esto comienzan desde 2006, y más decididamente en 2007, los techos al salario. El pivote que dio aire para administrar los crecientes síntomas de agotamiento, y que ayudado por condiciones internacionales favorables dio margen para administrar las contradicciones crecientes durante varios años fue la persistencia del saldo externo favorable. Sin embargo, esto empezó a cambiar y en 2011 empezó a volverse crítico: reapareció el fantasma de la restricción externa, que durante los mejores años kirchneristas muchos consideraron un problema del pasado que la modernizada economía argentina no volvería a sufrir. Durante toda la década el kirchnerismo convivió alegremente con todas estas gangrenas permitiendo que se desarrollaran. Las alarmas sonaron en 2011 sólo porque los dólares de la soja (y otros granos) ya no alcanzaban para sostener el déficit industrial, el déficit energético, los pagos de la deuda, las remesas de capitales y la lisa y llana fuga de dólares. Ese año fue el primero de la década kirchnerista donde el año concluyó con una caída en las reservas en manos del Banco Central.
Si desde sus orígenes el kirchnerismo se caracterizó por una apuesta a utilizar los recursos del Estado para distender las relaciones entre las clases, impulsando algunas mejoras de ingresos (en relación al piso que habían alcanzado en 2002, pero sin acercarse ni de lejos a los niveles históricos en el caso se los salarios, ver acá) con la emergencia de la restricción externa empezó su política adquirió de conjunto un sesgo contrario, el del ajuste. Los techos al salario, la reticencia a cualquier cambio impositivo que llevó a agravar la carga del impuesto a las ganancias sobre los asalariados, y las medidas aplicadas para preservar los dólares frenando las importaciones, fueron todas en ese sentido. Con la devaluación acelerada se busca dar un paso más firme en este mismo sentido, aunque creando nuevas contradicciones por la misma dinámica que describimos más arriba. La suerte del “modelo” está íntimamente atada a lo que ocurra con los salarios. El “modelo”, que durante años ilusionó con una conciliación entre las clases como vía para sostener un capitalismo “en serio”, supuestamente muy distinto al “anarcocapitalismo” neoliberal, no puede más que intentar regenerarse volviendo a arrastrarnos por el camino del ajuste, aunque ahora se le diga “heterodoxo”. 
La situación, muy distinta que en 2002, encuentra a la clase obrera mejor posicionada para enfrentar el peso del ajuste. Pero es necesaria una política decidida que no va a salir de ningún sector de las conducciones sindicales burocráticas. Más que nunca es urgente para la izquierda clasista la pelea por conquistar los sindicatos y expulsar a la burocracia. Y, ante la urgente necesidad de dar respuesta a los ataques que se vienen, la necesidad de un Encuentro Nacional de todo el movimiento obrero combativo y antiburocrático que levante un programa de medidas urgentes y exija la apertura inmediata de paritarias libres, sin techo y con cláusulas gatillo contra la inflación. 



NOTA: Acá retomamos lo elaborado en otros artículos. Algunas lecturas útiles para profundizar son:

La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista


Las raíces de la inflación en la Argentina. Un análisis desde el marxismo


jueves, 3 de noviembre de 2011

La economía post elecciones: ajuste fiscal y tapón a la salida de dólares


http://www.pts.org.ar/IMG/rubon4715.jpg


En La verdad obrera nº 451, publicamos un artículo sobre las medidas tomadas luego de las elecciones, para afrontar los problemas en el frente externo que está generando la salida de dólares, y la situación fiscal menos holgada, que también se ve afectada por la perdida de dólares del central. En ambos casos, se trata de restricciones inéditas durante los años del kirchnerismo. 
Los invitamos a leer el artículo aquí.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El círculo vicioso del capitalismo argentino - Parte 3 - test de hipótesis estructuralistas

http://omairagomez.blogspot.es/img/fila3.jpg

Alguno se habrá preguntado, por qué un título como "El círculo vicioso del capitalismo argentino" para esta serie que empezamos a propósito del legado económico de Néstor K.
Antes de seguir con lo que prometimos, las perspectivas que pueden avizorarse para la economía argentina en el marco de una economía mundial harto inestable, vamos a detenernos en este punto. Que se relaciona con las contradicciones que han surgido en el esquema K a lo largo de los años y que marcan esas perspectivas que ya analizaremos.
El título viene a cuento de las regularidades que vienen desde hace más de medio siglo y que ha seguido exhibiendo la economía argentina en este ciclo de crecimiento iniciado a fines de 2002, aunque el mismo haya transcurrido en condiciones a todas luces excepcionales, tanto externas como locales. Regularidades que ponen coto a la perspectiva de que el crecimiento de estos últimos años se sostenga en el mediano plazo. Sobre estas perspectivas diremos más en próximos posteos.
Estas regularidades tienen que ver con el ritmo cansino que tuvo la acumulación de capital, a pesar del fuerte aumento de la rentabilidad. Ya hemos señalado en otros posteos cómo la caída del costo laboral y el abaratamiento de costos en dólares que representaron un enorme aumento de la rentalibidad, que en promedio se elevo más de 20% respecto de la decáda previa, siendo los sectores agrario y manuferacturero los más favorecidos. En este contexto de aumento de la rentabilidad, habría sido esperable un fuerte crecimiento de la inversión. Lejos de esto, la inversión de equipos y maquinaria por obrero se mantuvo baja. Hasta 2006, cuando se interrumpe la serie elaborada por el INDEC, ésta fue menor que en los noventa. Hay que tener en cuenta que ese año y el siguiente son los años de mayor inversión como porcentaje del PBI de la década, y sin embargo, como muestra la relación con la fuerza de trabajo ocupada, el crecimiento fue en gran medida extensivo, o intensivo en mano de obra y no en capital.
Durante estos años se dieron condiciones inmejorables para poner a prueba la conclusión central de los economistas estructuralistas: que la restricción externa, es decir la crónica salida neta de dólares producida por el déficit comercial, las remesas de la inversión extranjera, la fuda de capitales y la deuda, es la traba excluyente al crecimiento del país, y que superada esta restricción, el crecimiento se dispararía. No podemos hacer justcicia al pensamiento de Oscar Braun, Marcelo Diamand y etc., en estas breves líneas. Representan sin duda un análisis en muchos aspectos certero de los rasgos particulares que cobra en Argentina -y por entensión en otros países similares- el desarrollo desigual y combinado de la economía mundial. y el balance de sus aciertos y errores merece un estudio más profundo. Pero lo que queremos poner de relieve acá es que, aunque tienen razón en considerar que la restricción externa opera como una limitante al crecimiento, la baja acumulación de capital que caracteriza la economía argentina tiene raíces más profundas.
Esto podemos empezar a verlo desde 2002, porque justamente no ha operado la restricción externa sobre la economía nacional. Durante todos estos años, la economía se caracterizó por una fuerte entrada neta de dólares. El superávit comercial ha estado por encima de los u$s 10 mil millones durante casi todos estos años. Incluso aunque se viene registrando un acelerado aumento de las importaciones, este año no bajará de u$s 12/13 mil millones. Paralelamente, hasta 2005 sólo estuvo regularizada la deuda con el FMI, que por esos se refinanció, por lo cual no hubo salida de dólares para afrontar pagos de la deuda. Aunque esto cambió en los años posteriores, cuando se pagó generosamente a los acreedores esta deuda fraudulenta, se mantuvo una fuerte entrada neta de dólares. Tanto, que entre fines de 2007 y los últimos meses de 2009 se soportó una fuga de capitales superior a los u$s 1000 millones de dólares mensuales sin que tuviera mayor impacto en la economía. No podemos afirmar que la cuestión de la restricción externa ha salido del horizonte de la economía argentina, ya que numerosas características de este capitalismo dependiente ponen un piso muy alto al drenaje de divisas, pero sin duda estamos ante un desplazamiento de la misma.
Lo que esto no posibilitó, es ningún aumento de la tasa de acumulación como para sostener el alto crecimiento. Por supuesto, durante todos estos años hubo altos niveles de crecimiento. Pero este alto crecimiento ha aprovechado las condiciones legadas por la década previa, durante la cual había habido una cierta renovación de los equipos industriales, así como había aumentado la productividad industrial y la relación de capital por obrero. La capacidad ociosa con la cual se partió en 2002, dio amplio margen para crecer invirtiendo lo mínimo indispensable. La cuestión en debate es si, cuando estas condiciones favorables empezaron a agotarse y se trató de sostener el crecimiento, el desplazamiento de la restricción externa habilitó las condiciones para esto. Y se comprueba que esto no ha sucedido. La relación inversión/PBI llega a ubicarse ligeramente por encima de los niveles de los noventa, pero esto no significa un aumento cualitativo. La relación inversión / PBI entre 1993 y 1999 rondó el 19%; entre 2003 y 2009 estuvo apenas por encima del 20,5 %. Como ya dijimos, bajó la intensidad de capital por obrero, porque aumentó la ocupación en este último período.
Como plantea un artículo de Gustavo Burachik:

"el crecimiento de la economía fue sólo un tercio del crecimiento de las exportaciones, lo cual, de algún modo, pone en entredicho la idea de Braun de que la restricción externa constituye 'el freno dominante'. En otros términos, el crecimiento económico produjo una demanda de divisas para la importación (insumos, maquinarias) insuficiente para agotar los ingresos netos de dólares. Esta forma de ver las cosas tiene un sentido, ya que para evaluar la intensidad de la reciente fase expansiva es preciso referirla a la masa de recursos económicos (y de otras condiciones sociales y políticas que resultaron, asimismo, bastante favorables) que estaba a disposición de la acumulación y no dejarse impresionar por el valor absoluto de las tasas de crecimiento. Se pone así de manifiesto el carácter limitado de la expansión de los años 2003-2008, no sólo desde el punto de vista cualitativo (modernización tecnológica, aumento de la productividad) sino también cuantitativo.

[...]

En suma, las grandes empresas nacionales y extranjeras han tenido acceso a una masa de ganancias superior a la que estaban dispuestas a invertir y usaron este 'excedente' para adquirir divisas y sacarlas del país y para disminuir su endeudamiento neto. Así, la convergencia de altas ganancias con una elevada disponibilidad de divisas no ha resultado en una reanimación sustancial de las perspectivas de la acumulación del capital sino en una cuantiosa dilapidación. Entre los corolarios que pueden extraerse de estas consideraciones uno parece de particular interés: la mayor parte del ingreso nacional resulta apropiado por una clase social que no encuentra luego condiciones propicias para una reinversión rentable. No hay vuelta: el desarrollo de las fuerzas productivas requiere un cambio en las relaciones de producción."
El discurso empresario culpa de la baja inversión a la “falta de seguridad jurídica” o a la “intervención estatal”, especialmente en sectores como la energía o combustibles, con tarifas reguladas. Pero lo cierto es que el mismo factor que permitió recomponer la rentabilidad, la fuerte devaluación del peso, encareció la importación de equipos, haciendo más costosa la inversión. En términos comparados, la mayor tasa de rentabilidad lograda por la devaluación, se vio reducida en términos de capacidad de acumulación, es decir que aunque aumentó la ganancia en relación al capital invertido, esa mayor tasa de ganancia podía reinvertirse en un menor volumen de capital fijo -en los casos que no se estuviera adquiriendo maquinarias y equipos producidos en el país. Por eso, la respuesta más general del empresariado ante las nuevas condiciones, fue aprovecharlas con las instalaciones productivas existentes, más que tomar nota de las mismas para realizar nuevas inversiones. También pesó en esta acumulación relavitamente baja el hecho de que el horizonte temporal en cual pueden perdurar las condiciones logradas por un tipo de cambio depreciado es limitado; de hecho hoy se conserva una ventaja cambiaria porque el dolar se viene depreciando en relación al Euro, el Real y otras monedas, pero la suba de precios revalorizó el peso argentino frente al dólar. Por eso, los empresarios han aprovechado estas condiciones excepcionales sin ampliar la capacidad productiva de manera significativa. Aunque busquen exculparse cargando las tintas contra el gobierno, la lógica de la entabilidad capitalista hacía previsible estos resultados, que muestran que el tipo de cambio competitivo en sí mismo no puede conducir a una modificación de largo aliento en las tendencias que conforman la estructura productiva.
El círculo vicioso del capitalismo argentino al que hacemos referencia, es que, como economía de baja competitividad en términos internacionales (fuera del agro y algunas otras ramas de commodities industriales) sólo ha logrado recuperar sus niveles de rentablidad a costa de hundir el peso, y con él los salarios y los costos en dólares, pero al hacerlo, ha aumentado los costos de la inversión, generando condiciones que acrecientan la brecha de productividas. Los enormes costos sociales que exigió la recomposición de la rentabilidad capitalista, ni siquiera se han plasmado en un cambio de la dinámica de la economía más allá del corto/mediano plazo, sino sólo en una formidable rentabilidad ávidamente aprovechada por el capital.
Las ilusiones neodesarrollistas sobre un crecimiento económico con equidad apoyado en el mercado interno chocan con esta descarnada realidad. Para los trabajadores no se trata de esperar el "derrame" del crecimiento capitalista, sino de pelear por derrocar este sistema, expropiando a los expropiadores capitalistas.