martes, 15 de abril de 2008

Los salarios, Marx, Cristina y la lucha de clases




En su discurso del 27 de marzo en Parque Norte, Cristina Kirchner planteó que “en un formidable aprendizaje histórico; los trabajadores argentinos y sus dirigentes sindicales, han comprendido que el país está primero”, al no “pedir salarios para que se derrumbara el crecimiento”1.

Estaba agradeciendo a los dirigentes sindicales como Moyano, que acordaron un techo salarial de alrededor del 20% con la excusa de que un aumento de salarios “excesivo” provocaría una espiral inflacionaria y pondría en peligro el actual crecimiento de la economía.

En estas páginas explicamos que las causas de la creciente inflación son otras bien distintas.

Es absurdo culpar a los trabajadores de la inflación cuando el salario real recién en 2007, después de años de crecimiento récord de la economía, apenas si estaba alcanzando los niveles previos a la devaluación. Y esto sin tomar en cuenta las diferencias al interior de la clase obrera, ya que para los trabajadores en negro o precarizados, el ingreso promedio es de alrededor de 800 pesos. Y sin embargo, se insiste en que los trabajadores deben moderar sus demandas salariales para no poner en peligro el actual “esquema” económico. Como demostraremos, lo verdaderamente inflacionario es la voracidad de ganancias de los capitalistas. Veamos por qué.

El salario es el precio que el capitalista paga por la fuerza de trabajo del obrero, y su monto gira en torno al valor de los productos que él y su familia necesitan para cubrir sus necesidades de alimentos, vivienda, educación, recreación, etc. En el capitalismo, “la forma del salario, borra toda huella de la división entre trabajo necesario y plustrabajo, entre trabajo pago e impago. Todo trabajo aparece como trabajo pago”2.

Efectivamente, es común pensar que con el salario, el obrero cobra todo el trabajo que realiza, todas las horas que trabaja, cuando en realidad recibe en pago sólo una parte de las mismas. Esto es así porque el trabajador ocupa sólo una fracción de la jornada laboral en producir el equivalente a su salario. El resto de las horas trabajadas son apropiadas gratuitamente por su patrón. Este despojo constituye la única fuente de la ganancia de los capitalistas.

La mentira de que el obrero cobra el total del trabajo realizado, refuerza la creencia de que la mejora de los salarios genera inflación, cuando en realidad al arrancar aumentos, lo que hacen los trabajadores es recuperar a lo sumo una parte de lo que les roban los capitalistas. Como no están dispuestos a resignar ganancias, éstos responden remarcando los precios, incluso en porcentajes mayores a los aumentos cedidos, para seguir apropiándose gratis la misma cantidad de trabajo ajeno que antes y aún más.

De esto podemos sacar una conclusión categórica: en la sociedad capitalista, lo verdaderamente inflacionario es la sed inagotable de ganancias de los empresarios y no los salarios de los trabajadores. Aún así, ante cada incremento salarial, los capitalistas reaccionan escandalizados por semejante “arbitrariedad”. Es como si un ladrón gritara a los cuatro vientos que ha sido víctima de un asalto, porque parte del botín fue recuperado por sus legítimos dueños.

Tanto los salarios de los trabajadores como las ganancias de los capitalistas, provienen únicamente del fondo común que es el trabajo del obrero. La disputa por esta “torta” es la base sobre la cual se desarrolla la lucha de clases. Así lo explica Marx: “Como el capitalista y el obrero sólo pueden repartirse este valor, (…) medido por el trabajo total del obrero, cuanto más perciba el uno menos obtendrá el otro, y viceversa”. Y continúa, “si los salarios cambian, cambiarán, en sentido opuesto, las ganancias. Si los salarios bajan, subirán las ganancias; y si aquéllos suben, bajarán estas”3. Frente a este choque entre intereses contrapuestos, quien pretenda conciliarlos con el verso de “la articulación entre el capital y el trabajo”4, en realidad favorece los intereses de los más poderosos. Cristina dice que ellos nunca plantearon “la lucha de clases, (…) la guerra entre los pobres y los ricos”5, pero por supuesto esta confrontación existe más allá de los “profundos” planteos de la presidenta. En realidad, quiere ocultar que siempre han actuado como verdaderos “custodios de las ganancias empresarias”.

Los trabajadores, si no quieren ver degradadas sus condiciones de vida, deben atacar las ganancias de los capitalistas, luchando por salarios al nivel de la canasta familiar, y que éstos sean ajustados de acuerdo a la inflación, imponiendo cláusulas en los convenios colectivos que aseguren el aumento automático de los salarios, de acuerdo al aumento de los precios de los artículos de consumo masivo. Esta pelea es inseparable de la lucha contra las divisiones existentes en la clase obrera, para terminar con el trabajo en negro y precarizado, exigiendo el pase a convenio de todos los trabajadores.

Ante la escalada inflacionaria, también es necesario plantear comités de vigilancia de precios, integrados por los consumidores, la población pobre de la ciudad y el campo, junto a los trabajadores, los sindicatos y comisiones internas combativas. Teniendo en cuenta que los índices de precios suministrados por el gobierno son falsos, el índice elaborado por la comisión técnica de los trabajadores del INDEC podría constituir una mejor aproximación para estimar la verdadera inflación.

De este modo sería posible demostrar al conjunto de la población que el aumento de precios no deriva de salarios supuestamente altos, sino de las superganancias de los capitalistas.


“Cordura y mesura”

Una de las primeras acciones del gobierno de Cristina en enero pasado, fue reunirse con la cúpula de la CGT, donde les pidió a los popes sindicales “cordura y mesura” en los reclamos salariales. En dicha reunión, “la CGT se comprometió a no tirar más de la cuerda”, porque “ya sabemos que son los trabajadores los que pierden en la carrera de precios y salarios”(Clarín, 4-1-08). Un razonamiento por demás extraño: dado que los salarios “siempre pierden” en la carrera con la inflación… entonces abandonemos antes de empezar a correr!! Una pequeña muestra de que los trabajadores deben sacarse de encima a estos dirigentes vendidos.

1. Palabras de la Presidenta en el encuentro en Parque Norte, en www.casarosada.gov.ar

2. Karl Marx, El Capital.

3. Karl Marx, “Salario, Precio y Ganancia”.

4. Discurso citado.

5. Ídem.

Las claves de la inflación


Por Esteban Mercatante

, Paula Bach


Entre las principales causas de la inflación se encuentra el constante incremento de los precios internacionales de las materias primas, que hace para los productores mucho más conveniente la exportación que la venta en el mercado interno.

Sólo por tomar un ejemplo, señalemos que, desde enero de 2007 a esta parte, el aceite de girasol aumentó su precio internacional en un 120% mientras que en el mercado interno lo hizo en un 30%. Este elemento constituye una presión al alza de los precios ya que los productores retacean la oferta de productos como trigo, aceite, carne, etc. en el mercado interno y ello provoca que la oferta no llegue a cubrir la demanda, cuestión que se traduce en una presión al alza de los precios. Paralelamente el mercado interno ha venido tomando impulso en los últimos años como subproducto de una recuperación relativa del salario, de un crecimiento de los trabajadores ocupados y de un importante consumo de las clases medias. De este modo, el incremento de los precios internacionales y el mercado interno ejercen una especie de efecto de pinza sobre los precios nacionales.

Otro aspecto importante que influye sobre la tendencia al alza de los precios internos es el hecho que si, desde la devaluación, los precios de los productos exportables se han mantenido en contínuo ascenso, los precios de los bienes que no se exportan, en particular de los servicios, no han aumentado en la misma proporción. Esta circunstancia provoca una presión al alza del precio de estos bienes, como por ejemplo el del transporte, que intenta recuperar el terreno perdido durante los últimos años.

Por último, mencionemos que de continuar la presión alcista de los precios en el mercado internacional y la presión del mercado interno, el problema de la utilización de la capacidad instalada y el nivel de inversiones en la industria, puede generar un “cuello de botella”. A nivel general, la utilización de la capacidad instalada promedia el 74% para las distintas ramas de la producción, un nivel que se considera límite. Pero el problema es mucho más grave ya que este fenómeno se observa en sectores clave como el energético, que no ha recibido inversiones cualitativas en más de una década y mantiene su capacidad de aprovisionamiento al límite (el sector “refinería de petróleo” está al 94% de su capacidad), lo que se viene expresando en los sucesivos cortes de energía a la industria. Asimismo, los aumentos en el precio del petróleo, que ya ha superado los U$100 el barril, están siendo trasladados a los precios del transporte. Por ejemplo, el flete terrestre aumentó un 40% entre 2006 y fines de 2007, mientras que el flete marítimo lo hizo cerca de un 110% en el mismo período. El nivel de inversiones (que se considera alto en términos históricos en relación al PBI, pero bajo desde el punto de vista de las necesidades de una economía que crece por encima del 8% anual), eventualmente podría estar agregando nuevos problemas de oferta y por tanto, nuevas presiones inflacionarias.

Todos estos factores se coronan con la estructura fuertemente oligopólica1 de la economía argentina que, favorecida por las políticas gubernamentales, avanzó a pasos de gigante desde la devaluación. A modo de ejemplo, señalemos que la participación en el valor agregado de las 500 empresas más grandes de la Argentina, aumentó entre 2001 y 2005 casi un 50%, llegando a controlar hoy nada menos que el 23% del producto nacional2. Además estas mismas empresas daban cuenta ya en el año 2004 del 77,3% de las exportaciones nacionales totales. Un pequeño puñado de empresas que controla la mayor parte de productos y servicios que se comercializan en el país, transforma toda presión en aumentos arbitrarios de precios (mucho más allá de los costos) que les permiten incrementar sus beneficios extraordinarios.

1. El oligopolio es una consecuencia de la concentración del capital e implica la existencia de pocas empresas que producen y venden en el mercado.

2. Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino.

Una estructura productiva primarizada, en menos manos… y extranjeras






El crecimiento de la industria de los últimos años no ha revertido el proceso de primarización que se viene dando desde los ’80, y se profundizó en los ’90. Esto lo vemos en la composición de las exportaciones (ver gráfico), donde el 35% corresponde a actividades primarias y extractivas, aún cuando la producción agropecuaria sólo explica el 5,3% del PBI en 20071.

En 1980 la industria representaba el 21,4% del PBI pasando al 16,3% en el año 20022. El agotamiento de la convertibilidad llevó a una retracción del 30%3 de la producción industrial y al cierre de numerosas fábricas entre 1997 y 2002. Esto dejó una enorme disponibilidad de capacidad que, junto con la devaluación y la caída salarial, son la base del incrementó del 41% de las cantidades producidas entre 2002 y 2006. Este incremento resulta insuficiente para revertir la primarización, perdiendo la industria manufacturera4 participación en el PBI con una caída del 17,5% al 16,5% entre 1997 y 20065.

El gran motor de la industria han sido las terminales automotrices de multinacionales como Ford, General Motors, Peugeot, VW, etc. que en el 2006 produjeron con un 26% menos de trabajadores casi la misma cantidad de autos que hace una década, en realidad un 1%7 menos que en 1997, aprovechado la gran capacidad ociosa que disponían en el año 2002 cuando la utilización se ubicaba en el 20%. Otro de los motores, la fabricación de equipos y aparatos de radio, televisión y comunicaciones, es la rama que más crece en producción desde el 2002, pero todavía no alcanza el nivel de 1997.

El crecimiento ha significado enormes ganancias para el conjunto de los capitalistas, pero sólo han sido parcialmente reinvertidas. Según La Nación, entre las multinacionales, a pesar de que mantienen fuertes ganancias, la reinversión de utilidades cayó un 40% en 2007 en relación con el año previo8. El resto lo giran a sus casas matrices. Así, el crecimiento de las ganancias contrasta con la existencia de importantes ramas de la industria operando casi al borde de su capacidad instalada.

Esto provoca los conocidos “cuellos de botella”. Aunque las principales ramas industriales que aumentaron su rentabilidad fueron la fabricación de maquinaria y aparatos eléctricos (128%), automotores (112%), equipo y aparatos de comunicaciones (96%), productos de metal (43%) y productos de madera (43%)9, los proyectos de inversión anunciados en 2007 (todavía no ejecutados y cada vez más en duda por la crisis financiera), están concentrados en muy pocos sectores y empresas de la industria automotriz, extractiva y manufacturera de exportación. A pesar de que el nivel de inversión bruta fija en relación al PBI es superior a años anteriores, llegando al 24% en 2007, la gran mayoría corresponde a la construcción, compra de celulares, entre otras “inversiones” por el estilo, y sólo una ínfima parte está destinada a la ampliación de la capacidad productiva.

Asociado a las grandes ganancias, se profundizó un proceso de concentración, centralización y extranjerización del capital. Esto se expresa, por ejemplo, en las ventas de Quilmes y Loma Negra a capitales brasileños y en el hecho que las empresas extranjeras productoras de bienes pasan de explicar el 59% del PBI en 1997 al 69% en 2005, y a su vez en las ventas de la cúpula empresaria los primeros cincuenta grupos pasaron de representar el 52% en 1997 al 56% en 2005.

En síntesis, en los últimos años hay una sustitución parcial de importaciones. Algunos bienes volvieron a producirse en el país luego de una enorme crisis. Pero es un proceso muy parcial de recuperación de la industria, dado que no se han desarrollado nuevos sectores. El crecimiento se viene apoyando en el aprovechamiento de las condiciones extraordinarias de bajos salarios, subsidios a la producción, capacidad ociosa disponible desde la salida de la convertibilidad y la protección del tipo de cambio devaluado. Se pone en evidencia que lo que mueve a los “empresarios argentinos” (y extranjeros) es el deseo de ganancias rápidas aprovechando las “oportunidades” del momento. Incluso, este pobre desarrollo industrial estuvo asociado, esquema de subsidios mediante, a la absorción de una parte de la renta agraria obtenida con gran facilidad por las excepcionales condiciones internacionales.

1. No se incluye a la pesca y la explotación de minas y canteras, rubros con los cuales se aproxima al 7% según datos del INDEC.

2. Crisis, recuperación y nuevos dilemas. La economía argentina en 2002-2007. CEPAL, 2008.

3. Las variaciones de cantidades producidas se obtienen del Índice de Volumen Físico (IVF) que elabora el INDEC.

4. En este caso consideramos sólo industria manufacturera, para distinguir a la producción específicamente industrial dado que muchas veces se toma un agrupamiento general que incluye a la construcción y los servicios de agua, gas, electricidad, etc.

6. A pesar de que la industria manufacturera continúa creciendo en el año 2007 su participación en el producto total desciende levemente de acuerdo a las Cuentas Nacionales que elabora el INDEC.

7. Índice de Obreros Ocupados elaborado por el INDEC.

8. “Las empresas extranjeras ganaron más, pero reinvirtieron menos”, La Nación, jueves 3 de abril de 2008.

9. Entre paréntesis se indica el crecimiento de las ganancias entre 2001 y 2006. CENDA, Notas de la Economía Argentina Nº 4, Diciembre de 2007.



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La excepcionalidad y sus límites



Superávit comercial apoyado en los precios de las materias primas


El ciclo de crecimiento ininterrumpido de la economía argentina, que desde el año 2002 se produce a tasas anuales que superan el 8%, adquiere un carácter de excepcionalidad por la combinación de un abaratamiento de los costos internos por la devaluación y el sostenido crecimiento de los precios internacionales de las materias primas. La devaluación implicó que en el 2002 la inflación sea del 40%, mientras que los salarios se incrementaron sólo un 8%. Esto significó un atraso inicial en los salarios reales y un aumento de las ganancias de los empresarios.

Desde el 2001/2002, con la incorporación al consumo de importantes sectores de la población de China e India y la aparición de los biocombustibles como alternativa al petróleo, se genera una fuerte demanda de granos presionando al aumento de sus precios que se han triplicado desde entonces, llevando a las exportaciones desde alrededor de 25.000 millones de dólares a principios de la década a superar los 50.000 millones de dólares en 2007. El resultado fue la existencia de un superávit comercial por varios años, dándose un inédito incremento simultáneo del consumo interno y las exportaciones. Los grandes beneficiarios de los exorbitantes precios de las materias primas (ver gráfico) han sido los grandes jugadores del agro como Grobocopatel, Cargill, Molinos, la Aceitera General Deheza, con ganancias que desde el 2001 se incrementaron un 295% en la soja y once veces en el caso del maíz (CENDA, Notas de la Economía Argentina Nº 4, Diciembre de 2007).

Aún con las importaciones aumentando a mayor ritmo que las exportaciones desde la devaluación, el superávit se estabilizó desde el año 2004 en alrededor de 12.000 millones de dólares. Desde mediados de los ‘50 hasta el año ‘76 los ciclos de crecimiento, de duración de entre tres y cuatro años (ver entre otros Basualdo, Eduardo, Estudios de historia económica argentina. Bs.As., Siglo XXI, 2006), estaban limitados por el agotamiento del superávit comercial. Esto se daba porque la base estrecha de la industria argentina requería la importación de insumos intermedios, subiendo las importaciones al calor del crecimiento industrial. La combinación con el estancamiento de las exportaciones significaba una tendencia general al crecimiento más acelerado de las importaciones en relación a las exportaciones, que impedía obtener los dólares necesarios para los insumos que la industria necesitaba.

Estos ciclos eran denominados por la economía burguesa como de “stop and go”: el déficit comercial imponía un freno al crecimiento de la economía (stop) del que se salía con sucesivas devaluaciones, haciendo caer las importaciones y los salarios reales, disminuyendo el consumo interno. Así se permitía exportar materias primas que antes se consumían localmente, reestableciendo el superávit comercial y volviendo a comenzar el ciclo (go). Aunque las transformaciones de la economía hacen que la industria dependa menos de los insumos importados (aún cuando este proceso se da desigualmente) la dependencia mayor de bienes finales que se compran en el exterior (computadoras, celulares, etc.) implica que la balanza comercial continúe actuando como una dificultad al crecimiento. En el actual ciclo de la economía argentina, que está ingresando en su sexto año de crecimiento, el momento en que comienzan a observarse problemas de balanza comercial se ha visto desplazado hacia adelante, evitando el stop gracias al aire que otorgan las condiciones extraordinarias del mercado mundial, basadas en la enorme demanda y precios de las materias primas.

Sin embargo, hoy la excepcionalidad del crecimiento argentino está amenazada desde dos ángulos. Por un lado, el superávit comercial puede comenzar a disolverse por la presión inflacionaria que actúa encareciendo la producción local y abaratando las importaciones, lo que llevaría a una suerte de “sustitución al revés” (se importarían bienes que ahora se producen en la Argentina) afectando a las ramas de la industria menos competitivas, como por ejemplo en los textiles y juguetes, sectores donde el actual tipo de cambio está dejando de actuar como barrera protectora y comienzan a sentir la competencia de los productos chinos.

Por otro lado, las condiciones extraordinarias para los precios de las materas primas podrían anularse si se profundiza la recesión en EE.UU.. Aunque EE.UU. sólo recibe el 7% de las exportaciones argentinas, nuestro país exporta hacia otros destinos que dependen fuertemente de la relación comercial con EE.UU., como China y Chile (9% y 7% de las exportaciones argentinas respectivamente) y especialmente Brasil (19% de las exportaciones). Brasil puede además verse muy afectado por el mayor costo del crédito internacional y la falta de liquidez, que podría provocar una retirada del capital especulativo, afectando fuertemente las cantidades y precios exportados hacia ese destino desde Argentina. Para que nos demos una idea, si se impusiera una caída de poco más del 30% sólo en las exportaciones petroleras y de los productos de origen agropecuario y mineral, desaparecería el superávit externo. Esta hipótesis no es descabellada considerando que los precios de los principales productos primarios exportados se triplicaron en 5 años. Ya en las últimas semanas tuvieron una fuerte baja y hoy están en un camino oscilante.

Una tendencia al agotamiento del superávit comercial reduciría la base para sostener el superávit fiscal (gran parte del cual se destina al pago de la deuda externa), otro de los grandes pilares del actual ciclo de crecimiento. Esto limitaría la posibilidad de resguardar la rentabilidad empresaria por medio de los subsidios, cuestión clave en el esquema económico. Las compensaciones fiscales significan una carga creciente para el Estado, que se expresa en el aumento del gasto público del 35% proyectado para este año (según señala Miguel Bein en el artículo “Alquimia: la soja es el pato de la boda” publicado en IECO el 27 de marzo de 2008). Este mecanismo es sumamente dependiente de los factores excepcionales que favorecieron el crecimiento.



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“MODELO” K: Síntomas de agotamiento



Una creciente inflación

El ciclo de crecimiento de la economía argentina de los últimos cinco años, no se desarrolló en forma independiente del crecimiento de la economía mundial. Del mismo modo, sus primeros signos de agotamiento, lejos de las teorías del “desacople”, no resultan independientes del estallido de la crisis inmobiliaria en Estados Unidos que, aunque por ahora se manifiesta fundamentalmente como crisis financiera, amenaza con transformarse en una fuerte recesión mundial.

La inflación, devenida hoy una de las “grandes cuestiones nacionales” incentivada por múltiples factores de orden interno, representa una suerte de correa de transmisión entre las presiones internacionales y la economía argentina. Así lo muestran los efectos iniciales de la crisis financiera internacional que, provocando una importante devaluación del dólar, impulsó inicialmente la huída de capitales desde esa divisa hacia los llamados mercados de “futuros” (que incluyen materias primas como granos y petróleo, entre otros). Este elemento realimentó el alza del precio de las materias primas, convirtiéndose en un componente adicional de presión sobre los precios internos (ver contratapa). Sin ir más lejos, el aumento de las retenciones a las exportaciones de soja y girasol (en su nueva modalidad de “retenciones móviles”), que desembocó en lo que hoy se conoce como “la crisis del campo”, representa en esencia un intento de las políticas gubernamentales de preservar el esquema instaurado desde la devaluación, tanto frente a las presiones inflacionarias, como frente a un posible empeoramiento de las condiciones generales que podría venir desde el frente externo.

El esquema de devaluación y la inflación

Uno de los pilares del esquema económico actual consiste en mantener un dólar a precio alto, es decir, una relación aproximada de 3 pesos por dólar (consideramos este valor para simplificar, pero hay que tener en cuenta que hoy el dólar está alrededor de los 3,15 pesos lo que significa que ya se ha producido una minidevaluación). Esta relación cambiaria implica grandes ventajas para los exportadores, dado que cobran en dólares y pagan gran parte de sus costos y salarios en pesos. A esto se agrega que los precios en dólares de las materias primas que la Argentina exporta se han triplicado desde la devaluación a esta parte. Estos factores explican la entrada masiva de dólares a la economía argentina a través de las exportaciones.

Pero sucede que sostener un dólar que ronda los 3 pesos, cuando en el mercado existe una oferta superabundante de divisas, resulta imposible a menos que el gobierno –tal como lo hace–, intervenga comprando dólares, a través de políticas instrumentadas por el Banco Central. Ahora bien, este mecanismo permite mantener un dólar cercano a los 3 pesos sólo en términos nominales, esto es, en términos de la relación entre ambas monedas. Pero sostener una relación en la cual 1 dólar se sigue cambiando en el mercado por aproximadamente 3 pesos no implica que, en términos reales, es decir en términos de poder de compra, esa relación se mantenga estable. Esto es que al día de hoy en la Argentina, 3 pesos no compran lo mismo (la misma cantidad de bienes y servicios) que en 2002, porque desde dicho año hasta hoy se ha acumulado una inflación de aproximadamente 110%. Sucede entonces que dicha inflación altera la diferencia entre el tipo de cambio nominal (aproximadamente 3 a 1) y el tipo de cambio real, que es menor. Este proceso está indicando una revaluación del peso en términos reales.

Este fenómeno, en tanto amenaza licuar las ventajas en términos de ganancias empresarias de la devaluación, es muy importante porque si bien no explica la inflación, es la forma a través de la cual se manifiesta y, de ese modo, expresa los límites entre la existencia de un proceso inflacionario (aún controlado, pero que se ha incrementado en el último año) y la continuidad del esquema devaluatorio.

Salario de los trabajadores: el “pato de la boda”

La clave del esquema devaluatorio consiste en lograr mantener el dólar alto y los precios internos bajos (tanto de los salarios como de los costos en general). Esta relación permite una ventaja comparativa tanto para los exportadores que reciben dólares por su producción y pagan “costos” bajos en pesos, como para quienes producen para el mercado interno, ya que el dólar alto los protege de la entrada de productos importados y sus costos en pesos se mantienen devaluados. Las tendencias inflacionarias ponen en riesgo esta ventaja que los empresarios han obtenido tanto mediante la devaluación de los salarios como mediante la devaluación de los costos internos en general. El actual frenesí del gobierno por incrementar la recaudación fiscal (una de cuyas máximas fuentes, no hay que olvidarlo, está dada por el IVA, ingresos brutos y otros impuestos que vienen fundamentalmente del bolsillo de los trabajadores) está íntimamente asociado, aunque sea por vía indirecta, a evitar una escalada superior de la inflación. Pero esta preocupación del gobierno, muy lejos se encuentra de perseguir “cuestiones distributivas”. A través del superávit fiscal (gran parte del cual está destinado al pago de la deuda externa), el gobierno redistribuye... pero no hacia los trabajadores sino hacia los sectores industriales cuya rentabilidad extraordinaria está en el corazón del esquema. El interés central consiste en resguardar esas ganancias que durante todo este período ha venido acumulando la burguesía. Tanto los sectores exportadores como aquellos que producen para el mercado interno, son altamente beneficiados no sólo por el tipo de cambio, sino también por políticas de contención salarial, subsidios estatales directos como el de la industria automotriz o destinados a mantener bajos los costos de producción, tales como precios del transporte, de la energía e incluso de fertilizantes, entre otros1. Los recientes aumentos de las retenciones sobre las exportaciones de soja y girasol, que ya provocaron la primera gran crisis y división en el frente burgués, representan un síntoma de agotamiento del esquema de devaluación que ya no los puede satisfacer a todos por igual.

Muy lejos del discurso “redistribucionista” del gobierno, las políticas destinadas a evitar aumentos de precios tienen por objeto mitigar aumentos en los costos y, muy particularmente, en lo que los economistas burgueses denominan “costos salariales”. Es por ello que el interés por frenar aumentos en el costo de vida tiene como uno de sus blancos principales evitar una escalada de demandas salariales. En el año 2002 los salarios sufrieron una brutal caída que explica parte importante del aumento de la rentabilidad empresaria. Durante los últimos cinco años de crecimiento excepcional de la economía argentina, el salario de los trabajadores, aún cuando en 2005 y 2006 hubo importantes aumentos nominales (es decir en dinero), no había podido recuperarse en términos reales (es decir en su poder de compra), a los niveles de 2001. Recién en 2007, en promedio (lo que oculta grandes diferencias internas), los salarios se acercaron a los niveles reales de 2001. Pero…esto sucedió justo en el momento en que las presiones inflacionarias comenzaron a presentarse como un factor amenazante para el esquema económico. No por casualidad, el gobierno ha puesto tanto empeño durante 2007 por dibujar los índices de inflación. Aunque nadie crea ya en los índices del Indec, los “dibujos” contribuyeron a que los aumentos salariales de 2007 se produjeran, por vez primera en los últimos 3 años, por debajo de la inflación efectiva.

Pero la mentira “redistribucionista” del gobierno, no viene sola. Los primeros síntomas de agotamiento del ciclo, amplificaron las voces que resuenan desde los distintos sectores patronales. Por un lado, la derecha neoliberal clama por una reducción del consumo y del gasto público así como de un aumento de la tasa de interés, buscando “enfriar la economía”. Sus consecuencias se expresarían en las conocidas políticas de “ajuste” con reducción de salarios e incremento de la desocupación implicando la liquidación del “modelo K”. Por otro lado, la patronal industrial representada en la UIA, exige una nueva devaluación que, como es de esperar, asestaría un nuevo golpe al salario permitiendo regenerar el ciclo de altas ganancias, pero desatando una inflación incontrolable, que por otra vía, agudizaría aún más las tendencias al agotamiento del esquema.

Mientras en los “años dorados” de la economía argentina, el salario de los trabajadores no logró recuperar siquiera los niveles reales previos a la crisis, lo cierto es que, ante los primeros síntomas de agotamiento del ciclo, ya ha sido pionero en pagar las consecuencias. Todas las opciones capitalistas le apuntan... al “pato de la boda”.


(1) Según las partidas presupuestadas para el 2008 se calcula que unos 25.000 millones de pesos serán destinados al subsidio del sector privado. “Subsidios poco transparentes”, Christian Gruenberg. Diario Perfil. 23/09/2007.



lunes, 14 de abril de 2008

Keynes, la inflación y los salarios

Esteban Mercatante

Instituto del Pensamiento Socialista

www.ips.org.ar

En los últimos días, la teoría económica de Keynes se ha colado en los debates de coyuntura, a propósito del problema de la inflación y las propuestas de enfriamiento de la economía. En su columna titulada "La ortodoxia se viste de Keynes" publicada el 12/04/08 en Página/12, Alfredo Zaiat dirige sus dardos contra los supuestos keynesianos que frente a la actual coyuntura económica, que muchos definen como de "recalentamiento", recomiendan políticas de enfriamiento. Zaiat les critica que "esos postulados de enfriamiento de la economía implican por el lado del gasto aumentar poco o directamente no subir las jubilaciones como si se trataran de haberes dignos, o disminuir la obra pública en un país cuya infraestructura es todavía deficiente, o bajar los subsidios y, por lo tanto, subir las tarifas [...] Otra medida por el costado de los ingresos sería detener la morosa recuperación del salario real de los trabajadores". Para refutar el supuesto keyenesiamismo de estas propuestas, y mostrar su inspiración ortodoxa, recurre a los aportes de Axel Kicillof, es decir a una visión alternativa a la imperante en los manuales de economía sobre los postulados de Keynes. En el artículo, Kicillof señala que "de esta estirpe son las recomendaciones que ofrecen los presuntos keynesianos cuando, ante el aumento de los precios, diagnostican un exceso de crecimiento del Producto y proponen reducir el consumo, la inversión y (si se los dejara hablar lo suficiente) seguramente también el salario". Kicillof recuerda que Keynes bregaba por "evitar las depresiones y conservarnos de este modo en un cuasi-auge continuo".

Esto último es sin duda cierto. Sin embargo, lo que es bastante dudoso, es que Keynes opinara que este camino no implicara una caída del salario real -aunque no del nominal. En ese sentido, y sin proponérselo, Mario Rapoport es mucho más revelador sobre este punto, en su nota "Volviendo a Keynes y la inflación" publicada en Página/12 el 13/04/08. Recuerda que Keynes sostenía que "una modificación del valor de la moneda, es decir un cambio del nivel de precios, importa a la sociedad en el momento en que su incidencia se manifiesta de manera desigual". Rapoport también nos recuerda que reconociendo que tanto la inflación como la deflación son injustas, Keynes preferiría la primera, mientras que se mantuviera controlada, ya que, destaca Rapoport, mientras "la inflación, aligerando la carga de la deuda pública y estimulando a las empresas, ofrece una ventaja que puede ser puesta de un lado de la balanza, la deflación no aporta ninguna compensación". Acá tenemos esbozado un punto que nos parece muy importante en el enfoque keynesiano. Lamentablemente Rapoport no lo desarrolla, sino que se detiene acá. Nos queda a nosotros entonces ahondar en esta pregunta: ¿en qué consiste el estímulo a las empresas que destacaba Keynes?

Por un lado, está considerando que como las empresas se caracterizan por ser deudoras netas, la inflación tiende a reducir el valor de sus pasivos en relación con el capital total, facilitando su pago y aumentando el valor del patrimonio.

Pero hay otro punto que es crucial en el pensamiento de Keynes, y que en el marco de una situación inflacionaria puede actuar de estímulo a las empresas: que el salario nominal puede no cambiar, o incluso puede subir, mientras que el salario real puede estar cayendo. Keynes destacaba que "Ahora bien, la experiencia diaria nos dice, sin dejar lugar a duda, que lejos de ser mera posibilidad aquella situación en que los trabajadores estipulan (dentro de ciertos limites) un salario nominal y no real, es el caso normal. Si bien los trabajadores, suelen resistirse a una reducción de su salario nominal, no acostumbran abandonar el trabajo cuando suben los precios de las mercancias para asalariados. Se dice algunas veces que sería ilógico por parte de la mano de obra resistir a una rebaja del salario nominal y no a otra del salario real. Por razones que damos más adelante (p.27) , y afortunadamente como veremos después, aunque esto sea lógico o ilógico, es la conducta real de los obreros"1.

Keynes, dentro de lo que podemos llamar la economía apologética del capitalismo, es pionero en comprender el rol que puede jugar el dinero. Los trabajadores, como cualquier agente económico, solamente pueden tener algún tipo de control sobre el valor monetario de sus remuneraciones. Cuánto pueden comprar con eso, depende de la evolución de los precios, algo que no pueden controlar.

Keynes también comprendió, que los salarios no podrían ajustarse automáticamente ante cambios en los precios: como todo contrato, se rediscute dentro de determinados plazos: cada seis meses, anualmente; a veces ni siquiera.

Por último, aunque Keynes no lo consideró, su argumento se ve favorecido por el rol de las burocracias sindicales, que pueden poner límites a las aspiraciones de mejora salarial de los trabajadores, como viene sucediendo en los últimos años en Argentina, con los techos salariales impulsados por el jefe de la CGT, Hugo Moyano, para todos los gremios que le responden.

Keynes argumentaba que la poca flexibilidad de los salarios a la baja cuestionaba la validez de los postulados clásicos2 que suponían un ajuste automático de todos los precios (incluyendo los salarios) frente a los cambios en la demanda. Pero las implicancias que el propio Keynes destaca van más allá: si son inflexibles para bajar, por los mismos motivos lo son también para subir. Recortar el salario es algo que choca con la resistencia de los trabajadores. Pero cuando lo que baja es el salario real por la inflación, sin que varíe el salario nominal, el efecto es mucho más diluido y la respuesta es más tardía. La resistencia a la baja del salario por inflación, sólo puede realizarse a posteriori, cuando el salario real ya ha caído. Por eso Keynes veía que esto podría servir para "estimular a las empresas" que pueden así sostener o incluso aumentar sus ganancias en la marea de la inflación.

Como vimos, Keynes destaca esto como un factor positivo, "afortunado" para la política económica. Esto puede permitir que aunque los salarios nominales aumenten, los salarios reales estén cayendo. Es decir, esto puede permitir hacer bajar el salario de manera indirecta, haciendo variar el salario real sin que cambie el salario nominal. Como muestra el trabajo del investigador del CEDES Nicolás Salvatore "Argentina 2007. Tasa de Inflación" y como desarrollamos en el suplemento EconoCrítica publicado el 10/04/08 junto con el semanario La Verdad Obrera, esto es exactamente lo que ha comenzado a suceder en Argentina: el salario real cae, aunque los trabajadores sigan consiguiendo aumentos nominales. La inflación es más alta que los aumentos salariales, y por eso se los devora.

En una situación como la actual en Argentina, donde el peso está permanente desvalorizándose, o sea compra cada vez menos bienes, es posible lo que en otras circunstancias podría ser más difícil: que los empresarios ganen en el proceso, aumentando sus precios más que los aumentos de salarios y de costos que tienen que soportar3. Como planteamos en EconoCrítica4, las ganancias empresarias se transforman en estas condiciones en un factor inflacionario. Esto, que a Zaiat, siguiendo a Keynes, podría molestarle mucho menos que una política restrictiva o deflacionaria, no es sin embargo alternativa para los trabajadores. Alfredo Zaiat hace apología y oculta que ha sido una decisión del kirchenrismo, con apoyo de Moyano, poner techo del 19% a las subas de salarios. Sólo gracias a los dibujos del Indec que mostró una inflación de 8.5% anual, estos aumentos aparecieron como una mejora del salario real.

Las variantes de mantener en marcha el crecimiento con una inflación controlada o de enfriar la economía, que Zaiat nos presenta como únicas variantes posibles, amenazan por igual los ingresos de los trabajadores, en beneficio de uno u otro sector económico. Lejos de esperar un "derrame" del crecimiento, o moderar expectativas salariales para evitar que se "derrumbe el crecimiento" como pide la presidenta Cristina Fernández, hoy para los trabajadores en fundamental salir a luchar por lo que el fuerte crecimiento de los últimos años les ha venido retaceando: salario igual a la canasta familiar con ajuste automático por la inflación, y fin del trabajo en negro. De lo contrario, se transformarán en la variable de ajuste para seguir sosteniendo un crecimiento "keynesiano".

1Keynes, Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, Fondo de Cultura Económica Editores, México D.F., 1965, p. 20. El destacado es nuestro.

2Para Keynes los clásicos abarcaban desde Smith y Ricardo hasta Alfred Marshall. Ver Kicillof, Fundamentos de la Teoría General, Eudeba, Bs. As. 2008.

3Decimos que hacer esto les sería más difícil en otras condiciones, cuando no hay un proceso crónico de suba de precios, porque con precios estables y en un marco de competencia con otros capitalistas -que en el caso de los oligopolios en siempre relativo- el empresario se condenaría a vender menos. En cambio en el proceso inflacionario, todos los capitalistas se ponen a subir sus precios en previsión de futuros aumentos de sus proveedores, y con la certeza de que sus competidores harán lo mismo.

4 "Los salarios, Marx, Cristina y la lucha de clases", Juan R. González, EconoCrítica Nº 1, suplemen to de La Verdad Obrera Nº 272



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