martes, 23 de abril de 2013

A 5 años del crack de Wall Street ¿lejos del sendero de la gran depresion? no lo parece....

En su último Panorama Económico global, el FMI reprodujo los pronósticos tranquilizadores que suelen caracterizarlo aún en las peores condiciones. El organismo fue uno de los primeros que en 2009 veía “brotes verdes” por todas partes, que al final en el mundo desarrollado dieron lugar a poco más que una estabilización “bonsai” o pigmea en los EE.UU. al tiempo que Europa continuó un deterioro cada vez más peligroso. Si para el resto de la economía mundial logró desacoplarse parcialmente, el resultado estuvo lejos de sus pronósticos optimistas. Ahora el FMI nos presenta nuevamente datos alentadores al menos para la perspectiva inmediata. Si bien este año el crecimiento previsto del producto mundial es de 3,25%, para el año próximo espera que crezca al 4%. Una economía ahora en tres velocidades (y ya no sólo dos) que, aunque con diversos riesgos a la vista, continua un alejamiento paulatino de los eventos catastróficos de 2008. En estas condiciones, aunque en lo inmediato las economías desarrolladas “la política debería utilizar todas las medidas prudentes para sostener una demanda anémica”, el punto crítico de la política fiscal a mediano plazo, es la “consolidación” fiscal a mediano término, aunque para algunos países (como los los EE.UU. y Gran Bretaña) pida un ritmo más lento en el mismo sendero de recortes.



EE.UU., la gran depresión y el desempeño pos Lehman

Sin embargo, resulta difícil sustentar una visión optimista, aún para el corto o mediano plazo. Aunque la situación de los EE.UU. contrasta favorablemente con la de Europa, esto habla más bien de la situación cada vez más sombría en la que se encuentra buena parte de la Unión como producto de las políticas de ajuste, y no de la fortaleza norteamericana. Así lo ponen en evidencia los pronósticos poco alentadores que están surgiendo en los últimos tiempos. J Bradford DeLong, economista neokeynesiano que hace no mucho tiempo mostraba gran confianza en las capacidades de la política fiscal y monetaria para sacar a la economía norteamericana del sendero de la depresión, ajustó en las últimas semanas las perspectivas que había trazado anteriormente. Hasta el momento, venía llamando a la crisis iniciada en 2007 Depresión Menor, señalando así su menor envergadura respecto de la Gran Depresión de los años '30. Pero para Delong esta definición ya no se ajusta a la dinámica que está atravesando la economía norteamericana. Según sus estimaciones, “es casi seguro que las pérdidas [que para el autor totalizarán nada menos que el 60% del PIB de un año] no habrán finalizado para 2017”. Su conclusión es que debe dejar de llamar a la crisis que estamos atravesando “Depresión Menor”: “Sí, su forma es distinta a la de la Gran Depresión pero, hasta ahora por lo menos, no hay motivo para clasificarlo en un nivel inferior en la jerarquía de desastres macreconómicos”.



Tiempos muy austeros

Salir de lo más profundo del pozo no es lo mismo que recuperar dinámica. Las iniciativas desplegadas a lo largo de toda la geografía global ante el crack de 2008 permitieron realizar una contención de daños. Pero por la persistencia de los efectos de los quebrantos privados sobre las economías más ricas, no ocurrió nada parecido a una recuperación vigorosa y sostenida. Los elementos de contención devinieron a su tiempo en eslabones débiles, especialmente en la Unión Europea, y llegó el tiempo de los ajustes fiscales. También en los EE.UU.: la Administración de Barack Obama afronta un déficit muy elevado, pero ha llevado a cabo el mayor ajuste en 30 años: desde el 10% del PIB en 2011 hasta el 8,5% de 2013, y la previsión es que acabe en el 6,5% en 2014. Sin embargo, sería erróneo creer que sólo allí y en los EE.UU. se están produciendo ajustes profundos. En contra de lo que parece, las políticas de contracción fiscal se están dando en casi todo el mundo. El estudio “The Age of Austerity: A review of public expenditures and adjustment measures in 181 countries” estiman que en 2013 119 países ajustarán sus cuentas, y 131 lo harán en 2014. Es decir que las medidas de austeridad afectan hoy a 5.800 millones de personas y afectarán a 6.300 millones en 2015 (el 90% de la población mundial). Las medidas de contracción fiscal más generalizadas han sido la disminución de salarios públicos (en 74 países de bajo ingreso y en 23 de alto), reducción o eliminación de subsidios (en 78 países de bajo ingreso y 22 de alto), incremento de impuestos al consumo (63 de bajo ingreso y 31 de alto), reforma de las pensiones y de los sistema de salud (en 47 de bajo ingreso y 39 de alto), reformas diversas en los sistema de protección social orientadas a limitar su alcance (en 55 países de bajo ingreso y 25 de alto), y flexibilización del mercado de trabajo (según el FMI en 32 países pero según la OIT en 40 países).

En los últimos días ha caído en descrédito un estudio que se transformó rápidamente en un clásico, “Growth in a Time of Debt” de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart (RR de acá en más), publicado en 2009. El mismo “probaba” que un nivel de deuda excesivo se transformaba en un lastre para el crecimiento económico. Para los países que mantenían niveles de deuda superiores al 90% del PIB durante cinco años o más, su crecimiento medio rondaba el -0,1%. Si bien desde el mismo momento de su publicación fue blanco de varias críticas (entre ellas la de una inversión de la causalidad entre crecimiento y deuda), pero la piedra del escándalo fue el descubrimiento de que, sencillamente, los resultados de RR eran el resultado de datos incorrectos. Fue el descubrimiento que hicieron Herndon, Ash & Pollin, según detallan en “Does High Public Debt Consistently Stifle Economic Growth? A Critique of Reinhart and Rogoff”. Analizando las hojas de cálculo usadas por los autores en su libro, comprobaron que los resultados principales surgían de simples errores de cálculo y transcripción. Uno de los más importantes fue la exclusión de lapsos de crecimiento de países (como Nueva Zelanda) con un ratio deuda/pib mayor al 90%.

Sin duda, estos descubrimientos arrastrarán al descrédito a la dupla RR y su trabajo. Sin embargo, no es de prever que eso vaya a torcer significativamente el rumbo de las políticas. La decisión de mantener las cuentas públicas ajustadas responde a presiones muy poderosas, no sólo por parte de instituciones multilaterales, sino especialmente de los grandes bancos y tenedores de títulos de deuda, pero sobre todo a la necesidad de avanzar medidas más de fondo para descargar la crisis sobre los trabajadores y los sectores populares buscando una salida mediante el ajuste.

Esta “era de austeridad” augura la persistencia de un crecimiento anémico. De todos modos, es un error culpar de la persistencia de la crisis a las medidas de recorte del gasto, como hacen distintas vertientes keynesianas, para quienes la iniciativa fiscal tiene capacidad de dar algo más que un alivio momentáneo. Contrario a lo que pregonan estas corrientes, aunque un recorte significativo del gasto en un contexto depresivo puede agravar los problemas, de esto no se deduce que un plan de gasto más ofensivo alcanza para encarar una salida de la crisis. Las “fallas tecnónicas” que recorren a una economía mundial descalabrada por el crack de 2008 no se pueden subsanar a fuerza de gasto público, como si este pudiera sobreponerse a las contradicciones sistémicas.



Un bombeo monetario cada vez menos enérgico

Ante las constricciones de la política fiscal, se expande cada vez más la experimentación con políticas monetarias en una escala sin precedentes en la historia del capitalismo. EE.UU. sigue a toda marcha con su QE3. Japón fue el último en sumarse a esta línea aventurera, en la expectativa de salir definitivamente de las tendencias deflacionarias que aquejan su economía hace décadas. Como señala un artículo reciente, “toneladas de dinero inyectadas en la economía a base de compra de bonos, préstamos baratos y unos tipos de interés por los suelos para reanimar el crédito, el consumo, la actividad. El nivel de estímulos no tiene precedentes, pero los riesgos tampoco”. Como señala otro autor, “desde 2011, poco más o menos, los costes de la flexibilización cuantitativa han comenzado a superar a sus beneficios, sometidos a una disminución de su rendimiento. La flexibilización cuantitativa ha creado una inflación en el precio de los alimentos que es muy perjudicial para los dos mil millones de personas que viven con menos de dos dólares al día […] El aumento del precio del petróleo ha sido muy negativo para la economía estadounidense; la caída del consumo estadounidense en 2011 se debió al aumento del precio de los alimentos y el petróleo”. El ingreso de nuevos países por esta senda de expansión monetaria en la que los EE.UU. fue pionero, podría agravar los problemas. Otro analista plantea sombríamente que “la élite financiera global se ha encontrado ante el dilema: o llevar el mundo por la vía deflacionista-depresiva con la plena bancarrota del sistema financiero, o por el no menos peligroso camino de la hiperinflación con el resultado confiscatorio análogo”. La pérdida de efectividad se hace visible en el hecho de que una escala en aumento de flexibilización cuantitativa produce un resultado cada vez más débil en el terreno del crecimiento, y cada vez mayor en el de los precios.

Que se sumen nuevos países al batallón de los que intentarán la alquimia monetaria, augura que, bajo el rótulo de la “batalla del crecimiento”, se desarrolle en realidad una guerra de monedas, hace años anunciada aunque pospuesta. Una “coordinación” de las principales economías (desarrolladas y “emergentes”) impulsando en simultáneo políticas monetarias ultra-expansivas, podría multiplicar la inestabilidad monetaria y financiera, alimentando aún más burbujas en todo el planeta, y golpeando de coletazo a los países que vienen basando su crecimiento en altos precios de commodities en dólares. Pero además, hace cada vez más difícil que la respuesta coordinada se siga imponiendo por sobre las numerosas líneas de disputa entre los principales imperialismos, y de ellos con varias potencias emergentes. Como señala este estudio, si en el último año se buscó mostrar que la respuesta a la crisis era más integración, con numerosos acuerdos de liberalización del comercio entre distintas regiones del planeta, estos han entrado rápidamente en un estado de empantanamiento.



Los peores fantasmas

Aunque ya varias veces el coro de optimistas (con acompañamiento de algunos “críticos inmanentes”) anunció que “esta vez es diferente”, que el aprendizaje respecto del pasado de crisis alcanzaría para desplegar iniciativas para salir de la crisis y evitar un sendero traumático como el de la Gran Depresión, estamos viendo exactamente lo contrario. En una situación por el momento sin catástrofes pero tampoco de recuperación sólida, con un crecimiento global descomponíendose en tres velocidades, los márgenes para las iniciativas coordinadas se estrechan. Y, ante la dureza de los ataques del capital, en una geografía cada vez más extendida los trabajadores buscan resistir a los ataques, una inesperada “vuelta de la lucha de clases”.

Este sistema ha mostrado, y vuelve a mostrar en la crisis histórica actual, una gran capacidad de “destrucción” que sólo en las mentes de los apologistas de este sistema de explotación puede seguir presentándose como “creativa”. Para los trabajadores de todo el mundo, es urgente mostrar su creatividad en desarrollar una alternativa. Lejos de un paulatino alivio de la situación, los principales choques (“crisis, guerras y revoluciones” como diría Lenin) están ante nosotros. Para eso debemos prepararnos los revolucionarios.


jueves, 4 de abril de 2013

Un crimen social que es resultado del lucro con la tierra



La catástrofe generada por la tormenta que arrasó toda la provincia de Buenos Aires, con los peores efectos en La Plata y la CABA, sumando al menos 56 muertos y por el momento decenas de desaparecidos, puso de relieve toda la desidia con la cual los gobiernos de todos los niveles encaran la necesaria prevención ante los efectos de los sucesos naturales que –aunque muy graves- están dentro de lo previsible y cuyos efectos fatales podrían haberse mitigado de forma muy significativa.
Se afirma, con razón, sobre la negligencia criminal en las iniciativas de prevención, el diseño de planes de acción ante las emergencias, y la negligencia en la implementación de las obras anti-inundación. En el caso de la ciudad de Buenos Aires, si bien había cuatro obras en marcha, tres estaban paralizadas. En agosto de 2012 el auditor general Eduardo Epszteyn señalaba el masivo recorte del presupuesto para obras de infraestructura pluvial: "El gobierno porteño presentó para 2013 un presupuesto de solo 26 millones de pesos para nuevas obras de infraestructura de la red pluvial contra los 294 millones de este año", decía su informe. Aunque del monto presupuestado en 2012 fue recortado hasta quedar en sólo $50 millones, de los cuales finalmente se ejecutó sólo el 23,7% según la consultora EGES, es decir $11,8 millones.Las obras de la cuenca de los arroyos Ochoa y Elia, la cuenca del arroyo Erézcano y la cuenca de los arroyos Vega y Medrano no registraron ejecución. Según Epszteyn aunque nuevamente se incluyó el plan de obras para lo cual mandaron una nueva ley de endeudamiento a la Legislatura “se perdió mucho tiempo y ahora hay que empezar de cero". Aunque entre el gobierno de la ciudad y el de la Nación se pasen la pelota de la responsabilidad en habilitar en el endeudamiento para las obras, en ambos planos se puso de relieve una negligencia criminal. En el terreno de la prevención más inmediata, tampoco se pusieron en marcha medidas elementales. “En otoño las hojas caen de los árboles y ante una alerta así tendrían que haber mantenido limpio todo. No se hizo de manera suficiente y eso contribuyó para que las zonas no inundables, se inunden”.

Pero la negligencia en las elementales medidas de prevención y la falta de ejecución de obras nos hablan apenas de una dimensión de las acciones públicas que crearon las condiciones para el salvaje crimen social que golpeó sobre los sectores populares. Hay otra faceta aún más siniestra, que nos habla no sólo de pasividad y desidia, sino de un rol activo en agravar los daños que crean las lluvias. Nos referimos a los efectos producidos por el desarrollo explosivo del negocio inmobiliario, que en las últimas décadas vio multiplicar su influencia en la articulación general del desarrollo urbano, enteramente orientado a posibilitar la maximización de la renta del suelo por parte de los grandes desarrolladores inmobiliarios. Ya nos hemos referido a la cuestión en este blog cuando ocurrió la masacre del Indoamericano, poniendo de relieve el sesgo antiobrero y anti-pobres que confirió a la construcción de viviendas de la ciudad, empujando a los sectores de menores recursos a los márgenes de la ciudad. La especulación inmobiliaria que produjo este desplazamiento, es la misma que, como producto de las modificaciones en los criterios de zonificación y la derogación de las restricciones para la construcción en altura, realizadas retaceando intencionalmente cualquier evaluación de los impactos, tiendió por eso a crear nuevas zonas inundables y agravar los efectos en los que ya lo eran.
En Buenos Aires, esta reorganización de la geografía metropolitana significó el taponamiento de desagües naturales como son los arroyos, debido a que los cimientos profundos generan diques que comprometen la circulación de las aguas hacia el río, produciendo ascensos de la napa y empeorando las inundaciones. A la par que se creaba este problema, no se producía ninguna compensación en la infraestructura fuera de promesas de obras que se vienen proyectando con ritmo cansino, como si las lluvias no vinieran creando flagelos hace varios años. También significó la destrucción de espacios verdes, lo que significa una menor absorción de aguas por parte de los árboles y suelos con vegetación, que juegan el rol de absorber grandes cantidades de agua que liberan a los ríos, arroyos y a la atmósfera, disminuyendo así el riesgo de inundaciones de forma significativa. En el caso de la ciudad de La Plata, la autopista que la conecta con CABA es definida por varios expertos –por el modo en que fue construida- como una especie de dique que impide el desagüe de las lluvias. El geógrafo Héctor Zajac señala que en “el caso de los countries, la situación fue similar, pero con el agravante que las urbanizaciones ocurrieron directamente sobre espacios verdes de alto valor regulador del ciclo del agua como humedales del Delta o bosques de la zona sur”. En lo que respecta a muchos barrios privados, su construcción tendió a agravar los problemas de inundaciones en las zonas aledañas a los mismos, en muchos casos constituidas por barriadas pobres y altamente precarias.
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Esto se agrava por el impacto que tiene sobre el conjunto de las regiones pampeana y mesopotámica la ampliación de la frontera agropecuaria, que se dio de la mano de desmontes de millones de hectáreas de bosques, lo cual potenció los efectos de las lluvias. En la escala regional al igual que la urbana, el uso de la tierra en función de la apropiación de la renta choca con las necesidades fundamentales del pueblo trabajador, pato de la boda de los negocios capitalistas.
Por eso, se crea la necesidad de nuevas obras, que nunca alcanzan para resolver el “eterno” problema de las lluvias. Un problema que sólo es eterno porque el capital lo recrea una y otra vez por las condiciones que impone la búsqueda de la ganancia al desarrollo urbano. Y que permite, de paso acrecentar con las obras anti-inundación el negocio de los contratistas del Estado, cuyos adjudicatarios están en muchas ocasiones asociados a los desarrolladores de los proyectos edilicios que generaron el problema en primera instancia. Y que no pierden con el ritmo tortuoso con el que avanzan los proyectos, sino que pueden incluyo sacar un mayor lucro por ello.
Con el crecimiento de la urbanización en las condiciones que reseñamos, se produce como resultado que serían necesarias obras cada vez más complejas y costosas –que nunca se terminan de concretar- para contrarrestar los efectos de un modelo de este modelo de urbanización, que tiene sus eslabones débiles en los sectores más pobres, los primeros afectados por las inundaciones a causa de las viviendas precarias y también por encontrarse –en muchos casos- en los puntos más sensibles donde se concentran las consecuencias de la desidia en la planificación, (mucho más celosa por evitar que sean afectados los propietarios más ricos) como muestra gráficamente el caso del barrio Mitre, perjudicado por la construcción del Shopping Dot. Y cuyos únicos beneficiarios son los participantes de los distintos eslabones del negocio inmobiliario, y los propietarios de las zonas más ricas que ven cómo sus propiedades elevan su valor… al menos hasta que caen ellos mismos víctimas de las inundaciones. Antonio Elio Brailovsky plantea con razón que “Los desastres naturales no existen. El desastre es la expresión social de un fenómeno natural [...] Detrás del loteo inescrupuloso han venido las obras salvadoras, cuya contribución a la solución de los problemas siempre fue menor de lo esperado. Sin embargo, siempre se pidió y prometió la solución definitiva de las inundaciones urbanas, sin preguntar si esa solución era técnicamente factible y, además, si la podríamos pagar” (Buenos Aires, ciudad inundable. Por qué está condenada a un desastre permanente). Todas las instancias de gobierno mostraron una negligencia criminal para llevar adelante las obras prometidas, pero esto no asegura que ante la magnitud de los problemas creados por el negocio inmobiliario descontrolado, que se agravan de forma permanente, estos proyectos podrían resolverlos.
Por la omisión y la acción, pública y privada, que de forma concatenada contribuyen a que las copiosas lluvias se transformen en catástrofes, es que no puede menos que hablarse de otro crimen social, de magnitud criminal equivalente a los sucesos de Once, de Crogmañon, o de aquella otra inundación devastadora ocurrida en Rosario en el año 2003.
Los gobierno nacional, porteño y bonaerense, se pasan la pelota unos a otros, evitando cargar con la responsabilidad de lo ocurrido. Todos ellos, así como el negocio de la tierra que está en la raíz de los efectos cada vez más graves que ocasionan las tormentas, tienen responsabilidad compartida en este crimen. Mientras organizamos la solidaridad con los miles de víctimas que causó este accionar criminal al pueblo trabajador –aparte de los ya más de 50 muertos-, y mientras exigimos que los distintos niveles gubernamentales y los más ricos pongan los fondos para resarcir los daños generados, debemos tener presente que bajo este sistema social no hay prevención que alcance.
El capitalismo es una “organización ilícita” que tiene preparados más brutales padecimientos al pueblo trabajador, que se suman a la opresión y explotación cotidianas a las que nos somete el capitalismo. Sólo podemos cortar de raíz con las causas de estos crímenes sociales si expropiamos a los expropiadores capitalistas, si barremos con las instituciones de este Estado administrado por una casta de funcionarios bien pagos que sólo se preocupan por garantizar el enriquecimiento de los empresarios, y reorganizamos el conjunto de la producción en función de las necesidades de los trabajadores y el pueblo pobre.