jueves, 27 de febrero de 2014

lunes, 10 de febrero de 2014

Otra crisis del capitalismo dependiente argentino

En las últimas semanas venimos analizando el giro marcado del gobierno de Cristinta Fernandez, que viene de imponer el mayor ajuste cambiario desde 2002. Sólo en enero la depreciación del peso en relación al dólar fue superior al 20%. En este posteo, largo, nos vamos un poco de la coyuntura profundizar desde el análisis marxista de los determinantes del funcionamiento de la economía argentina, cómo este giro es el resultado de las contradicciones de este proceso. Y signan, de forma irreversible, la entrada en una nueva dinámica, con varios elementos de desarrollo aún abierto. Debe leerse, entonces, como un complemento de los textos que vienen abordando lo que acá se considera sólo tangencialmente.

Introducción
Para buena parte de la oposición política patronal, así como para los economistas y consultores económico/financieros, la situación que estamos atravesando es el resultado de una “mala praxis” del gobierno, por una política laxa de gasto público y expansión monetaria sostenida durante años y que habría empujado la inflación, la fuga de capitales e incentivado la dolarización de los ahorros. Muchos lamentan la “oportunidad perdida” de la década, ya que con los fuertes superávits comerciales gracias a la demanda china y la soja cotizando altísimo, de todos modos reemergieron desde 2011 problemas crónicos que afectaron el crecimiento de la economía argentina en otros momentos históricos. Todo esto, afirman varios, podría haberse evitado con políticas más consistentes que hubieran canalizado los excedentes hacia un desarrollo de largo plazo.
Desde las veredas oficiales no se archivó el discurso de la década ganada, aunque algunos admiten que existen problemas porque, parafraseando, “en diez años no se puede hacer todo”. Quedaría pendiente que el “modelo de desarrollo con inclusión social” avance en la sustitución de importaciones, el desarrollo de numerosas industrias de componentes, para aliviar el problema de los dólares. Pero no estas serían señales de transformaciones por hacer, y una muestra patente de límites del “modelo”.
Ambas visiones nos parecen equivocadas. La crisis no surge de una “mala praxis” oficial; buena parte de lo que la oposición patronal define como “mala praxis” fueron medidas de gobiernos que, pos 2001 y con una clase obrera en fuerte recomposición social, tuvieron que tomar nota de una relación de fuerzas para compatibilizar la defensa de los intereses capitalistas con algunas medidas de contención hacia la clase obrera y los sectores populares. Así, la “urgencia” se impuso sobre los planes más estratégicos porque ante todo estaba el restablecimiento del orden, la “pasivización” de los sectores obreros y populares a través de políticas de conciliación de clase. Por otra parte, hace años nos deslizamos hacia un fin de época porque la entelequia de esta conciliación sólo es posible bajo ciertas condiciones muy específicas, de “holgura” económica, como las que había creado el mega ajuste de 2002 que se dio de la mano de la devaluación que puso fin a la convertibilidad. Hoy, doce años después de la gran crisis (que también fue doce años después de otra gran crisis, para delicias de los buscadores de ciclos de regularidad perfecta) el capitalismo argentino pone en evidencia que el combustible que lo mueve son los recurrentes ajustes a los sectores populares. Es eso lo que está marcha, y sólo eso puede relanzar la economía nacional en términos capitalistas.
Pero vayamos por partes. Lo expuesto en el párrafo previo son las conclusiones que surgen del análisis de qué es la formación económico-social argentina y cuáles son las determinaciones de la acumulación de capital en el país. Mediante ese análisis podremos comprobar que esta crisis no surge de la nada, sino que es consecuencia de las condiciones que determinan de la economía capitalista argentina, y que sólo un trastocamiento profundo de las bases de esta sociedad puede evitar la catástrofe que la burguesía se prepara para volver a descargar sobre nuestras cabezas.


La gravitación del tipo de cambio en la acumulación de capital en la Argentina
El ministro de economía Axel Kicillof volvió en una entrevista reciente a un tema muy trillado: la supuesta “mentalidad” que inclinaría a los argentinos hacia el dólar. Pero no se puede reducir la cuestión a un caso para diván colectivo. La “cuestión” del dólar es una consecuencia de la gravitación que tiene el tipo de cambio para la acumulación capitalista en el país. Y está lejos de ser un problema meramente argentino, aunque sin duda la historia de crisis nacionales -y los modos en que estas se “resolvieron”- genera reflejos que no se observan en otras latitudes, al menos en la misma medida.
¿De dónde surge la gravitación del tipo de cambio? Pues de las condiciones de productividad media de la economía nacional en relación a los niveles medios imperantes a nivel internacional. Los capitales que se valorizan en el espacio económico nacional exhiben una productividad del trabajo menor a los promedios internacionales, con excepción del agro y otras pocas ramas que cuentan con ventajas específicas. Esta brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías. Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto que en otros país, lo que significa que su operación no sería posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara plenamente en términos de valor internacional. ¿Qué implicancias tiene esto? Pues que para una fracción considerable de los capitales que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo de cambio. El tipo de cambio depreciado, es decir una variación en la cotización de la moneda nacional en relación a las monedas que operan como reservas de valor internacionalmente, particularmente el dólar, significa que cada hora de trabajo nacional se va expresar sólo como una fracción de la misma a nivel internacional. Esto permite que los sectores que producen con costos mayores que los que imperan a nivel internacional en la rama en cuestión, tengan precios internacionales equivalentes a los de sus competidores que otros países que producen con técnicas más elevadas, es decir que gana la llamada competitividad. Esto puede permitir en algunos casos el desarrollo de exportaciones manufactureras, pero sobre todo preserva el mercado nacional para empresas de capital local, a costa de reducir los términos de intercambio nacionales. El correlato es la depresión del salario medido en dólares, lo cual significa en términos reales una pérdida de poder adquisitivo para la fuerza de trabajo.(aunque quizás no en la misma proporción de la depreciación cambiaria). La competitividad del capital se logra reduciendo la participación de la fuerza de trabajo en el valor generado, es decir con un aumento de la tasa de explotación.
Esto explica la tendencia recurrente en numerosas economías de desarrollo medio a depreciar del tipo de cambio. Podría parecer que el tipo de cambio es como una varita mágica que compensa las desventajas de productividad. Ciertamente los teóricos como los neoestructuralistas (Frenkel, en cierta medida también Ferrer aunque no es de esta corriente), que consideran la política cambiaria de este tipo un pilar para el desarrollo, así lo creen. También los industriales comparten unánimemente esta inclinación. Pero ocurre que no es tan sencillo.


El dólar “caro” y sus contradicciones
El tipo de cambio depreciado tiene consecuencias que conspiran contra la inversión en medios de producción, que en muchos casos deben importarse en un país como la Argentina. Es que como dijimos, con la depreciación del tipo de cambio, la economía argentina reduce sus términos de intercambio. Esto puede hacer más competitivas y por lo tanto más rentables determinadas producciones manufactureras con la capacidad ya instalada, pero al mismo tiempo, como se puede adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio, disminuir la rentabilidad esperada de nuevas inversiones en las mismas ramas beneficiadas por la depreciación al encarecer el costo de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados. Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables producidos para la exportación o para el mercado interno, en principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada de nuevas inversiones. Estamos ante una contradicción real: como los medios de producción importados tienen una gravitación muy importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras economías) el ritmo de innovación tecnológica, las condiciones que favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo tiempo a restringir las posibilidades de su desarrollo productivo. La brecha de productividad que la depreciación cambiaria se propone compensar, tiende así a preservarse e incluso agrandarse con el paso del tiempo. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las inversiones de mayor envergadura.
Pero además de este resultado de mediano plazo (que refuta la capacidad del tipo de cambio depreciado para dinamizar el desarrollo a mediano plazo) un aspecto más crítico es la dinámica inflacionaria que puede desatar la devaluación, que es lo que estamos presenciando hace años en la argentina. Como planteamos en otro trabajo (ver “La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”), “el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de cambio depreciado. Los capitales que radicados en áreas de bienes y servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe también de salarios. Estos ajustes tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el tipo de cambio depreciado. Esto ha sido conceptualizados con el término “pass through”, que mide en qué medida los ajustes de precios disparados por una devaluación limitan la proporción en la que la modificación en el tipo de cambio nominal se traduce en una del tipo de cambio real. Esto ocurrió con posterioridad a 2002 en el país. Pero con cierto efecto retardado, ya que en ese año la profunda recesión que se extendió entre 1998 y 2001 permitió facilitó la transferencia de costos, tanto a los sectores capitalistas productores de bienes y servicios no transables soportaron una reducción de sus márgenes por la modificación cambiaria como -sobre todo- a la clase trabajadora, que en las condiciones de extremo desempleo no pudo evitar que la devaluación de 2002 diera lugar a un mazazo al salario. Medido en dólares, el costo salarial cayó un 60% producto de la devaluación, mientras que el salario real, es decir el poder adquisitivo del salario (por el encarecimiento de los precios atados al dólar, como muchos los alimentos, que se dio en ese momento) cayó casi un 30%. Este mazazo fue clave en las altas ganancias de los años siguientes, que motorizaron el crecimiento industrial y una moderada recuperación de la inversión. Gracias a esto, el impacto de la devaluación generó durante 2002 un aumento de los precios de 31%, un pass through limitado si consideramos que la devaluación llevó el tipo de cambio de 1 a más de 4 pesos por dólar, para estabilizarse posteriormente alrededor de 3 pesos por dólar. Sin embargo, el cambio en las condiciones económicas no podía más que disparar nuevos ajustes. La magnitud de la devaluación permitió que en un comienzo estos ajustes no crearan mayores tensiones, ya que, como analizan Daniel Heymann y Adrián Ramos la “configuración de los precios relativos surgidos de la crisis, con un muy alto tipo de cambio real y salarios reales bajos, dejó mucho espacio para una recuperación del poder de compra en dólares de los precios y salarios domésticos”(“Una transición incompleta. Inflación y políticas macroeconómicas en la Argentina post-convertibilidad”, Revista de Economía Política de Buenos Aires, Año 4, Vols 7 y 8, Bs. As., 2010). Según estos autores, a partir de 2005 empezarían a manifestarse los límites de este espacio.
Esta dimensión estructural de la inflación nos remite entonces de forma insoslayable al corazón del “modelo”. El mega-ajuste de 2002 y las condiciones de extraordinaria rentabilidad que esta produjo para buena parte de la burguesía tenían rasgos de expecionalidad, no crearon una situación estable. Los intentos de los sectores (más o menos) perjudicados por recuperar sus márgenes empezaron a disparar ajustes sucesivos que externalizan una disputa por el excedente social entre los sectores capitalistas. Como no podía ser de otro modo, en estas condiciones también los asalariados fueron obligados a exigir aumentos de salarios nominales, a riesgo de ver sus ingresos aún más erosionados de lo que ya lo habían sido con la devaluación si no lo hacían. Si en 2002, ningún sector de la clase trabajadora -golpeada por una desocupación masiva- pudo oponer resistencia al saqueo al salario que significó la devaluación, que contó con el cerrado apoyo de la burocracia sindical moyanista. La recomposición social de la clase trabajadora que trajo aparejada la fuerte recuperación con tasas “chinas” de crecimiento económico creo mejores condiciones desde 2004 para pelear por la recuperación del terreno perdido. Por eso ante esta escalada de los precios a partir de 2005 y 2006, se profundizan las presiones para recuperar los ingresos y evitar que la incipiente inflación los siga erosionando.
La escalada inflacionaria no es otra cosa que una expresión del carácter atrasado y dependiente de la economía nacional, que transforma al tipo de cambio depreciado en una necesidad que no puede sostenerse en el tiempo, que crea tensiones entre las fracciones capitalistas que se expresan en ajustes sucesivos de los precios relativos. Los capitalistas buscan culpar a los aumentos de salarios de las subas de precios, y cualquier concesión en este terreno es un argumento para volver a remarcar. Pero en realidad los reclamos por aumentos de salarios en la mayoría de los casos no hicieron más que intentar una recuperación de los ingresos ante la permanente licuación que ocasiona el accionar empresario remarcando precios -en los marcos permisivos de una política económica cuyos “controles” de precios no han contribuido en nada a limitar la inflación.
Las contradicciones de la devaluación, así como el peso preponderante del capital extranjero en los pricipales sectores de la economía argentina con las consecuencias que esto conllleva (ver “Los contornos de la dependencia”, IdIz nº 3), así como el carácter particularmente rapaz de los principales sectores de la burguesía “nacional”, explica que el período de condiciones más favorables en los últimos 60 años para la acumulación capitalista en el país, no dinamizara las tasas de inversión. Los principales grupos capitalistas aprovecharon de forma “extensiva” los beneficios de la devaluación, es decir sacando el mayor aprovechamiento de los recursos instalados para realizar una buena masa de ganancias, lo cual empujó un crecimiento a tasas “chinas” pero no sostenible a mediano plazo.


Agotamiento del "modelo" y fin de ciclo
El llamado “modelo” fue la herencia del ajuste múltiple que ocurrió en 2002, que empalmó con un ciclo alcista en la demanda y los precios de exportación de granos que, con altibajos, se mantiene hasta hoy. El ajuste múltiple fue un resultado de la devaluación. Al mismo tiempo esta hizo caer el gasto público (que cayó en 2002 un 5% en términos nominales pero 37% en términos reales), abarató el salario, lo cual bajó el costo salarial en casi un 60% y mejoró la rentabilidad empresaria; por último el dólar caro contribuyó a mejorar las condiciones para la exportación, y actuando como límite para las importaciones.
Pero la dinámica contradictoria que desató la devaluación, ha alterado esta situación. A pesar de que en numerosos sectores el empresariado logró preservar el costo salarial por debajo de los niveles de 2001 gracias a fuertes aumentos de productividad que no tuvieron correlato en las remuneraciones (el costo salarial está hoy aproximadamente en un 85% del nivel pre devaluación), las presiones para contener los aumentos salariales, o para arrancar al Estado subsidios para compensar parcialmente los aducidos aumentos de costos tuvieron como efecto crear una presión muy fuerte hacia el aumento del gasto público. Como efecto de las tendencias alcistas de los precios, los subsidios al capital y las mayores exigencias de la deuda, a partir de 2007 el esquema económico empieza a entrar en una nueva dinámica donde el gobierno nacional intenta conjurar, recursos públicos mediante, el creciente agotamiento. Con los subsidios el gobierno “internalizó” una presión al aumento del gasto público, que se volvió casi forzosa. En vez de contener las contradicciones las absorbió bajo esta forma. En 2007 los subsidios fueron de 14.600 millones de pesos, en 2014 serían de $ 140.000 millones. Como consecuencia de esto, el abundante superávit fiscal se transformó en déficit, luego del pago de deuda, a partir de 2009, lo cual empujó a buscar mayores fuentes de financiamiento, a través de la ANSES y posteriormente del Banco Central. Junto con esto comienzan desde 2006, y más decididamente en 2007, los techos al salario. El pivote que dio aire para administrar los crecientes síntomas de agotamiento, y que ayudado por condiciones internacionales favorables dio margen para administrar las contradicciones crecientes durante varios años fue la persistencia del saldo externo favorable. Sin embargo, esto empezó a cambiar y en 2011 empezó a volverse crítico: reapareció el fantasma de la restricción externa, que durante los mejores años kirchneristas muchos consideraron un problema del pasado que la modernizada economía argentina no volvería a sufrir. Durante toda la década el kirchnerismo convivió alegremente con todas estas gangrenas permitiendo que se desarrollaran. Las alarmas sonaron en 2011 sólo porque los dólares de la soja (y otros granos) ya no alcanzaban para sostener el déficit industrial, el déficit energético, los pagos de la deuda, las remesas de capitales y la lisa y llana fuga de dólares. Ese año fue el primero de la década kirchnerista donde el año concluyó con una caída en las reservas en manos del Banco Central.
Si desde sus orígenes el kirchnerismo se caracterizó por una apuesta a utilizar los recursos del Estado para distender las relaciones entre las clases, impulsando algunas mejoras de ingresos (en relación al piso que habían alcanzado en 2002, pero sin acercarse ni de lejos a los niveles históricos en el caso se los salarios, ver acá) con la emergencia de la restricción externa empezó su política adquirió de conjunto un sesgo contrario, el del ajuste. Los techos al salario, la reticencia a cualquier cambio impositivo que llevó a agravar la carga del impuesto a las ganancias sobre los asalariados, y las medidas aplicadas para preservar los dólares frenando las importaciones, fueron todas en ese sentido. Con la devaluación acelerada se busca dar un paso más firme en este mismo sentido, aunque creando nuevas contradicciones por la misma dinámica que describimos más arriba. La suerte del “modelo” está íntimamente atada a lo que ocurra con los salarios. El “modelo”, que durante años ilusionó con una conciliación entre las clases como vía para sostener un capitalismo “en serio”, supuestamente muy distinto al “anarcocapitalismo” neoliberal, no puede más que intentar regenerarse volviendo a arrastrarnos por el camino del ajuste, aunque ahora se le diga “heterodoxo”. 
La situación, muy distinta que en 2002, encuentra a la clase obrera mejor posicionada para enfrentar el peso del ajuste. Pero es necesaria una política decidida que no va a salir de ningún sector de las conducciones sindicales burocráticas. Más que nunca es urgente para la izquierda clasista la pelea por conquistar los sindicatos y expulsar a la burocracia. Y, ante la urgente necesidad de dar respuesta a los ataques que se vienen, la necesidad de un Encuentro Nacional de todo el movimiento obrero combativo y antiburocrático que levante un programa de medidas urgentes y exija la apertura inmediata de paritarias libres, sin techo y con cláusulas gatillo contra la inflación. 



NOTA: Acá retomamos lo elaborado en otros artículos. Algunas lecturas útiles para profundizar son:

La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista


Las raíces de la inflación en la Argentina. Un análisis desde el marxismo


viernes, 7 de febrero de 2014

Afloja (por ahora) la corrida, sigue el ajuste


Gaston Ramírez y Esteban Mercatante
Luego de las dos semanas cargadas de tensión que siguieron al salto en la devaluación del peso, la situación parecería entrar en un remanso, al menos para las semanas que restan de Febrero. El dólar cierra la semana con una cotización oficial por debajo de los 8 pesos, y en caída. Y el dólar blue también cae, aproximándose a cerrar el día a alrededor de $12,25. Esto es el resultado de una entrada de dólares por parte de los bancos, que podría llegar a sumar u$s 1.000 millones en las próximas semanas. Según volvía a anunciar ayer Capitanich, el gobierno habría conseguido finalmente un acuerdo con las cerealeras para que liquiden $2.000 millones este mes. El Banco Central (BCRA) lograría una especie de “puente” hasta la liquidación de la cosecha entre marzo y mayo.

Se trata de un alivio conseguido con algunos ardides, y mucho de enfriamiento en la economía. Aquel enfriamiento por el que tanto se denostaba a los exponentes de la oposición patronal y a think tank empresarios, y ahora el jefe del BCRA Juan Carlos Fábrega para cortar la demanda de dólares secando la plaza de pesos. Veamos más en detalle.

A poco de la fuerte devaluación del 23 de enero, el gobierno, que esperaba una entrada de dólares por venta de granos, empezó rápidamente a notar con alarma el incumplimiento del compromiso no escrito del agropower de ingresar dólares cuando el gobierno hiciera su parte, es decir darles valor del dólar que asegurara un buen negocio. Cuando empiezan a verse los costos de la devaluación sobre el bolsillo, el gobierno nacional le intenta hacer el ole a los costos políticos. Parecería que fue algo que “se nos cayó encima” , o que impusieron los especuladores. Pero en realidad, empujado por las circunstancias, el gobierno aceleró la depreciación del peso apuntando siempre a un valor del dólar que pudiera impulsar a quienes tienen fuerte capacidad para obtener dólares frescos, los productores sojeros, a vender sus tenencias de granos. Como a pesar de haber hecho el trabajo sucio, el gobierno no logró la entrada de estos dólares, en las últimas semanas aplicó una presión in crescendo para persuadir a estos voraces empresarios de las virtudes del negocio que el nuevo valor del dólar les servía en bandeja, y los costos que podría acarrear no aprovecharlo rápido.

Lo primero fue cortar las líneas de crédito del Banco Nación, iniciativa tomada a instancias del jefe del BCRA. Resulta que, después de meses, se dieron cuenta de que muchos de los préstamos personales que otorgaba la entidad eran destinados a la compra de dólares en el mercado paralelo. Es decir, un negocio redondo con las tasas subsidiadas. Más vale tarde que nunca, podría decir alguno. Pero en el interín fondearon ampliamente a los que calentaron el mercado cambiario y alimentaron la gangrena de reservas.

Al mismo tiempo, el BCRA subió la tasa de interés al 30% a través de la licitación de Lebacs con la absorción de 21.000 millones de pesos de base monetaria de los cuales 16.000 eran billetes y monedas en circulación. Así comienza a quitar una importante masa de pesos que presionaba sobre el valor del dólar al tener en la divisa una fuente de ahorro seguro y rentable frente a la persistente suba de precios. Esta medida presiona a los bancos a plantarse en los depósitos y contribuyó a encarecer los créditos, así como el financiamiento con tarjeta. Enfriamiento liso y llano.

Pero la especulación es una Hidra con múltiples cabezas. Los sojeros no sólo eran parte de los que se fondeaban a tasa subsidiada para aguantar la exportación. También ganaban tiempo con los contratos a futuros, que los cubrían ante eventualidades y sacaban la urgencia de vender cuando todavía se esperan mayores movimientos monetarios. El Comunicado A 5536 apunta a cortar esta otra cabeza. La resolución del BCRA reflotó una norma de 2005 que limita al 30% el patrimonio de tenencias en divisa que puede tener cada entidad financiera y al 10% adicional para los contratos de futuros. Esto obliga a los bancos a vender tenencias en dólares, por un valor que podría alcanzar los u$s 4.000 mil millones en los próximos meses. Una suma nada despreciable de dólares en manos de los bancos que refleja el negociado que venían haciendo, en especial desde que el BCRA comenzara a devaluar en cuotas desde noviembre del año pasado, y todo esto bajo la tutela del mismo BCRA.

Con los primeros impactos de esta movida, la entidad bancaria logró bajar el valor del dólar mayoristas bajó tres centavos a $ 7,88, minorista bajó más de 12 centavos en el mismo período y quedó en $ 7,89, el blue: perdió 20 centavos y se ofreció a $ 12,35 y el valor futuro del dólar se derrumbó 35 centavos a $ 11,50 y los contratos de dólar futuro perdieron hasta 25. Acá se trata de un “ardid”, un intento de sustituir los dólares frescos que podrían traer los sojeros por una movilización forzada, en el mercado cambiario, de dólares que ya eran parte de las reservas brutas del BCRA, y por lo tanto no mejoran su posición financiera. El ardid apunta además a convencer a los acopiadores de que están perdiendo tiempo precioso sin liquidar a los buenos precios actuales. Curiosamente, los sacudones en los movimientos de capitales globales, que ponen un manto de incertidumbre sobre los precios de los commodities, hoy podrían ayudar al gobierno, ya que podrían operar como impulso a los exportadores para liquidar antes de que se produzca un cambio importante (esto, obviamente, en tanto la situación no vaya hacia un desplome). Lo que es de notar es que de sopetón, esta medida apunta a compensar (pero no a revertir) algunos de los formidables efectos que tuvo la devaluación para los bancos, al valorizar su patrimonio por sus posiciones en moneda extranjera. También envía un mensaje ambivalente sobre el futuro, ya que, como señalaba un consultor “Básicamente le está diciendo a los bancos 'no quiero que ganen plata si yo devalúo'. Implícitamente, lo que está diciendo es que no va a controlar el ritmo de devaluación. Lo que está impidiendo es que apuesten”.

De esta forma, de contragolpe y a tientas, se van cortando una tras otra las cabezas de la Hidra, pero corriendo tan detrás de los acontecimientos con una parsimonia tal que tan pronto como lo hace se regeneran. Los “especuladores” denunciados en los discursos, como los bancos, obtuvieron una formidable ganancia por una medida básica que recién ahora se buscará revertir. Los sojeros fueron directamente financiados, lo mismo que los participantes del mercado blue, para operar por la devaluación. El gobierno les regaló un negocio en bandeja, sólo para intentar ahora volver sus pasos en algunas de las consecuencias más obsenas.

Como lo indica el mito, una Hidra no se mata cortando una tras otra sus cabezas. Sólo un golpe certero y contundente puede liquidarlas. Nacionalizar la banca, creando una banca estatal única, establecer un monopolio del comercio exterior para cortar las maniobras de las grandes cereales y las otras grandes empresas que lucran con los movimientos cambiarios, declarar el no pago de la deuda externa para cortar la sangría de dólares. Estas medidas elementales no pueden esperarse de este gobierno (que aunque ahora dejó circular entre su flanco izquierdo otra vez la amenaza de crear una Junta de granos, mostró una y otra vez que las corporaciones del “agropower” son socios predilectos), que aunque algunos progres intentaron presentar como un boxeador en pugilato con los especuladores, buscó desde la asunción del nuevo elenco ministerial rearmar el esquema económico para satisfacer las expectativas de todos lo que apostaban a la devaluación, cargando sus costos sobre los asalariados. Hoy la única ancla para garantizar el triunfo del ajuste en marcha es que los trabajadores reciban el golpe devaluatorio sobre sus salarios. Por eso en los últimos discursos de Cristina Fernández volvió el ataque a los reclamos salariales. Sólo si la clase trabajadora presenta una salida alternativa al ajustazo en marcha y levanta un programa de emergencia, empezando por pelear por paritarias libres ahora, sin techos y con cláusulas “gatillo” para preservarse de la inflación, por imponer medidas contra la precariedad laboral, un ingreso para todos los trabajdores acorde a la canasta familiar, y una verdadera recomposición de ingresos para los jubilados (para los que el 11,31% es una burla), muestra su propia iniciativa para controlar verdadamente todos los precios y pelea por imponer el conjunto de las medidas elementales que proponemos más arriba, podrá evitar ser el pato de la boda como pretenden todas las fracciones de la burguesía argentina.

jueves, 6 de febrero de 2014

Una respuesta obrera contra la inflación galopante

La Verdad Obrera Nº 556

Reproducimos el artículo publicado hoy en La verdad obrera nº 556.



Según estimaciones privadas, el mes de enero cerró con un aumento de 4% en alimentos, bebidas, y artículos de higiene. A un mes de concretado el acuerdo de “Precios cuidados”, los precios no sólo no se frenan sino que aceleran la tasa de aumento, que sería del doble que el mismo mes del año anterior, cuando no regía ningún acuerdo. Y todo esto a pesar de que los “Precios cuidados” legalizaban importantes aumentos respecto de los precios que los empresarios habían negociado previamente con Guillermo Moreno.
Todo esto cuando apenas empezaron a sentirse algunos efectos de la fuerte devaluación del peso. A pesar de que el gobierno intentó negar que el ajuste cambiario pudiera tener efectos sobre los precios, ayer autorizó un aumento de hasta el 6% en los combustibles.
El impacto inflacionario pega más sobre los sectores de menores ingresos: llegó a un 5,7% en aquéllos sectores que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza.
Ante la evidencia de que el acuerdo “Precios cuidados” no permitió siquiera maquillar la inflación durante un período breve, y la perspectiva de que la devaluación agravará aún más las cosas, el gobierno sacó ahora a relucir el “control popular” de precios. Aunque el Secretario de Comercio Augusto Costa y el Ministro Kicillof pretendieron convencer que este acuerdo tendría resultados diferentes que los fallidos acuerdos de Guillermo Moreno, el gobierno está reconociendo de esta forma que las maniobras empresarias perforaron alevosamente los acuerdos.
Ante este resultado, ahora la solución estaría en sumar a los sectores populares. En su discurso de ayer, Cristina retó particularmente a los sindicatos por concentrarse en los aumentos salariales. En vez de eso, deberían concentrarse en controlar los precios. Como las organizaciones participantes en “mirar para cuidar”, deberían recorrer los supermercados, verificar los precios y la disponibilidad de productos. Curiosamente, algo similar había sugerido el jefe de la CGT Balcarce, Antonio Caló, que propondría a los sindicatos que dirige. Esta contraposición entre aumentos de salarios y control de precios es insostenible. Entre otras cosas porque aunque se cumpla los acuerdos de precios estos validaron aumentos que ya golpearon los salarios, junto a otros como el del transporte público que los siguen erosionando. El control que estamos viendo es para contener el salario y las jubilaciones. Estas últimas después del aumento anunciado el martes tienen un mínimo de $ 2.757, mientras que el salario mínimo se ubica en $ 3.300 y la mitad de los asalariados gana menos de $4.000, es decir bien por debajo de la canasta familiar.
Por eso, la primer medida elemental para evitar que la inflación carcoma nuestros ingresos es pelear por adelantar las negociaciones paritarias, libres y sin techo, para imponer en ellas aumentos acordes a la inflación registrada en los últimos meses (que anualizada se acerca al 60%), pero también “cláusulas gatillo”, una indexación automática de acuerdo a la inflación. Además de luchar por fin del trabajo precario y un salario mínimo igual a la canasta familiar.
Junto a esto, la fuerza social de los trabajadores es fundamental para desmontar las maniobras de los empresarios y garantizar el abastecimiento de productos a precios accesibles, cortando con la pesca a río revuelto que hacen los empresarios como remarcadores seriales que son. Pero no es labrando actas en los supermercados sobre los incumplimientos como van a controlarse los precios. Allí donde los capitalistas cocinan las trampas con las que buscan saltarse los compromisos de los "Precios cuidados" es la clase trabajadora la que puede desnundarlos. Opuesto al “control popular” que ahora propone el gobierno, que no es otra cosa que limitarse a recorrer supermercados y comprobar las maniobras ya consumadas, es decir otra coartada para deslindar responsabilidades por el ajuste en marcha dejando que las patronales se lleven su buena tajada. Por su lugar en la producción social los trabajadores tienen la capacidad para conocer al dedillo las variables económicas de todo el circuito productivo, desde las fábricas a las góndolas. Actuando de forma coordinada pueden desnudar los costos reales y la disponibilidad efectiva de mercancías en todas las cadenas productivas.
Contra el inmovilismo de la burocracia sindical, que en algunos gremios negocia aumentos como puente hacia las paritarias pero mira para otro lado mientras los empresarios remarcan, es necesario batallar en todos los lugares de trabajo por poner en acción este verdadero control de los precios: organizando desde los sindicatos comités junto con consumidores populares, por ejemplo amas de casas de las familias trabajadoras o desocupadas, luche para exigir la apertura de los libros de contabilidad en todas las alimenticias y otras empresas de productos básicos para la vida, para dejar al desnudo el “gran secreto” capitalista, las formidables ganancias que logran acrecentar en los marcos de la escalada inflacionaria. Los trabajadores de las grandes cadenas de supermercados también pueden aportar en el seguimiento diario de la remarcación. Contra las maniobras capitalistas que ocultan productos para obligar a comprar los que no tienen precios acordados, los trabajadores de las grandes fábricas resultan clave para hacer una contabilidad de los productos guardados en depósitos.
Sólo de esta forma se le puede parar la mano a los aumentos, desnudar las maniobras del gran capital para golpear a los asalariados, y pelear por garantizar el acceso a los productos de la canasta básica para la clase trabajadora y los sectores populares.