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domingo, 27 de septiembre de 2015

La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchneriso


Dentro de unos días estará en la calle esta publicación que presentaremos el martes 6 con Nicolás del Caño y Christian Castillo. 


Este libro desarrolla una caracterización de la economía argentina durante el kirchnerismo analizando las relaciones de clase y lineamientos políticos que caracterizaron al período, las contradicciones que desarrolló y las perspectivas a futuro. A lo largo de los capítulos, el autor analiza cada uno de los puntos centrales del “modelo”, mostrando la distancia existente entre lo que constituye el relato oficial y su constatación con la realidad.
Al contrario de mucha de la literatura que se publica en estos días cuestionando al kirchnerismo desde la derecha, este trabajo muestra los límites insalvables del “neodesarrollismo K” desde el punto de vista de la clase trabajadora, desde una perspectiva marxista. Establece un permanente contrapunto con las lecturas que disputan el balance del período; las que sostienen los mitos kirchneristas de “crecimiento con inclusión social” y aquellas que se llevan a cabo desde posturas ultraliberales.
Es a la vez un trabajo riguroso y militante, una “crítica de la economía política” del kirchnerismo, que busca dar herramientas a la clase obrera para las luchas que se vienen.

martes, 3 de febrero de 2015

“China o buitres”, o cómo la (im)postura soberana lleva a profundizar la nueva dependencia





Por si quedaban dudas, a estas alturas podemos decir que Cristina Fernández ya eligió. Terminará su mandato cubriendo sus necesidades financieras de la mano del gigante asiático. O al menos va a intentarlo. En esa clave fue unánimemente leídas por diversos analistas la votación de apuro llevada a cabo en el Senado en diciembre del acuerdo marco con China, que en medio de la crisis desatada por la muerte del fiscal Alberto Nisman no pudo tratarse en diputados antes del viaje de la Presidenta iniciado el sábado. La cosa venía desde principios de 2014, pero adquirió prioridad desde que la decisión de la Corte Suprema de los EE.UU. Rechazó tomar la apelación de la Argentina al fallo del juez neoyorquino Thomas Griesa que obligaba a pagar a los “buitres” que rechazaban quita sobre su deuda el 100% de lo que reclamaban. La confirmación de ese fallo significó un traspié para el objetivo que se había trazado el gobierno argentino hace poco más de un año, después de acelerar la devaluación del peso (que sólo en enero de 2014 cayó 23% frente al dólar). Para este fin el gobierno acordó pagar generosamente a Repsol por la expropiación de su tenencia en YPF S.A., y pactó con el Club de París para regularizar la deuda en default. Iniciativas amigables hacia los mercados que se vieron frustradas por la disputa con los buitres.

martes, 2 de septiembre de 2014

Magra suba del salario mínimo

Pablo Anino
Este lunes fue convocado el Consejo del Salario Mínimo, Vital y Móvil. Desde enero el mínimo está en $3.600. La CGT y CTA oficialista reclamaron un aumento del 35%, que significaban llevarlo a $4.860. Pero fueron desairadas con un aumento en cuotas. El Consejo del Salario fallo a favor del gobierno y los empresarios: aumento a $ 4400 desde septiembre (apenas un 22%) y recién desde enero del 2015, completaría $4716. Las centrales opositoras no fueron convocadas al Consejo.
En junio de 2003 cuando asumió la presidencia Néstor Kirchner el mínimo se encontraba en $200. Desde entonces se incrementó 1700%. Es un crecimiento que parece sorprendente. Pero el efecto de la inflación hace que ese aumento no sea tan extraordinario como luce.
Cuando el nivel del salario mínimo es comparado con el valor de la canasta familiar queda en evidencia que el Consejo está muy lejos de lograr el objetivo de cubrir lo mínimo que necesita una familia trabajadora para vivir. Para enero de 2014 los trabajadores de la Junta Interna de ATE que enfrentan la intervención del Indec estimaron la canasta familiar en $ 9.113,64. Aplicando a ese valor la inflación oficial que corrió desde entonces (que nuevamente empieza a ser sospechada de tener “retoque” que la subestiman) hace que esa canasta hoy no baje de los $10.500. Es decir, que en el mejor de los casos, el salario mínimo quedará a un nivel que es menos que la mitad de la canasta familiar.
Esta institución, tan reivindicada por el oficialismo, al igual que las paritarias, muestra cada vez más su objetivo, que más que permitir la recuperación salarial establece un piso muy bajo de referencia para los trabajadores. Sólo unos 300 mil asalariados estarían alcanzados por el salario mínimo. Su importancia es que de alguna manera actúa como referencia sobre el ingreso del sector de trabajadores no registrados que comprende 33,5% de la fuerza laboral. Si a este segmento “en negro” se le agrega otras modalidades laborales que dan cuenta de cierta fragilidad en el empleo, se llega a un número cercano al 60% de los trabajadores en condiciones de precariedad laboral. Este es el mapa laboral después de una “década ganada”.
El titular de la CTA oficialista, Hugo Yasky, declaró que "hay una situación real que enciende luces de alarma, como la conflictividad en el sector metalmecánico, en algún sector de la siderurgia y en la construcción (...) un tema que si se toma a tiempo, evitando despidos, permitirá sostener el nivel de ocupación, en toda la región", por lo cual llamó a poner en pie el Observatorio del Empleo. En las reuniones de años previos del Consejo del Salario Mínimo se acordó el seguimiento del trabajo en negro, que a la vista de sus resultados (ninguno), hace avizorar que puede llegar a pasar con el Observatorio del Empleo.
Mientras la CTA oficialista llama a que el Observatorio evite los despidos transcurren muchos sectores de trabajadores, como ocurre actualmente en Lear, que los están enfrentando con la movilización y la lucha.

martes, 29 de octubre de 2013

Apuntes pos elecciones. El estrechamiento del "modelo", los aprestos de ajuste y el voto al FIT

FR y JDM arriman acá un primer buen análisis de los resultados del 27, que intenta ir más allá de la abundancia de comentarios coyunturales que pueblan los medios.
El Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) superó ayer el millón ciento cincuenta mil votos, creciendo respecto del “batacazo” que había producido en las PASO de agosto. Con este resultado, llegan al congreso nacional 3 diputados, así como numerosos diputados y senadores provinciales, concejales, etc.
Se trata de un hecho sin precedentes en la historia política nacional. Si bien desde la vuelta de la democracia los finales de ciclo político mostraron un crecimiento de las fuerzas de izquierda, y la llevada al parlamento de distintas fuerzas, una serie de rasgos resaltan en la actualidad, como ya señalaran Paula Varela y Adriana Collado en el análisis del resultado de las PASO realizado en Ideas de izquierda. El primero y más evidente es la extensión nacional del FIT. De los tres diputados nacionales electos por el frente (está en curso la pelea en el recuento definitivo por la banca de Córdoba), uno de ellos, Nicolás del Caño, es de Mendoza, otro de ellos, Pablo López, de Salta, y el tercero Néstor Pitrola, de la provincia de Buenos Aires. Los diputados y concejas electos superan en todo el país la decena (el periodista Pablo Stefanoni destacó en Perfil su carácter “federal”). Si esta es una primera dimensión que distingue la elección del FIT, una segunda dimensión distintiva es que, como plantean FR y JDM, “a diferencia de otras experiencias ‘de izquierdas’ (término socialdemócrata patético) como el Frente del Pueblo o Izquierda Unida, el FIT expresa otra cosa, por ser un frente de partidos que se reivindican trotskistas y por levantar abiertamente como bandera la independencia de clase (mientras en las experiencias anteriores había sectores como el PC abiertamente frentepopulistas con lo cual el planteo era más "de izquierdas" que de izquierda)”.
Quedará para un análisis más reposado, lugar por lugar, establecer más acabadamente la fisonomía del fenómeno político, quiénes son los votantes del FIT, etc. Lo que sí podemos señalar es el entusiasmo con el que la campaña fue tomada en numerosos lugares de trabajo y estudio, donde jóvenes y trabajadores mostraron iniciativa para la campaña y se volcaron a la fiscalización durante la jornada del 27. En zona norte del GBA, en las fábricas de la alimentación, gráficos y otros gremios donde la izquierda dirige internas o tiene fuerte presencia, los trabajadores que tomaron la posta durante este largo día se contaban por decena en cada una. Un aspecto distintivo del voto al FIT, ligado con la presencia orgánica en sectores de la clase trabajadora conquistada con un arduo esfuerzo (en particular por el PTS) es el –aún inicial, incipiente- crecimiento de este voto obrero en sectores de peso tradicional del peronismo.
Por mucho que los kirchneristas se subleven contra la “idea apocalíptica de ‘fin de ciclo’”, es en esa clave que puede entenderse el alcance del fenómeno del FIT. No estamos hablando de la manera estrecha en la que se lee este fin de ciclo en los medios de la oposición burguesa, es decir en referencia a las limitadas alternativas de continuidad política que deja el resultado electoral, que sepulta definitivamente (como ya habían dejado claro las PASO) cualquier posibilidad de cambio constitucional, y debilita las posibilidades de arbitrar la interna del PJ para imponer un candidato propio (aunque en ningún modo esto signifique un ocaso definitivo para el “cristinismo”, ya que los votos del FPV le habilitan un peso en la negociación de la sucesión).
Apuntamos a un “fin de ciclo” de más vasto alcance, que es la incapacidad de recrear las condiciones económicas sobre las cuáles se asentaron las victorias electorales de estos años. Es decir las condiciones de crecimiento económico a tasas elevadas con mejora de los indicadores socioeconómicos que caracterizaron los primeros años de gobiernos kirchneristas. La etapa de crecimiento “fácil”, como lo llamó el cepalino Daniel Heymann, o la “etapa rosa” del modelo, como la definía hace unos años el Viceministro de Economía Axel Kicillof, iniciada en 2003, que pudo compatibilizar crecimiento de la inversión, alto superávit comercial, mejora real de los salarios (aunque por ese entonces apenas recuperándose del desplome que tuvieron con el mazazo que fue la devaluación de 2002, aún no superando el monto que habían tenido en términos reales antes de la devaluación) empezó a mostrar sus límites a comienzos de 2008. Límites que se expresaron en la inflación, la emergencia de la crisis energética, la necesidad de ampliar las fuentes de financiamiento del Estado para enfrentar la emergencia del superávit fiscal (lo que condujo primero a impulsar la 125 y luego de la derrota de esta iniciativa a liquidar las AFJP). A partir de entonces comenzó una segunda etapa, en la que el gobierno contaba aún con margen para administrar las dificultades emergentes, apoyado en las formidables condiciones que daba el colchón cambiario y la abundancia de dólares (con reservas que llegaron a estar en u$s 50 mil millones gracias al sostenido superávit comercial, es decir del saldo de exportaciones menos importaciones, que en los últimos años viene cayendo fuerte por el déficit energético), pero que sin embargo tuvo algunos rasgos muy marcados como por ejemplo el fin de la recuperación de algunos indicadores socioeconómicos. Es el caso de la “calidad” del empleo, que desde entonces casi no varió (el empleo no registrado estaba en 36% en 2008, hoy ronda el 34,5, es decir casi no cayó desde entonces). La pobreza e indigencia también son acrecentadas por la inflación, aunque la implementación de la AUH haya evitado una situación de agravamiento más agudo como consecuencia de los estragos que ocasiona la estampida de precios.
Finalmente, entramos en una tercera etapa signada por la reducción de los márgenes para administrar el agotamiento. El estrechamiento relativo tiende a hacerse cada vez más profundo y generalizado después de las elecciones de 2011 (hemos analizado in extenso las etapas del “modelo” en posteos anteriores, ver por ejemplo acá). Con una buena ayuda de las condiciones internacionales, y fuerza de vaciar hasta el límite las fuentes de financiamiento interno, el deterioro se desarrolla en cámara lenta, pero no por eso menos persistente. Aunque la inflación perdió el dramatismo mediático que tenía a comienzos de año, no da señales de una desaceleración profunda, y durante setiembre se ubicó en 24,4% según índices que toman las mediciones de algunas provincias. El empleo casi no crece en el último año y medio, y por primera vez desde 2003 se percibe un tibio crecimiento del trabajo no registrado (en “negro”) que pasó de 32% de los ocupados en el primer trimestre de este año a 34,5% en el segundo. Por otro lado, incluso para la minoritaria proporción de los trabajadores empleada en blanco y beneficiada por las negociaciones paritarias, este año cerró sin mejoras, también por primera vez en la década. Aunque la suba del mínimo no imponible de ganancias restituyó una parte de los ingresos para un millón y medio de asalariados, esto apenas compensa el magro saldo de las negociaciones salariales de este año. El “nunca menos” es un lejano recuerdo, aún para los asalariados en mejores condiciones.
“Fin de ciclo”, entonces, porque aunque el gobierno puede todavía seguir tomando algunas medidas para evitar el ajuste en toda la línea que desea buena parte del empresariado, la oposición patronal, y los peronistas que aspiran a suceder a Cristina, los ajustes en cuotas que esto requiere tienen impacto y generan descontento en amplios sectores, y, es cada vez más evidente, no hacen más que posponer y a la vez agrandar el costo futuro de los ajustes. Además, para hacer esto se impone ir cada vez más contra el relato, como lo muestran los acuerdos para pagar deudas por fallos del CIADI a favor de multinacionales que demandaron al país en estos tribunales internacionales hechos a medida del capital imperialista, y los esfuerzos por seguir siendo “pagadores seriales” (lo que está vaciando las reservas del BCRA) y evitar un default técnico por las demandas en tribunales norteamericanos.
En estas condiciones, ante la agenda de “normalización” que el gobierno hace suya cada vez más abiertamente (aunque con “ruido interno”) hoy se ve claramente que en la oposición no hay salida “por izquierda”. La centroizquierda que no está con el gobierno integra alianzas con los partidarios de la vuelta a los mercados y el ataque ortodoxo a la inflación (esta falta de independencia de la centroizquierda no es tampoco un fenómeno de coyuntura, las grandes crisis de los últimos años mostraron una y otra vez cómo cualdo las papas queman no hace más que ir detrás de las salidas ofrecidas por la burguesía, es decir de alguna variante de ataque a la clase trabajadora).
El crecimiento encuentra en este fin de ciclo -en el sentido más profundo que hemos planteado- una de sus razones. Algunos de los que en 2011 apoyaron al gobierno bajo la promesa del “nunca menos”, encontraron en el FIT a la única fuerza que ante el panorama de ajuste levantó un programa para dar respuesta a las demandas obreras y populares.
Ahora, pos elecciones, las bancas obtenidas serán un lugar desde donde se amplificará el rol de “tribunos del pueblo”, es decir desde donde poner sobre el tapete las duras condiciones que viven los trabajadores y trabajadoras al cabo de una supuesta “década ganada”, con más de un 60% de la clase trabajadora en condiciones precarias (con el aval de leyes flexibilizadoras que siguen vigentes), recibiendo salarios de miseria (un 60% de los ocupados gana menos de $ 4.200), con un millón de jóvenes “ni ni” (ni estudian ni trabajan), forzados a viajar diariamente en condiciones de riesgo por el desguace del transporte (especialmente el ferroviario), y un largo etc. El desafío es transformar este peso político del FIT y las bancas obtenidas en una herramienta para la construcción de un partido revolucionario con capacidad de dirección de una franja de la clase trabajadora, es decir con decenas de miles de militantes y lugares de dirección en decenas de sindicatos, centros de estudiantes y otros organismos del movimiento de masas. Este anclaje “orgánico” es fundamental para que ante el “fin de ciclo”, con sus tiempos de desarrollo aún abiertos pero insoslayable, podamos desplegar abiertamente la batalla contra las salidas de la clase dominante, y por imponer el programa de respuesta obrera a la crisis cuya propuesta desarrollamos extensamente en el manifiesto programático del FIT.


domingo, 2 de junio de 2013

El círculo vicioso de la acumulación capitalista en la Argentina: una evidencia de un orden social sin nada que ofrecer

En estos tiempos de inevitables balances, claroscuros, o como querramos llamarlos, que imponen los diez años de kirchnerismo en el gobierno, un aspecto saliente es sin duda el desempeño económico. Son pocos los momentos de la historia argentina, más aún de, digamos por caso, los últimos 50 años, donde podamos hallar un período de crecimiento sostenido tan prolongado como el de estos años, a tasas de crecimiento que durante varios años fueron de 7 u 8%. Otro rasgo destacable es que ahora, cuando el crecimiento se está agotando y entramos en un panorama de crecimiento anémico, no estamos ante un escenario de deterioro acelerado de la magnitud y profundidad que por lo general caracterizaron los fines de ciclo en el país. Sin que un escenario de descalabro pueda descartarse, el hipotético desplazamiento hacia un escenario ominoso se produce a ritmo cansino, aunque esto no quita un continuado aumento en las tensiones entre las clases. Tensiones que el gobierno, lejos de poder contener como hizo durante los tiempos de vacas gordas, está obligado a agravar con las medidas que apuntan a emparchar la situación de deterioro del “modelo” buscando evitar pagar los costos de un ajuste más pronunciado (ver acá para ampliar).

Sin embargo, con todos los rasgos que distinguieron el desenvolvimiento económico de esta última década, también se puso en evidencia la regularidad en la tendencia de fondo de la acumulación capitalista (es decir la inversión de la masa de ganancias obtenida por el capital) en el país. No resulta sorprendente, ya que aspectos centrales que la determinan no se han visto modificados. 

En este blog nos hemos referido en muchas ocasiones a las características que adoptó la acumulación de capital en el espacio económico nacional durante la última década (ver por ejemplo acá, acá y acá). Aunque la inversión durante la última década no ha sido particularmente baja, superando en algunos años el 24% del PIB, no guarda proporción con la mejora que tuvo la rentabilidad del capital, ni es consistente con las altas tasas de crecimiento del período. Por eso, no resulta una sorpresa que la economía desde el año pasado haya dejado de crecer a altas tasas, y que ya mucho antes hubieran emergido varios cuellos de botella, un aumento acelerado de las importaciones de bienes cuya demanda no se puede satisfacer con la producción local, y presiones inflacionarias de demanda que se suman a otros aspectos que la alimentan (para un estudio de la inflación en la Argentina hoy, ver acá). Otra muestra del agotamiento de las condiciones que dieron lugar al crecimiento económico de la última década, la tenemos en el hecho de que, diluidos con el paso del tiempo los efectos "virtuosos" que trajo el ajuste de 2002, el capitalismo nacional pone en evidencia la persistencia de límites al crecimiento que vienen de larga data y que resultan insuperables aún en las condiciones altamente favorables como las que se registraron durante la última década en el plano del comercio exterior.

El tipo de cambio y la acumulación de capital en la Argentina

Como planteamos hace un tiempo “La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”, estas tendencias no son novedosas, sino características de la economía argentina (y de varias otras que muestran rasgos similares). Vamos a resumir algunos de los argumentos centrales de este artículo. Según planteamos allí, la acumulación de capital en el país está fuertemente determinada por lo que ocurre con la expresión internacional del valor producido en el país, es decir con la relación cambiaria entre la moneda local y las monedas extranjeras. Esto es el resultado de que, con excepción del agro y otras pocas ramas, los capitales que se valorizan en el espacio nacional exhiben una productividad del trabajo menor a los promedios internacionales. Esta brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías. Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto que en otros país, lo que significa que su operación no sería posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara plenamente en términos de valor internacional. Por eso, para una fracción considerable de los capitales que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo de cambio. Pero esto, planteábamos, tiene consecuencias muy importantes, que permiten explicar las tendencias de la acumulación de capital en la Argentina: depreciando el tipo de cambio, la economía argentina “[F]orzosamente reduce sus términos de intercambio, condición sine qua non para poder vender en el comercio internacional –y proteger su mercado interno de la competencia exterior- lo cual reduce el poder de compra de las mercancías que produce en el mercado internacional. De esta forma, aunque puede exportar, puede adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio. Aunque la depreciación salva la rentabilidad del capital en el país atrasado, lo hace al precio de aumentar el costo de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados”.

Como los medios de producción importados tienen una gravitación muy importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras economías) el ritmo de innovación tecnológica, se genera una contradicción: las condiciones que favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo tiempo a restringir las posibilidades de la acumulación. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las inversiones de mayor envergadura. Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables producidos para la exportación o para el mercado interno, en principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada de nuevas inversiones. Un primer motivo para esto, es que cuando las inversiones incluyen medios de producción comprados en el extranjero, la depreciación cambiaria encarece su adquisición. El mismo aspecto que mejora la rentabilidad en lo inmediato, hace más costosa (y por lo tanto menos rentable) la incorporación de nuevos medios de producción importados. 

Pero aún cuando no se tratara de incorporar medios de producción importados, sino de inversión que pueda realizarse con medios de producción locales, existe otro aspecto por el cual el condicionamiento del tipo de cambio ha operado como un límite para la valorización. Como planteamos en el artículo ya mencionado, “el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de cambio depreciado. Los capitales que son relativamente más productivos, como es el caso del agro argentino, o aquellos radicados en áreas de bienes y servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe también de salarios. Estos ajustes tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el tipo de cambio depreciado (esto lo analizamos con más detalle acá).

Esta inestabilidad en el tipo de cambio cobra mayor relevancia cuando se trata de inversiones de mayor envergadura. Es que las inversiones en capital fijo (que incluyen las ampliaciones de la capacidad productiva existente, es decir nuevas instalaciones, maquinarias, equipos y otras infraestructuras) son realizadas por los empresarios mirando no sólo la tasa de ganancia con la que se realiza la venta de las mercancías actualmente, sino también la rentabilidad esperada. Esta última implica una proyección, que podríamos considerar basada en la relación entre la tasa de ganancia actual y los registros históricos. En estas condiciones, a los efectos que pueda tener el encarecimiento que pueda producirse de medios de producción adquiridos en el extranjero en términos de moneda nacional como consecuencia de la depreciación de ésta, se agrega la perspectiva incierta que genera un horizonte de volatilidad cambiaria. 

Como concluíamos, entonces:
Cuando se trata de sectores productores de bienes transables, como se ve, el tipo de cambio opera de dos maneras que se mueven sentidos opuestos: si se deprecia, mejora la rentabilidad de la producción, pero incrementa el costo de nuevas inversiones; si se aprecia, genera dificultades de rentabilidad en muchos sectores, pero abarata la adquisición de medios de producción.
Esto explica por qué los ciclos de inversión tienen una forma más desfasada, con un ritmo más discontinuo que el que caracteriza la acumulación de capital en los países más desarrollados: en los momentos de tipo de cambio alto se utiliza intensivamente la capacidad instalada, y opera una tendencia al aumento del capital en relación a la fuerza de trabajo, y en los momentos de tipo de cambio bajo se intensifica la importación de capital aún operando con capacidad ociosa.

Acá hay un aspecto central de la relación entre tipo de cambio y acumulación, que trasciende el clásico problema de la restricción externa, es decir los problemas en la disponibilidad de dólares (para una breve explicación, ver acá). Aunque esta restricción ha sido muy importante, y desde los comienzos de la industrialización sustitutiva de importaciones la falta de dólares se mostró como una limitante a la inversión, hay otra dimensión en la cual impacta el dólar, que es la de la rentabilidad esperada. Con una volatilidad cambiaria que es de las mayores del mundo en las últimas décadas, se trata de un cuestión no menor. Si en el artículo analizamos las tendencias de la acumulación en la última década, la relevancia de los problemas que allí planteamos puede comprobarse también si nos remontamos al pasado. Como señala acá Jorge Castro (basándose principalmente en A new Economic History of Argentina de Gerardo della Paolera y Alan M. Taylor, Cambridge University Press, 2003) el alto costo de los bienes de capital (agravado por las tarifas, cuotas y otras barreras aduaneras) fue un determinante central para explicar la tasa reducida de inversión real desde finalizada la Segunda Guerra Mundial en adelante. En su clásico La industria que supimos conseguir, Jorge Schvarzer relativiza la idea de que la inversión haya sido estructuralmente baja, pero los datos que brinda confirman la existencia de ciclos “desfasados” de inversión, como señalamos más arriba.

La Argentina en los años K: enredada en el mismo círculo vicioso

La última década, aún con todos las pomposas cifras que presentan los entusiastas del “modelo de crecimiento con inclusión social” (sic) no cortó con este círculo vicioso en el que se debate desde hace décadas el capitalismo argentino. Y no lo ha hecho porque, debido a la tendencias que registró la acumulación de capital, la brecha de productividad que distancia a la economía argentina de la media internacional no se ha cerrado, como puede observarse en el Gráfico 3 de nuestro artículo y como también señala, desde un enfoque conceptual muy distinto al nuestro, este artículo de Sebastián Campanario.



Fuente: elaboración propia en base a datos del U.S. Bureau of Economic Analysis (BEA) y del Indec.


A diferencia de otros períodos históricos, la economía argentina contó con un excedente de dólares que se podrían haber volcado sin dificultades a la inversión. Desde el punto de vista de la tasa de ganancia, se trató también de una década de fuertes ganancias. Sin embargo, las contradicciones que señalamos en este artículo, contribuyen a explicar por qué no era de esperarse que estas condiciones llevaran a una aceleración de la acumulación: los aspectos que contribuyeron a mejorar la rentabilidad también encarecieron parcialmente la inversión, y el horizonte de volatilidad cambiaria a mediano plazo hacía esperable un aprovechamiento de las condiciones extraordinarias sin niveles significativos de inversión, y no un salto de la misma. Por eso, no es sorprendente que durante esta década la fuga de capitales no haya hecho más que profundizarse, junto con la remesa de utilidades de las firmas extranjeras. Lo que resulta razonable desde la lógica de este sistema, es otra evidencia de la miserable perspectiva que tiene para ofrecer.
Esto explica por qué, a pesar de las formidables condiciones de rentabilidad de las que gozaron durante esta década los capitales que se valorizan en el país, acompañadas de una holgura en el plano externo también inéditas, y en el caso de la industria gozando de altos niveles de demanda interna por el crecimiento del empleo, la inversión no cortó con las tendencias previas. Y también permite comprender por qué, con la reaparición de tendencias a la apreciación cambiaria (aún compensadas por el hecho de que el dólar se abarató frente a otras monedas como la de Brasil, que a diferencia del peso argentino tiene una cotización flotante) empiezan a reemerger dificultades similares a las de otros períodos similares (vermos además  comportamientos “noventistas”, como es el aprovechamiento del dólar barato para comprar medios de producción en el exterior. En sí misma, parece una gran noticia para quienes sostienen la vitalidad del “modelo”. Sin embargo, es una confirmación más de que, por fuera de todos los debates sobre si el tipo de cambio está atrasado o no, para sectores empresarios sí lo está y pueden sacarle alguna ventaja. Esto es consistente con lo que planteamos más arriba, pero indica que entramos en un período donde se abarata la compra de medios de producción importados al mismo tiempo que se erosionan las condiciones para la producción competitiva). 

La conclusión es contundente: el capitalismo argentino impone enormes penurias a las clases subalternas, en la promesa de un desarrollo capitalista más elevado -en términos comparativos con otras naciones y no en términos absolutos- cuya consecución no es más que una entelequia. La precarización laboral y la continuidad de una tendencia de largo plazo a degradar el valor de la fuerza de trabajo son parte de las condiciones necesarias para sostener la rentabilidad y competividad capitalistas. 



Pero ni siquiera puede decirse que prometan ningún futuro de desarrollo como pretenden los apologistas del “modelo”, pero también quienes desde la oposición buscan seducir con alguna variante supuestamente más “amigable” a los empresarios que traería finalmente las inversiones que –dicen- no se hacen por culpa de la política oficial. Como si fuera un problema de ahora y no un rasgo de comportamiento de larga data que es expresión del carácter dependiente del capitalismo argentino. En los marcos de relaciones de producción capitalista, sólo podemos esperar algún ligero cambio de grado en los niveles de dependencia y de atraso relativo, y no un cambio sustantivo que a ningún sector de la burguesía argentina, atada por mil lazos al imperialismo, podría interesarle llevar a cabo. 

Desde el punto de vista de la contradicción que estamos analizando en este post, entonces, hemos entrado claramente en el fin de un ciclo, y nos ubicamos en un interregno. Durante la última década, las altas tasas de crecimiento se sostuvieron sobre dos grandes condiciones: 1) el “superciclo” de los commodities, que permitió un formidable ingreso de dólares que hizo desaparecer durante todo este período el problema de la restricción externa, y 2) el mega-ajuste (cambiario, fiscal, de ingresos) de 2002, que estableció un tipo de cambio competitivo y permitió un salto en la participación de la ganancia en el ingreso nacional, a costa de los salarios. Si la primera de estas condiciones se mantiene, aunque sus perspectivas están puestas en duda, la segunda se ha ido diluyendo. La espiralización de la inflación, la necesidad que se impuso a fines de 2011 de tomar medidas para cuidar los dólares aún con un importante superávit comercial, el estallido del blue y los intentos de llegar hasta octubre de la mano del blanqueo, evidencian que, aunque la primera de las condiciones permite que este fin de ciclo se procese aún sin los grandes dramas de otras oportunidades, las alternativas de fondo incluyen distintas variantes de profundos reajustes. Ajustes que, como, en cada oportunidad, las clases dominantes se preparan para descargar sobre nuestras espaldas. 
El fin de ciclo que estamos atravesando, aún con los ritmos cansinos que permite por el momento el precio de la soja, no deja más de que dos alternativas: o la burguesía impune una salida que le permita seguir arrastrándonos en su círculo vicioso, o desarrollamos una alternativa política independiente de la clase trabajadora que tome en sus manos las necesidades y aspiraciones del conjunto del pueblo pobre.
La supuesta "década ganada" llevó al paroxismo la dilapidación que hace la burguesía de las riquezas obtienen a costa de nuestra miseria y explotación. Los capitales en el exterior de las clases dominantes rondan como mínimo los u$s 170 mil millones, más de un tercio de total la producción anual del país. Para frenar este continuo drenaje, no alcanza con "cepos" y desdoblamiento informal del mercado cambiario. Es necesario la estatización de toda la banca y el establecimiento de una banca estatal única, unida al establecimiento de un verdadero monopolio estatal del comercio exterior y de todos los movimientos de divisas. Declarar el no pago de la deuda externa para cortar con el negocio de los especuladores, y con los recursos que hoy se destinan a soportar esta gangrena continua, volcarlos a sectores estratégicos de infraestructura hoy completamente abandonados. Esto debería complementarse con el aumento de las grandes fortunas, y por la apropiación íntegra de las rentas mediante la expropiación de los grandes propietarios de la tierra, y la liquidación de los impuestos al consumo.
Tampoco va a ser la programación o planificación de este Estado, garante de las relaciones de producción capitalistas, la que "oriente" a los empresarios mediante incentivos varios a invertir donde no lo están haciendo. Son necesarias iniciativas de otra clase (social). Todo el excedente social que los capitalistas se apropian a costa de nuestro trabajo y que no invierten porque no "cierra" con la lógica de la ganancia, los trabajadores podemos ponerlo en movimiento para dar respuesta a las necesidades sociales que son ignoradas por la producción social en beneficio de la apropiación privada. Por eso, es necesario la estatización bajo gestión obrera de los sectores económicos estratégicos, y el control obrero de toda la industria. 
Expropiar a los expropiadores capitalistas es la única vía para cortar el nudo gordiano de la dependencia frente al imperialismo y reorganizar la economía sobre nuevas bases.