jueves, 27 de junio de 2013

China (problemas más hondos que algunas dificultades crediticias)

Las últimas semanas empezaron tal vez a anticipar la posible entrada en el infierno tan temido para en los principales centros de decisión económica global: una crisis de crédito en China, que podría marcar el inicio del fin del boom de inversión en el gigante asiático, y de las tasas de crecimiento astronómicas que sostenidas durante décadas. Las turbulencias vividas en la última semana fueron alimentadas por la decisión del gobierno central de restringir la liquidez. Se trató de una respuesta ante la preocupación por un crecimiento en el endeudamiento de los gobiernos de provincias y municipios. Problema muchas veces minimizado, pero que parece finalmente haber alcanzado un nivel considerado riesgoso, conduciendo entonces al intento de cortar el flujo. Vemos de vuelta lo que ya hemos visto en otras ocasiones. El resultado fue que los bancos más chicos, locales, hicieron sonar las alarmas por falta de liquidez, mientras la la tasa interbancaria –el costo que pagan los bancos por prestarse dinero entre sí– llegó a estar el viernes último en el 15%, un nivel altísimo que revela la desconfianza que existe entre las instituciones financieras sobre su liquidez. Las políticas restrictivas disparan al primer plano una “banca en las sombras”, completamente invisibilizada mientras todo va bien, pero disparada al primer plano apenas se restringe la liquidez, transformándose en un talón de Aquiles de todo el sistema. Como plantea Adam Wolfe, “los gobiernos locales chinos están utilizando los bancos en la sombra y los mercados de renta fija para cubrir el pago de los intereses de sus deudas con los bancos públicos. El final del auge del crédito en China está cercano: se aproxima una desaceleración de los balances” (“Cómo se vendrá abajo el auge del crédito en China”, elEconomista.es, Madrid, 9/5/2013). Aunque esta crisis no alimenta aún pronósticos alarmista (el mismo Adam Wolfe sostiene en “Debt and Deleveraging: Will China Turn Japanese?” que una crisis de crédito podría ser aprovechada por el gobierno central para empujar una reestructuración de gastos de las provincias y municipios, para de esta forma “iniciar la transición a otro modelo de crecimiento”), sí pone límites al optimismo desenfrenado sobre las capacidades contratendenciales de China en un contexto global anémico. Las medidas para desacoplarse de la crisis hicieron lo suyo durante los últimos años, pero conllevan sus costos y –a diferencia de las ilusiones de muchos analistas- tienen sus límites, que empiezan a mostrarse. Es probable que las tasas de crecimiento económico, para 2013 y en los próximos se acomodarán más cerca de 7% de que 9%, o aún –panorama crítico- por debajo de 7%.


Nos interesa, de todos modos, poner el acento en otro aspecto, que muestra una faceta más ominosa, al menos para quienes pronostican un China potencia. 


Hay un aspecto que habla de forma elocuente sobre el lugar de China en el mundo, y son los datos recientemente publicados del balance de pagos. En abril último fueron publicados, ajustados, los datos para el año 2011. El ajuste realizado llevó el déficit de la renta de la inversión china de 26,8 mil millones de dólares a 85,3 mil millones de dólares. Para que nos demos alguna idea, el ajuste llevó este déficit al equivalente a un sexto del PIB argentino de 2012.


Lo que llama la atención son las condiciones en las cuales China alcanzó este resultado. Según la Administración Estatal de Divisas (AED) al final de 2011 (más precisamente en febrero de 2012) China había acumulado 4,7 billones de dólares en activos externos (valores del gobierno de Estados Unidos y otras inversiones) mientras que tenía 2,9 billones de dólares en pasivos externos a través de inversión extranjera directa (IED) y endeudamiento. El resultado neto de activos externos de China de aproximadamente 1,8 billones de dólares. ¿Esto qué significa? Pues, que dado que las inversiones en el extranjero de China superan –según estas estimaciones oficiales- los activos extranjeros en China, sería esperable una renta positiva para el gigante. Lo opuesto a lo que está ocurriendo. El de 2011 no es un resultado aislado. China incurrió en déficits en su cuenta de inversión durante seis de los últimos nueve años. Las estadísticas preliminares señalan un déficit de 57,4 mil millones de dólares para 2012.


Yu Yonding, Presidente de la Sociedad de Economía Mundial de China, apela en este artículo a dos factores para explicar esta “anomalía”. El primero es el elevado rendimiento de la inversión extranjera en China. Si la mayor parte de los activos Chinos en el extranjero son títulos públicos (la inversión extranjera directa es en términos relativos despreciable en el total de sus activos; en 2010 era alrededor del 10%) de bajo rendimiento, lo opuesto ocurre con los activos extranjeros en China. Como señala Yu, “En 2008, las corporaciones estadounidenses obtuvieron un rendimiento del 33 % sobre sus inversiones en China, mientras que el rendimiento de otras multinacionales fue del 22 %. Por el contrario, el rendimiento de los valores del gobierno estadounidense, que componen el grueso de los activos externos de China, fue casi nulo”. Un segundo motivo que agrava la situación, es la tendencia a la depreciación del dólar: “cada vez que el dólar estadounidense se deprecia, la posición neta de inversión internacional China (la diferencia entre sus activos y sus pasivos financieros externos) se deteriora –y con ella, su balance de renta por inversión”.


Esto revela un aspecto de extrema importancia. Aunque en el resultado de la cuenta corriente global es de un amplio superávit (193 mil millones estimados para 2012), este balance negativo de las rentas emerge como un indicador de quién se está apropiando de manera privilegiada de la plusvalía que genera y realiza la producción de mercancías en China. El peso del capital extranjero en los sectores dinámicos de china es abrumador. Aunque las proporciones de inversión directa provenientes de la UE y de EEUU son bajas como parte de la inversión total, existen numerosos entrelazamientos indirectos a través de las inversiones en otros países, y el peso del capital de otras fuertes economías asiáticas que concentran la inversión directa en China (Hong Kong, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Macao) es formidable. Como plantean Peter Nolan y Jin Zhang en New Left Review nº 64, “las grandes firmas de estas regiones [Europa, Norte América y Asia del Este] están profundamente insertas en la economía china, mientras que las firmas de China son casi invisibles en el núcleo desarrollado: 'te tengo dentro de mí, pero vos no me tenés dentro de ti’”.


El resultado, a la vista, implica que China actúa como un espacio de valorización privilegiado para el capital de las grandes corporaciones imperialistas. Corporaciones que, dicho sea de paso, siguiendo con Nolan y Zhang, controlan los “puestos de mando” de la economía mundial y actúan como “integradores de sistemas”, ubicados “en la cúspide de las cadenas de valor”. Ubicados en los eslabones estratégicos, maximizan la apropiación del valor generado en la misma, y “ejercen una fuerte presión sobre sus proveedores” a los que integran de forma subordinada. 


Aunque China viene intentando sacar los mayores frutos del superávit comercial, volcando los dólares excedentes en la adquisición de activos, especialmente intentando expandir sus empresas estatales o semi-estatales en el extranjero, Nolan y Zhang remarcan que “están aún en una etapa temprana de construcción de sus negocios globales. Su nivel de inversión extranjera es pequeño comparado con los inmensos sistemas de producción que se han construido a través de las corporaciones internacionales líderes”. Cualquier intento de expandirse globalmente, se topa además con el obstáculo que implica la competencia con estas “poderosas firmas que ahora dominan casi todos los segmentos de las cadenas de oferta global”.


Dado este panorama, no es extraño que Yu concluya que el déficit de renta de la inversión chino “probablemente continuará en el futuro previsible. Sus existencias de capital extranjero aumentarán regularmente a medida que las empresas extranjeras inviertan y reinviertan en China. La IED en el país continuará cosechando rendimientos sustanciales, en parte debido a la hospitalidad del gobierno local”. En cambio, “la IED china en el extranjero continuará encontrando desafíos”; no sólo por la resistencia sino por cuestiones objetivas corto y largo plazo que tenderán a reducir el superávit comercial (“desde la debilitada demanda internacional hasta el envejecimiento de la población”), disminuyendo “su capacidad para exportar capital”. Lo que es peor, a la depreciación del dólar se suma la perspectiva de una considerable reducción en el valor de los activos norteamericanos, por lo que “ya sea a través de la inflación o del colapso de los precios de los bonos gubernamentales, China sufrirá pérdidas de capital significativas sobre sus activos externos y eso dañará aún más su balanza de renta de la inversión”. Por eso, concluye de forma pesimista, que “sin cambios fundamentales en su patrón de crecimiento económico es difícil imaginar cómo China puede convertirse en un acreedor-prestamista”. Agregamos nosotros, también resulta difícil en qué podrían consistir esos cambios que pide el autor, ya que exceden el mero herramental de políticas.


Con todo lo imponente que resulta el superávit amasado durante décadas en el comercio exterior, esta dificultad para transformarlo en un resultado igualmente positivo en el plano de la renta de activos, (considerando que la perspectiva es el paulatino agotamiento de este flujo en el próximo período), ilustra la persistente relevancia de partir del análisis de las estructuras jerárquicas que constituyen al sistema mundial capitalista –es decir las relaciones imperialistas que la constituyen- como marco determinante para aprehender las contradicciones de esta acumulación originaria a un ritmo sin precedentes que desarrolló China. Ubicada como epicentro del desarrollo desigual y combinado que como nunca caracterizó las tendencias generales del desarrollo capitalista global durante las últimas décadas. Esta ley descubierta por Trotsky, significaba para él que este modo de producción se caracteriza a la vez por las tendencias a la “nivelación y desigualdad, consecuencias ambas de la naturaleza del capitalismo”. El imperialismo no hace más que acentuar estas tendencias contradictorias: “A causa de la universalidad, de la movilidad, de la dispersión del capital financiero, que penetra en todas partes, de esta fuerza animadora del imperialismo, éste acentúa esas dos tendencias. El imperialismo une con mucha más rapidez y profundidad en uno sólo los diversos grupos nacionales y continentales; crea entre ellos una dependencia vital de las más intimas; aproxima sus métodos económicos, sus formas sociales y sus niveles de evolución” (León Trotsky. Stalin, el gran organizador de derrotas. Ediciones CEIP-IPS.). El resultado de esta tendencia, es que, como afirmaba Ernest Mandel, todo proceso de acumulación originaria a través de los cuales el capital domina cada vez más profundamente la economía mundial, queda “entonces sometido también a la reproducción del gran capital occidental” (El capitalismo tardío, México DF, ERA, p. 47). El caso de China, con todos los rasgos monumentales que lo hacen único, confirma en rasgos como su desbalance en la renta de capitales que no escapa a esta tendencia. Como expone crudamente Yu en términos de economistas neoclásicos, la relación que actualmente mantiene con los EE. UU. implica que este estaría exportando a China “«materia oscura» (activos no registrados, como conocimiento, que las corporaciones estadounidenses exportan a través de sus inversiones), mientras que China exportaría bienes de consumo y servicios a Estados Unidos”. 


¿Cuál es la conclusión? Si el fantasma de crisis crediticia empaña la perspectiva de China para el mediano plazo, factores más hondos muestran una enorme brecha entre las expectativas creadas por el fuerte crecimiento de China y las contradicciones que esta viene acumulando. Entre los límites estructurales y las dificultades que viene acumulando en la coyuntura y el mediano plazo, China podría pasar del bálsamo que fue durante las últimas décadas para la acumulación global, a otro foco de fuertes tensiones, con el proletariado más grande del planeta dando un paso al frente, fantasma que no por nada fue agitado hace no mucho en un gran medio norteamericano como Time (“La venganza de Marx, o cómo la lucha de clases está definiendo el mundo”, Sin Permiso, 31/3/2013”). Lo que viene ocurriendo en otros “emergentes” de éxito reciente (Brasil, Turquía) es un espejo incómodo. Lejos de la expectativa de que pueda ser un alivio para la crisis histórica que atraviesa el capitalismo global, en China podrían profundizarse en el próximo período las tensiones sociales y políticas.

jueves, 13 de junio de 2013

Menos mal que ya no tenemos un Estado "bobo".... ¿no? (sobre los crímenes sociales seriales en la Argentina de los años K)

  



Poco más de un año atrás, el choque de un tren en Once dejaba decenas de muertos y cientos de heridos. Hace poco más de dos meses, una tormenta dejaba bajo agua a La Plata, buena parte de la CABA, y varias zonas de Buenos Aires, con un saldo de muertos que en lo que respecta a La Plata se esforzaron en evitar que se terminara de esclarecer cabalmente.
El conjunto de hechos que se concatenaron para permitir que ocurriera algo tan fortuito como un choque de dos trenes en Castelar, aún está por esclarecerse. Está por verse en qué medida se develará ese entramado, por lo pronto ya está en marcha el trámite de inculpar al motorman y su acompañante, a pesar de que un delegado ferroviario ya ha salido a señalar que el tren, supuestamente "puesto a nuevo" (lo cual quiere decir poco más que repintado), tenía problemas de frenos, motivo por el cual los delegados habían resistido su salida.
Pero algo está cada vez más claro. Diariamente está todo dispuesto para que hechos de esta magnitud ocurran. No por nada, han ocurrido 3.303 muertes por accidentes ferroviarios desde 2004. La situación de la infraestructura ferroviaria es la expresión más dramática, sometida a un vaciamiento y desguace que no se revirtió durante la última década, a pesar de que fluyó dinero en magnitudes generosas hacia quienes hasta el año pasado tenían en sus manos la concesion (más de 3 mil millones de pesos para alimentar las ganancias de los Cirigliano hasta 2012, los que habrían sido más que suficientes para invertir en vagones, locomotoras y tendido de rieles). Pero, como nos mostraron las innundaciones, como muestran los "accidentes" en la construcción, no son las únicas. Tras una década "ganada", lo cierto en en la mayoría de las áreas sencillamente se completó una década más de abandono y negligencia criminal. El funcionariado público, que durante la última década gobernó un Estado rico que hizo gala de su enorme capacidad de gasto, no tiene ningún área en la que pueda mostrar haber dado uso fructífero a estos recursos. Y sobre todo, ostenta un hondo desinterés por las consecuencias fatales de su accionar negligente, que vemos en todas las áreas. Además de los accidentes que se reproducen serialmente, la pobre inversión en trasporte del Estado y de los privados -junto con la ausencia de cualquier planificación metropolitana- es responsable del calvario en el que se transformado el tránsito diario por la ciudad, bajo cualquier medio de trasnporte público. Además de las criminales consecuencias de la especulación inmobiliaria que se desarrolla febrilmente con anuencia del estado, que se presentan cada vez que llueve un poco más que lo habitual, otros incordios nos muestran que este Estado "presente", bajo el mando de este funcionariado, no sirve sencillamente para nada a los sectores populares. La "crisis energética" -que no es otra cosa que el uso de una red obsoleta sobre la cual están sentadas las empresas privadas sin poner un peso, y demandando cada vez más fondos del Estado, muy presto a atender sus demandas mientras el sistema registra cada año colapsos más recurrentes- somete alternativamente a distintos barrios de la ciudad y el conurbano a penumbras que se van haciendo cada vez más largas.
Podríamos continuar la lista.Cada caso reproduce la misma lógica. No sorprende. ¿Por qué deberíamos esperar de estos funcionarios algo distinto a la desaprensión que mostraron los empresarios que tenian bajo su mando las concesiones, si con sus sueldos formidables (acrecentados por las "contribuciones" que realiza el sector privado) tienen una vida completamente ajena a los calvarios populares?
No se trata entonces, solamente, de sacar de la órbita privada cuestiones fundamentales como el transporte público. Es necesario que sean los propios trabajadores, junto con comités de usuarios, los que tengan bajo su mando la administración de los mismos. Para que los cientos de millones que se destinan al sector lleven efectivamente a la renovación de los trenes, señalización y vías. Es necesario pelear por la nacionalización y control obrero de todo el sistema ferroviario. 

domingo, 2 de junio de 2013

El círculo vicioso de la acumulación capitalista en la Argentina: una evidencia de un orden social sin nada que ofrecer

En estos tiempos de inevitables balances, claroscuros, o como querramos llamarlos, que imponen los diez años de kirchnerismo en el gobierno, un aspecto saliente es sin duda el desempeño económico. Son pocos los momentos de la historia argentina, más aún de, digamos por caso, los últimos 50 años, donde podamos hallar un período de crecimiento sostenido tan prolongado como el de estos años, a tasas de crecimiento que durante varios años fueron de 7 u 8%. Otro rasgo destacable es que ahora, cuando el crecimiento se está agotando y entramos en un panorama de crecimiento anémico, no estamos ante un escenario de deterioro acelerado de la magnitud y profundidad que por lo general caracterizaron los fines de ciclo en el país. Sin que un escenario de descalabro pueda descartarse, el hipotético desplazamiento hacia un escenario ominoso se produce a ritmo cansino, aunque esto no quita un continuado aumento en las tensiones entre las clases. Tensiones que el gobierno, lejos de poder contener como hizo durante los tiempos de vacas gordas, está obligado a agravar con las medidas que apuntan a emparchar la situación de deterioro del “modelo” buscando evitar pagar los costos de un ajuste más pronunciado (ver acá para ampliar).

Sin embargo, con todos los rasgos que distinguieron el desenvolvimiento económico de esta última década, también se puso en evidencia la regularidad en la tendencia de fondo de la acumulación capitalista (es decir la inversión de la masa de ganancias obtenida por el capital) en el país. No resulta sorprendente, ya que aspectos centrales que la determinan no se han visto modificados. 

En este blog nos hemos referido en muchas ocasiones a las características que adoptó la acumulación de capital en el espacio económico nacional durante la última década (ver por ejemplo acá, acá y acá). Aunque la inversión durante la última década no ha sido particularmente baja, superando en algunos años el 24% del PIB, no guarda proporción con la mejora que tuvo la rentabilidad del capital, ni es consistente con las altas tasas de crecimiento del período. Por eso, no resulta una sorpresa que la economía desde el año pasado haya dejado de crecer a altas tasas, y que ya mucho antes hubieran emergido varios cuellos de botella, un aumento acelerado de las importaciones de bienes cuya demanda no se puede satisfacer con la producción local, y presiones inflacionarias de demanda que se suman a otros aspectos que la alimentan (para un estudio de la inflación en la Argentina hoy, ver acá). Otra muestra del agotamiento de las condiciones que dieron lugar al crecimiento económico de la última década, la tenemos en el hecho de que, diluidos con el paso del tiempo los efectos "virtuosos" que trajo el ajuste de 2002, el capitalismo nacional pone en evidencia la persistencia de límites al crecimiento que vienen de larga data y que resultan insuperables aún en las condiciones altamente favorables como las que se registraron durante la última década en el plano del comercio exterior.

El tipo de cambio y la acumulación de capital en la Argentina

Como planteamos hace un tiempo “La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”, estas tendencias no son novedosas, sino características de la economía argentina (y de varias otras que muestran rasgos similares). Vamos a resumir algunos de los argumentos centrales de este artículo. Según planteamos allí, la acumulación de capital en el país está fuertemente determinada por lo que ocurre con la expresión internacional del valor producido en el país, es decir con la relación cambiaria entre la moneda local y las monedas extranjeras. Esto es el resultado de que, con excepción del agro y otras pocas ramas, los capitales que se valorizan en el espacio nacional exhiben una productividad del trabajo menor a los promedios internacionales. Esta brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías. Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto que en otros país, lo que significa que su operación no sería posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara plenamente en términos de valor internacional. Por eso, para una fracción considerable de los capitales que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo de cambio. Pero esto, planteábamos, tiene consecuencias muy importantes, que permiten explicar las tendencias de la acumulación de capital en la Argentina: depreciando el tipo de cambio, la economía argentina “[F]orzosamente reduce sus términos de intercambio, condición sine qua non para poder vender en el comercio internacional –y proteger su mercado interno de la competencia exterior- lo cual reduce el poder de compra de las mercancías que produce en el mercado internacional. De esta forma, aunque puede exportar, puede adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio. Aunque la depreciación salva la rentabilidad del capital en el país atrasado, lo hace al precio de aumentar el costo de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados”.

Como los medios de producción importados tienen una gravitación muy importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras economías) el ritmo de innovación tecnológica, se genera una contradicción: las condiciones que favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo tiempo a restringir las posibilidades de la acumulación. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las inversiones de mayor envergadura. Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables producidos para la exportación o para el mercado interno, en principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada de nuevas inversiones. Un primer motivo para esto, es que cuando las inversiones incluyen medios de producción comprados en el extranjero, la depreciación cambiaria encarece su adquisición. El mismo aspecto que mejora la rentabilidad en lo inmediato, hace más costosa (y por lo tanto menos rentable) la incorporación de nuevos medios de producción importados. 

Pero aún cuando no se tratara de incorporar medios de producción importados, sino de inversión que pueda realizarse con medios de producción locales, existe otro aspecto por el cual el condicionamiento del tipo de cambio ha operado como un límite para la valorización. Como planteamos en el artículo ya mencionado, “el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de cambio depreciado. Los capitales que son relativamente más productivos, como es el caso del agro argentino, o aquellos radicados en áreas de bienes y servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe también de salarios. Estos ajustes tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el tipo de cambio depreciado (esto lo analizamos con más detalle acá).

Esta inestabilidad en el tipo de cambio cobra mayor relevancia cuando se trata de inversiones de mayor envergadura. Es que las inversiones en capital fijo (que incluyen las ampliaciones de la capacidad productiva existente, es decir nuevas instalaciones, maquinarias, equipos y otras infraestructuras) son realizadas por los empresarios mirando no sólo la tasa de ganancia con la que se realiza la venta de las mercancías actualmente, sino también la rentabilidad esperada. Esta última implica una proyección, que podríamos considerar basada en la relación entre la tasa de ganancia actual y los registros históricos. En estas condiciones, a los efectos que pueda tener el encarecimiento que pueda producirse de medios de producción adquiridos en el extranjero en términos de moneda nacional como consecuencia de la depreciación de ésta, se agrega la perspectiva incierta que genera un horizonte de volatilidad cambiaria. 

Como concluíamos, entonces:
Cuando se trata de sectores productores de bienes transables, como se ve, el tipo de cambio opera de dos maneras que se mueven sentidos opuestos: si se deprecia, mejora la rentabilidad de la producción, pero incrementa el costo de nuevas inversiones; si se aprecia, genera dificultades de rentabilidad en muchos sectores, pero abarata la adquisición de medios de producción.
Esto explica por qué los ciclos de inversión tienen una forma más desfasada, con un ritmo más discontinuo que el que caracteriza la acumulación de capital en los países más desarrollados: en los momentos de tipo de cambio alto se utiliza intensivamente la capacidad instalada, y opera una tendencia al aumento del capital en relación a la fuerza de trabajo, y en los momentos de tipo de cambio bajo se intensifica la importación de capital aún operando con capacidad ociosa.

Acá hay un aspecto central de la relación entre tipo de cambio y acumulación, que trasciende el clásico problema de la restricción externa, es decir los problemas en la disponibilidad de dólares (para una breve explicación, ver acá). Aunque esta restricción ha sido muy importante, y desde los comienzos de la industrialización sustitutiva de importaciones la falta de dólares se mostró como una limitante a la inversión, hay otra dimensión en la cual impacta el dólar, que es la de la rentabilidad esperada. Con una volatilidad cambiaria que es de las mayores del mundo en las últimas décadas, se trata de un cuestión no menor. Si en el artículo analizamos las tendencias de la acumulación en la última década, la relevancia de los problemas que allí planteamos puede comprobarse también si nos remontamos al pasado. Como señala acá Jorge Castro (basándose principalmente en A new Economic History of Argentina de Gerardo della Paolera y Alan M. Taylor, Cambridge University Press, 2003) el alto costo de los bienes de capital (agravado por las tarifas, cuotas y otras barreras aduaneras) fue un determinante central para explicar la tasa reducida de inversión real desde finalizada la Segunda Guerra Mundial en adelante. En su clásico La industria que supimos conseguir, Jorge Schvarzer relativiza la idea de que la inversión haya sido estructuralmente baja, pero los datos que brinda confirman la existencia de ciclos “desfasados” de inversión, como señalamos más arriba.

La Argentina en los años K: enredada en el mismo círculo vicioso

La última década, aún con todos las pomposas cifras que presentan los entusiastas del “modelo de crecimiento con inclusión social” (sic) no cortó con este círculo vicioso en el que se debate desde hace décadas el capitalismo argentino. Y no lo ha hecho porque, debido a la tendencias que registró la acumulación de capital, la brecha de productividad que distancia a la economía argentina de la media internacional no se ha cerrado, como puede observarse en el Gráfico 3 de nuestro artículo y como también señala, desde un enfoque conceptual muy distinto al nuestro, este artículo de Sebastián Campanario.



Fuente: elaboración propia en base a datos del U.S. Bureau of Economic Analysis (BEA) y del Indec.


A diferencia de otros períodos históricos, la economía argentina contó con un excedente de dólares que se podrían haber volcado sin dificultades a la inversión. Desde el punto de vista de la tasa de ganancia, se trató también de una década de fuertes ganancias. Sin embargo, las contradicciones que señalamos en este artículo, contribuyen a explicar por qué no era de esperarse que estas condiciones llevaran a una aceleración de la acumulación: los aspectos que contribuyeron a mejorar la rentabilidad también encarecieron parcialmente la inversión, y el horizonte de volatilidad cambiaria a mediano plazo hacía esperable un aprovechamiento de las condiciones extraordinarias sin niveles significativos de inversión, y no un salto de la misma. Por eso, no es sorprendente que durante esta década la fuga de capitales no haya hecho más que profundizarse, junto con la remesa de utilidades de las firmas extranjeras. Lo que resulta razonable desde la lógica de este sistema, es otra evidencia de la miserable perspectiva que tiene para ofrecer.
Esto explica por qué, a pesar de las formidables condiciones de rentabilidad de las que gozaron durante esta década los capitales que se valorizan en el país, acompañadas de una holgura en el plano externo también inéditas, y en el caso de la industria gozando de altos niveles de demanda interna por el crecimiento del empleo, la inversión no cortó con las tendencias previas. Y también permite comprender por qué, con la reaparición de tendencias a la apreciación cambiaria (aún compensadas por el hecho de que el dólar se abarató frente a otras monedas como la de Brasil, que a diferencia del peso argentino tiene una cotización flotante) empiezan a reemerger dificultades similares a las de otros períodos similares (vermos además  comportamientos “noventistas”, como es el aprovechamiento del dólar barato para comprar medios de producción en el exterior. En sí misma, parece una gran noticia para quienes sostienen la vitalidad del “modelo”. Sin embargo, es una confirmación más de que, por fuera de todos los debates sobre si el tipo de cambio está atrasado o no, para sectores empresarios sí lo está y pueden sacarle alguna ventaja. Esto es consistente con lo que planteamos más arriba, pero indica que entramos en un período donde se abarata la compra de medios de producción importados al mismo tiempo que se erosionan las condiciones para la producción competitiva). 

La conclusión es contundente: el capitalismo argentino impone enormes penurias a las clases subalternas, en la promesa de un desarrollo capitalista más elevado -en términos comparativos con otras naciones y no en términos absolutos- cuya consecución no es más que una entelequia. La precarización laboral y la continuidad de una tendencia de largo plazo a degradar el valor de la fuerza de trabajo son parte de las condiciones necesarias para sostener la rentabilidad y competividad capitalistas. 



Pero ni siquiera puede decirse que prometan ningún futuro de desarrollo como pretenden los apologistas del “modelo”, pero también quienes desde la oposición buscan seducir con alguna variante supuestamente más “amigable” a los empresarios que traería finalmente las inversiones que –dicen- no se hacen por culpa de la política oficial. Como si fuera un problema de ahora y no un rasgo de comportamiento de larga data que es expresión del carácter dependiente del capitalismo argentino. En los marcos de relaciones de producción capitalista, sólo podemos esperar algún ligero cambio de grado en los niveles de dependencia y de atraso relativo, y no un cambio sustantivo que a ningún sector de la burguesía argentina, atada por mil lazos al imperialismo, podría interesarle llevar a cabo. 

Desde el punto de vista de la contradicción que estamos analizando en este post, entonces, hemos entrado claramente en el fin de un ciclo, y nos ubicamos en un interregno. Durante la última década, las altas tasas de crecimiento se sostuvieron sobre dos grandes condiciones: 1) el “superciclo” de los commodities, que permitió un formidable ingreso de dólares que hizo desaparecer durante todo este período el problema de la restricción externa, y 2) el mega-ajuste (cambiario, fiscal, de ingresos) de 2002, que estableció un tipo de cambio competitivo y permitió un salto en la participación de la ganancia en el ingreso nacional, a costa de los salarios. Si la primera de estas condiciones se mantiene, aunque sus perspectivas están puestas en duda, la segunda se ha ido diluyendo. La espiralización de la inflación, la necesidad que se impuso a fines de 2011 de tomar medidas para cuidar los dólares aún con un importante superávit comercial, el estallido del blue y los intentos de llegar hasta octubre de la mano del blanqueo, evidencian que, aunque la primera de las condiciones permite que este fin de ciclo se procese aún sin los grandes dramas de otras oportunidades, las alternativas de fondo incluyen distintas variantes de profundos reajustes. Ajustes que, como, en cada oportunidad, las clases dominantes se preparan para descargar sobre nuestras espaldas. 
El fin de ciclo que estamos atravesando, aún con los ritmos cansinos que permite por el momento el precio de la soja, no deja más de que dos alternativas: o la burguesía impune una salida que le permita seguir arrastrándonos en su círculo vicioso, o desarrollamos una alternativa política independiente de la clase trabajadora que tome en sus manos las necesidades y aspiraciones del conjunto del pueblo pobre.
La supuesta "década ganada" llevó al paroxismo la dilapidación que hace la burguesía de las riquezas obtienen a costa de nuestra miseria y explotación. Los capitales en el exterior de las clases dominantes rondan como mínimo los u$s 170 mil millones, más de un tercio de total la producción anual del país. Para frenar este continuo drenaje, no alcanza con "cepos" y desdoblamiento informal del mercado cambiario. Es necesario la estatización de toda la banca y el establecimiento de una banca estatal única, unida al establecimiento de un verdadero monopolio estatal del comercio exterior y de todos los movimientos de divisas. Declarar el no pago de la deuda externa para cortar con el negocio de los especuladores, y con los recursos que hoy se destinan a soportar esta gangrena continua, volcarlos a sectores estratégicos de infraestructura hoy completamente abandonados. Esto debería complementarse con el aumento de las grandes fortunas, y por la apropiación íntegra de las rentas mediante la expropiación de los grandes propietarios de la tierra, y la liquidación de los impuestos al consumo.
Tampoco va a ser la programación o planificación de este Estado, garante de las relaciones de producción capitalistas, la que "oriente" a los empresarios mediante incentivos varios a invertir donde no lo están haciendo. Son necesarias iniciativas de otra clase (social). Todo el excedente social que los capitalistas se apropian a costa de nuestro trabajo y que no invierten porque no "cierra" con la lógica de la ganancia, los trabajadores podemos ponerlo en movimiento para dar respuesta a las necesidades sociales que son ignoradas por la producción social en beneficio de la apropiación privada. Por eso, es necesario la estatización bajo gestión obrera de los sectores económicos estratégicos, y el control obrero de toda la industria. 
Expropiar a los expropiadores capitalistas es la única vía para cortar el nudo gordiano de la dependencia frente al imperialismo y reorganizar la economía sobre nuevas bases.