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martes, 25 de noviembre de 2014

Los costos del ajuste no son iguales para todos

El año 2014 fue el año de la profundización del ajuste como producto de la devaluación. Los trabajadores, los más golpeados.

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Ya desde 2012, el pretencioso nombre “modelo de crecimiento con inclusión social” con el que el kirchnerismo pretendió definir los lineamientos de la política económica, no habla ni por asomo de lo que se palpa diariamente. Ni “crecimiento”, ya que desde 2012 la economía está prácticamente frenada, aunque las dibujadas estadísticas oficiales del Indec, legado del ex Secretario de Comercio Guillermo Moreno que mantiene su vigencia, no lo reflejen. Ni “inclusión social” –que bien mirada siempre fue bastante relativa ya que la mejora en los indicadores que ocurrió en los años de mayor bonanza económica se dio a la par que un gran cuidado de no afectar las ganancias juntadas “con pala” por los sectores empresarios. Como sea, desde 2008 se enlenteció hasta la inmovilidad el retroceso de la precariedad laboral que ocurrió entre 2003 y 2007. La reducción de la pobreza, resultado del crecimiento del empleo y de la implementación de la Asignación Universal por Hijo y otras medidas similares, se frenó en los últimos años (y a partir de 2012 se registra un aumento de la indigencia, en cifras de la CTA oficialista).
Pero desde enero de 2014, entramos en una nueva etapa de aceleración del ajuste mediante la depreciación del peso frente al dólar. Esto generó fuertes impactos, sobre los precios y sobre la actividad económica (también afectada por otras medidas del gobierno). Estos impactos, los costos del ajuste, han estado muy desigualmente distribuidos.

martes, 18 de noviembre de 2014

El freno a la tensión cambiaria: una victoria pírrica, de duración limitada


Después de que la brecha entre la cotización del dólar legal y la del paralelo volviera a escalar en los últimos meses hasta el 80%, el gobierno consiguió parar la corrida y desinflar las expectativas de una nueva devaluación fuerte del peso antes de fin de año.
El mayor indicador de este logro está en el desinfle de la cotización del dólar blue, así como del llamado contado con liqui. Desinflar este último mercado fue uno de los principales objetivos que se puso Alejandro Vanoli, jefe del Banco Central (BCRA) desde su llegada en octubre al organismo. Este es un mecanismo de compra de dólares que es legal pero que preocupa al gobierno por que el precio del dólar que definen estas operaciones es la base para la cotización del dólar blue, y también porque al haberse convertido en el medio para que los importadores pudieran conseguir los dólares que no les daba el Banco Central para financiar la compra de insumos, amenazaba con tener un fuerte impacto en los bienes industriales, considerando la fuerte dependencia de toda la manufactura de la adquisición de insumos importados.
En el balance de los motivos que permitieron alcanzar esta precaria calma, desde posiciones afines al gobierno, como es por ejemplo el caso de Alfredo Zaiat, buscan poner el primer plano la iniciativa “policial” desplegada en el último mes.
En el último mes, el BCRA, la AFIP, y la Comisión Nacional de Valores, que el jefe del BCRA Vanoli comandaba hasta su designación a comienzos de octubre último, protagonizaron -de forma coordinada o en competencia entre una y otra según la ocasión- numerosos operativos contra bancos, otras entidades financieras y casas de cambio. La AFIP también detectó irregularidades en importaciones de bienes y servicios de numerosas empresas, que inflaron los precios declarados en las operaciones para enviar dólares al extranjero.
Sin embargo, el desinfle del dólar contado con liqui y del dólar blue no puede explicarse exclusiva ni primeramente por esta avanzada del contralor. Responde ante todo a que el gobierno logró soluciones “de mercado”.

martes, 14 de octubre de 2014

La “cuestión del dólar”: causas y consecuencias de la escasez de divisas

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A nueve meses del fuerte ajuste cambiario, la amenaza de una nueva devaluación planea en el horizonte. Esto es resultado de los traspiés para concretar la agenda definida de forma simultánea con dicha devaluación: vuelta a los mercados para resolver con endeudamiento externo la falta de dólares. “Resolver”, en sentido figurado, porque ya sabemos es un remedio peor que la enfermedad.
Desde que la decisión de la corte norteamericana de no revisar el fallo del juez Thomas Griesa dinamitó el camino hacia los mercados externos, volvió a crecer la brecha entre el dólar oficial y el paralelo. La tensión cambiaria se agravó por la reticencia de los sojeros a buena parte de la cosecha de granos. Con el estrés cambiario, volvieron en los últimos meses las restricciones para la compra de dólares: se cortó virtualmente la venta de dólares a importadores al cambio oficial, y desde que Alejandro Vanoli reemplazó a Juan Carlos Fábrega al frente del Banco Central (BCRA), el gobierno redobló la presión para frenar tanto el mercado ilegal como la compra de dólares a través de bonos y acciones. La experiencia reciente muestra que estas medidas, que tienen el costo de imponer un freno a la economía, no alcanzan contra la presión devaluatoria. La pérdida de por parte del BCRA continúa, y hoy están en u$s27.615 millones.
La “crisis del dólar”, último capítulo de un largo proceso de agotamiento del esquema económico que rige desde 2002, expresa la persistencia de los severos condicionantes con los que opera la economía argentina, que la década “ganada” no revirtió en lo más mínimo.

martes, 7 de octubre de 2014

Cuando el corto plazo se hace larguísimo


Publicado en La Izquierda Diario

La onda expansiva de la ofensiva buitre en las cortes norteamericanas, derivó la semana pasada en la salida forzada del banquero central, Juan Carlos Fábrega, y en su reemplazo por Alejandro Vanoli. La economía argentina, en zona de turbulencia, volvió insostenibles las internas que enfrentaban a Fábrega con el Ministro de Economía, Axel Kicillof. Con el descabezamiento del Central, el jefe de Hacienda toma el control de los principales resortes de la política económica.

jueves, 21 de agosto de 2014

Salta el blue, el gobierno niega la devaluación... sabemos cómo termina, ¿no?

http://bucket1.clanacion.com.ar/anexos/fotos/49/argentina-en-default-1932049w300.jpgEmanuel Álvarez Agis, viceministro de Economía, rechazó hoy que fuera a producirse una devaluación. Lo hace en momentos en que el blue se recalentó, subiendo cintuenta centavos en un día y superando la barrera de los 14 pesos, en una brecha de 64 % con la cotización oficial. Ya sabemos cómo termina esta película, ¿no?
Desde hace ya varios meses, mientras el gobierno intentaba hacer "los deberes" para salir a los mercados, se esbozaba un escenario de nuevos saltos cambiarios, como producto de la inflación. La "incertidumbre" generada por el canje anunciado esta semana ha sido finalmente la excusa de los especuladores para, en un contexto de escesez de dólares y baja de tasas, salir a presionar por la cotización del dólar. El gobierno que hoy dice que no devaluará, dirá nuevamente ante la consumasión del ajuste cambiario que lo "obligaron". Los costos, caen sobre los trabajadores y sectores populares. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

El que apuesta al dólar, ¿será verdad esta vez que pierde?

Gastón Ramírez y Esteban Mercatante

Después de meses de calma, volvió a dispararse la cotización del dólar paralelo (blue), hoy un 40% por encima del dólar oficial. Las previsiones de varios analistas ponían agosto como horizonte límite para la pax cambiaria. Pero parece que, ante el intento de hacer la plancha por parte del Ministro de Economía Kicillof, y la marcada exposición de las internas en el gabinete económico sobre qué hacer con el dólar y las tasas, los tiempos podrían acortarse. El salto de la brecha muestra los límites de los intentos de mantener a 8 pesos el dólar, al menos, en lo que dure la liquidación del grueso de la cosecha de soja (hasta agosto). Como venimos denunciando desde comienzos de año, el gobierno entró en una senda de ajuste acelerado, del cual la devaluación de enero (que fue un salto dentro de una depreciación del peso que había sido de 60% desde comienzos de 2013 hasta enero de 2014) era sólo un capítulo. Ahora los especuladores presionan por un nuevo ajuste.
El disparador de estos movimientos provino del Banco Central (BCRA). La leve recuperación de las reservas, hoy en U$S 28.385 millones (u$s 1.446 millones por arriba del piso tocado a comienzos de año; todavía un 7,4% por debajo del valor al cierre de 2013), le dio confianza al titular del BCRA empezar a mover un poco el tipo de cambio oficial, 0.6 puntos (una suba de 0,75%). La idea -podemos presumir- era iniciar microdevaluaciones como para indicar que la moneda no va a seguir fija, y sacudir un poco las certezas de los sectores propensos a especular. Algo así como la política que aplicó Redrado hace unos años cuando estaba al frente del BCRA. También, presionado por el Ministro de Economía (que contaba con aval de Cristina) el Jefe del BCRA empezó a bajar la presión sobre las tasa de interés. En una interna cada vez más ventilada (para delicia de la “corpo”), Kicillof había acusado a Fábrega por la recesión, sosteniendo que las altas tasas frenaron el crédito y el consumo. Lo cual es cierto, pero tanto como que los techos a los salarios y el mazazo devaluatorio (así como los tarifazos de transporte, luz y gas) son parte del mismo combo de ajuste. Ahora Fábrega bajó 2 puntos las tasas de las letras del BCRA. A la vez que relajó el cepo cambiario autorizando el giro de utilidades al exterior (que se  quintuplicaron en 2013 respecto 2012, sumando los $s 1.344 millones; menos de un tercio del promedio que hubo hasta 2011, de todos modos). 
Los movimientos opuestos y simultáneos de tasas y dólar oficial sacaron de la modorra a los especuladores financieros. Bastó una esta leve baja en la tasa (ahora en 26% a 90 días) para, ante una posible merma de la jugosa rentabilidad que vienen haciendo con estos papeles desde la devaluación, apurarlos a buscar refugiarse otra vez en el dólar, mediante un nuevo pase a activos en dólares, y de paso meter presión sobre el cambio oficial para -si lo logran- hacer buenas ganancias de corto plazo. Esto elevó el dólar blue a un valor por encima del 40% de la cotización del peso oficial, a la vez, que el dólar “liqui” (que es un parámetro central para el blue) se ubicó en $10,76, muy cercano a los $11. La suba del dólar blue a un precio de $11,30, registra una suba del 13%, cercana a la inflación acumulada hasta mayo. Esto podría anticipar el ritmo de devaluación del oficial para reponer la inflación.  El dato más relevante es la caída a la mitad del valor entre el dólar blue y el dólar contado con liqui (dólar fuga), que se ubica en 54 ctvs. Un indicador del pase a activos en dólares de los inversores.
Un dato central, es que los exportadores y las cerealeras también se sumaron a los especuladores (qué sorpresa, ¿no?) reduciendo las liquidaciones de dólares por exportaciones. Aunque en abril habían estado altas, vienen cayendo. Esta semana son hasta ahora un 30% menos que la semana pasada, acumulando sólo U$S 670 millones. Como dice un informe afín al sector “el hombre de campo está enojado con el precio, y espera una mayor devaluación”.  La liquidación de divisas que hacen los sojeros ya es bastante menor a la de abril. Como los pagos por importaciones son crecientes, sólo 1 de cada 4 dólares que compra queda en el organismo.
Aún en el contexto de una economía en recesión, a causa del ajuste y del menor ritmo de compras industriales (automotrices) de Brasil, parece que la pax cambiaria tiene plazo más corto que el que se preveía hasta hace unas semanas. El gobierno volverá a moverse entre las alternativas de nueva devaluación, o una vuelta a los mercados de deuda, todavía trabada aunque la emisión de bonos para pagar a Repsol confirmó que una vez más que el desendeudamiento es cosa del pasado. Probablemente, de acá hasta fines de 2015, veamos dosis mezcladas de ambas recetas ortodoxas, en un combo de ajuste sobre los sectores populares.
La cuestión del dólar no puede atacarse regalando rentabilidad a los especuladores o volviendo al redil de los mercados. Sólo la nacionalización de la banca para conformar una banca estatal única, un verdadero monopolio estatal del comercio exterior y la expropiación de los grandes terratenientes que junto con las cerealeras y los otros eslabones del agropower organizan la especulación, pueden cortar de raíz las maniobras que preanuncian un nuevo mazazo al nivel de vida de los trabajadores y los sectores populares mediante una nueva devaluación. Sólo la clase trabajadora puede imponer esta salida, luchando por un gobierno de otra clase.

viernes, 16 de mayo de 2014

El ajuste K y los ataques patronales apuntan contra el empleo y el salario

A comienzos de este año, señalábamos que el giro dado por el gobierno de Cristina Fernández en enero, al imponer el mayor ajuste cambiario desde 2002 signaba “de forma irreversible, la entrada en una nueva dinámica”. La del ajuste a un ritmo más acelerado. Más acelerado, decimos, porque en los hechos después de las elecciones de 2011 se decretó el fin del tan mentado “nunca menos”, y comenzaron las primeras medidas de ajuste.

Pero la devaluación marcó un salto. Le dio un nuevo empujón a la inflación, que ya se había acelerado de forma considerable a fines de 2013, y en unos pocos meses (de noviembre a marzo) el poder adquisitivo del salario cayó más de 15%. El ajuste cambiario fue seguido por una política monetaria restrictiva que subió las tasas de interés y restringió la liquidez para contener al dólar, con la consecuencia de encarecer significativamente el crédito al consumo -con tasas que llegan al 80%- y reducir (o cortar, según el tipo de bienes) su disponibilidad. Se trató de un zarpazo en toda la línea, el mayor de la época kirchnerista, contra los ingresos de los asalariados y el nivel de vida de todos los sectores populares. Y al mismo produjo un regalo a los bancos, que en el primer trimestre de este año llegaron en algunos casos a cuadriplicar sus ganancias respecto de igual período del año anterior.

Cuatro meses después, se confirma que hemos entrado en una nueva dinámica. Veamos.


Una estabilización “macro” provisional y limitada

La situación que se está configurando, se alejó en lo inmediato de los pronósticos de descalabro de la economía que circulaban durante los primeros meses del año. A fuerza de ajuste ortodoxo, el tándem Kicillof (Ministro de Economía) y Fábrega (Presidente del Banco Central, BCRA) logró estabilizar la situación. La devaluación, seguida por una política monetaria restrictiva (es decir un combo de ajuste ortodoxo por ambos lados) para incentivar el ahorro en pesos y frenar la fuga al dólar; el posterior blanqueo de la inflación con el nuevo IPCNu (aunque también el achicamiento del crecimiento que los libró del cupón de crecimiento a fin de año) y el acomodamiento en una pauta de negociaciones salariales que supera el objetivo que se había puesto el gobierno a comienzos de año (18%) pero que va a dejar los salarios por debajo de la devaluación acumulada desde fines de 2013, y de la suba proyectada de precios para este año, lograron estabilizar la macroeconomía por un período (dependiendo cuánto dure de si planchan la moneda o no, del nivel de inflación y de los dólares que entren por el comercio exterior). Las patronales siempre propensas a reclamar por la “competitividad” se vieron beneficiadas por una devaluación que hizo caer el costo salarial en dólares, y el “agropower” logró un tipo de cambio favorable para liquidar los dólares amasados por la cosecha. Esto puso un freno a la fuga de dólares, que se llevó 13 mil millones de dólares en 2013 a pesar del cepo cambiario.

Los esfuerzos mostrados en la negociación con el Club de París para restablecer un cronograma de pago de estas deudas con acreedores de los países ricos, la circunspecta presencia de Kicillof en la reunión del FMI, y el acuerdo con Repsol para pagar generosamente la compra del 51% de las acciones de YPF, empezaron a despejar alguna posibilidad de emisión de deuda pública en el exterior. Se comprende, con tasas por el piso en los países ricos, los grandes bancos internacionales desesperan por hacer negocios con un país al que le pueden cobrar arriba de 8%. Por lo pronto avanzaron emisiones de deuda de YPF, así como hay ofertas para préstamos a tasas que rondan el 6% al BCRA, para ampliar la cobertura de dólares (es decir, no sería un financiamiento al tesoro del Estado argentino sino una especie de “swap”, que cubre al BCRA para sostener la política monetaria), en ambos casos a tasas altas en términos internacionales, pero mejores que hace un tiempo. La estabilización también despejó, al desinflar el mercado cambiario paralelo, algunos obstáculos que limitaban la extensión del acuerdo Chevron a otras empresas, como era la necesidad de hacer mecanismos para compensar la "pérdida" de las multinacionales por entrar en dólar legal en vez de blue. Al acuerdo con Dow anunciado en septiembre pasado, se sumó otro con la malaya Petronas, así como un nuevo desembolso conjunto de YPF y Chevron por 1.600 millones de dólares. Estos negocios petroleros representan el ingreso de al menos 2 mil millones de dólares para este año.

Todo esto contribuyó a descomprimir el faltante de dólares, tanto por el lado de frenar la salida como de alimentar la entrada, relajando entonces la “restricción externa” (sobre esta restricción en la economía argentina ver aquí). Pero aunque esto alejó por el momento los riesgos de una crisis externa (es decir de un escenario donde el tipo de cambio nuevamente se vuelva inmanejable, con nuevo salto del blue e incluso riesgo del sistema financiero), la inflación que sigue a paso firme, y la baja de la tasa de interés que está encarando ahora el BCRA para tratar de restablecer las condiciones de crédito, dejan el interrogante de cuánto tiempo duraran estas condiciones. A esto se agrega otra inquietud, imprevista hace unos meses, que es el deterioro agudo del balance comercial. Llamativamente el Indec acaba de ajustarlo a la baja para el año 2013, pasando de u$s 9.024 millones a u$s 8.004 millones. Pero lo más alarmante es que las habituales discrepancias con los registros de Intercambio Comercial Argentino (ICA) son mucho mayores que en otros años, y llevaron a ajustar las estimaciones privadas para 2013 a un superávit virtualmente nulo (ver acá). Para este año, se redefinieron los pronósticos y se espera un superávit comercial de u$s 5 mil millones. El saldo externo favorable observado desde 2002 ha sido clave para fortalecer las reservas del BCRA, que se fueron volviendo cada vez más importantes para la política económica a medida que otras patas del llamado “modelo”, como el superávit fiscal o la competitividad lograda en 2002 con la megadevaluación, se deterioraban. Como explicábamos en Ideas de Izquierda 7: “El hecho de que el BCRA tuviera un nivel elevado de reservas, contribuyó durante los últimos años de diversas formas a sostener el esquema de financiamiento imprescindible para afrontar un gasto público en aumento”, entre otras cosas porque permitió que una parte de las reservas fuera usada para pagar deuda pública externa, sin contrapartida de mayor endeudamiento del Tesoro (el Fondo del Bicentenario). Para que nos demos una idea, los vencimientos de deuda del Gobierno nacional que se pagaron con reservas ascienden a u$s 27.500 millones entre 2010 y 2013. Las alarmas sonaron en 2011 sólo porque los dólares de la soja (y otros granos) ya no alcanzaban para sostener el déficit industrial, el déficit energético, los pagos de la deuda, las remesas de capitales y la lisa y llana fuga de dólares. Ese año fue el primero de la década kirchnerista donde el año concluyó con una caída en las reservas en manos del Banco Central.

El superávit comercial previsto para este año está un poco por encima de los vencimientos de deuda pública de este año (3.200 millones de dólares) en caso de que efectivamente no haya pago de cupón de PBI como se prevé por el momento (sino la cifra podría trepar a 6 mil millones de dólares, es decir que el superávit comercial del año no llegaría siquiera a cubrir esto). Considerando que la salida de dólares se enlenteció pero no se frenó del todo, es probable que el año termine nuevamente con caída de reservas. 2015 luce más complicado, ya que los vencimientos ascenderán a 9 mil millones de dólares.

Por eso, aunque en lo inmediato el ajuste cambiario y la política monetaria ortodoxa contribuyeron a estabilizar la situación, el deterioro comercial es otro síntoma de que esto podría durar poco.


La hora de la recesión

La “estabilización” –con los límites que señalamos más arriba- ha sido lograda a costa de un ajuste que golpeó una economía que ya mostraba múltiples señales de deterioro. La devaluación agravó un escenario complicado, empujando en lo inmediato a la economía hacia la recesión. La economía, que venía ya de dos años (2012 y 2013) muy bajo crecimiento (que ahora el ajuste de los números oficiales del PBI confirma), ingresó técnicamente en recesión, ya que se registraron dos trimestres consecutivos de contracción de la economía. Los pronósticos para el año prevén una contracción económica de entre 0,5% y 1,5%. Con una inflación que difícilmente termine el año por debajo de 35%, y acuerdos salariales que salvo excepciones estuvieron por debajo del 30%, la política oficial se orienta hacia una profundización del deterioro del salario real (que en promedio había terminado con una ligera caída en 2013, que en varios gremios, con los convenios salariales negociados por debajo del promedio, fue en realidad un deterioro bastante más marcado).

Uno de los sectores que muestra mayores complicaciones es la industria automotriz. Esta acusa una caída acumulada de la producción de 18% en los primeros cuatro meses del año, y una disminución de las ventas locales del 30% y del 18,6% de las exportaciones en igual período. Por ahora el deterioro se está acelerando, ya que sólo el mes de abril la caída en las ventas mayoristas fue de 40% respecto de igual mes del año anterior. Como señalamos acá, las automotrices han aprovechado las formidables ventajas en flexibilidad que les otorgan las cláusulas de flexibilidad perfeccionadas en cada convenio (por rama y por empresa) durante la última década para ajustar just in time el trabajo, anunciando en unas pocas semanas una seguidilla de suspensiones que afecta a 12 mil trabajadores. Esto evidencia cómo, aún los sectores mejor pagos de la clase trabajadora argentina, y que lograron participar en cierto modo del “derrame” que no bajó a los escalones donde se encuentra el grueso de los asalariados del país, se encuentran hoy ampliamente flexibilizados. Esta dimensión de la precariedad que se invisibiliza en tiempos de crecimiento, se pone en evidencia apenas emerge la crisis. Estamos empezando a ver reminiscencias de lo que fue 2009. Pero promete ser mucho peor, y es necesario responder a la medida del ataque que se viene.

La profundidad de la caída tiene numerosos efectos expansivos sobre el resto de la industria. Las terminales representan el 6,5% del PBI industrial y el 7,2% del empleo en forma directa. Aún con la limitada integración de componentes locales en los vehículos (30/35%), más de 400 empresas autopartistas se mueven al vaivén de lo que ocurre con la producción automotriz. El 55% de su facturación está compuesto por ventas a las terminales locales. Otro 15% se dirige a Brasil, donde las automotrices también están aplicando suspensiones. La onda expansiva del parate automotriz continúan, a través de sus proveedores, hacia un importante número de metalúrgicas, fundidoras y proveedores de insumos básicos como acero, aluminio, vidrios, químicos y plásticos. Esto significa sectores que implican que no menos del 14% del PBI industrial (3% del PBI total nacional). Según estimaciones de Dante Sica de Abeceb, por cada puesto de trabajo generado en una terminal automotriz, se crean otros 3,7 empleos en empresas eslabonadas en la cadena de producción, distribución y comercialización. Es decir que la crisis automotriz afecta a una buena parte de los más de 165 mil empleos involucrados en la cadena. Ante esto las patronales se aprestan a descargar sobre los trabajadores el peso de la crisis. Ni lerdos ni perezosos, las patronales autopartistas ya iniciaron despidos, como observamos en Gestamp.

¿Cuáles son los motivos de esta caída? En la industria automotriz el gobierno pretende explicarla centralmente por la caída de Brasil. Pero aunque las exportaciones cayeron fuerte, mucho más lo hicieron las ventas locales. También están cayendo fuerte otras ramas de la industria muy vinculadas al desenvolvimiento del mercado local. De conjunto la actividad industrial de marzo de 2014 muestra disminuciones del 6% en términos desestacionalizados. La producción de cemento registra en marzo una caída del 4,8% en comparación con igual mes de 2013; en el primer trimestre de 2014 en comparación con el mismo período del año anterior la producción de cemento presenta una disminución del 0,8. Alimentos y bebidas cayó en marzo 0,4 respecto de igual mes del año anterior, y acumula en el año una caída de 0,6 respecto de igual período del año previo). Mientras tanto, firmas como Aluar que exporta un 70% de la producción, presentaron balances con ganancias que crecieron un 115% en nueve meses.

En este contexto, durante la segunda parte del año podría haber, en el mejor de los casos, alguna reversión parcial del deterioro. Hasta marzo el consumo agregado acumulaba en el año una caída del 0,6, mientras que el crédito al consumo registraba una caída de 6,1%.

Después de paritarias y la liquidación de la soja puede haber algún impulso a la demanda, aunque limitado porque la tendencia a la destrucción del empleo no da signos de detenerse. las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) publicadas para el primer trimestre, que reflejan una merma interanual del 1,2 por ciento en la cantidad de obreros en la industria manufacturera. La encuesta industrial del Indec indica que el 3,2% por ciento de los empresarios fabriles prevé una baja en el número de empleados para los próximos meses, así como también estiman reducir la cantidad de horas trabajadas. Según la encuesta reciente de la consultora SEL, sobre 140 grandes empresas, un 15% espera disminuir su personal en 2014, cifra que casi duplica la relevada el año pasado, cuando sólo el 8 por ciento preveía despidos. El estudio señala que “esta expectativa se agudiza en el sector de bienes durables, donde la proporción de empresas que espera disminuciones se duplica, llegando a un 30 por ciento”. En contraposición, el 19 por ciento espera aumentos, 4 puntos por debajo de igual período del año anterior. Según el mismo estudio, el 26 por ciento de las empresas líderes redujo las contrataciones estacionales. Alineado a lo anterior, el 21 por ciento ya ha eliminado la contratación de personal temporario, cifra que asciende al 24 entre las compañías de bienes durables y consumo masivo.



Un programa para frenar el ataque

Ante este cuadro de deterioro, que ya está golpeando sobre la clase trabajadora, desde usinas afines al oficialismo depositan confianza en las herramientas del gobierno para contener los efectos sobre los ingresos de los trabajadores y sectores populares. Mencionan en Programa de Recuperación Productiva (RePRo), implementado en 2008 ante la caída de la economía que causó la crisis mundial. Algunos llegan tan lejos como para afirmar que el anuncio de 40% de aumento para la AUH y para las asignaciones familiares (que analizamos acá) desmiente el rumbo del ajuste.

Pero este aumento es por sí sólo un reconocimiento del ajuste aplicado sobre los ingresos de la clase trabajadora, de los sectores público y privado, que en ningún caso tuvieron una recomposición nominal del ingreso equivalente. Si la AUH le empata le gana por poco a la inflación (no así a los aumentos de precios de alimentos, que alcanzan a 40% desde junio último, cuando había sido el anterior aumento de la asignación), los salarios pierden por goleada.

Ante el déficit fiscal, y las limitaciones para financiarlo, el gobierno no puede actuar para contrapesar la caída económica. Al contrario, está obligado a actuar para profundizarla. A diferencia de otros ajustes devaluatorios (como 2002) que permitieron ajustar gastos en relación a los ingresos, mejorando la situación fiscal, ahora ocurrió todo lo contrario. La devaluación no hizo más que agravar las dificultades, entre otras cosas porque agravó el costo de las importaciones de combustible. Como consecuencia de esto, los aumentos de tarifas de servicios públicos y del transporte trasladan a los precios una parte de los subsidios, pero esto no permite reducirlos sino sólo limitar su crecimiento. Salvo que ensayen a fondo la vuelta a los mercados, o que aceleren el financiamiento a través de la emisión monetaria (que el actual jefe del BCRA no parece dispuesto a convalidar), el ajuste fiscal debe continuar a paso firme, ya que no hay margen para continuar con los mecanismos de financiamiento ensayados en los últimos años (a través de ANSES y el BCRA). Por eso se encuentra limitada la capacidad de empujar la economía con gasto público. A la inversa, la devaluación y la reducción de subsidios, así como el encarecimiento del crédito son un combo de ajuste sobre la economía. La estabilización provisional (que podrá extenderse a cosa de más devaluación -es decir más ajuste- y endeudamiento externo) lograda a fuerza de medidas ortodoxas, está permitiendo dosificar los ritmos, no cambiar la tendencia.

Toda la burguesía y los partidos patronales acompañan las medidas de ajuste. Aunque desde sectores opositores y El Foro de Convergencia Empresaria expresen la intención de lograr medidas más decididas, y sobre todo, aspiren a desmontar mecanismos de intervención en la economía aplicados durante estos años que, aunque aplicados en función de sostener la reproducción del capitalismo nacional, cuentan con el rechazo de sectores empresarios. Pero no hay diferencias en un punto fundamental: que sean los trabajadores los que paguen los costos de la crisis. El gobierno, que al mismo tiempo que puso techos a los salarios por debajo de la inflación se resiste a mover el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, y trata de “privilegiados” a los sectores sindicalizados, pretende que todo esto es para sostener los ingresos de los sectores más bajos. Puro verso: el ajuste pega de lleno sobre estos sectores, ya que, por fuera de la percepción de la asignación con fondos del Estado, buena parte de los ingresos en estos sectores provienen de un empleo, en condiciones no registradas (en “negro”), en los sectores como la construcción que están entre los que más caen (construcción cayó 6% en marzo). Como planteamos en Ideas de izquierda 5, las condiciones de precarización de la fuerza de trabajo, que son las principales responsables del bajo piso de ingresos. Al cabo de una supuesta década “ganada”, el 50% percibe ingresos de hasta $4.040, y el 70% está por debajo de los $6.000. Suena a broma presentar ahora, como medida contra el trabajo no registrado, después de 10 años en el poder, un proyecto de blanqueo de inspiración cavallista, con la modesta aspiración de bajar un 10% el empleo no registrado (es decir que pase de 34% a 28% de la Población Económicamente Activa). En abril, el mismo mes en que se anunciaban estas medidas,las contribuciones a la seguridad social crecieron un 19,4% interanual, la mitad del aumento general que registró la recaudación. Es decir bastante menos que la inflación estimada. Dado que el desempleo no se disparó y que los despidos todavía son puntuales, eso implica que hay empresas que dejaron de pagar los aportes por sus empleados o que empezaron a “negrear” ante el enfriamiento de la economía. El plan de “blanqueo” nace fallado por la crisis, que potencia la inclinación negrera de la burguesía argentina.

Los verdaderos “privilegiados”, en la Argentina del ajuste ortodoxo llevado a cabo puntillosamente por heterodoxos, son los sectores empresarios, si juzgamos por la última presentación de balances de las empresas cotizantes, con crecimientos de los beneficios de hasta 400% en el caso de algunos bancos.

Con el 10A, la clase trabajadora hizo visible su fuerza en la calle. También se puso en evidencia la presencia de la izquierda en sectores estratégicos, como es la zona norte del Gran Buenos Aires donde se encuentran algunas de las principales concentraciones fabriles del país. En numerosas fábricas los sectores clasistas arrebataron muchas de las organizaciones (centralmente Comisiones Internas) de manos de la burocracia sindical. También contamos con el avance político que representa la conquista de diputados, legisladores y concejales de los trabajadores con el Frente de Izquierda. Con esta fuerza los trabajadores podemos evitar pagar los costos de esta nueva crisis (como pasó con el fin del Gobierno de Alfonsín o el de Menem y la Alianza). Tenemos la fuerza para articular una alianza con los sectores populares, resistir este ajuste e imponer una salida opuesta. Es mentira que no queda otra que aceptar las “reglas” del ajuste, es decir, las de los que la “juntaron con pala”. Atacando sus millonarias ganancias, hay una salida a favor de los trabajadores y el pueblo.

Para imponerla, lo primero es terminar con la tregua que, después del 10A, impulsan los sectores opositores de la burocracia sindical. Hay que imponer un paro nacional de 36 horas con movilización y piquetes. Rodear de solidaridad todas las luchas, pelear por la prohibición de todas las suspensiones y despidos, y por la reapertura de todas las paritarias para imponer “cláusulas gatillo” para ajustar los salarios ante la inflación. Reparto de las horas de trabajo manteniendo el salario. Abajo la precarización laboral. Pase a planta y a mejor convenio.

La clase trabajadora puede presentar una alternativa al ajuste. Hay que expropiar a los bancos y crear una banca estatal única controlada por los trabajadores que termine con los usureros. Se debe confiscar a las comercializadoras de granos e imponer el monopolio estatal del comercio exterior, hay que decidir qué se exporta y qué se deja introducir como importaciones de acuerdo a las necesidades populares, y con precios accesibles y no de acuerdo a la ganancia de las multinacionales. Hay que desconocer la deuda usuraria, que ya se pagó más de treinta veces, e imponer que los empresarios retornen los dólares que tienen en el exterior (calculados en 210 mil millones). Si se niegan, hay que expropiar sus bienes en el país. Todas las privatizadas demostraron que utilizaron los subsidios para su rentabilidad, sin inversión (los permanentes cortes de luz fueron la muestra reciente): hay que estatizarlos y ponerlos a funcionar bajo control de los trabajadores.

Estas son demandas de un plan de emergencia que muestran que hay otra salida, pero que no vendrá ni de este Gobierno que se arrodilla ante el capital ni de la oposición patronal. Solo la movilización obrera y popular puede ir conquistando estas demandas y un Gobierno de los trabajadores puede imponer este programa de conjunto. Para que la crisis la paguen los empresarios.

Los Encuentros regionales como el que se prepara para el 24 de mayo en la Zona norte del Gran Buenos Aires, tienen como desafío impedir el avance de las suspensiones y despidos, así como rechazar la ley antipiquetes, la represión a los que luchan y tomar medidas para seguir exigiendo la absolución ya a los petroleros de Las Heras.


jueves, 15 de mayo de 2014

AUH vs Inflación. ¿Mejora efectiva, o restitución (y reconocimiento) del mazazo acumulado en un año?

La presidenta anunció que a partir de junio la AUH pasará de $460 a $644. Se trata de un aumento del 40%. El número en abstracto suena bastante imponente. Tanto que varios oficialistas salieron a hacer declaraciones entusiastas como que se trata de “otro baldazo de agua fría para los que piden ajuste". El encuestador y bloguero Artemio López sostiene que “15 puntos por sobre el nivel inflacionario de 2013 y al menos 10 puntos por sobre el estimado por la ortodoxia para 2014, nuestra estimación es que la actualización del 40% se ubicará 15 puntos por sobre el nivel inflacionario 2014”. El sociólogo llega a afirmar, nada menos, que esto permite “alejarse de la variante ortodoxa del ajuste post devaluatorio”. En primer lugar, debemos decir que las cifras que arroja están bastante por debajo de las que, a falta de credibilidad de la información oficial, pueden aproximarse. Los índices provinciales de las pocas provincias que mantuvieron cifras propias durante 2013, así como otras estimaciones privadas (que sí, tienen una cierto sesgo al lanza, así como el gobierno mostró bajo la impronta de Moreno una tendencia a planchar la variación del nivel de precios hasta llegar al ridículo) ubican la variación de precios para todo 2013 alrededor de 28%. Además, en el caso de los alimentos, que concentran una parte importante del consumo de los sectores de menores ingresos, el aumento de precios fue más alto que la tasa de inflación promedio, rondando el 40%. Por otro lado, para el año en curso, aunque la variación de precios se enlenteció después de los frenéticos aumentos de enero y febrero, resulta prematuro ubicar la inflación del año en 30%, más aún en 25%. Por empezar, se vienen nuevos ajustes en las tarifas de los servicios públicos que van a acelerar el aumento de precios, sobre todo en la zona de CABA y GBA. Para seguir, no está dicho que el gobierno no vaya a ajustar nuevamente el tipo de cambio, y que eso estimule más la suba de precios. Mientras tanto, los números oficiales de inflación vuelven a mostrar algunos vicios que los llevan a presentar una realidad desfigurada, como basarse en los precios cuidados que  están en menos del 30% de los puntos de venta minorista.
Podemos decir entonces que, aunque la recuperación de la AUH le gana a la inflación, lo hace por bastante poco. En el mejor de los casos está unos 8 o 9 puntos por encima de la inflación acumulada desde junio pasado, fecha del último aumento. La mejora en términos reales, ronda entonces apenas el 7%, y es casi nula vis a vis los aumentos de los alimentos.
Sin embargo, el principal motivo por el que es ficcional afirmar que con este anuncio el gobierno se aleja “de la variante ortodoxa del ajuste post devaluatorio” (como si el combo devaluación, intereses altos, acuerdo con el Club de París y pago a Repsol no fuera una indigesta con todo el combo ortodoxo), es porque este anuncio resulta complementario a una pauta salarial que evoluciona bien por debajo de la inflación. Los pronósticos de caída del salario real para este año se ubican entre 5% y 9%. En el mismo momento en que hay empresas que muestran ganancias formidables, entre otras bancos como BBVA Banco francés que cuadriplicó su rentabilidad en el primer trimestre, y el Banco Macro que registró un aumento de 159% en las mismas gracias a las medidas oficiales, YPF que también mejoró sus ganancias aumentando los precios del combustible, y Aluar que más que duplicó sus ganancias en un año, por sólo mencionar unos pocos casos, buena parte de los asalariados ve caer su poder adquisitivo, lo cual se agrava por el recorte de los créditos, cuyo acceso quedó restringido a los sectores de más altos ingresos.

En un momento en que el ajuste k y la ofensiva patronal con despidos y suspensiones en la industria (ante todo automotriz y autopartista) amenaza ya a decenas de miles de puestos de trabajo, el aumento de la AUH no cambia la perspectiva de conjunto de deterioro para los sectores populares. Con esta medida se recompone, pero no se aumenta, una parte de los ingresos de los sectores más precarios (pero que son también los que se están viendo más afectados por deterioro del empleo en sectores como la construcción, que tiene un 65% de trabajadores en negro, mal pagos y que compensan sus ingresos con la AUH, que ahora podría transformarse en su fuente única de ingresos), mientras se impulsa un ajuste sobre el conjunto de los asalariados. Al mismo tiempo en que a los que cuadriplicaron sus ganancias con la devaluación ni siquiera se les impone un gravamen extraordinario, con lo cual se valida la transferencia de ingresos que hizo el Estado con la devaluación de comienzos de año (ver acá). Si esto no es una “variante ortodoxa” de ajuste, se le parece bastante.

lunes, 10 de febrero de 2014

Otra crisis del capitalismo dependiente argentino

En las últimas semanas venimos analizando el giro marcado del gobierno de Cristinta Fernandez, que viene de imponer el mayor ajuste cambiario desde 2002. Sólo en enero la depreciación del peso en relación al dólar fue superior al 20%. En este posteo, largo, nos vamos un poco de la coyuntura profundizar desde el análisis marxista de los determinantes del funcionamiento de la economía argentina, cómo este giro es el resultado de las contradicciones de este proceso. Y signan, de forma irreversible, la entrada en una nueva dinámica, con varios elementos de desarrollo aún abierto. Debe leerse, entonces, como un complemento de los textos que vienen abordando lo que acá se considera sólo tangencialmente.

Introducción
Para buena parte de la oposición política patronal, así como para los economistas y consultores económico/financieros, la situación que estamos atravesando es el resultado de una “mala praxis” del gobierno, por una política laxa de gasto público y expansión monetaria sostenida durante años y que habría empujado la inflación, la fuga de capitales e incentivado la dolarización de los ahorros. Muchos lamentan la “oportunidad perdida” de la década, ya que con los fuertes superávits comerciales gracias a la demanda china y la soja cotizando altísimo, de todos modos reemergieron desde 2011 problemas crónicos que afectaron el crecimiento de la economía argentina en otros momentos históricos. Todo esto, afirman varios, podría haberse evitado con políticas más consistentes que hubieran canalizado los excedentes hacia un desarrollo de largo plazo.
Desde las veredas oficiales no se archivó el discurso de la década ganada, aunque algunos admiten que existen problemas porque, parafraseando, “en diez años no se puede hacer todo”. Quedaría pendiente que el “modelo de desarrollo con inclusión social” avance en la sustitución de importaciones, el desarrollo de numerosas industrias de componentes, para aliviar el problema de los dólares. Pero no estas serían señales de transformaciones por hacer, y una muestra patente de límites del “modelo”.
Ambas visiones nos parecen equivocadas. La crisis no surge de una “mala praxis” oficial; buena parte de lo que la oposición patronal define como “mala praxis” fueron medidas de gobiernos que, pos 2001 y con una clase obrera en fuerte recomposición social, tuvieron que tomar nota de una relación de fuerzas para compatibilizar la defensa de los intereses capitalistas con algunas medidas de contención hacia la clase obrera y los sectores populares. Así, la “urgencia” se impuso sobre los planes más estratégicos porque ante todo estaba el restablecimiento del orden, la “pasivización” de los sectores obreros y populares a través de políticas de conciliación de clase. Por otra parte, hace años nos deslizamos hacia un fin de época porque la entelequia de esta conciliación sólo es posible bajo ciertas condiciones muy específicas, de “holgura” económica, como las que había creado el mega ajuste de 2002 que se dio de la mano de la devaluación que puso fin a la convertibilidad. Hoy, doce años después de la gran crisis (que también fue doce años después de otra gran crisis, para delicias de los buscadores de ciclos de regularidad perfecta) el capitalismo argentino pone en evidencia que el combustible que lo mueve son los recurrentes ajustes a los sectores populares. Es eso lo que está marcha, y sólo eso puede relanzar la economía nacional en términos capitalistas.
Pero vayamos por partes. Lo expuesto en el párrafo previo son las conclusiones que surgen del análisis de qué es la formación económico-social argentina y cuáles son las determinaciones de la acumulación de capital en el país. Mediante ese análisis podremos comprobar que esta crisis no surge de la nada, sino que es consecuencia de las condiciones que determinan de la economía capitalista argentina, y que sólo un trastocamiento profundo de las bases de esta sociedad puede evitar la catástrofe que la burguesía se prepara para volver a descargar sobre nuestras cabezas.


La gravitación del tipo de cambio en la acumulación de capital en la Argentina
El ministro de economía Axel Kicillof volvió en una entrevista reciente a un tema muy trillado: la supuesta “mentalidad” que inclinaría a los argentinos hacia el dólar. Pero no se puede reducir la cuestión a un caso para diván colectivo. La “cuestión” del dólar es una consecuencia de la gravitación que tiene el tipo de cambio para la acumulación capitalista en el país. Y está lejos de ser un problema meramente argentino, aunque sin duda la historia de crisis nacionales -y los modos en que estas se “resolvieron”- genera reflejos que no se observan en otras latitudes, al menos en la misma medida.
¿De dónde surge la gravitación del tipo de cambio? Pues de las condiciones de productividad media de la economía nacional en relación a los niveles medios imperantes a nivel internacional. Los capitales que se valorizan en el espacio económico nacional exhiben una productividad del trabajo menor a los promedios internacionales, con excepción del agro y otras pocas ramas que cuentan con ventajas específicas. Esta brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías. Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto que en otros país, lo que significa que su operación no sería posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara plenamente en términos de valor internacional. ¿Qué implicancias tiene esto? Pues que para una fracción considerable de los capitales que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo de cambio. El tipo de cambio depreciado, es decir una variación en la cotización de la moneda nacional en relación a las monedas que operan como reservas de valor internacionalmente, particularmente el dólar, significa que cada hora de trabajo nacional se va expresar sólo como una fracción de la misma a nivel internacional. Esto permite que los sectores que producen con costos mayores que los que imperan a nivel internacional en la rama en cuestión, tengan precios internacionales equivalentes a los de sus competidores que otros países que producen con técnicas más elevadas, es decir que gana la llamada competitividad. Esto puede permitir en algunos casos el desarrollo de exportaciones manufactureras, pero sobre todo preserva el mercado nacional para empresas de capital local, a costa de reducir los términos de intercambio nacionales. El correlato es la depresión del salario medido en dólares, lo cual significa en términos reales una pérdida de poder adquisitivo para la fuerza de trabajo.(aunque quizás no en la misma proporción de la depreciación cambiaria). La competitividad del capital se logra reduciendo la participación de la fuerza de trabajo en el valor generado, es decir con un aumento de la tasa de explotación.
Esto explica la tendencia recurrente en numerosas economías de desarrollo medio a depreciar del tipo de cambio. Podría parecer que el tipo de cambio es como una varita mágica que compensa las desventajas de productividad. Ciertamente los teóricos como los neoestructuralistas (Frenkel, en cierta medida también Ferrer aunque no es de esta corriente), que consideran la política cambiaria de este tipo un pilar para el desarrollo, así lo creen. También los industriales comparten unánimemente esta inclinación. Pero ocurre que no es tan sencillo.


El dólar “caro” y sus contradicciones
El tipo de cambio depreciado tiene consecuencias que conspiran contra la inversión en medios de producción, que en muchos casos deben importarse en un país como la Argentina. Es que como dijimos, con la depreciación del tipo de cambio, la economía argentina reduce sus términos de intercambio. Esto puede hacer más competitivas y por lo tanto más rentables determinadas producciones manufactureras con la capacidad ya instalada, pero al mismo tiempo, como se puede adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio, disminuir la rentabilidad esperada de nuevas inversiones en las mismas ramas beneficiadas por la depreciación al encarecer el costo de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados. Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables producidos para la exportación o para el mercado interno, en principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada de nuevas inversiones. Estamos ante una contradicción real: como los medios de producción importados tienen una gravitación muy importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras economías) el ritmo de innovación tecnológica, las condiciones que favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo tiempo a restringir las posibilidades de su desarrollo productivo. La brecha de productividad que la depreciación cambiaria se propone compensar, tiende así a preservarse e incluso agrandarse con el paso del tiempo. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las inversiones de mayor envergadura.
Pero además de este resultado de mediano plazo (que refuta la capacidad del tipo de cambio depreciado para dinamizar el desarrollo a mediano plazo) un aspecto más crítico es la dinámica inflacionaria que puede desatar la devaluación, que es lo que estamos presenciando hace años en la argentina. Como planteamos en otro trabajo (ver “La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”), “el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de cambio depreciado. Los capitales que radicados en áreas de bienes y servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe también de salarios. Estos ajustes tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el tipo de cambio depreciado. Esto ha sido conceptualizados con el término “pass through”, que mide en qué medida los ajustes de precios disparados por una devaluación limitan la proporción en la que la modificación en el tipo de cambio nominal se traduce en una del tipo de cambio real. Esto ocurrió con posterioridad a 2002 en el país. Pero con cierto efecto retardado, ya que en ese año la profunda recesión que se extendió entre 1998 y 2001 permitió facilitó la transferencia de costos, tanto a los sectores capitalistas productores de bienes y servicios no transables soportaron una reducción de sus márgenes por la modificación cambiaria como -sobre todo- a la clase trabajadora, que en las condiciones de extremo desempleo no pudo evitar que la devaluación de 2002 diera lugar a un mazazo al salario. Medido en dólares, el costo salarial cayó un 60% producto de la devaluación, mientras que el salario real, es decir el poder adquisitivo del salario (por el encarecimiento de los precios atados al dólar, como muchos los alimentos, que se dio en ese momento) cayó casi un 30%. Este mazazo fue clave en las altas ganancias de los años siguientes, que motorizaron el crecimiento industrial y una moderada recuperación de la inversión. Gracias a esto, el impacto de la devaluación generó durante 2002 un aumento de los precios de 31%, un pass through limitado si consideramos que la devaluación llevó el tipo de cambio de 1 a más de 4 pesos por dólar, para estabilizarse posteriormente alrededor de 3 pesos por dólar. Sin embargo, el cambio en las condiciones económicas no podía más que disparar nuevos ajustes. La magnitud de la devaluación permitió que en un comienzo estos ajustes no crearan mayores tensiones, ya que, como analizan Daniel Heymann y Adrián Ramos la “configuración de los precios relativos surgidos de la crisis, con un muy alto tipo de cambio real y salarios reales bajos, dejó mucho espacio para una recuperación del poder de compra en dólares de los precios y salarios domésticos”(“Una transición incompleta. Inflación y políticas macroeconómicas en la Argentina post-convertibilidad”, Revista de Economía Política de Buenos Aires, Año 4, Vols 7 y 8, Bs. As., 2010). Según estos autores, a partir de 2005 empezarían a manifestarse los límites de este espacio.
Esta dimensión estructural de la inflación nos remite entonces de forma insoslayable al corazón del “modelo”. El mega-ajuste de 2002 y las condiciones de extraordinaria rentabilidad que esta produjo para buena parte de la burguesía tenían rasgos de expecionalidad, no crearon una situación estable. Los intentos de los sectores (más o menos) perjudicados por recuperar sus márgenes empezaron a disparar ajustes sucesivos que externalizan una disputa por el excedente social entre los sectores capitalistas. Como no podía ser de otro modo, en estas condiciones también los asalariados fueron obligados a exigir aumentos de salarios nominales, a riesgo de ver sus ingresos aún más erosionados de lo que ya lo habían sido con la devaluación si no lo hacían. Si en 2002, ningún sector de la clase trabajadora -golpeada por una desocupación masiva- pudo oponer resistencia al saqueo al salario que significó la devaluación, que contó con el cerrado apoyo de la burocracia sindical moyanista. La recomposición social de la clase trabajadora que trajo aparejada la fuerte recuperación con tasas “chinas” de crecimiento económico creo mejores condiciones desde 2004 para pelear por la recuperación del terreno perdido. Por eso ante esta escalada de los precios a partir de 2005 y 2006, se profundizan las presiones para recuperar los ingresos y evitar que la incipiente inflación los siga erosionando.
La escalada inflacionaria no es otra cosa que una expresión del carácter atrasado y dependiente de la economía nacional, que transforma al tipo de cambio depreciado en una necesidad que no puede sostenerse en el tiempo, que crea tensiones entre las fracciones capitalistas que se expresan en ajustes sucesivos de los precios relativos. Los capitalistas buscan culpar a los aumentos de salarios de las subas de precios, y cualquier concesión en este terreno es un argumento para volver a remarcar. Pero en realidad los reclamos por aumentos de salarios en la mayoría de los casos no hicieron más que intentar una recuperación de los ingresos ante la permanente licuación que ocasiona el accionar empresario remarcando precios -en los marcos permisivos de una política económica cuyos “controles” de precios no han contribuido en nada a limitar la inflación.
Las contradicciones de la devaluación, así como el peso preponderante del capital extranjero en los pricipales sectores de la economía argentina con las consecuencias que esto conllleva (ver “Los contornos de la dependencia”, IdIz nº 3), así como el carácter particularmente rapaz de los principales sectores de la burguesía “nacional”, explica que el período de condiciones más favorables en los últimos 60 años para la acumulación capitalista en el país, no dinamizara las tasas de inversión. Los principales grupos capitalistas aprovecharon de forma “extensiva” los beneficios de la devaluación, es decir sacando el mayor aprovechamiento de los recursos instalados para realizar una buena masa de ganancias, lo cual empujó un crecimiento a tasas “chinas” pero no sostenible a mediano plazo.


Agotamiento del "modelo" y fin de ciclo
El llamado “modelo” fue la herencia del ajuste múltiple que ocurrió en 2002, que empalmó con un ciclo alcista en la demanda y los precios de exportación de granos que, con altibajos, se mantiene hasta hoy. El ajuste múltiple fue un resultado de la devaluación. Al mismo tiempo esta hizo caer el gasto público (que cayó en 2002 un 5% en términos nominales pero 37% en términos reales), abarató el salario, lo cual bajó el costo salarial en casi un 60% y mejoró la rentabilidad empresaria; por último el dólar caro contribuyó a mejorar las condiciones para la exportación, y actuando como límite para las importaciones.
Pero la dinámica contradictoria que desató la devaluación, ha alterado esta situación. A pesar de que en numerosos sectores el empresariado logró preservar el costo salarial por debajo de los niveles de 2001 gracias a fuertes aumentos de productividad que no tuvieron correlato en las remuneraciones (el costo salarial está hoy aproximadamente en un 85% del nivel pre devaluación), las presiones para contener los aumentos salariales, o para arrancar al Estado subsidios para compensar parcialmente los aducidos aumentos de costos tuvieron como efecto crear una presión muy fuerte hacia el aumento del gasto público. Como efecto de las tendencias alcistas de los precios, los subsidios al capital y las mayores exigencias de la deuda, a partir de 2007 el esquema económico empieza a entrar en una nueva dinámica donde el gobierno nacional intenta conjurar, recursos públicos mediante, el creciente agotamiento. Con los subsidios el gobierno “internalizó” una presión al aumento del gasto público, que se volvió casi forzosa. En vez de contener las contradicciones las absorbió bajo esta forma. En 2007 los subsidios fueron de 14.600 millones de pesos, en 2014 serían de $ 140.000 millones. Como consecuencia de esto, el abundante superávit fiscal se transformó en déficit, luego del pago de deuda, a partir de 2009, lo cual empujó a buscar mayores fuentes de financiamiento, a través de la ANSES y posteriormente del Banco Central. Junto con esto comienzan desde 2006, y más decididamente en 2007, los techos al salario. El pivote que dio aire para administrar los crecientes síntomas de agotamiento, y que ayudado por condiciones internacionales favorables dio margen para administrar las contradicciones crecientes durante varios años fue la persistencia del saldo externo favorable. Sin embargo, esto empezó a cambiar y en 2011 empezó a volverse crítico: reapareció el fantasma de la restricción externa, que durante los mejores años kirchneristas muchos consideraron un problema del pasado que la modernizada economía argentina no volvería a sufrir. Durante toda la década el kirchnerismo convivió alegremente con todas estas gangrenas permitiendo que se desarrollaran. Las alarmas sonaron en 2011 sólo porque los dólares de la soja (y otros granos) ya no alcanzaban para sostener el déficit industrial, el déficit energético, los pagos de la deuda, las remesas de capitales y la lisa y llana fuga de dólares. Ese año fue el primero de la década kirchnerista donde el año concluyó con una caída en las reservas en manos del Banco Central.
Si desde sus orígenes el kirchnerismo se caracterizó por una apuesta a utilizar los recursos del Estado para distender las relaciones entre las clases, impulsando algunas mejoras de ingresos (en relación al piso que habían alcanzado en 2002, pero sin acercarse ni de lejos a los niveles históricos en el caso se los salarios, ver acá) con la emergencia de la restricción externa empezó su política adquirió de conjunto un sesgo contrario, el del ajuste. Los techos al salario, la reticencia a cualquier cambio impositivo que llevó a agravar la carga del impuesto a las ganancias sobre los asalariados, y las medidas aplicadas para preservar los dólares frenando las importaciones, fueron todas en ese sentido. Con la devaluación acelerada se busca dar un paso más firme en este mismo sentido, aunque creando nuevas contradicciones por la misma dinámica que describimos más arriba. La suerte del “modelo” está íntimamente atada a lo que ocurra con los salarios. El “modelo”, que durante años ilusionó con una conciliación entre las clases como vía para sostener un capitalismo “en serio”, supuestamente muy distinto al “anarcocapitalismo” neoliberal, no puede más que intentar regenerarse volviendo a arrastrarnos por el camino del ajuste, aunque ahora se le diga “heterodoxo”. 
La situación, muy distinta que en 2002, encuentra a la clase obrera mejor posicionada para enfrentar el peso del ajuste. Pero es necesaria una política decidida que no va a salir de ningún sector de las conducciones sindicales burocráticas. Más que nunca es urgente para la izquierda clasista la pelea por conquistar los sindicatos y expulsar a la burocracia. Y, ante la urgente necesidad de dar respuesta a los ataques que se vienen, la necesidad de un Encuentro Nacional de todo el movimiento obrero combativo y antiburocrático que levante un programa de medidas urgentes y exija la apertura inmediata de paritarias libres, sin techo y con cláusulas gatillo contra la inflación. 



NOTA: Acá retomamos lo elaborado en otros artículos. Algunas lecturas útiles para profundizar son:

La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista


Las raíces de la inflación en la Argentina. Un análisis desde el marxismo


viernes, 24 de enero de 2014

Cambios en el cepo cambiario: Un giro improvisado: devaluación, inflación y “cepo” al salario

Un giro improvisado: devaluación, inflación y “cepo” al salario

publicado en www.pts.org.ar 

Los trabajadores debemos dar una respuesta para que la crisis la paguen los capitalistas

Los anuncios del día de hoy vuelven a alterar sustancialmente el régimen cambiario, a menos de dos meses de los últimos cambios con los que comenzó el nuevo equipo económico. Se trata de cambios ocurridos bajo el empuje de una situación que amenaza descontrolarse. Aunque el nuevo ministro de Economía, Axel Kicillof, tenía ya tomada la decisión de ajustar fuerte el tipo de cambio, la presión sobre el mercado cambiario legal que validó una depreciación de 23% sólo en lo que va de enero, y el recalentamiento del dólar “blue” que llegó ayer a superar los $13 pesos crearon una situación de incertidumbre sobre hacia dónde va la economía. La prensa económica internacional ha dado una señal de alerta, sugiriendo incluso la posibilidad de contagio en un contexto donde hace unos meses los países “emergentes” vienen en dificultades. Financial Times ubica a la Argentina entre los casos más “riesgosos”, junto a Ucrania y Venezuela. The Guardian señala la amenaza de contagio a Brasil, y en España la bolsa cayó, según muchos analistas, empujada por la economía Argentina. Esto se da en un contexto donde la reversión de los flujos de capitales por la menor inyección monetaria en los EEUU afecta también a países como Turquía, Sudáfrica, Indonesia, Tailandia, Chile y Perú.

En el día de ayer la moneda se depreció más de 13%, y el drenaje diario de divisas, sin un plan claro para encauzar la situación y sin alivio de la demanda de dólares a la vista, hizo sonar todas las alarmas. A este ritmo, las reservas del Banco Central, que perforaron el piso simbólico de los u$s 30 mil millones la semana pasada, podrían continuar en caída acelerada.

El ritmo desbocado de depreciación del peso está trastornando el desenvolvimiento económico. Numerosos sectores están frenando la producción y las ventas por desbarajuste de la estructura de costos que ocasiona.

Bajo este ariete, ahora se anuncia la legalización del ahorro en dólares (levantamiento parcial del “cepo” a la compra de dólares), así como la rebaja de la imposición en anticipo de ganancias para la compra de dólares y las compras con tarjeta en el exterior, que pasa del 35% al 20%.

El cepo cambiario no desaparece con los anuncios, sino que vuelve a parecerse a lo que era en sus orígenes. Para ver si al menos –modestamente- permite pasar el fin de semana sin que siga escalando la cotización del paralelo, bajo el efecto de desconcierto que creó durante el día la falta de precisiones para las operaciones del día.

Desde sectores cercanos al oficialismo, se busca desde ayer mostrar que está todo “fríamente calculado”. Según este razonamiento, no hubo una escapada del dólar por fuera de los cálculos, sino que el dólar llegó al precio que propuso Axel Kicillof el día que asumió como ministro de Economía: ocho pesos. Acá estaría el máximo que podrían esperar los exportadores de granos. El pequeño detalle es que está faltando dos meses para que comience la liquidación fuerte de la venta de soja, que empieza en marzo pero se concentra en abril. Período que parece una eternidad.

Pero ¿ahora el gobierno va a estar dispuesto a vender todos los dólares que se demanden a la cotización oficial, para que la moneda se mantenga en el rango alcanzado? Seguramente, si así lo hacen, lograrán bajar el paralelo y cerrar la brecha. Pero claro, al módico precio de entregar todos los dólares que se demanden. La única manera en la que este giro improvisado bajo la presión de los hechos no termine en un drenaje acelerado de reservas (por un monto mucho mayor que la operación diaria del mercado blue) es con un cambio drástico en toda la política monetaria, aplicando las medidas con las de viene amagando tímidamente el jefe del Banco Central (BCRA), Juan Carlos Fábrega: suba de las tasas de interés para incentivar la vuelta de dinero a los bancos y restar rentabilidad a la especulación monetaria, movimientos cambiarios menos previsibles para desincentivar la especulación, y “enfriar” la creación de crédito y emisión de dinero. Es decir, todo el plan que Kicillof rechazaba de forma tajante –según trascendidos de casi todos los medios-. Y, junto a esto, vuelta al endeudamiento externo si se logra cerrar el default con el Club de París. No está claro que este sea el camino tomado, aunque el equipo económico va girando aceleradamente bajo la presión de los hechos.

Lo que desmadra todo el esquema es la inflación. Desde octubre de 2013 se viene registrando una espiral de precios, especialmente acelerada en diciembre, que se habría comido un 20% de los salarios sólo en ese período. La devaluación que desde octubre a hoy supera el 30%, está preparando nuevos saltos en precios de insumos críticos, entre otros del combustible, lo que se suma al aumento del transporte automotor de pasajeros en la ciudad de 66%. Todo esto preanuncia un nuevo salto en la inflación de este año (que podría pasar los 30%), previsión bajo la cual continuará la presión sobre el tipo de cambio (legal o paralelo según el alcance de la disposición del gobierno a entregar dólares).

El gobierno da vía libre a la devaluación y (parece) también a la compra de dólares para quienes quieran fugarlos. Pero no a los aumentos salariales, única ancla con la cual quiere pasar este año crítico. Mientras la presión de los especuladores le arrancó al gobierno la enorme concesión de reabrir el canal de compra legal (habrá que ver hasta dónde), así como los empresarios se llevaron un acuerdo de precios que les reconoce los aumentos de los últimos tiempos, y las fuerzas de seguridad pudieron arrancar aumentos muy por encima de cualquier sector de trabajadores estatales, por el contrario el gobierno viene mostrando que es una cuestión de Estado no ceder en las negociaciones paritarias. No es novedad el intento de imponer techos a las paritarias. Pero para este año se ha transformado en una cuestión de primer orden, y los voceros oficiales (pero también de la oposición) agitan el fantasma de los desbordes para responsabilizar de antemano a los trabajadores del descalabro de un plan muy flojo de papeles.

El gobierno, aún en la situación de debilidad política en la que se encuentra, busca poner todo el peso de las fracciones de la burocracia sindical que lo apoyan para limitar las aspiraciones de recomposición salarial ante el peso de la inflación.

Pelear por un programa y una alternativa política de los trabajadores

Contra la amenaza de profundizar el ajuste a costa de los salarios, está planteando pelear por paritarias sin techo, para que todo trabajador gane un salario equivalente a la canasta calculada en $ 9.000. Hay que luchar por el pase a planta de todos los contratados y tercerizados, tirar abajo el impuesto al salario, el aumento de las jubilaciones al 82% móvil y planes sociales que cubran el monto de la canasta familiar. Para enfrentar los aumentos de precios, la única manera de enfrentar seriamente la remarcación es con la fuerza de la clase obrera que, organizando comités junto con consumidores populares, luchando para imponer la apertura de los libros de contabilidad en todas las alimenticias y otras empresas de productos básicos para la vida, para dejar al desnudo las maniobras que inflan los precios así como aquellas que ocultan productos para obligar a comprar los que no tienen precios acordados. Los trabajadores de las grandes fábricas están en una “posición estratégica” para hacer una contabilidad de los productos guardados en depósitos.

El descalabro por el que transitan las variables económicas empujadas por el círculo vicioso de devaluación-inflación es consecuencia de los desbarajustes que crea la deuda externa y la dependencia económica. La única manera de enfrentarlo es declarando el no pago de la deuda externa, que se ha pagado más de tres veces en los últimos 30 años y que representa más del 10% del ingreso nacional anual que va a parar a manos de los usureros, representando además un drenaje de dólares necesarios para exportar insumos estratégicos. Junto con esta medida, es necesario el monopolio estatal del comercio exterior (liquidando por empezar a las corporaciones que concentran la exportación de granos y continuando con el resto de la economía) para terminar con todas las maniobras que realizan las multinacionales para maximizar la fuga de dólares y minimizar los pagos de impuestos. Asimismo, la otra pata del drenaje de dólares está en el sector financiero, que es necesario nacionalizar de forma íntegra mediante la creación de una banca estatal única. Sólo la clase obrera puede desarrollar este programa de conjunto. Para combatir la catástrofe que todas las fracciones de la burguesía se preparan para descargar sus espaldas, es necesario que esta tome en sus manos el destino nacional.

La magnitud de la crisis que se preparan para descargar sobre las espaldas de la clase trabajadora no da lugar para abrir ningún compás de espera. Es necesario empezar ya en todos los lugares de trabajo a discutir la situación y organizarse, empezando a impulsar la votación de delegados paritarios y exigir a la preparación de un paro nacional. Los sectores combativos y clasistas deben convocar un encuentro nacional de organizaciones obreras combativas, empezando por encuentros regionales, para preparar la batalla por las paritarias. Allí puede concentrarse la fuerza para imponerle a la burocracia un plan de lucha y un congreso de delegados de base, para reorganizar y unir al movimiento obrero ante el ajuste en curso.

domingo, 2 de junio de 2013

El círculo vicioso de la acumulación capitalista en la Argentina: una evidencia de un orden social sin nada que ofrecer

En estos tiempos de inevitables balances, claroscuros, o como querramos llamarlos, que imponen los diez años de kirchnerismo en el gobierno, un aspecto saliente es sin duda el desempeño económico. Son pocos los momentos de la historia argentina, más aún de, digamos por caso, los últimos 50 años, donde podamos hallar un período de crecimiento sostenido tan prolongado como el de estos años, a tasas de crecimiento que durante varios años fueron de 7 u 8%. Otro rasgo destacable es que ahora, cuando el crecimiento se está agotando y entramos en un panorama de crecimiento anémico, no estamos ante un escenario de deterioro acelerado de la magnitud y profundidad que por lo general caracterizaron los fines de ciclo en el país. Sin que un escenario de descalabro pueda descartarse, el hipotético desplazamiento hacia un escenario ominoso se produce a ritmo cansino, aunque esto no quita un continuado aumento en las tensiones entre las clases. Tensiones que el gobierno, lejos de poder contener como hizo durante los tiempos de vacas gordas, está obligado a agravar con las medidas que apuntan a emparchar la situación de deterioro del “modelo” buscando evitar pagar los costos de un ajuste más pronunciado (ver acá para ampliar).

Sin embargo, con todos los rasgos que distinguieron el desenvolvimiento económico de esta última década, también se puso en evidencia la regularidad en la tendencia de fondo de la acumulación capitalista (es decir la inversión de la masa de ganancias obtenida por el capital) en el país. No resulta sorprendente, ya que aspectos centrales que la determinan no se han visto modificados. 

En este blog nos hemos referido en muchas ocasiones a las características que adoptó la acumulación de capital en el espacio económico nacional durante la última década (ver por ejemplo acá, acá y acá). Aunque la inversión durante la última década no ha sido particularmente baja, superando en algunos años el 24% del PIB, no guarda proporción con la mejora que tuvo la rentabilidad del capital, ni es consistente con las altas tasas de crecimiento del período. Por eso, no resulta una sorpresa que la economía desde el año pasado haya dejado de crecer a altas tasas, y que ya mucho antes hubieran emergido varios cuellos de botella, un aumento acelerado de las importaciones de bienes cuya demanda no se puede satisfacer con la producción local, y presiones inflacionarias de demanda que se suman a otros aspectos que la alimentan (para un estudio de la inflación en la Argentina hoy, ver acá). Otra muestra del agotamiento de las condiciones que dieron lugar al crecimiento económico de la última década, la tenemos en el hecho de que, diluidos con el paso del tiempo los efectos "virtuosos" que trajo el ajuste de 2002, el capitalismo nacional pone en evidencia la persistencia de límites al crecimiento que vienen de larga data y que resultan insuperables aún en las condiciones altamente favorables como las que se registraron durante la última década en el plano del comercio exterior.

El tipo de cambio y la acumulación de capital en la Argentina

Como planteamos hace un tiempo “La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”, estas tendencias no son novedosas, sino características de la economía argentina (y de varias otras que muestran rasgos similares). Vamos a resumir algunos de los argumentos centrales de este artículo. Según planteamos allí, la acumulación de capital en el país está fuertemente determinada por lo que ocurre con la expresión internacional del valor producido en el país, es decir con la relación cambiaria entre la moneda local y las monedas extranjeras. Esto es el resultado de que, con excepción del agro y otras pocas ramas, los capitales que se valorizan en el espacio nacional exhiben una productividad del trabajo menor a los promedios internacionales. Esta brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías. Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto que en otros país, lo que significa que su operación no sería posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara plenamente en términos de valor internacional. Por eso, para una fracción considerable de los capitales que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo de cambio. Pero esto, planteábamos, tiene consecuencias muy importantes, que permiten explicar las tendencias de la acumulación de capital en la Argentina: depreciando el tipo de cambio, la economía argentina “[F]orzosamente reduce sus términos de intercambio, condición sine qua non para poder vender en el comercio internacional –y proteger su mercado interno de la competencia exterior- lo cual reduce el poder de compra de las mercancías que produce en el mercado internacional. De esta forma, aunque puede exportar, puede adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio. Aunque la depreciación salva la rentabilidad del capital en el país atrasado, lo hace al precio de aumentar el costo de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados”.

Como los medios de producción importados tienen una gravitación muy importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras economías) el ritmo de innovación tecnológica, se genera una contradicción: las condiciones que favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo tiempo a restringir las posibilidades de la acumulación. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las inversiones de mayor envergadura. Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables producidos para la exportación o para el mercado interno, en principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada de nuevas inversiones. Un primer motivo para esto, es que cuando las inversiones incluyen medios de producción comprados en el extranjero, la depreciación cambiaria encarece su adquisición. El mismo aspecto que mejora la rentabilidad en lo inmediato, hace más costosa (y por lo tanto menos rentable) la incorporación de nuevos medios de producción importados. 

Pero aún cuando no se tratara de incorporar medios de producción importados, sino de inversión que pueda realizarse con medios de producción locales, existe otro aspecto por el cual el condicionamiento del tipo de cambio ha operado como un límite para la valorización. Como planteamos en el artículo ya mencionado, “el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de cambio depreciado. Los capitales que son relativamente más productivos, como es el caso del agro argentino, o aquellos radicados en áreas de bienes y servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe también de salarios. Estos ajustes tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el tipo de cambio depreciado (esto lo analizamos con más detalle acá).

Esta inestabilidad en el tipo de cambio cobra mayor relevancia cuando se trata de inversiones de mayor envergadura. Es que las inversiones en capital fijo (que incluyen las ampliaciones de la capacidad productiva existente, es decir nuevas instalaciones, maquinarias, equipos y otras infraestructuras) son realizadas por los empresarios mirando no sólo la tasa de ganancia con la que se realiza la venta de las mercancías actualmente, sino también la rentabilidad esperada. Esta última implica una proyección, que podríamos considerar basada en la relación entre la tasa de ganancia actual y los registros históricos. En estas condiciones, a los efectos que pueda tener el encarecimiento que pueda producirse de medios de producción adquiridos en el extranjero en términos de moneda nacional como consecuencia de la depreciación de ésta, se agrega la perspectiva incierta que genera un horizonte de volatilidad cambiaria. 

Como concluíamos, entonces:
Cuando se trata de sectores productores de bienes transables, como se ve, el tipo de cambio opera de dos maneras que se mueven sentidos opuestos: si se deprecia, mejora la rentabilidad de la producción, pero incrementa el costo de nuevas inversiones; si se aprecia, genera dificultades de rentabilidad en muchos sectores, pero abarata la adquisición de medios de producción.
Esto explica por qué los ciclos de inversión tienen una forma más desfasada, con un ritmo más discontinuo que el que caracteriza la acumulación de capital en los países más desarrollados: en los momentos de tipo de cambio alto se utiliza intensivamente la capacidad instalada, y opera una tendencia al aumento del capital en relación a la fuerza de trabajo, y en los momentos de tipo de cambio bajo se intensifica la importación de capital aún operando con capacidad ociosa.

Acá hay un aspecto central de la relación entre tipo de cambio y acumulación, que trasciende el clásico problema de la restricción externa, es decir los problemas en la disponibilidad de dólares (para una breve explicación, ver acá). Aunque esta restricción ha sido muy importante, y desde los comienzos de la industrialización sustitutiva de importaciones la falta de dólares se mostró como una limitante a la inversión, hay otra dimensión en la cual impacta el dólar, que es la de la rentabilidad esperada. Con una volatilidad cambiaria que es de las mayores del mundo en las últimas décadas, se trata de un cuestión no menor. Si en el artículo analizamos las tendencias de la acumulación en la última década, la relevancia de los problemas que allí planteamos puede comprobarse también si nos remontamos al pasado. Como señala acá Jorge Castro (basándose principalmente en A new Economic History of Argentina de Gerardo della Paolera y Alan M. Taylor, Cambridge University Press, 2003) el alto costo de los bienes de capital (agravado por las tarifas, cuotas y otras barreras aduaneras) fue un determinante central para explicar la tasa reducida de inversión real desde finalizada la Segunda Guerra Mundial en adelante. En su clásico La industria que supimos conseguir, Jorge Schvarzer relativiza la idea de que la inversión haya sido estructuralmente baja, pero los datos que brinda confirman la existencia de ciclos “desfasados” de inversión, como señalamos más arriba.

La Argentina en los años K: enredada en el mismo círculo vicioso

La última década, aún con todos las pomposas cifras que presentan los entusiastas del “modelo de crecimiento con inclusión social” (sic) no cortó con este círculo vicioso en el que se debate desde hace décadas el capitalismo argentino. Y no lo ha hecho porque, debido a la tendencias que registró la acumulación de capital, la brecha de productividad que distancia a la economía argentina de la media internacional no se ha cerrado, como puede observarse en el Gráfico 3 de nuestro artículo y como también señala, desde un enfoque conceptual muy distinto al nuestro, este artículo de Sebastián Campanario.



Fuente: elaboración propia en base a datos del U.S. Bureau of Economic Analysis (BEA) y del Indec.


A diferencia de otros períodos históricos, la economía argentina contó con un excedente de dólares que se podrían haber volcado sin dificultades a la inversión. Desde el punto de vista de la tasa de ganancia, se trató también de una década de fuertes ganancias. Sin embargo, las contradicciones que señalamos en este artículo, contribuyen a explicar por qué no era de esperarse que estas condiciones llevaran a una aceleración de la acumulación: los aspectos que contribuyeron a mejorar la rentabilidad también encarecieron parcialmente la inversión, y el horizonte de volatilidad cambiaria a mediano plazo hacía esperable un aprovechamiento de las condiciones extraordinarias sin niveles significativos de inversión, y no un salto de la misma. Por eso, no es sorprendente que durante esta década la fuga de capitales no haya hecho más que profundizarse, junto con la remesa de utilidades de las firmas extranjeras. Lo que resulta razonable desde la lógica de este sistema, es otra evidencia de la miserable perspectiva que tiene para ofrecer.
Esto explica por qué, a pesar de las formidables condiciones de rentabilidad de las que gozaron durante esta década los capitales que se valorizan en el país, acompañadas de una holgura en el plano externo también inéditas, y en el caso de la industria gozando de altos niveles de demanda interna por el crecimiento del empleo, la inversión no cortó con las tendencias previas. Y también permite comprender por qué, con la reaparición de tendencias a la apreciación cambiaria (aún compensadas por el hecho de que el dólar se abarató frente a otras monedas como la de Brasil, que a diferencia del peso argentino tiene una cotización flotante) empiezan a reemerger dificultades similares a las de otros períodos similares (vermos además  comportamientos “noventistas”, como es el aprovechamiento del dólar barato para comprar medios de producción en el exterior. En sí misma, parece una gran noticia para quienes sostienen la vitalidad del “modelo”. Sin embargo, es una confirmación más de que, por fuera de todos los debates sobre si el tipo de cambio está atrasado o no, para sectores empresarios sí lo está y pueden sacarle alguna ventaja. Esto es consistente con lo que planteamos más arriba, pero indica que entramos en un período donde se abarata la compra de medios de producción importados al mismo tiempo que se erosionan las condiciones para la producción competitiva). 

La conclusión es contundente: el capitalismo argentino impone enormes penurias a las clases subalternas, en la promesa de un desarrollo capitalista más elevado -en términos comparativos con otras naciones y no en términos absolutos- cuya consecución no es más que una entelequia. La precarización laboral y la continuidad de una tendencia de largo plazo a degradar el valor de la fuerza de trabajo son parte de las condiciones necesarias para sostener la rentabilidad y competividad capitalistas. 



Pero ni siquiera puede decirse que prometan ningún futuro de desarrollo como pretenden los apologistas del “modelo”, pero también quienes desde la oposición buscan seducir con alguna variante supuestamente más “amigable” a los empresarios que traería finalmente las inversiones que –dicen- no se hacen por culpa de la política oficial. Como si fuera un problema de ahora y no un rasgo de comportamiento de larga data que es expresión del carácter dependiente del capitalismo argentino. En los marcos de relaciones de producción capitalista, sólo podemos esperar algún ligero cambio de grado en los niveles de dependencia y de atraso relativo, y no un cambio sustantivo que a ningún sector de la burguesía argentina, atada por mil lazos al imperialismo, podría interesarle llevar a cabo. 

Desde el punto de vista de la contradicción que estamos analizando en este post, entonces, hemos entrado claramente en el fin de un ciclo, y nos ubicamos en un interregno. Durante la última década, las altas tasas de crecimiento se sostuvieron sobre dos grandes condiciones: 1) el “superciclo” de los commodities, que permitió un formidable ingreso de dólares que hizo desaparecer durante todo este período el problema de la restricción externa, y 2) el mega-ajuste (cambiario, fiscal, de ingresos) de 2002, que estableció un tipo de cambio competitivo y permitió un salto en la participación de la ganancia en el ingreso nacional, a costa de los salarios. Si la primera de estas condiciones se mantiene, aunque sus perspectivas están puestas en duda, la segunda se ha ido diluyendo. La espiralización de la inflación, la necesidad que se impuso a fines de 2011 de tomar medidas para cuidar los dólares aún con un importante superávit comercial, el estallido del blue y los intentos de llegar hasta octubre de la mano del blanqueo, evidencian que, aunque la primera de las condiciones permite que este fin de ciclo se procese aún sin los grandes dramas de otras oportunidades, las alternativas de fondo incluyen distintas variantes de profundos reajustes. Ajustes que, como, en cada oportunidad, las clases dominantes se preparan para descargar sobre nuestras espaldas. 
El fin de ciclo que estamos atravesando, aún con los ritmos cansinos que permite por el momento el precio de la soja, no deja más de que dos alternativas: o la burguesía impune una salida que le permita seguir arrastrándonos en su círculo vicioso, o desarrollamos una alternativa política independiente de la clase trabajadora que tome en sus manos las necesidades y aspiraciones del conjunto del pueblo pobre.
La supuesta "década ganada" llevó al paroxismo la dilapidación que hace la burguesía de las riquezas obtienen a costa de nuestra miseria y explotación. Los capitales en el exterior de las clases dominantes rondan como mínimo los u$s 170 mil millones, más de un tercio de total la producción anual del país. Para frenar este continuo drenaje, no alcanza con "cepos" y desdoblamiento informal del mercado cambiario. Es necesario la estatización de toda la banca y el establecimiento de una banca estatal única, unida al establecimiento de un verdadero monopolio estatal del comercio exterior y de todos los movimientos de divisas. Declarar el no pago de la deuda externa para cortar con el negocio de los especuladores, y con los recursos que hoy se destinan a soportar esta gangrena continua, volcarlos a sectores estratégicos de infraestructura hoy completamente abandonados. Esto debería complementarse con el aumento de las grandes fortunas, y por la apropiación íntegra de las rentas mediante la expropiación de los grandes propietarios de la tierra, y la liquidación de los impuestos al consumo.
Tampoco va a ser la programación o planificación de este Estado, garante de las relaciones de producción capitalistas, la que "oriente" a los empresarios mediante incentivos varios a invertir donde no lo están haciendo. Son necesarias iniciativas de otra clase (social). Todo el excedente social que los capitalistas se apropian a costa de nuestro trabajo y que no invierten porque no "cierra" con la lógica de la ganancia, los trabajadores podemos ponerlo en movimiento para dar respuesta a las necesidades sociales que son ignoradas por la producción social en beneficio de la apropiación privada. Por eso, es necesario la estatización bajo gestión obrera de los sectores económicos estratégicos, y el control obrero de toda la industria. 
Expropiar a los expropiadores capitalistas es la única vía para cortar el nudo gordiano de la dependencia frente al imperialismo y reorganizar la economía sobre nuevas bases.