lunes, 1 de noviembre de 2010

La economía que Kirchner nos legó. El círculo vicioso del capitalismo argentino - primer entrega

Es bastante remanido repetir una vez más que Néstor Kirchner era el Ministro de Economía tras bambalinas desde que fuera expulsado Lavagna en 2005. Pero no por repetido es menos cierto. Sólo Miguel Peirano y Martín Losteau intentaron sin exito tener algunos grados de libertad para darle impronta propia a la gestión, pero sin éxito. La única esfera que mantenía alguna -poca - distancia de los dictados del ex presidente era la monetaria, aunque un poco menos luego de la salida de Martín Redrado. Las características que tuvo el desenvolvimiento económico de estos años ha entrado entonces en el balance del legado de Kirchner. Más aún, la conclusión del apoyo popular manifestado por la masiva asistencia a la Casa Rosada ha sido la necesidad de "profundizar el modelo". Modelo que tendría entre sus elementos claves trazar un "sendero económico de inclusión social". Otro elemento que muchos análisis reivindican del kirchnerismo es la mayor presencia del Estado en la economía, "el papel preponderante de la política", sin analizar mucho cuál es el contenido concreto, qué fines inmediatos motorizan esta intervención y a quiénes son los principales beneficiarios. Volviendo sobre un post previo, un análisis menos superficial revela la importante contribución de las políticas neoliberales, especialmente en lo laboral, para el crecimiento de estos años, así como la continuidad y profundización de los rasgos dependientes de la economía argentina. Decíamos ahí:
[...] desde 2002 se registra un claro aumento de la rentabilidad, que benefició especialmente al agro y a la industria, dejando en un segundo plano los sectores más rentables de la década anterior. La reducción del costo laboral de 2002 puso a la estructura productiva heredada en un régimen de crecimiento diferente, sin conducir a transformaciones de la misma.

Podría argumentarse que este tipo de cambios llevan tiempo, pero no se ven siquiera los mínimos esbozos. El peso de la industria en el PBI, se mantiene detrás de los niveles promedio durante la convertibilidad, superando apenas el 17,5% del PBI que alcanzaba en 1998. A pesar de la rentabilidad récord y del gran volumen de producción anual, no hubo ampliaciones productivas considerables. Las firmas tienden a invertir lo justo para mantener la producción."
Agreguemos, entre paréntesis, que este año sólo los sectores de metales y automotriz tiene alto crecimiento, mientras que el resto de la industria apenas ronda el 1,8% de aumento en el último año.

"Si miramos el comercio exterior, veremos que aunque hoy las exportaciones duplican el valor de 1998 en dólares y tiene un peso mucho mayor en el PBI, esto se debe principalmente a los mayores precios de los commodities y algo menos al aumento de la cantidad exportada de los mismos. También aumentaron en precio y volumen las exportaciones de commodities industriales, como los de la rama siderúrgica que también registraron durante esta década un fuerte aumentos en la demanda a escala global. Aunque el nuevo régimen cambiario permitió la incursión de algunos nuevos sectores industriales en la exportación, como es el caso de varias pymes, las empresas de software o un aumento del turismo, esto no alcanzó una significación tal como para cambiar el perfil exportador.

[...]

Por otro lado, porque el alto crecimiento está permitiendo un crecimiento sin techo de las importaciones. Este año se proyectaba un superávit comercial de u$s 20 mil millones, pero probablemente cierre más cerca de los u$m 12 mil millones. Sigue siendo considerable, pero la diferencia da cuenta de un marcado crecimiento importador que está aumentando exponencialmente a pesar de las barreras que el gobierno ha buscado imponerle. Esto expresa de manera elocuente que la estructura productiva arrastra todas las consecuencias de la desintegración padecida desde mediados de los ‘70, pero aún agravadas: algunos estudios señalan que la importación por habitante a precios constantes es hoy un 33% superior a lo que era en 1998.

En lo que hace a las características del empresariado, es notorio que el nuevo contexto no ha revertido la tendencia al abandono de las actividades productivas por parte de los capitalistas nacionales. Ha continuado la venta de grandes empresas, a pesar de que estas mostraban altos niveles de rentabilidad. Ante el desafío de realizar nuevas inversiones o abandonar el negocio, este último camino ha sido la norma en la mayoría de los casos. Subproducto de esto, la extranjerización de la economía ha seguido en aumento: si consideramos las 200 empresas de mayor facturación, entre 1997 y 2007, la cantidad de compañías extranjeras pasó de 104 a 128. Como consecuencia, su participación dentro de la facturación total de ese grupo pasó del 65,5% al 77,3% en esos diez años. La presencia extranjera se concentra en los sectores más rentables de la economía, la porción mayoritaria de las utilidades empresarias queda en manos extranjeras. Desde 2008 además, ha habido un marcado aumento del giro de utilidades a las casas matrices en el extranjero, por lo cual se han reducido aún más los fondos disponibles para inversiones.

Yendo a otro emblema del funcionamiento económico desde finales de los `70, el sector financiero liberalizado por la reforma de 1977, aunque éste quedó golpeado por el quiebre de la convertibilidad y durante varios sus actividades estuvieron limitadas, desde 2008 viene registrando formidables ganancias. Esto lo ha logrado ayudado por la política gubernamental que alimentó en 2008 la vuelta a mecanismos de “bicicleta financiera” mediante la especulación con el tipo de cambio (en una política que significó dilapidar varios miles de millones de dólares de reservas), y nuevamente en 2009 incentivó el negocio con títulos de deuda en default. Adicionalmente, el financiamiento al consumo a altas tasas de interés –que concentra gran parte de los recursos prestables- viene siendo otra fuente de pingües ganancias.

Por último, una de las expresiones más claras de la continuidad en que se ha mantenido la elevada precarización de la fuerza de trabajo. Casi un 40% de los trabajadores no se encuentra registrado. Entre los trabajadores que sí están registrados, existen distintos tipos de contrato flexible. Esto ha tenido importantes consecuencias. Por un lado, ha permitido mantener una presión constante por aumentos del esfuerzo arrancado a la fuerza de trabajo, tanto en lo que hace a las horas trabajadas como a los ritmos de trabajo. Producto de esto se da que, aunque con enormes desigualdades, el promedio salarial de los sectores registrados es hoy ligeramente superior en términos de poder adquisitivo que el nivel de 2001, pero con niveles mayores de producción y más tiempo promedio de trabajo. En ese sentido, vemos un claro aumento de la participación de las ganancias en la distribución funcional del ingreso desde 2002 en adelante, que sólo se revierte parcialmente en los años siguientes, pero manteniéndose siempre en niveles superiores la década de los ’90, mientras ocurre lo contrario con la participación del salario.

La fragmentación de la fuerza de trabajo también ha dado margen al gobierno para sostener algunas políticas de tinte reformista hacia la clase trabajadora, como impulsar las paritarias anuales, con costo limitado, dado que lo que allí se negocia repercute sobre una franja minoritaria de la clase trabajadora. La misma burocracia sindical que participa de las negociaciones salariales, es la que durante todos estos años de fuerte crecimiento ha mantenido a rajatabla la diferenciación entre permanentes y contratados, negando o limitando sustancialmente la representación de éstos últimos, sin pelear por su efectivización.

Poco nuevo, entonces, en lo que hace a la estructura productiva y las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo. Más bien se han explotado en un nuevo contexto los cambios que se habían ido imponiendo en las últimas décadas.

En lo que hace a la política gubernamental, el kirchnerismo, desde la asunción de Néstor Kirchner y luego con Cristina Fernández, ha coqueteado con la idea de que estaríamos ante un neodesarrollismo. Lo cierto es que desde un análisis de los ejes de la orientación económica no hay mucho sustento para estos planteos, tomados por varios economistas que simpatizan con el oficialismo. Sin duda, a partir de 2006, se registran numerosos cambios vinculados a una mayor participación estatal. Pero más bien, estas iniciativas están más asociadas a una búsqueda de contener el agotamiento del esquema evitando reformularlo. En este contexto, aunque el gobierno se presente como abanderado de la redistribución del ingreso y que los intelectuales kirchneristas hablen de “crecimiento con equidad”, uno de los pilares del crecimiento pos devaluación son los niveles de remuneración más bajos de los últimos treinta años. Como señalan incluso economistas no muy lejanos a la orientación del gobierno 'la estructura productiva argentina genera tendencias regresivas para la distribución del ingreso'. Las políticas kirchneristas de redistribución no modifican la estructura regresiva que se constituyó tras décadas de ofensivas neoliberales, sino que se apoyan en ellas, buscando mitigar algunos de sus efectos, conteniendo las demandas populares pero dejando indemnes los factores que generan la polarización social y la pobreza".


Crecimiento "con inclusión", entonces, del grueso de los sectores capitalistas que participaron de este festival de rentabilidad extraordinaria. Ganancias altas, salarios bajos, es el corazón profundo del esquema, aunque un "derrame" limitido bajo la presión de la movilización obrera haya permitido mejoras salariales.

Concluíamos, entonces:


"En las antípodas de la política kirchnerista, para cortar el nudo gordiano de la dependencia debe partirse de cortar con los mecanismos de saqueo imperialista: empezando por declarar el no pago de toda la deuda, que no ha sido más de un mecanismo de especulación de los capitales locales y ganancias de los bancos y bonistas extranjeros; imponer la nacionalización de la banca y el monopolio estatal del comercio exterior; expropiar las grandes propiedades agropecuarias para apropiarse íntegramente de la renta; y la renacionalización de los recursos estratégicos (como los hidrocarburos) puestos en manos de las rapaces empresas imperialistas. Estas son sólo algunas iniciativas elementales, que impuestas por la movilización de la clase obrera, pueden permitir encarar seriamente el problema de la pauperización, imponiendo el trabajo para todos mediante el reparto de las horas de trabajo y –en ese camino- estableciendo un seguro de desempleo acorde a la canasta familiar".


Para un próximo post, los rasgos de agotamiento del esquema y las -difíciles- alternativas de salida.


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