jueves, 18 de noviembre de 2010

¿HACIA UN NUEVO EPISODIO DE LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL?

En La verdad obrera de hoy, Paula Bach presenta un análisis de los sucesos recientes que anunciarían la entrada de un nuevo episodio de la crisis iniciada en 2007. A continuación, algunos fragmentos del artículo, acompañados de algunos comentarios finales.


El momento más agudo y la extensión al resto del mundo de la crisis económica norteamericana que comenzó en el año 2007, se produjo en septiembre de 2008 con la caída del banco de inversión Lehman Brothers. En aquella oportunidad, el pánico financiero y la comprobación empírica de que los mercados no se “autorregulaban”, impuso el terror en los principales centros internacionales (EEUU, UE y Japón aunque también China) y determinó una intervención masiva de los Estados sobre sus respectivas economías a fin de evitar una catástrofe como la de los años 30. La intervención con relativa coordinación luego de dos trimestres de violentas caídas bursátiles, bancarias, del comercio mundial y de la producción, evitó una depresión aunque no la Gran Recesión que con idas y venidas se sostiene en el tiempo. Este rodeo significó una escasa destrucción de capitales tanto bancarios como en el terreno de la producción, en relación con la magnitud de la crisis. La consecuencia fue la creación de fuertes burbujas de deudas estatales y una permanente tendencia al estancamiento en los centros que se combinó con la recuperación del crecimiento en países semicoloniales o dependientes que desde el 2001 habían acumulado fuertes reservas despegándose parcialmente varios de ellos de los mercados internacionales de capitales. Gran parte de estos países “acompañó el movimiento” de los planes de rescate en los centros, actuando como una contra tendencia a la reproducción de una depresión como la de los años 30.

A mediados de 2010, con la crisis griega y la gran crisis del Euro asistimos a un segundo episodio que puso de manifiesto tanto la debilidad de la recuperación como aquella de la eurozona y sus contradicciones internas. Salieron a luz las tensiones explosivas que albergaba la acumulación de déficits estatales y deudas soberanas pero también los desequilibrios comerciales y de flujo de capitales existentes que se habían mantenido en un segundo aunque molesto plano. Nuevamente el pánico se apoderó de los principales estadistas del mundo y una nueva acción de intervención masiva se puso en práctica con el mega-salvataje del euro en el cual cumplió un rol importante además de la intervención del FMI y el acuerdo con Estados Unidos, la posterior compra de deuda de los países de la zona euro por parte de China. Sin embargo este segundo episodio comenzó a evidenciar fisuras respecto a la modalidad de intervención de los Estados. Las políticas de ajuste en Europa y la amenaza de retirar los planes de estímulo en un corto período empezaban a convertirse en un problema para la débil recuperación norteamericana y sus abultados déficits. El ajuste europeo y la negativa de China de revaluar de forma contundente su moneda, se pusieron de manifiesto en la imposibilidad de acuerdos de alguna significación en la cumbre del G-20 en Toronto durante el mes de junio pasado aunque esto sucedió en el marco del repunte de Europa (en particular de Alemania) que alejó el pánico por un período.

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La recuperación de la zona euro que en realidad fue sobre todo la recuperación de Alemania y que, como se está viendo ahora con la crisis de Irlanda que anticipa una probable nueva crisis del euro, sólo empujó para más adelante los grandes problemas económicos y financieros, implicó una rápida revaluación del alicaído euro que volvió a ganar posición frente al dólar. Contradictoriamente esta situación resultó favorable a Estados Unidos, aunque muy insuficiente para las necesidades de su política económica. A través de la inyección de dólares en el mercado re comprando deuda de corto plazo, Estados Unidos incentivó esta situación buscando un mayor debilitamiento del dólar. Sin embargo dicha política -que ya provocó devaluaciones competitivas como fue el caso de las medidas tomadas por Japón con su moneda, el yen- resultó totalmente insuficiente para combatir los malos indicadores de la economía norteamericana. Entre ellos, el desequilibrio comercial, el débil crecimiento, el riesgo de deflación, la enorme deuda pública y en particular, la incapacidad de bajar la desocupación a lo que se suma el hecho que en el primer trimestre del año caducó el plan de estímulo cuyo rol fue clave en la aún débil recuperación. Esta situación económico social es la que viene debilitando al gobierno de Obama como se vio en la reciente derrota electoral donde se destacó el ala derecha del Partido Republicano nucleada en el Tea Party, que brega por una política aislacionista y exige la eliminación de todos los déficit y el fin de la intervención del Estado sobre la economía, salvo en el caso del gigante presupuesto militar.

Frente a esta situación, la Reserva Federal y su titular Ben Bernanke impulsaron la política que se conoce como “quantitative easing” o de “relajamiento cuantitativo” que consiste en recomprar alrededor de 600.000 millones de dólares de títulos del gobierno de medio y corto plazo (es decir emitir dólares por ese monto volcándolos al mercado) en un período de 8 meses. Como las tasas de interés de corto plazo en Estados Unidos están cercanas a 0, ya no pueden bajarse más, lo que busca la Reserva Federal ahora es intentar bajar las tasas de medio y largo plazo. Por esta vía se persiguen varios objetivos. Por un lado una devaluación del dólar (al mismo tiempo que le piden a China que revalúe el yuan) que permita disminuir las importaciones e incrementar las exportaciones para reducir el gigante déficit comercial, por otro lado aunque íntimamente asociado al primer aspecto, lograr incentivar el crédito buscando una recuperación más real de la economía que contribuya a incrementar el nivel de empleo. Por último, esta política en la medida que devalúa el dólar busca licuar la enorme deuda del Estado norteamericano y como contra cara devalúa las reservas nominadas en dólares de todos los países acreedores de entre los cuales China es el principal.

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Es notable que al mismo tiempo que se anunciaba el fracaso del G-20 otro frente de tormenta comenzara a amenazar al euro. Esta vez desde el antiguo “Tigre Celta”, Irlanda, uno de los grandes “modelos” a seguir por la economía mundial durante la pasada década. Un pequeño país que se desprendió de la órbita británica para caer en las garras de la zona euro. Durante los últimos años, su fuerte crecimiento asentado fundamentalmente sobre el área de servicios, se señalaba como referencia para cualquier país en busca de un desarrollo rápido y sostenido. La crisis financiera global no obstante dejó al descubierto que el crecimiento de Irlanda, como tantos casos, se trataba de otra burbuja asentada sobre una gran especulación en los sectores bancario e inmobiliario. La crisis irlandesa que se expresa como crisis bancaria y de deuda pública había empezado a despuntar como integrante de los denominados PIIGS que desató la primera crisis del euro a mediados de año. Como señalamos esa crisis fue sólo parcialmente contenida en su momento y las preocupaciones por la solvencia de Irlanda crecieron cuando se conoció que Dublin espera cerrar el año con un déficit del 32% del PBI explicado por los fondos que el Banco Central Europeo inyecta para sostener a sus bancos que tienen como mayores acreedores a los bancos ingleses, alemanes y franceses. De modo que lo que aparece como crisis bancaria y de deuda irlandesa es la consecuencia de una política sistemática del BCE para sostener a los bancos de los principales centros imperiales. Si se toman en cuenta todas las ayudas ya aprobadas por la Comisión Europea –inyecciones de capital, garantías y adquisición de activos- la cuenta asciende a 385.000 millones de dólares lo que excede el 170% del PBI irlandés. El gobierno irlandés mientras por abajo está negociando un paquete de rescate de 130.000 millones de dólares, por arriba declara que no quiere someterse a las condiciones draconianas que le fueron impuestas a Grecia. La situación de Irlanda que provocó la caída de las bolsas a ambos lados del Atlántico tiene un fuerte riesgo de contagio como mínimo sobre Portugal y España que ya se vieron afectados y amenaza convertirse en una próxima crisis de la zona euro involucrando esta vez a países extrazona como Gran Bretaña cuyos bancos son los principales acreedores del pequeño país del norte de Europa.


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Comienza a ponerse de manifiesto que los rescates a la banca comercial y de inversión y las cuantiosas deudas de los Estados, más allá de que permitieron contener la crisis y evitar que se expresara como depresión, sostuvieron el apalancamiento y no lograron un impulso y una recuperación estructural de la economía. No es sostenible en el tiempo la disparidad entre el débil crecimiento de los países centrales por un lado y el crecimiento fuerte de la periferia por el otro, que actuó como cierta tracción para evitar una depresión. Tal como ya se puso de manifiesto durante la crisis del euro, la recuperación de Alemania y los brutales planes de ajuste en los países europeos que están siendo resistidos por los trabajadores y sectores populares de Francia o Gran Bretaña, la economía norteamericana tampoco va a poder recuperarse sin dejar graves víctimas. La denominada “guerra de monedas” es la antesala de probables guerras comerciales y mayores tensiones entre los Estados. A su vez se preanuncian nuevos intentos de descargar la crisis sobre los trabajadores y sectores populares lo que dará origen a convulsiones en la lucha de clases como las que recorrieron las calles de Francia y que generaron fuertes tendencias a la huelga general en uno de los principales países imperialistas.

Estamos ante una crisis que es mundial y sistémita. Nuevos efectos siguen apereciendo, y las presiones a la disputa entre las principales economías del mundo se profundiza cada día. Esto lo vimos en la reunión del G-20 en Corea el pasado fin de semana, y la razón de fondo es la perplejidad frente a la evidencia de que ninguna de las respuestas frente a la crisis ha dado una resolución persistente, más allá de haber evitado la catástrofe inmediata. No hay desacople posible en el mediano plazo, como se le puso de manifiesto a Brasil, arrastrado del teatro de operaciones de la "guerra de monedas", por la masiva persistente entrada de capitales que sigue revaluando su moneda. Menos aún para Argentina, "adicta" la la soja que vende a China, y dependiente del real caro como está todavía, veremos por cuánto tiempo. Y, si prospera la nueva iniciativa de pagarle al club de París, reenganchada plenamente al inestable sistema financiero internacional.

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