Rolando Astarita viene escribiendo sistemáticamente en su blog en defensa del apoyo de las fuerzas imperialistas a los sectores engrentados a Kadafi en Libia. Su argumento es que recurrir a dicho apoyo no transforma a los rebeldes automáticamente en títeres del imperialismo. Además, se ha apoyado en los argumentos de Gilbert Achcar, que ha llamado a apoyar la intervención “humanitaria” del imperialismo, aún con las muertes que conllevará, para evitar una matanza peor a manos de las fuerzas del régimen Libio. Para una respuesta a las falacias de estos argumentos, puede leerse esta nota de La Verdad obrera nº 420.
Frente a la polémica que abrieron estas posiciones (por nuestra parte le hemos contestado varias veces acá, acá y acá), y frente a la nueva polémica iniciada por los amigos de El diablo contra los blog peronistas que apoyan a Kadafi y los que apoyan la intervención, un nuevo post de Astarita ha salido a criticar el “ultraizquierdismo” de las posiciones sostenidas por algunos grupos trotskistas, haciendo explícita referencia a las posiciones de la FT-CI, corriente internacional a la que pertenece el PTS.
En su polémica, Astarita presenta esta posición como la de quienes sostienen que “los marxistas no deben comprometerse en la defensa de las libertades democráticas burguesas, ya que una democracia capitalista no deja de ser una dictadura del capital. Los marxistas, sigue el razonamiento, deben concentrarse en promover la lucha contra el Estado capitalista y la propiedad privada. En el caso de los movimientos de los países árabes, no tiene importancia decidir si uno de los bandos encarna regímenes democráticos, y otro regímenes dictatoriales bonapartistas, porque la clase trabajadora no puede ganar nada con uno u otro”.
Lejos de esto, han sido las corrientes marxistas revolucionarias las que han Estado a la cabeza en todo el mundo de la solidaridad con las rebeliones árabes, que nosotros hemos saludado como “una nueva primavera de los pueblos”. A lo que nos negamos, a diferencia de lo que sostiene Astarita, es de que estos procesos deban cristalizar en conquistas democráticas cuando estos procesos están en curso; como plantée previamente polemizando con Astarita en “los procesos que aún se están desarrollando en el Magreb, aunque la dirección de los mismos viene siendo mayormente de sectores burgueses o pequeño burgueses y donde se impone un programa democrático, hay una enorme participación obrera y popular en la cual la demanda de cambio de régimen y democratización se une a aspiraciones de cambios más profundos, que van a cuestiones estructurales”. Esto no es para negar la importancia para las masas de terminar con los regímenes dictatoriales en medio oriente, sino para poner de relieve la tendencia de sectores de masas de ir más allá, concluyendo entonces que “si estos procesos se quedan en una etapa de 'avances democráticos' probablemente lo sea eventualmente sobre la base de golpes a las masas obreras. Es un desarrollo como el que vimos hace unas décadas en la revolución iraní, donde el régimen de los Ayatollas se erigió sobre la base de liquidar la iniciativa obrera y popular. En ese sentido, aunque en condiciones muy desfavorables, los que apostamos a la emancipacion de la clase obrera no podemos limitarnos a tener expectativa favorable sobre los 'avances democráticos', sino apostar a la internvención independiente de la clase obrera que de hecho se vio por ejemplo en Egipto luego de la caída de Mubarak, cuando en las semanas siguientes se dieron numerosas huelgas por las más variadas reivindicaciones. Tratar el proceso como meramente democrático no cierra con la mecánica de los acontecimientos que se están dando en toda la región.
[…] Aunque esta 'primavera de los pueblos' no tiene a la clase obrera como protagonista independiente con sus reivindicaciones, ni mucho menos hay direcciones revolucionarias de peso, hay señales de que la movilización obrera y popular revasa los marcos de los aspiraciones democráticas”.
Astarita critica posteriormente lo que sería “otro argumento a favor de la tesis 'son todos iguales', que es un poco más sutil que el anterior. Este argumento admite que hay que diferenciar, pero establece tantos requisitos para definir a un régimen como 'democrático', que de hecho se desliza a la postura 'son todos iguales'. Es que se afirma que, en tanto no exista una limpieza de los antiguos funcionarios de la dictadura; en tanto no se quiebren las fuerzas armadas y otros aparatos del Estado; en tanto no se convoque a una Asamblea Constituyente y se tomen medidas democráticas profundas, estaremos ante una 'transición tutelada', acorde con los intereses del imperialismo, que solo dará lugar a 'instituciones democrático-liberales', también bajo la tutela del imperialismo. Por lo tanto lo único progresivo pasa por la 'autoorganización del pueblo' y la 'formación de milicias para imponer un gobierno obrero y popular'. Desde esta perspectiva, en el mundo árabe todas las fracciones burguesas o pequeño-burguesas son lo mismo”. Lejos de lo que plantea Astarita, plantear la perspectiva de una Asamblea Constituyente sobre las ruinas del régimen, y el desarrollo de la auto organización y la autodefensa de la clase trabajadora, son las vías para enfrentar las trampas que se que buscan montar sectores de los viejos régimenes en alianza con distintas fracciones burguesas o pequeño burguesas para realizar cambios que están por detrás de las aspiraciones de las masas. En Tunez, en un primer momento, la caída del Ben Alí llevó a la formación de un gobierno con numerosos representantes del viejo régimen. Aunque la continuidad de las hueglas y la movilización popular ha impuesto posteriormente la renuncia de muchos de ellos, la debilidad de las masas para trazar una perspectiva independiente ha fortalecido la política de cambios pactados, que, por poco que le guste a Astarita, tiene para muchos tunecinos sabor a poco. Especialmente, porque no atañe a ninguno de los problemas estructurales que aquejan a la población. En el caso de Egipto, luego de la caída de Mubarak, la movilización obrera y popular tiene enfrente un “mubarakismo sin Mubarak”, que en todo momento busca maniobrar para limitar las promesas de transición y elecciones libres realizadas en los primeros días. Cualquier planteo de transformación profunda del régimen -que debería ir acompañado de una Asamblea Constituyente- está siendo resistido, tanto por los representantes del ejército en el gobierno como por sectores de la oposición, que prefieren evitar un proceso que ponga en discusión profunda de cara a las masas las bases del régimen y su relación con los imperialismos. Tal vez para Astarita alcance con saludar las “conquistas democráticas” que implica la caída de los dictadores -una posición tan limitada que hasta la comparten Obama y muchos representantes de los ancien regimes de Medio oriente; nosotros preferimos plantear una política que, de ser tomada por sectores de las masas obreras podría enfrentar los pactos que buscan limitar los cambios en curso. El enorme límite para que esta perspectiva pueda desarrollarse -el punto bajo de subjetividad del que se parte luego de décadas de derrotas y la ausencia de direcciones revolucionarias- no puede llevarnos a reducir nuestra política a los estrechos horizontes de lo posible.
Aunque las iniciativas mostradas por la clase trabajadora en Egipto y Tunez especialmente, muestra la tendencia a ir más allá, Astarita busca ponerle a todo el proceso del rótulo de “lucha por la libertad democrático burguesa”.
Para fundamentar la lógica desde la que sostiene sus posiciones, Astarita apela al ejemplo de la lucha contra la amenaza del general Kornilov, que en Julio de 1917, movilizó tropas sobre Petrogrado para ahogar la revolución. Los bolcheviques estuvieron a la cabeza de la defensa de Petrogrado, y a pesar de que el gobierno provisional había desatado durante el mes anterior una fuerte represión contra ellos, no dudaron en llamar a los obreros a “apoyar el fusil sobre el hombro de Kerensky y disparar contra Kornilov”. Astarita sostiene que “si en ese momento los bolcheviques hubieran aplicado el criterio que defienden hoy algunos ultraizquierdistas, habrían concluido que Kornilov era igual a Kerenski, que no había que alinearse con ninguno, y que la salida era 'el gobierno de los obreros y campesinos'”. Pero los bolcheviques, aunque en ningún momento dudaron en defender al gobierno provisional de la amenaza de Kornilov, tampoco perdieron de vista que la derrota de este último era un paso fundamental para su perspectiva estrategica: el derrocamiento revolucionario de Kerensky para imponer el gobierno de los soviets. Lo cierto es que hoy, si la lucha contra los regímenes no se profundiza, si la movilización obrera y popular no enfrenta los intentos de transición pactada e impone el llamado a una Asamblea Constituyente, y si al calor de esta lucha no se desarrollan verdaderos organismos de autoorganización de la clase obrera, las posibilidades de avanzar en una “libertar democrático burguesa” aparecen sumamente limitadas. Volviendo al ejemplo de Rusia, la política de Astarita conduciría no sólo a pasar por encima de Kerensky para derrotar a Kornilov, sino a subordinarse políticamente a Kerenski que, bueno es recordarlo, había dado un guiño a Kornilov para su avanzada contra petrogrado, con la expectativa de liquidar a los bolcheviques pero salvar el gobierno previsional.
La “revolución democrática”
Astarita se esfuerza en numerosos post en señalar que hay conquistas democráticas y “conquistas sociales, dentro de los marcos del capitalismo” es cierto, pero nunca sin lucha, en muchos casos con elementos de radicalización. No son cosas que otorguen los regímenes capitalistas, son conquistas que se arrancan, salvo excepciones. Y además, la clase obrera tiene que volver a conquistar una y otra vez lo que ya había conquistado, como la jornada de 8 horas, terminar con la fragmentación que una y otra vez impone el capital, con ayuda de los gobiernos y las burocracias sindicales, y un salario que permita más o menos cubrir las necesidades sociale. Muchas de las conquistas que los trabajadores arrancan en momentos de ascenso de la lucha de clases, las pierden en momentos de reacción. Soslayar estas cosas, termina volviendo el planteo una apología de la posibilidad de conquistas en los marcos del capitalismo.
Astarita transforma las conquistas democráticas y sociales en un objetivo en sí mismo, independiente de cualquier lucha que vaya más allá. Las conquistas parciales se transforman en el norte estratégico, en vez de pensarse como un eslabón de la lucha por la emancipación social. Pero, siguiendo la mecánica que tiene el proceso revolucionario, que está mostrando sectores de las masas para los cuáles las conquistas democráticas se articulan con aspiraciones más amplias, planteamos un programa transicional que tienda un puente entre esta lucha y la perspectiva de emancipación de los trabajadores.
A pesar de todas las críticas vertidas a Monero en el blog de Astarita, termina rescatando la lógica con la que este reviso la teoría-programa de la revolución permanente. Sólo que va incluso más allá, absolutizando la perspectiva de la lucha por las conquistas políticas y sociales en los marcos capitalistas.
Imperialismo y democracias tuteladas
Astarita cuestiona la idea de las democracias de las democracias de los países semicoloniales serían regímenes “tutelados”. Para él, esta idea estaría estrechamente asociada a la de que habría explotación entre países; como esto último sería incorrecto, no habría asidero para hablar de tutelaje.
No es éste el espacio para abordarlo, pero muchos de los mecanismos planteados por la teoría de la dependencia como “saqueo” de los países periféricos, no son tales estrictamente hablando, sino que las pérdidas de los países atrasados generadas por el comercio internacional y la movilidad de capitales, responden a su propio atraso, reproducido por la relación asimétrica con las economías imperialistas. En ese sentido, muchos de los elementos que dan fundamento a la idea de explotación entre países no serían correctos. Sí hay otros, como la deuda externa o la penetración del capital extranjero, que son consecuencia de la asimetría y el atraso, pero que al implicar un drenaje sostenido de divisas tienden a reforzar la situación de subordinación.
Sin embargo, no es éste el eje de la cuestión. El “tutelaje”del imperialismo no se reduce a la imposición de condiciones favorables para el imperialismo, aunque ésta es una dimensión insoslayable. Los acuerdos de garantía de inversiones por ejemplo, garantizar igualdad de condiciones para la competencia del capital local y extranjero, cuando ésta es en realidad ficticia y este reconocimiento significa imponer una asimetría desfavorable al primero, en beneficio del segundo. La integracion de instituciones como el FMI, el BM o la OMC, así como los tribunales internacionales para resolver conflictos entre gobiernos y empresas, terminan operando en favor del capital más competitivo, que no casualmente está localizado mayoritariamente en los países imperialistas. Las relaciones internacionales en condiciones asimétricas, reconociendo bajo presión de las instituciones internacionales la libre competencia “sin distorsiones” refuerza el desarrollo desigual. Por supuesto, distintas fracciones capitalistas de los países semicoloniales que han logrado cierta internacionalización impulsaron el cumplimiento de estas condiciones. Pero esto no quita que el conjunto de las relaciones internacionales tienda a generar condiciones de una ficticia competencia en igualdad de condiciones que opera en beneficio del capital más desarrollado, que tienden a mantener las asimetrías en los niveles de desarrollo y que golpean especialmente en las condiciones de vida en los países más atrasados.
Pero el “tutelaje” que Astarita critica involucra especialmente otra dimensión central, que es la acción del imperialismo en los “eslabones débiles”, es decir aquellos países caracterizados por la inestabilidad de sus regímenes. Frente a la amenaza de que las inestabilidades de los regímenes de los países semicoloniales -inseparables de las consecuencias que tienen para los regímenes periféricos la inestabilidad que surge de su inserción dependiente- puedan tener en términos regionales o globales, las potencias imperialistas intervienen una y otra vez para sostener a los gobiernos de las clases capitalistas periféricas de la amenaza de la movilización de los de abajo.
Tenemos en el imperialismo contemporaneo dos dimesiones que son inseparables: la articulación de un conjunto de relaciones político/económicas que garantizan las condiciones de acumulación a escala planetaria del capital transnacionalizado, favoreciendo al capital más fuerte -el más competitivo, que puede tener su base de maniobra localizada geográficamente en el centro o la periferia según la rama pero a nivel agregado prima la localización en los países más desarrollados- y el sostén de los regímenes más precarios para evitar las consecuencias que la caída de los mismos podría tener sobre el dominio global del capital.
No casualmente, esta última dimensión del “tutelaje” ejercido por el imperialismo es soslayada por Astarita. De otra forma, no podría deferder la intervención “humanitaria” imperialista en Libia. En su argumento, el recurso al apoyo extranjero es un recurso válido de las “fuerzas de la democracia” contra la dictadura de Kadafi. Sin embargo, la intervención imperialista no atañe sólo a Libia, sino a ganar terreno en una región sacudida por la movilización de masas, en la cual el imperialismo estuvo condenado a una posición expectante, tanto en Túnez como en Egipto. Si no es desde esta perspectiva, parece bastante difícil de comprender lo selectivo del “humanitarismo” imperialista, escancalizado por los sucesos de Libia pero no por los de Barhein o Siria, donde dictadores tan sangrientos como Kadafi están masacrando a las masas movilizadas. Lejos de los afanes humanitarios, lo que mueva al imperialismo es estrangular la perpectiva de que sigan cayendo dictadores producto de la acción independiente de las masas, lo cual podría amenazar la posiciones imperialistas en la región -no por nada antes de apoyarlos exigieron de los rebeldes de Bengazi la garantía de que respetarían los compromisos de Kadafi para las empresas petroleras- y contagiar con el ejemplo a las masas obreras de todo el mundo, como ya se está viendo en Winsconsin y en Inglaterra.
Frente a la ilusión reaccionaria de que puede conquistarse un avance democrático de la mano de las bombas de la Otán en Libia y el conjunto de Medio Oriente, apelamos a la iniciativa de las masas árabes, la autoorganización del pueblo libio y sus milicias en el camino de imponer un gobierno obrero y popular, y agrupar en torno a estas tareas a los sectores progresivos. La ayuda "humanitaria" que pregona Astarita puede permitir una victoria contra Kadafi para de la manos del imperialismo, que aliada a éste difícilmente responderá alguna aspiración profunda de los trabajadores, y llegará al precio de fortalecer a EEUU y sus aliados para estrangular los procesos revolucionarios que recorren la región.
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