lunes, 11 de octubre de 2010

El costo laboral por el piso. ¿Y la redistribución K?

En línea con el documento que posteamos hace unos días, un informe reciente del Ministerio de Trabajo pone en evidencia los resultados de la política económica kirchnerista luego de 7 años.

El costo laboral se mantiene planchado, a pesar de la recomposición del salario real registrada por los trabajadores en blanco desde 2005. Para 2009,
se ubicó en 18% por debajo del nivel de 2001, y descendería bastante más considerando el tipo de cambio multilateral (gracias a la caída del dólar y la apreciación del real). El costo laboral considera la evolución del salario por los empresarios, pero relacionándolo con la productividad del trabajo y los precios que reciben los empresarios por las mercancías producidas. Podríamos decir que es un indicador de cómo evoluciona la tasa de explotación (a menor costo laboral, mayor tasa de explotación).


Como en los últimos años en las negociaciones salariales, los empresarios aceptaron aumentos salariales pero a cambio de fuertes aumentos de productividad, de esta forma el costo laboral se ha mantenido a raya.
Lo mismo sucede con la participación salarial en el ingreso generado: se ha recuperado en relación a los peores momentos de la crisis, pero no en relación al promedio de partipación salarial en el ingreso de toda la década previa. La tasa de explotación ha conquistado un nivel más alto, que la recomposición salarial de estos años no ha anulado ni mucho menos.


¿Una cuestión aún no resuelta del modelo redistributivo? ¿Una tarea pendiente?

Para nada, el kirchnerismo ha sido un protagonista de primer orden para lograr que a pesar de años de crecimiento récord, a pesar de un enorme aumento del empleo el salario apenas haya podido perforar el techo del valor que tenía al momento de la crisis de 2001 (es decir luego de tres años de caída salarial).



No se trata de un error o de una falencia a superar por el "modelo K". Se trata de un elemento inherente a las condiciones que garantizaron el crecimiento a tasas chinas, y que por lo tanto el kirchnerismo no puede modificar sustancialmente, sino a lo sumo tangencialmente. Son las negociaciones salariales en las paritarias entre los empresarios y las conducciones sindicales, que el gobierno presenta como modelo para la mejora en la distribución del ingreso, las que han permitido este resultado. Por empezar, porque como ya dijimos, en la mayoría de los casos estas negociaciones estuvieron atadas a compromisos de productividad. Incluso más allá de lo negociado, la presión por aumentar el rendimiento del salario ha sido permanente, como es obvio dado que el crecimiento a altas tasas, sobre todo a partir de 2007 en que los empresarios hablan cada vez más de incertidumbre y de necesidad de hacer ajustes, se dio sin cambiar mucho la estructura productiva, aprovechando las capacidades instaladas y cargando las exigencias de mayores rendimientos productivos sobre las fuerza de trabajo ya empleada, aumentándola de forma muy limitada. Y frente a la inflación creciente, las conducciones sindicales han operado con un pacto social de hecho, poniendo un límite a la recomposición salarial en línea con los números de inflación. De esta forma, el salario real no crece desde el año 2007 (salvo que creamos en los números del Indec) mientras que la productividad sí ha aumentado. Sólo este año, gracias a la iniciativa de las comisiones internas de Kraft y otras fábricas de la alimentacion (contra la resistencia de la burocracia de Daer) se perforó los techos impulsados por la burocracia.

Pero sobre todo, el efecto limitado que tienen estas negociaciones esta ligado a la estructura del empleo actual, en la que sólo un tercio de la clase trabajadora se beneficia de los resultados de las negociaciones paritarias. Para el resto lo negociado por las burocracias sindicales tiene escasas consecuencias. La orientación moderadamente reformista que impulsó el kirchnerismo hacia los asalariados registrados, se dio de la mano de cuidar celosamente la fragmentación de la clase trabajadora. Los proyectos de Recalde, como la participación de los trabajadores en las ganancias, de dudosos beneficios si consideramos el
ejemplo SUTNA, tienen poca repercusión sobre los sectores precarizados de la clase trabajadora. El kirchnerismo ha articulado políticas hacia los sectores sindicalizados, y paralelamente ha impulsado distintas iniciativas hacia los sectores pobres y los movimientos sociales (extensión de la asignación por hijo, planes Argentina Trabaja). Pero ha mantenido intacta la fragmentación de la clase trabajadora entre efectivos, precarizados y desocupados, y ha atacado con toda la fuerza del estado y la burocracia a los sectores que intentaron superar esta fragmentación. Mientras la internvención estatal es presentada como un hecho virtuoso por parte de todo el progresismo oficialista, lo cierto es que esta se ha movido en dos vías: conteniendo las mejoras salariales y garantizando la fragmentación para mantener el margen de ganancias récord, y mitigando los efectos de esto con políticas hacia los pobres. Por eso, sectores de una disidencia amigable hacia el gobierno, como Fernando Porta, plantean que "la estructura productiva genera tendencias regresivas para la redistribución del ingreso" que son apenas contrarrestadas por las políticas K.

7 años de crecimiento récord -exceptuando el impacto de la crisis entre fines de 2008 y 2009- y lo que ha logrado la clase trabajadora es llegar al punto donde estaba en la crisis precedente, pero peor en relación con los capitalistas cuyo margen de ganancia es más elevado. Y sin embargo, como el margen de rentabilidad ha retrocedido en relación con los mejores años de esta década, el gobierno impulsó una montaña de subsidios para aportar a la ganancia empresaria. Mal que les pese a los progres K, y aunque muchas asociaciones patronales saquen comunicados críticos de la política estatal, los que vienen ganando con la intervención estatal K son los empresarios. El kirchnerismo y los burócratas sindicales, en el mejor de los casos pueden prometer a un sector minoritario de la clase trabajadora mantener sus condiciones de vida frente a la inflación. Una respuesta para el conjunto de la clase trabajara solo puede surgir de que más sectores tomen el ejemplo del sindicalismo de base, con Kraft a la cabeza, y coordinando las luchas entre ocupados -efectivos y contratados- y desocupados.

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