Aunque a comienzos de 2013 la mayor parte de los pronósticos coincidían en señalar que este año la economía argentina repuntaría del frenazo que tuvo en 2012 (año en que las estadísticas oficiales registraron un crecimiento del 1,9%, que para varias consultoras fue aún menor).
Sin embargo, entrando en el quinto mes del año,
estas expectativas parecen desinflarse. EL primer bimestre del año mostró un
crecimiento de 2,8%. La apuesta del gobierno, por iniciativa de Guillermo
Moreno, de mostrar un congelamiento de precios creíble, para limitar las
paritarias pero también para alentar el consumo, no tuvo éxito. El freno de las
subas fue relativo, pero además ya la suba de precios que precedió a los
acuerdos ya había hecho mella en el poder adquisitivo de los salarios. Por eso,
algunos relevamientos registran un freno al consumo cuyo principal motivo se
encuentra en la caída del salario real (Finsoport señala que esta caída fue del 2%
en lo que va de 2013). Lo que es aún más digno de atención, es que se registró
una fuerte caída en las ventas en supermercados, que "se caracterizan por una baja variabilidad".
La situación de una economía sin crecimiento
parece haber llegado para quedarse. Y la política económica del gobierno
nacional, lejos de poder operar para contrarrestar esta tendencia como intentó
hacer en otros momentos, ayuda en varios aspectos a consolidarla.
El stop sui
generis de Guillermo Moreno
En las elaboraciones sobre la economía
argentina existe una amplia literatura sobre los ciclo Stop & Go [o pare/siga].
Algo hemos comentado en este blog sobre los mismos, polemizando con
algunos aspectos de la explicación estructuralista sobre los mismos.
Sínteticamente, el mismo se producía cuando, ante una restricción en la disponibilidad
de divisas, se forzaba una devaluación de la moneda nacional, que resolvía la
falta de divisas ajustando la demanda de las mismas a la baja por la vía de la
recesión. Esto recreaba las condiciones para el crecimiento durante un período,
hasta que nuevamente se ingresaba en el atolladero y se volvía necesario otro
ajuste devaluatorio.
La Argentina, aún con decenas de miles de millones de
dólares acumulados en el Banco Central como reservas, y con un comercio
exterior superavitario, está enfrentando desde el año pasado una salida de dólares
superior al ingreso de los mismos, que hizo sonar las alarmas del gobierno. Como
señalamos en otras oportunidades, este saldo positivo
en la balanza de pagos fue desde 2010 el único punto de apoyo para administrar
desequilibrios crecientes, como son el alza de precios, la necesidad de
recurrir a nuevas fuentes de recursos para sostener un gasto fiscal en alza y
la crisis energética. Si hasta 2010, aún con fuga de capitales, los dólares del
comercio alcanzaron para que el BCRA financia al tesoro pago de la deuda en
dólares y que las empresas de las potencias imperialistas giraran dólares al
exterior sin caída de reservas, 2011 cerró con caída. Por eso, se dispararon
las medidas de Guillermo Moreno para trabar las compras al exterior, y el cepo
cambiario del que ningún funcionario quiere admitir la responsabilidad.
Estas medidas, especialmente las trabas a las
importaciones, ayudaron al frenazo en una economía que ya venía acumulando dificultades
para sostener el crecimiento a tasas elevadas, que fueron manifestándose de
forma creciente al menos desde 2008. Lo que es notorio desde el último año, es
son los márgenes más estrechos en los que empezó a manejarse la acción
gubernamental. Desde que emergieron los primeros síntomas de agotamiento, la
política del gobierno apostó a administrar las dificultades con cambios
limitados, evitando cualquier
reformulación profunda del esquema económico. Esto implicó convivir con desequilibrios
cada vez más flagrantes que han ido restringiendo los márgenes para la política
económica agotando uno a uno los pilares del “modelo”, el dólar caro, el
superávit fiscal y también de la balanza de pagos, pero sin que esto afectara
severamente el crecimiento económico. El año pasado, en cambio, el gobierno
debió aplicar un stop, restringiendo
las importaciones y –como subproducto de ello- poniendo límites a varios
sectores productivos altamente dependientes de insumos importados como es buena parte de la industria manufacturera. Este panorama, señalan varios analistas
críticos de la política oficial (ver aquí), no hará más que deteriorarse. Mario Brodersohn lo vincula de forma directa a la
reaparición de la restricción externa:
en el 2013, aun partiendo de un nivel récord
de exportaciones de 84.000 millones, no queda otra alternativa que seguir
enfriando la economía porque ese nivel de exportaciones sólo alcanza para
financiar el nivel de importaciones que demanda una economía que permanece estancada.
En el 2014 se agrava el impacto de la
restricción externa porque para crecer un 1.5 % requerirá un nivel de
exportacionesmás alto que el del 2013 a fin de financiar el aumento en
lasimportaciones.
Lo mismo ocurriría en el 2015 si la economía
crece un 1.5 %. Todas estas proyecciones nos conducen a esperar para el 2013/15
una economía que prácticamente permanece estancada en los mismos niveles que en
el 2012. El crecimiento a tasas chinas pasara a ser un recuerdo histórico.
La suerte, pilar central del "modelo" versión 2013
La particularidad que muestra el
desgranamiento actual de la economía argentina, es que no hay preanuncios de descalabro
como los vividos en todos fines de “época” previos. Aunque son numerosos los
desequilibrios existentes, y hoy la política del gobierno busca compensar
algunos (como la falta de dólares) agravando otros problemas, ni por el lado de
la deuda, ni por el frente externo, hay un pronóstico de tormenta como el de
2001. Aunque el salto de la brecha entre el dólar oficial y el blue muestra (y
alimenta aún más) fuertes expectativas de devaluación, el gobierno aún tiene
margen, ya que cuenta con dólares de reservas que están todavía en un nivel
bastante considerable. Los dólares de reservas del BCRA actúan como garantía
para el pago de la deuda, así como permiten resistir las presiones para
devaluar más el peso y soportar la salida de capitales que se taponó pero no se
frenó.
Por eso, algunos economistas,
como Eduardo Levy Yeyati por ejemplo, señalan
que debemos prepararnos, no para una “crisis” a la argentina, con sus
episodios dramáticos, sino para una “deriva sin desenlace”, una economía
que mantenga las tasas actuales, y los problemas que se vienen acumulando sin
resolverse, sin entrar en una espiral de desequilibrios.
No se trata de un escenario
improbable, aunque, es necesario decirlo, para que este pueda continuar se
viene dependiendo cada vez más de la suerte. Toda la estrategia del
gobierno, de administrar algunos desequilibrios creando otros problemas, depende
de un pilar que está determinado por condiciones que el gobierno ya no
controla. Los dólares del superávit comercial son clave para que el BCRA cuente
con reservas para financiar al tesoro (el gobierno le tomó en préstamo u$s 3
mil millones en las últimas semanas para pagar la deuda) y para sostener una
política monetaria que cada vez es más expansiva. Si ya hay un gran problema en
perseguir juntos todos estos objetivos porque se genera una exigencia muy
fuerte sobre dichas reservas, el mayor problema es en qué medida está garantizado
el acceso a los dólares. Las medidas de Moreno contuvieron el drenaje, el
problema es en qué medida el flujo positivo comercial (sin el cual no hay “tapón”
que pueda funcionar) puede garantizarse. Hoy hay superávit comercial gracias a una
soja que cotiza a más de 500 dólares la tonelada, es decir muy cerca de los
techos de los últimos años. Contra la
idea de que los precios más altos responden a causas estructurales, el chileno
Gabriel Palma, sostiene que “no hay ninguna evidencia de que lo que pasa en
Asia explica un cambio estructural permanente en el mercado de las materias
primas. Es un error pensar como permanente algo que es transitorio” ("Un
cambio de precios de las materias primas puede ser letal", El país,
26/02/2013). En las últimas semanas estamos viendo la caída. De esfumarse el
superávit comercial, aún con todos los esfuerzos de Moreno para evitarlo, todo
el complejo sistema de contrapesos que viene permitiendo administrar los
desequilibrios crecientes quedaría desestabilizado. Por eso, como hemos
señalado varias ocasiones, la economía argentina se
encuentra en una situación sin “capacidad de reacción”. Aunque el gobierno puede
manejarse mientras no se produzca ningún cambio abrupto, no está en condiciones
de acomodarse a un fuerte deterioro sin entrar en situación de descalabro, algo
que, en cierta medida, pudo hacer en 2008/09. En ese momento no se frenó una
destrucción de puestos de trabajo que rondó los 100 mil, pero se pudo poner en
juego recursos para contener un impacto que podría haber sido mucho más severo.
Un dato central hoy es que la posibilidad de mantener los desequilibrios bajo
cierto control es muy dependiente de que se mantengan condiciones favorables
creadas por algunas tendencias de la economía global que tienen bases frágiles
(como señalamos acá).
Sin embargo, aún en un escenario
como el planteado por Levy Yeyatti, de una situación que se deteriora
lentamente pero sin pausa gracias a condiciones externas favorables, con una
economía que no cae, dólares de la soja que siguen entrando, una brecha
cambiaria volátil pero que no desencadene problemas en los bancos(ver lo que plantea Hernán Lacunza sobre la cobertura de los bancos por parte del BCRA) ni fuerce una
gran devaluación ni antes ni después de las elecciones, es decir más de lo que
venimos presenciando, estamos hablando de condiciones que llevan a tensiones
crecientes entre las clases, que es lo que empezamos a ver durante 2012
y seguiremos viendo cada vez más. Si desde sus orígenes el kirchnerismo se
caracterizó por una apuesta a utilizar los recursos del Estado para distender
las relaciones entre las clases, impulsando algunas mejoras de ingresos (en
relación al piso que habían alcanzado en 2002, pero sin acercarse ni de lejos a
los niveles históricos en el caso se los salarios, ver acá) y subsidiando la ganancia, hoy su
política ha adquirido un sentido contrario. Algunas medidas de “distensión” se
mantienen, pero son combinadas con ataques a importantes sectores de los
asalariados, con el torpedeo a cualquier paritaria que intente irse
más allá del 20% y el mantenimiento del impuesto al salario luego de la
irrisoria elevación del mínimo no imponible anunciada en marzo (según Cristina
del 20%, en realidad del 17%). De conjunto, aunque lo niegue, el gobierno
impulsa un ajuste que es descargado de forma directa sobre los trabajadores que
osen tener el “privilegio” de cobrar un salario que pueda cubrir la canasta
familiar, y de forma indirecta afecta a sectores aún más amplios mediante la
tercerización de buena parte del recorte del gasto, que están obligadas a hacer
las provincias que reciben menos fondos nacionales. Mientras la clase
capitalista busca por todos los medios, incluida la inflación,
mantener y acrecentar su participación en el ingreso, el gobierno acompaña hoy
con su política de ajuste “heterodoxo”. El deterioro económico
empezó a dar lugar a “despidos hormiga”, que se dan al mismo
tiempo que distintas patronales atacan en lugares donde se están desarrollando
procesos de organización desde abajo, ya sea luchando contra la burocracia como
peleando por delegados y comisiones internas donde estas no existen. Vemos los
casos de Lear, Latingraf, la metalúrgica Liliana (Rosario), Felfort, poco antes
VW en Córdoba.
Por eso, el escenario de letargo
que prevén varios analistas, atado con alambre a que no haya grandes cambios en
la situación internacional, es sin embargo uno de creciente descontento obrero
y popular, donde veremos luchas duras de las que las últimas semanas mostraron
algunos anticipos.
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