En su último Panorama
Económico global, el FMI reprodujo los pronósticos
tranquilizadores que suelen caracterizarlo aún en las peores
condiciones. El organismo fue uno de los primeros que en 2009 veía
“brotes verdes” por todas partes, que al final en el mundo
desarrollado dieron lugar a poco más que una estabilización
“bonsai” o pigmea en los EE.UU. al tiempo que Europa continuó un
deterioro cada vez más peligroso. Si para el resto de la economía
mundial logró desacoplarse parcialmente, el resultado estuvo lejos
de sus pronósticos optimistas. Ahora el FMI nos presenta nuevamente
datos alentadores al menos para la perspectiva inmediata. Si bien
este año el crecimiento previsto del producto mundial es de 3,25%,
para el año próximo espera que crezca al 4%. Una economía ahora en
tres velocidades (y ya no sólo dos) que, aunque con diversos riesgos
a la vista, continua un alejamiento paulatino de los eventos
catastróficos de 2008. En estas condiciones, aunque en lo inmediato
las economías desarrolladas “la política debería utilizar todas
las medidas prudentes para sostener una demanda anémica”, el punto
crítico de la política fiscal a mediano plazo, es la
“consolidación” fiscal a mediano término, aunque para algunos
países (como los los EE.UU. y Gran Bretaña) pida un ritmo más
lento en el mismo sendero de recortes.
EE.UU., la gran depresión y el desempeño pos
Lehman
Sin embargo, resulta difícil sustentar una visión
optimista, aún para el corto o mediano plazo. Aunque la situación
de los EE.UU. contrasta favorablemente con la de Europa, esto habla
más bien de la situación cada vez más sombría en la que se
encuentra buena parte de la Unión como producto de las políticas de
ajuste, y no de la fortaleza norteamericana. Así lo ponen en
evidencia los pronósticos poco alentadores que están surgiendo en
los últimos tiempos. J Bradford DeLong, economista neokeynesiano que
hace no mucho tiempo mostraba gran confianza en las capacidades de la
política fiscal y monetaria para sacar a la economía norteamericana
del sendero de la depresión, ajustó
en las últimas semanas las perspectivas que había trazado
anteriormente. Hasta el momento, venía llamando a la crisis
iniciada en 2007 Depresión Menor, señalando así su menor
envergadura respecto de la Gran Depresión de los años '30. Pero
para Delong esta definición ya no se ajusta a la dinámica que está
atravesando la economía norteamericana. Según sus estimaciones, “es
casi seguro que las pérdidas [que para el autor totalizarán nada
menos que el 60% del PIB de un año] no habrán finalizado para
2017”. Su conclusión es que debe dejar de llamar a la crisis que
estamos atravesando “Depresión Menor”: “Sí, su forma es
distinta a la de la Gran Depresión pero, hasta ahora por lo menos,
no hay motivo para clasificarlo en un nivel inferior en la jerarquía
de desastres macreconómicos”.
Tiempos muy austeros
Salir de lo más profundo del pozo no es lo mismo
que recuperar dinámica. Las iniciativas desplegadas a lo largo de
toda la geografía global ante el crack de 2008 permitieron realizar
una contención de daños. Pero por la persistencia de los efectos de
los quebrantos privados sobre las economías más ricas, no ocurrió
nada parecido a una recuperación vigorosa y sostenida. Los elementos
de contención
devinieron
a su tiempo en eslabones débiles, especialmente en la Unión
Europea, y llegó el tiempo de los ajustes fiscales. También en los
EE.UU.: la Administración de Barack Obama afronta un déficit muy
elevado, pero ha llevado a cabo el mayor ajuste en 30 años: desde el
10% del PIB en 2011 hasta el 8,5% de 2013, y la previsión es que
acabe en el 6,5% en 2014. Sin embargo, sería erróneo creer que sólo
allí y en los EE.UU. se están produciendo ajustes profundos. En
contra de lo que parece, las políticas de contracción fiscal se
están dando en casi todo el mundo. El estudio “The
Age of Austerity: A review of public expenditures and adjustment
measures in 181 countries” estiman que en 2013 119 países
ajustarán sus cuentas, y 131 lo harán en 2014. Es decir que las
medidas de austeridad afectan hoy a 5.800 millones de personas y
afectarán a 6.300 millones en 2015 (el 90% de la población
mundial). Las medidas de contracción fiscal más generalizadas han
sido la disminución de salarios públicos (en 74 países de bajo
ingreso y en 23 de alto), reducción o eliminación de subsidios (en
78 países de bajo ingreso y 22 de alto), incremento de impuestos al
consumo (63 de bajo ingreso y 31 de alto), reforma de las pensiones y
de los sistema de salud (en 47 de bajo ingreso y 39 de alto),
reformas diversas en los sistema de protección social orientadas a
limitar su alcance (en 55 países de bajo ingreso y 25 de alto), y
flexibilización del mercado de trabajo (según el FMI en 32 países
pero según la OIT en 40 países).
En
los últimos días ha caído en descrédito un estudio que se
transformó rápidamente en un clásico, “Growth in a Time of Debt”
de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart (RR de acá en más), publicado
en 2009. El mismo “probaba” que un nivel de deuda excesivo se
transformaba en un lastre para el crecimiento económico. Para los
países que mantenían niveles de deuda superiores al 90% del PIB
durante cinco años o más, su crecimiento medio rondaba el -0,1%. Si
bien desde el mismo momento de su publicación fue blanco de varias
críticas (entre ellas la de una inversión de la causalidad entre
crecimiento y deuda), pero la piedra del escándalo fue el
descubrimiento de que, sencillamente, los resultados de RR eran el
resultado de datos incorrectos. Fue el descubrimiento que hicieron
Herndon, Ash & Pollin, según detallan en “Does
High Public Debt Consistently Stifle Economic Growth? A Critique of
Reinhart and Rogoff”. Analizando las hojas de cálculo usadas
por los autores en su libro, comprobaron que los resultados
principales surgían de simples errores de cálculo y transcripción.
Uno de los más importantes fue la exclusión de lapsos de
crecimiento de países (como Nueva Zelanda) con un ratio deuda/pib
mayor al 90%.
Sin
duda, estos descubrimientos arrastrarán al descrédito a la dupla RR
y su trabajo. Sin embargo, no es de prever que eso vaya a torcer
significativamente el rumbo de las políticas. La decisión de
mantener las cuentas públicas ajustadas responde a presiones muy
poderosas, no sólo por parte de instituciones multilaterales, sino
especialmente de los grandes bancos y tenedores de títulos de deuda,
pero sobre todo a la necesidad de avanzar medidas más de fondo para
descargar la crisis sobre los trabajadores y los sectores populares
buscando una salida mediante el ajuste.
Esta
“era de austeridad” augura la persistencia de un crecimiento
anémico. De todos modos, es un error culpar de la persistencia de la
crisis a las medidas de recorte del gasto, como hacen distintas
vertientes keynesianas, para quienes la iniciativa fiscal tiene
capacidad de dar algo más que un alivio momentáneo. Contrario a lo
que pregonan estas corrientes, aunque un recorte significativo del
gasto en un contexto depresivo puede agravar los problemas, de esto
no se deduce que un plan de gasto más ofensivo alcanza para encarar
una salida de la crisis. Las “fallas tecnónicas” que recorren a
una economía mundial descalabrada por el crack de 2008 no se pueden
subsanar a fuerza de gasto público, como si este pudiera
sobreponerse a las contradicciones sistémicas.
Un
bombeo monetario cada vez menos enérgico
Ante
las constricciones de la política fiscal, se expande cada vez más
la experimentación con políticas monetarias en una escala sin
precedentes en la historia del capitalismo. EE.UU. sigue a toda
marcha con su QE3. Japón fue el último en sumarse a esta línea
aventurera, en la expectativa de salir definitivamente de las
tendencias deflacionarias que aquejan su economía hace décadas.
Como señala un artículo
reciente, “toneladas de dinero inyectadas en la
economía a base de compra de bonos, préstamos baratos y unos tipos
de interés por los suelos para reanimar el crédito, el
consumo, la actividad. El nivel de estímulos no tiene precedentes,
pero los riesgos tampoco”. Como señala otro autor, “desde
2011, poco más o menos, los costes de la flexibilización
cuantitativa han comenzado a superar a sus beneficios, sometidos a
una disminución de su rendimiento. La flexibilización cuantitativa
ha creado una inflación en el precio de los alimentos que es muy
perjudicial para los dos mil millones de personas que viven con menos
de dos dólares al día […] El aumento del precio del petróleo ha
sido muy negativo para la economía estadounidense; la caída del
consumo estadounidense en 2011 se debió al aumento del precio de los
alimentos y el petróleo”. El ingreso de nuevos países por esta
senda de expansión monetaria en la que los EE.UU. fue pionero,
podría agravar los problemas. Otro analista
plantea sombríamente que “la élite financiera global se ha
encontrado ante el dilema: o llevar el mundo por la vía
deflacionista-depresiva con la plena bancarrota del sistema
financiero, o por el no menos peligroso camino de la hiperinflación
con el resultado confiscatorio análogo”. La pérdida de
efectividad se hace visible en el hecho de que una escala en aumento
de flexibilización cuantitativa produce un resultado cada vez más
débil en el terreno del crecimiento, y cada vez mayor en el de los
precios.
Que
se sumen nuevos países al batallón de los que intentarán la
alquimia monetaria, augura que, bajo el rótulo de la “batalla del
crecimiento”, se desarrolle en realidad una guerra de monedas, hace
años anunciada aunque pospuesta. Una “coordinación” de las
principales economías (desarrolladas y “emergentes”) impulsando
en simultáneo políticas monetarias ultra-expansivas, podría
multiplicar la inestabilidad monetaria y financiera, alimentando aún
más burbujas en todo el planeta, y golpeando de coletazo a los
países que vienen basando su crecimiento en altos precios de
commodities en dólares. Pero además, hace cada vez más difícil
que la respuesta coordinada se siga imponiendo por sobre
las numerosas líneas de disputa entre los principales imperialismos,
y de ellos con varias potencias emergentes. Como señala este
estudio,
si en el último año se buscó mostrar que la respuesta a la crisis
era más integración, con numerosos acuerdos de liberalización del
comercio entre distintas regiones del planeta, estos han entrado
rápidamente en un estado de empantanamiento.
Los
peores fantasmas
Aunque
ya varias veces el coro de optimistas (con acompañamiento de algunos “críticos inmanentes”) anunció
que “esta vez es diferente”, que el aprendizaje respecto del
pasado de crisis alcanzaría para desplegar iniciativas para salir de
la crisis y evitar un sendero traumático como el de la Gran
Depresión, estamos viendo exactamente lo contrario. En una situación
por el momento sin catástrofes pero tampoco de recuperación sólida,
con un crecimiento global descomponíendose en tres velocidades, los
márgenes para las iniciativas coordinadas se estrechan. Y, ante la
dureza de los ataques del capital, en una geografía cada vez más
extendida los trabajadores buscan resistir a los ataques, una
inesperada “vuelta
de la lucha de clases”.
Este
sistema ha mostrado, y vuelve a mostrar en la crisis histórica
actual, una gran capacidad de “destrucción” que sólo en las
mentes de los apologistas de este sistema de explotación puede
seguir presentándose como “creativa”. Para los trabajadores de
todo el mundo, es urgente mostrar su creatividad en desarrollar una
alternativa. Lejos de un paulatino alivio de la situación, los
principales choques (“crisis, guerras y revoluciones” como diría
Lenin) están ante nosotros. Para eso debemos prepararnos los
revolucionarios.
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