martes, 29 de octubre de 2013

Apuntes pos elecciones. El estrechamiento del "modelo", los aprestos de ajuste y el voto al FIT

FR y JDM arriman acá un primer buen análisis de los resultados del 27, que intenta ir más allá de la abundancia de comentarios coyunturales que pueblan los medios.
El Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) superó ayer el millón ciento cincuenta mil votos, creciendo respecto del “batacazo” que había producido en las PASO de agosto. Con este resultado, llegan al congreso nacional 3 diputados, así como numerosos diputados y senadores provinciales, concejales, etc.
Se trata de un hecho sin precedentes en la historia política nacional. Si bien desde la vuelta de la democracia los finales de ciclo político mostraron un crecimiento de las fuerzas de izquierda, y la llevada al parlamento de distintas fuerzas, una serie de rasgos resaltan en la actualidad, como ya señalaran Paula Varela y Adriana Collado en el análisis del resultado de las PASO realizado en Ideas de izquierda. El primero y más evidente es la extensión nacional del FIT. De los tres diputados nacionales electos por el frente (está en curso la pelea en el recuento definitivo por la banca de Córdoba), uno de ellos, Nicolás del Caño, es de Mendoza, otro de ellos, Pablo López, de Salta, y el tercero Néstor Pitrola, de la provincia de Buenos Aires. Los diputados y concejas electos superan en todo el país la decena (el periodista Pablo Stefanoni destacó en Perfil su carácter “federal”). Si esta es una primera dimensión que distingue la elección del FIT, una segunda dimensión distintiva es que, como plantean FR y JDM, “a diferencia de otras experiencias ‘de izquierdas’ (término socialdemócrata patético) como el Frente del Pueblo o Izquierda Unida, el FIT expresa otra cosa, por ser un frente de partidos que se reivindican trotskistas y por levantar abiertamente como bandera la independencia de clase (mientras en las experiencias anteriores había sectores como el PC abiertamente frentepopulistas con lo cual el planteo era más "de izquierdas" que de izquierda)”.
Quedará para un análisis más reposado, lugar por lugar, establecer más acabadamente la fisonomía del fenómeno político, quiénes son los votantes del FIT, etc. Lo que sí podemos señalar es el entusiasmo con el que la campaña fue tomada en numerosos lugares de trabajo y estudio, donde jóvenes y trabajadores mostraron iniciativa para la campaña y se volcaron a la fiscalización durante la jornada del 27. En zona norte del GBA, en las fábricas de la alimentación, gráficos y otros gremios donde la izquierda dirige internas o tiene fuerte presencia, los trabajadores que tomaron la posta durante este largo día se contaban por decena en cada una. Un aspecto distintivo del voto al FIT, ligado con la presencia orgánica en sectores de la clase trabajadora conquistada con un arduo esfuerzo (en particular por el PTS) es el –aún inicial, incipiente- crecimiento de este voto obrero en sectores de peso tradicional del peronismo.
Por mucho que los kirchneristas se subleven contra la “idea apocalíptica de ‘fin de ciclo’”, es en esa clave que puede entenderse el alcance del fenómeno del FIT. No estamos hablando de la manera estrecha en la que se lee este fin de ciclo en los medios de la oposición burguesa, es decir en referencia a las limitadas alternativas de continuidad política que deja el resultado electoral, que sepulta definitivamente (como ya habían dejado claro las PASO) cualquier posibilidad de cambio constitucional, y debilita las posibilidades de arbitrar la interna del PJ para imponer un candidato propio (aunque en ningún modo esto signifique un ocaso definitivo para el “cristinismo”, ya que los votos del FPV le habilitan un peso en la negociación de la sucesión).
Apuntamos a un “fin de ciclo” de más vasto alcance, que es la incapacidad de recrear las condiciones económicas sobre las cuáles se asentaron las victorias electorales de estos años. Es decir las condiciones de crecimiento económico a tasas elevadas con mejora de los indicadores socioeconómicos que caracterizaron los primeros años de gobiernos kirchneristas. La etapa de crecimiento “fácil”, como lo llamó el cepalino Daniel Heymann, o la “etapa rosa” del modelo, como la definía hace unos años el Viceministro de Economía Axel Kicillof, iniciada en 2003, que pudo compatibilizar crecimiento de la inversión, alto superávit comercial, mejora real de los salarios (aunque por ese entonces apenas recuperándose del desplome que tuvieron con el mazazo que fue la devaluación de 2002, aún no superando el monto que habían tenido en términos reales antes de la devaluación) empezó a mostrar sus límites a comienzos de 2008. Límites que se expresaron en la inflación, la emergencia de la crisis energética, la necesidad de ampliar las fuentes de financiamiento del Estado para enfrentar la emergencia del superávit fiscal (lo que condujo primero a impulsar la 125 y luego de la derrota de esta iniciativa a liquidar las AFJP). A partir de entonces comenzó una segunda etapa, en la que el gobierno contaba aún con margen para administrar las dificultades emergentes, apoyado en las formidables condiciones que daba el colchón cambiario y la abundancia de dólares (con reservas que llegaron a estar en u$s 50 mil millones gracias al sostenido superávit comercial, es decir del saldo de exportaciones menos importaciones, que en los últimos años viene cayendo fuerte por el déficit energético), pero que sin embargo tuvo algunos rasgos muy marcados como por ejemplo el fin de la recuperación de algunos indicadores socioeconómicos. Es el caso de la “calidad” del empleo, que desde entonces casi no varió (el empleo no registrado estaba en 36% en 2008, hoy ronda el 34,5, es decir casi no cayó desde entonces). La pobreza e indigencia también son acrecentadas por la inflación, aunque la implementación de la AUH haya evitado una situación de agravamiento más agudo como consecuencia de los estragos que ocasiona la estampida de precios.
Finalmente, entramos en una tercera etapa signada por la reducción de los márgenes para administrar el agotamiento. El estrechamiento relativo tiende a hacerse cada vez más profundo y generalizado después de las elecciones de 2011 (hemos analizado in extenso las etapas del “modelo” en posteos anteriores, ver por ejemplo acá). Con una buena ayuda de las condiciones internacionales, y fuerza de vaciar hasta el límite las fuentes de financiamiento interno, el deterioro se desarrolla en cámara lenta, pero no por eso menos persistente. Aunque la inflación perdió el dramatismo mediático que tenía a comienzos de año, no da señales de una desaceleración profunda, y durante setiembre se ubicó en 24,4% según índices que toman las mediciones de algunas provincias. El empleo casi no crece en el último año y medio, y por primera vez desde 2003 se percibe un tibio crecimiento del trabajo no registrado (en “negro”) que pasó de 32% de los ocupados en el primer trimestre de este año a 34,5% en el segundo. Por otro lado, incluso para la minoritaria proporción de los trabajadores empleada en blanco y beneficiada por las negociaciones paritarias, este año cerró sin mejoras, también por primera vez en la década. Aunque la suba del mínimo no imponible de ganancias restituyó una parte de los ingresos para un millón y medio de asalariados, esto apenas compensa el magro saldo de las negociaciones salariales de este año. El “nunca menos” es un lejano recuerdo, aún para los asalariados en mejores condiciones.
“Fin de ciclo”, entonces, porque aunque el gobierno puede todavía seguir tomando algunas medidas para evitar el ajuste en toda la línea que desea buena parte del empresariado, la oposición patronal, y los peronistas que aspiran a suceder a Cristina, los ajustes en cuotas que esto requiere tienen impacto y generan descontento en amplios sectores, y, es cada vez más evidente, no hacen más que posponer y a la vez agrandar el costo futuro de los ajustes. Además, para hacer esto se impone ir cada vez más contra el relato, como lo muestran los acuerdos para pagar deudas por fallos del CIADI a favor de multinacionales que demandaron al país en estos tribunales internacionales hechos a medida del capital imperialista, y los esfuerzos por seguir siendo “pagadores seriales” (lo que está vaciando las reservas del BCRA) y evitar un default técnico por las demandas en tribunales norteamericanos.
En estas condiciones, ante la agenda de “normalización” que el gobierno hace suya cada vez más abiertamente (aunque con “ruido interno”) hoy se ve claramente que en la oposición no hay salida “por izquierda”. La centroizquierda que no está con el gobierno integra alianzas con los partidarios de la vuelta a los mercados y el ataque ortodoxo a la inflación (esta falta de independencia de la centroizquierda no es tampoco un fenómeno de coyuntura, las grandes crisis de los últimos años mostraron una y otra vez cómo cualdo las papas queman no hace más que ir detrás de las salidas ofrecidas por la burguesía, es decir de alguna variante de ataque a la clase trabajadora).
El crecimiento encuentra en este fin de ciclo -en el sentido más profundo que hemos planteado- una de sus razones. Algunos de los que en 2011 apoyaron al gobierno bajo la promesa del “nunca menos”, encontraron en el FIT a la única fuerza que ante el panorama de ajuste levantó un programa para dar respuesta a las demandas obreras y populares.
Ahora, pos elecciones, las bancas obtenidas serán un lugar desde donde se amplificará el rol de “tribunos del pueblo”, es decir desde donde poner sobre el tapete las duras condiciones que viven los trabajadores y trabajadoras al cabo de una supuesta “década ganada”, con más de un 60% de la clase trabajadora en condiciones precarias (con el aval de leyes flexibilizadoras que siguen vigentes), recibiendo salarios de miseria (un 60% de los ocupados gana menos de $ 4.200), con un millón de jóvenes “ni ni” (ni estudian ni trabajan), forzados a viajar diariamente en condiciones de riesgo por el desguace del transporte (especialmente el ferroviario), y un largo etc. El desafío es transformar este peso político del FIT y las bancas obtenidas en una herramienta para la construcción de un partido revolucionario con capacidad de dirección de una franja de la clase trabajadora, es decir con decenas de miles de militantes y lugares de dirección en decenas de sindicatos, centros de estudiantes y otros organismos del movimiento de masas. Este anclaje “orgánico” es fundamental para que ante el “fin de ciclo”, con sus tiempos de desarrollo aún abiertos pero insoslayable, podamos desplegar abiertamente la batalla contra las salidas de la clase dominante, y por imponer el programa de respuesta obrera a la crisis cuya propuesta desarrollamos extensamente en el manifiesto programático del FIT.


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