FR y JDM arriman acá un
primer buen análisis de los resultados del 27, que intenta ir más allá
de la abundancia de comentarios coyunturales que pueblan los medios.
El
Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) superó ayer el millón
ciento cincuenta mil votos, creciendo respecto del “batacazo” que había
producido en las PASO de agosto. Con este resultado, llegan al congreso
nacional 3 diputados, así como numerosos diputados y senadores
provinciales, concejales, etc.
Se trata de un hecho sin precedentes
en la historia política nacional. Si bien desde la vuelta de la
democracia los finales de ciclo político mostraron un crecimiento de las
fuerzas de izquierda, y la llevada al parlamento de distintas fuerzas,
una serie de rasgos resaltan en la actualidad, como ya señalaran Paula Varela y Adriana Collado en el análisis del resultado de las PASO realizado en Ideas de izquierda.
El primero y más evidente es la extensión nacional del FIT. De los tres
diputados nacionales electos por el frente (está en curso la pelea en
el recuento definitivo por la banca de Córdoba), uno de ellos, Nicolás
del Caño, es de Mendoza, otro de ellos, Pablo López, de Salta, y el
tercero Néstor Pitrola, de la provincia de Buenos Aires. Los diputados y
concejas electos superan en todo el país la decena (el periodista Pablo Stefanoni destacó en Perfil su carácter “federal”).
Si esta es una primera dimensión que distingue la elección del FIT, una
segunda dimensión distintiva es que, como plantean FR y JDM, “a
diferencia de otras experiencias ‘de izquierdas’ (término
socialdemócrata patético) como el Frente del Pueblo o Izquierda Unida,
el FIT expresa otra cosa, por ser un frente de partidos que se
reivindican trotskistas y por levantar abiertamente como bandera la
independencia de clase (mientras en las experiencias anteriores había
sectores como el PC abiertamente frentepopulistas con lo cual el planteo
era más "de izquierdas" que de izquierda)”.
Quedará para un
análisis más reposado, lugar por lugar, establecer más acabadamente la
fisonomía del fenómeno político, quiénes son los votantes del FIT, etc.
Lo que sí podemos señalar es el entusiasmo con el que la campaña fue
tomada en numerosos lugares de trabajo y estudio, donde jóvenes y
trabajadores mostraron iniciativa para la campaña y se volcaron a la
fiscalización durante la jornada del 27. En zona norte del GBA, en las
fábricas de la alimentación, gráficos y otros gremios donde la izquierda
dirige internas o tiene fuerte presencia, los trabajadores que tomaron
la posta durante este largo día se contaban por decena en cada una. Un
aspecto distintivo del voto al FIT, ligado con la presencia orgánica en
sectores de la clase trabajadora conquistada con un arduo esfuerzo (en
particular por el PTS) es el –aún inicial, incipiente- crecimiento de
este voto obrero en sectores de peso tradicional del peronismo.
Por mucho que los kirchneristas se subleven contra la “idea apocalíptica de ‘fin de ciclo’”,
es en esa clave que puede entenderse el alcance del fenómeno del FIT.
No estamos hablando de la manera estrecha en la que se lee este fin de
ciclo en los medios de la oposición burguesa, es decir en referencia a
las limitadas alternativas de continuidad política que deja el resultado
electoral, que sepulta definitivamente (como ya habían dejado claro las
PASO) cualquier posibilidad de cambio constitucional, y debilita las
posibilidades de arbitrar la interna del PJ para imponer un candidato
propio (aunque en ningún modo esto signifique un ocaso definitivo para
el “cristinismo”, ya que los votos del FPV le habilitan un peso en la
negociación de la sucesión).
Apuntamos a un “fin de ciclo” de más
vasto alcance, que es la incapacidad de recrear las condiciones
económicas sobre las cuáles se asentaron las victorias electorales de
estos años. Es decir las condiciones de crecimiento económico a tasas
elevadas con mejora de los indicadores socioeconómicos que
caracterizaron los primeros años de gobiernos kirchneristas. La etapa de
crecimiento “fácil”, como lo llamó el cepalino Daniel Heymann, o la
“etapa rosa” del modelo, como la definía hace unos años el Viceministro
de Economía Axel Kicillof, iniciada en 2003, que pudo compatibilizar
crecimiento de la inversión, alto superávit comercial, mejora real de
los salarios (aunque por ese entonces apenas recuperándose del desplome
que tuvieron con el mazazo que fue la devaluación de 2002, aún no
superando el monto que habían tenido en términos reales antes de la
devaluación) empezó a mostrar sus límites a comienzos de 2008. Límites
que se expresaron en la inflación, la emergencia de la crisis
energética, la necesidad de ampliar las fuentes de financiamiento del
Estado para enfrentar la emergencia del superávit fiscal (lo que condujo
primero a impulsar la 125 y luego de la derrota de esta iniciativa a
liquidar las AFJP). A partir de entonces comenzó una segunda etapa, en
la que el gobierno contaba aún con margen para administrar las
dificultades emergentes, apoyado en las formidables condiciones que daba
el colchón cambiario y la abundancia de dólares (con reservas que
llegaron a estar en u$s 50 mil millones gracias al sostenido superávit
comercial, es decir del saldo de exportaciones menos importaciones, que
en los últimos años viene cayendo fuerte por el déficit energético),
pero que sin embargo tuvo algunos rasgos muy marcados como por ejemplo
el fin de la recuperación de algunos indicadores socioeconómicos. Es el
caso de la “calidad” del empleo, que desde entonces casi no varió (el
empleo no registrado estaba en 36% en 2008, hoy ronda el 34,5, es decir
casi no cayó desde entonces). La pobreza e indigencia también son
acrecentadas por la inflación, aunque la implementación de la AUH haya
evitado una situación de agravamiento más agudo como consecuencia de los
estragos que
ocasiona la estampida de precios.
Finalmente, entramos en una
tercera etapa signada por la reducción de los márgenes para administrar
el agotamiento. El estrechamiento relativo tiende a hacerse cada vez más
profundo y generalizado después de las elecciones de 2011 (hemos
analizado in extenso las etapas del “modelo” en posteos anteriores, ver
por ejemplo acá).
Con una buena ayuda de las condiciones internacionales, y fuerza de
vaciar hasta el límite las fuentes de financiamiento interno, el
deterioro se desarrolla en cámara lenta, pero no por eso menos
persistente. Aunque la inflación perdió el dramatismo mediático que
tenía a comienzos de año, no da señales de una desaceleración profunda, y
durante setiembre se ubicó en 24,4% según índices que toman las mediciones de algunas provincias.
El empleo casi no crece en el último año y medio, y por primera vez
desde 2003 se percibe un tibio crecimiento del trabajo no registrado (en
“negro”) que pasó de 32% de los ocupados en el primer trimestre de este
año a 34,5% en el segundo. Por
otro lado, incluso para la minoritaria proporción de los trabajadores
empleada en blanco y beneficiada por las negociaciones paritarias, este
año cerró sin mejoras, también por primera vez en la década. Aunque
la suba del mínimo no imponible de ganancias restituyó una parte de los
ingresos para un millón y medio de asalariados, esto apenas compensa el
magro saldo de las negociaciones salariales de este año. El “nunca
menos” es un lejano recuerdo, aún para los asalariados en mejores
condiciones.
“Fin de ciclo”, entonces, porque aunque el gobierno
puede todavía seguir tomando algunas medidas para evitar el ajuste en
toda la línea que desea buena parte del empresariado, la oposición
patronal, y los peronistas que aspiran a suceder a Cristina, los ajustes
en cuotas que esto requiere tienen impacto y generan descontento en
amplios sectores, y, es cada vez más evidente, no hacen más que posponer
y a la vez agrandar el costo futuro de los ajustes. Además, para hacer
esto se impone ir cada vez más contra el relato, como lo muestran los
acuerdos para pagar deudas por fallos del CIADI a favor de
multinacionales que demandaron al país en estos tribunales
internacionales hechos a medida del capital imperialista, y los
esfuerzos por seguir siendo “pagadores seriales” (lo que está vaciando
las reservas del BCRA) y evitar un default técnico por las demandas en
tribunales norteamericanos.
En estas condiciones, ante la agenda de
“normalización” que el gobierno hace suya cada vez más abiertamente
(aunque con “ruido interno”) hoy se ve claramente que en la oposición no
hay salida “por izquierda”. La centroizquierda que no está con el
gobierno integra alianzas con los partidarios de la vuelta a los
mercados y el ataque ortodoxo a la inflación (esta falta de
independencia de la centroizquierda no es tampoco un fenómeno de
coyuntura, las grandes crisis de los últimos años mostraron una y otra
vez cómo cualdo las papas queman no hace más que ir detrás de las
salidas ofrecidas por la burguesía, es decir de alguna variante de
ataque a la clase trabajadora).
El crecimiento encuentra en este fin
de ciclo -en el sentido más profundo que hemos planteado- una de sus
razones. Algunos de los que en 2011 apoyaron al gobierno bajo la promesa
del “nunca menos”, encontraron en el FIT a la única fuerza que ante el
panorama de ajuste levantó un programa para dar respuesta a las demandas
obreras y populares.
Ahora, pos elecciones, las bancas obtenidas
serán un lugar desde donde se amplificará el rol de “tribunos del
pueblo”, es decir desde donde poner sobre el tapete las duras
condiciones que viven los trabajadores y trabajadoras al cabo de una
supuesta “década ganada”, con más de un 60% de la clase trabajadora en
condiciones precarias (con el aval de leyes flexibilizadoras que siguen
vigentes), recibiendo salarios de miseria (un 60% de los ocupados gana
menos de $ 4.200), con un millón de jóvenes “ni ni” (ni estudian ni
trabajan), forzados a viajar diariamente en condiciones de riesgo por el
desguace del transporte (especialmente el ferroviario), y un largo etc.
El desafío es transformar este peso político del FIT y las bancas
obtenidas en una herramienta para la construcción de un partido
revolucionario con capacidad de dirección de una franja de la clase
trabajadora, es decir con decenas de miles de militantes y lugares de
dirección en decenas de sindicatos, centros de estudiantes y otros
organismos del movimiento de masas. Este anclaje “orgánico” es
fundamental para que ante el “fin de ciclo”, con sus tiempos de
desarrollo aún abiertos pero insoslayable, podamos desplegar
abiertamente la batalla contra las salidas de la clase dominante, y por
imponer el programa de respuesta obrera a la crisis cuya propuesta
desarrollamos extensamente en el manifiesto programático del FIT.