Con el título de "Teorema cambiario" publicado en el suplemento Cash de ayer, el ex gerente financiero de Aerolineas hasta hace pocos meses y economista cada vez más K Axel Kicillof, ha lanzado al ruedo el último grito en las modas teóricas de los progres K para explicar la inflación. Lo planteado en el artículo retoma lo que plantea LA ANATOMIA DEL NUEVO PATRON DE CRECIMIENTO Y LA ENCRUCIJADA ACTUAL, publicación reciente del CENDA, dirigido por Kicillof.
Desempolvando argumentos que ya circularon durante el impacto de la llamada "crisis alimentaria" de 2008, durante la cual se dispararon los precios de los granos (y la FAO lanzó pronósticos alarmistas para imponer una nueva ronda de liberalización que remueva las trabas que aún limitan la extensión del agrobussiness) la clave para explicar la suba de precios sería que tendríamos inflación importada. Los precios suben bajo el impacto de los movimientos que se dan a escala mundial en los precios de los alimentos; éstos tienen efectos directos en el costo de la canasta. Pero también tienen efectos indirectos, dado que los precios más elevados y mayo en el costo de la canasta. Los indirectos serían porque la mayor rentabilidad de algunos cultivos -la soja- encarece los costos y los precios que deben lograr las otras producciones. El impacto de esto aumentos repercute en una presión al alza salarial para mantener el poder adquisitivo frente al encarecimiento de los alimentos. Por útlimo, este aumento de los salarios representa un incremento de los costos de producción para el conjunto de los capitalistas y de ésta forma explica el aumento general de precios. De ésta forma, la solución a todos los problemas inflacionarios habría estado para el autor con las retenciones móviles; cuando el agropower derrotó esta alternativa, habría puesto al esquema K basado centralmente en las variables macroeconómicas ante los límites de sus posibilidades para sostener el crecimiento.
El problema al que se enfrenta esta tesis, es que no hay parangón entre los aumentos registrados por los precios a escala internacional y los niveles en que los mismos se han incrementado en el país. Según los índices elaborados por la FAO, los productos lácteos aumentaron algo más de 100% entre 2003 y 2010; los aceites aumentaron 150% en el mismo período; el azúcar ha sido el producto que registró los mayores aumentos, llegando casi al 300% por ciento. Los cereales aumentaron 130%, y las carnes (se agregan carnes de aves, bovina y porcina) 140%. Considerando un índice global en los precios de los alimentos, el aumento a nivel internacional se calcula en 105%. Durante el mismo período, los aumentos registrados en el mercado local han sido muy superiores. Un trabajo de ADELCO que considera la evolución de los precios promedio de las marcas líderes para una canasta de alimentos de consumo cotidiano, obtiene para la misma un aumento de 499% entre 2002 y 2010. La harina de trigo aumenta 408% durante ese período, el pollo 895%, y el corte de nalga para milanesas 811%. La leche aumenta 335% y el azúcar 540%. Como vemos, la fundamentación de la inflación exclusivamente a base de la inflación importada tiene patas cortas.
Este no es el único problema con el argumento planteado. Como puede verse tomando el índice general de la FAO, y como ha sido más ostentoso en el caso de los principales granos producidos en el país, durante todo el período en el cual la inflación se aceleró en la Argentina, los precios internacionales de los alimentos no estuvieron siempre en alza. A fines de 2008 empiezan a registrar una caída que se mantiene durante casi todo 2009, y recién a fin de año empiezan a repuntar. En la Argentina, la inflación ya tenía importante envión antes de que en 2007 se acelere la suba de los alimentos, y siguió subiendo de manera cada vez más pronunciada, aún a contramano de los precios internacionales de los alimentos. Aunque éste factor pueda contribuir a explicar la inflación, evidentemente es necesario considerar otros elementos que caracterizan el fenómeno.
Kicillof hace referencia a algunos de ellos. Como al pasar, Kicillof incluye la "inlfación cambiaria" en la explicación, pero ésta queda sin desarrollo en todo el artículo y juega un rol en el mejor de los casos subordinado. Los crecientes compromisos con la política oficial han contribuido a quitar concreción a las definiciones de este economista; en algún momento, el mismo economista caracterizaba la economía pos devaluación como "tirada por ganancias" (haciendo referencia a la distinción kaleckiana entre economías "tiradas por salarios" en las que las políticas de demanda basadas en la redistribución progresiva tendrían un efecto económico expansivo, y las economías "tiradas por ganancias" en las cuáles, a la inversa, es la mayor participación de las ganancias en el ingreso la que impulsaría un mayor crecimiento). Pero toda referencia a esta característica de la economía argentina ha desaparecido en los últimos trabajos del autor.
Por lo mismo, tampoco hay ninguna referencia en todo el artículo a lo que muestra el principal límite del esquema K para impulsar el tan proclamado "crecimiento con equidad": el rol que tiene la puja distributiva en la inflación. Gracias a la devaluación de 2002, que implicó una caída promedio del salario del 30%, se disparó la rentabilidad empresaria. A partir de 2004, empieza una lenta dinámica de recomposición salarial. Hasta 2006, el elevado nivel de la ganancia extraordinaria permitió absorber los aumentos de salario mediante una reducción de los márgenes de rentabilidad. A partir de ese momento, empieza una clara resistencia empresaria a la reducción del margen de rentabilidad, a pesar de que éste se mantiene alto. Por lo tanto, los reclamos salariales aceleran las subas de precios, e impulsas subas salariales aún mayores, y así sucesivamente. Para el capital, la racionalidad de este proceso está dada no sólo en la búsqueda de mantener el margen, sino que además, el hecho de que el ajuste de precios sea más rápido y regular que el de los salarios (hoy a lo sumo se negocian dos veces al año en algunos gremios) les permite un margen aún mayor durante el período que media un acuerdo salarial y el siguiente. De esta forma, aunque en el proceso inflacionario cuyos primeros síntomas empezaron a verse durante 2005 y que se acelera desde 2006, influyen distintos elementos, ha ido cobrando una relevancia creciente la resistencia empresaria a reducir el margen de ganancia frente a los aumentos salariales. Aunque los efectos inflacionarios de la puja distributiva pueden darse en distintas condiciones económicas, hoy la fuerte actividad económica los profundiza.
Kicillof también descarta la existencia de cualquier tipo de inflación de demanda, arguementando que es "poco verosímil cuando el índice de capacidad instalada no supera el 80 por ciento, lo que no impide que existan determinados 'cuellos de botella' sectoriales pero sí invalida el argumento como explicación general". En realidad, el promedio de uso de la capacidad ha llegado a 84%, con niveles superiores al 90% en muchas ramas. Algunas ramas como la industria automotriz que trabaja con un amplio exceso de capacidad instalada bajan los niveles promedio, pero son muchas las industrias que operan al límite. De hecho, la respuesta a la demanda viene siendo cada vez más la importación y no el aumento de la producción. Lejos de lo que plantea Kicillof, la fuerte demanda junto con la puja distributiva, contribuye a la tendencia crónica a la suba de precios, aunque factores como la inflación importada la hayan acelerado en algunos momentos.
Párrafo aparte merece la solución propuesta por el economista a los problemas de la economía argentina, que se expresan en el callejón sin salida al cuál ha llevado la inflación. Hoy el tipo de cambio alto ya no existe, el peso se ha ido apreciando de la mano de la suba de precios. Como producto de la derrota del gobierno en el intento de imponer la resolución 125 de retenciones móviles, hoy no se puede hacer política de tipos de cambio diferenciado, las alternativas serían continuar el sendero de la apreciación cambiaria, o una nueva devaluación. Ambas alternativas son indeseables para Kicillof, ya que la primera sería recesiva, y la segunda implicaría en las condiciones actuales una aceleración de la suba de precios.
La única alternativa estaría entonces en ir más allá de una política basada en lo macro: impulsar la planificación económica"dirigiendo los recursos hacia el desarrollo productivo". ¿Cuáles recursos tendríamos que dirigir hacia el desarrollo productivo? ¿Los que se utilizan anualmente para pagar la deuda pública? ¿Los que se dilapidan en subsidiar empresan con el único objetivo de que los empresarios que las administran obtengan ganancias, en vez de nacionalizarlas? ¿Los que hoy tienen como destino generosos planes de obras públicas cuya ejecución no tiene ningún tipo de fiscalización? ¿Propone como base de esta planificación alguna forma de nacionalización de la banca? De todas estas cuestiones, el autor no dice ni una palabra. Se limita a señalar que los protagonistas de este desarrollo basado en la planificación son necesariamente "los trabajadores, la clase social que se juega aquí todos los avances y conquistas alcanzados". ¿Es que acaso nos está propopiendo una planificación basada en medidas anticapitalistas comandada por los trabajadores?
De los silencios del artículo, y de la trayectoria recorrida por el autor en los últimos años, podemos arribar a la conclusión de que el protagonismo de la clase obrera se limita a ser la "columna vertebral" de una planificación que apunte a sostener la ganancia capitalista. En última instancia, lo que ha venido haciendo el kirchnerismo, aunque con más plan y menos improvisación, con más medidas de desarrollo y un poco menos (pero tampoco demasiado) de capitalismo de amigos. Como ni una palabra dice sobre la deuda externa, sobre el saqueo imperialista de los recursos naturales, sobre la renacionalización del conjunto de los recursos estratégicos, ni sobre el monopolio estatal del comercio exterior o la nacionalización de la banca (ni qué hablar de un verdadero protagonismo obrero que pase por la gestión directa de las empresas, opuesto a lo que este individuo pregonara en su paso por Aerolíneas), podemos asumir que en el mejor de los casos, estamos ante una versión radicalizada del "vivir con lo nuestro" propuesto por Aldo Ferrer, que inspirara el lema del Plan Fénix. Usar lo (poco) que queda luego del saqueo imperialista y de la generosa distribución de subsidios, para impulsar el desarrollo de algunas empresas. Afirmar que esta vía pueda ser la base del desarrollo económico es utópico, y sostener la necesidad de que los trabajadores participen activamente de esta estrategia es completamente reaccionario.
Para la clase trabajadora, la respuesta a la inflación -y a las limitaciones que ésta expresa del proceso local de acumulación de capital- no pasa por apostar a una planificación capitalista; pasa por imponer un programa que corte con el saqueo imperialista, nacionalice la banca, imponga el monopolio estatal del comercio exterior y avance en expropiar a los expropiadores capitalistas. Sólo de esta forma podrá organizarse el conjunto de la producción social en función de las necesidades de los trabajadores y el pueblo pobre, y planificar el destino del plustrabajo social en función de iniciativas de desarrollo prioritario, en vez de que este siga quedando en manos de la clase capitalista local, que incluso en los años de mayor bonanza en décadas ha mostrado una total incapacidad para impulsar cualquier iniciativa de desarrollo de las fuerzas productivas.
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