En La verdad obrera nº 559 puede leerse "El costos adiós", sobre el acuerdo del gobierno con la petrolera española Repsol, para indemnizar generosamente a los vaciadores.
jueves, 27 de febrero de 2014
lunes, 10 de febrero de 2014
Otra crisis del capitalismo dependiente argentino
En las
últimas semanas venimos analizando el giro marcado del gobierno de
Cristinta Fernandez, que viene de imponer el mayor ajuste cambiario
desde 2002. Sólo en enero la depreciación del peso en relación al
dólar fue superior al 20%. En este posteo, largo, nos vamos un poco
de la coyuntura profundizar desde el análisis marxista de los determinantes del
funcionamiento de la economía argentina, cómo este giro es el resultado de
las contradicciones de este proceso. Y signan, de forma
irreversible, la entrada en una nueva dinámica, con varios elementos
de desarrollo aún abierto. Debe leerse, entonces, como un
complemento de los textos que vienen abordando lo que acá se
considera sólo tangencialmente.
Introducción
Para buena parte
de la oposición política patronal, así como para los economistas y
consultores económico/financieros, la situación que estamos
atravesando es el resultado de una “mala praxis” del gobierno,
por una política laxa de gasto público y expansión monetaria
sostenida durante años y que habría empujado la inflación, la fuga
de capitales e incentivado la dolarización de los ahorros. Muchos
lamentan la “oportunidad perdida” de la década, ya que con los
fuertes superávits comerciales gracias a la demanda china y la soja
cotizando altísimo, de todos modos reemergieron desde 2011 problemas
crónicos que afectaron el crecimiento de la economía argentina en
otros momentos históricos. Todo esto, afirman varios, podría
haberse evitado con políticas más consistentes que hubieran
canalizado los excedentes hacia un desarrollo de largo plazo.
Desde las
veredas oficiales no se archivó el discurso de la década ganada,
aunque algunos admiten que existen problemas porque, parafraseando,
“en diez años no se puede hacer todo”. Quedaría pendiente que
el “modelo de desarrollo con inclusión social” avance en la
sustitución de importaciones, el desarrollo de numerosas industrias
de componentes, para aliviar el problema de los dólares. Pero no
estas serían señales de transformaciones por hacer, y una muestra patente de límites del “modelo”.
Ambas visiones
nos parecen equivocadas. La crisis no surge de una “mala praxis”
oficial; buena parte de lo que la oposición patronal define como
“mala praxis” fueron medidas de gobiernos que, pos 2001 y con una
clase obrera en fuerte recomposición social, tuvieron que tomar nota
de una relación de fuerzas para compatibilizar la defensa de los
intereses capitalistas con algunas medidas de contención hacia la
clase obrera y los sectores populares. Así, la “urgencia” se
impuso sobre los planes más estratégicos porque ante todo estaba el
restablecimiento del orden, la “pasivización” de los sectores
obreros y populares a través de políticas de conciliación de
clase. Por otra parte, hace años nos deslizamos hacia un fin de
época porque la entelequia de esta conciliación sólo es posible
bajo ciertas condiciones muy específicas, de “holgura”
económica, como las que había creado el mega ajuste de 2002 que se
dio de la mano de la devaluación que puso fin a la convertibilidad.
Hoy, doce años después de la gran crisis (que también fue doce
años después de otra gran crisis, para delicias de los buscadores
de ciclos de regularidad perfecta) el capitalismo argentino pone en
evidencia que el combustible que lo mueve son los recurrentes ajustes
a los sectores populares. Es eso lo que está marcha, y sólo eso
puede relanzar la economía nacional en términos capitalistas.
Pero vayamos por
partes. Lo expuesto en el párrafo previo son las conclusiones que
surgen del análisis de qué es la formación económico-social
argentina y cuáles son las determinaciones de la acumulación de
capital en el país. Mediante ese análisis podremos comprobar que
esta crisis no surge de la nada, sino que es consecuencia de las
condiciones que determinan de la economía capitalista argentina, y
que sólo un trastocamiento profundo de las bases de esta sociedad
puede evitar la catástrofe que la burguesía se prepara para volver
a descargar sobre nuestras cabezas.
La
gravitación del tipo de cambio en la acumulación de capital en la
Argentina
El ministro de
economía Axel Kicillof volvió en una entrevista reciente a un tema
muy trillado: la supuesta “mentalidad” que inclinaría a los
argentinos hacia el dólar. Pero no se puede reducir la cuestión a
un caso para diván colectivo. La “cuestión” del dólar es una
consecuencia de la gravitación que tiene el tipo de cambio para la
acumulación capitalista en el país. Y está lejos de ser un
problema meramente argentino, aunque sin duda la historia de crisis
nacionales -y los modos en que estas se “resolvieron”- genera
reflejos que no se observan en otras latitudes, al menos en la misma
medida.
¿De dónde
surge la gravitación del tipo de cambio? Pues de las condiciones de
productividad media de la economía nacional en relación a los
niveles medios imperantes a nivel internacional. Los capitales que se
valorizan en el espacio económico nacional exhiben una productividad
del trabajo menor a los promedios internacionales, con excepción del
agro y otras pocas ramas que cuentan con ventajas específicas. Esta
brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en
rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es
decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea
que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno
afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros
países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus
homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías.
Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto
que en otros país, lo que significa que su operación no sería
posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara
plenamente en términos de valor internacional. ¿Qué implicancias
tiene esto? Pues que para una fracción considerable de los capitales
que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de
reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo
de cambio. El tipo de cambio depreciado, es decir una variación en
la cotización de la moneda nacional en relación a las monedas que
operan como reservas de valor internacionalmente, particularmente el
dólar, significa que cada hora de trabajo nacional se va expresar
sólo como una fracción de la misma a nivel internacional. Esto
permite que los sectores que producen con costos mayores que los que
imperan a nivel internacional en la rama en cuestión, tengan precios
internacionales equivalentes a los de sus competidores que otros
países que producen con técnicas más elevadas, es decir que gana
la llamada competitividad. Esto puede permitir en algunos
casos el desarrollo de exportaciones manufactureras, pero sobre todo
preserva el mercado nacional para empresas de capital local, a costa
de reducir los términos de intercambio nacionales. El correlato es
la depresión del salario medido en dólares, lo cual significa en
términos reales una pérdida de poder adquisitivo para la fuerza de
trabajo.(aunque quizás no en la misma proporción de la depreciación
cambiaria). La competitividad del capital se logra reduciendo la
participación de la fuerza de trabajo en el valor generado, es decir
con un aumento de la tasa de explotación.
Esto explica la
tendencia recurrente en numerosas economías de desarrollo medio a
depreciar del tipo de cambio. Podría parecer que el tipo de cambio
es como una varita mágica que compensa las desventajas de
productividad. Ciertamente los teóricos como los neoestructuralistas
(Frenkel, en cierta medida también Ferrer aunque no es de esta
corriente), que consideran la política cambiaria de este tipo un
pilar para el desarrollo, así lo creen. También los industriales
comparten unánimemente esta inclinación. Pero ocurre que no es tan
sencillo.
El dólar
“caro” y sus contradicciones
El tipo de
cambio depreciado tiene consecuencias que conspiran contra la
inversión en medios de producción, que en muchos casos deben
importarse en un país como la Argentina. Es que como dijimos, con la
depreciación del tipo de cambio, la economía argentina reduce sus
términos de intercambio. Esto puede hacer más competitivas y por lo
tanto más rentables determinadas producciones manufactureras con la
capacidad ya instalada, pero al mismo tiempo, como se puede
adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera
vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio,
disminuir la rentabilidad esperada de nuevas inversiones en las
mismas ramas beneficiadas por la depreciación al encarecer el costo
de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados.
Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables
producidos para la exportación o para el mercado interno, en
principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de
ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no
necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada
de nuevas inversiones. Estamos ante una contradicción real: como
los medios de producción importados tienen una gravitación muy
importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la
capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras
economías) el ritmo de innovación tecnológica, las condiciones que
favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una
fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo
tiempo a restringir las posibilidades de su desarrollo productivo. La
brecha de productividad que la depreciación cambiaria se propone
compensar, tiende así a preservarse e incluso agrandarse con el paso
del tiempo. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las
inversiones de mayor envergadura.
Pero además
de este resultado de mediano plazo (que refuta
la capacidad del tipo de cambio depreciado para dinamizar el
desarrollo a mediano plazo) un aspecto más crítico es la dinámica
inflacionaria que puede desatar la
devaluación, que es lo que estamos presenciando hace años en la
argentina. Como planteamos en otro trabajo (ver “La Argentina, a 10
años de la salida de la convertibilidad:
contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación
capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”),
“el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que
lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación
y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se
sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la
burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de
cambio depreciado. Los capitales que radicados en áreas de bienes y
servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio
apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional
del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses
contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda
devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de
los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que
crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe
también de salarios. Estos ajustes
tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el
tipo de cambio depreciado. Esto ha sido conceptualizados con el
término “pass through”, que mide en qué medida los ajustes de
precios disparados por una devaluación limitan la proporción en la
que la modificación en el tipo de cambio nominal se traduce en una
del tipo de cambio real. Esto ocurrió con posterioridad a 2002 en el
país. Pero con cierto efecto retardado, ya que en
ese año
la profunda recesión que se extendió entre 1998 y 2001 permitió
facilitó la transferencia de costos, tanto a los sectores
capitalistas productores de bienes y servicios no transables
soportaron una reducción de sus márgenes por la modificación
cambiaria como -sobre todo- a la clase trabajadora, que en las
condiciones de extremo desempleo no pudo evitar que la devaluación
de 2002 diera lugar a un mazazo al salario. Medido en dólares, el
costo salarial cayó un 60% producto de la devaluación, mientras que
el salario real, es decir el poder adquisitivo del salario (por el
encarecimiento de los precios atados al dólar, como muchos los
alimentos, que se dio en ese momento) cayó casi
un 30%. Este mazazo fue
clave en las altas ganancias de los años siguientes, que motorizaron
el crecimiento industrial y una moderada recuperación de la
inversión. Gracias a esto, el impacto de la devaluación generó
durante 2002 un aumento de los precios de 31%, un pass
through limitado si
consideramos que la devaluación llevó el tipo de cambio de 1 a más
de 4 pesos por dólar, para estabilizarse posteriormente alrededor de
3 pesos por dólar. Sin embargo, el cambio en las condiciones
económicas no podía más que disparar nuevos ajustes. La magnitud
de la devaluación permitió que en un comienzo estos ajustes no
crearan mayores tensiones, ya que, como
analizan Daniel Heymann y Adrián Ramos
la
“configuración de los precios relativos surgidos de la crisis, con
un muy alto tipo de cambio real y salarios reales bajos, dejó mucho
espacio para una recuperación del poder de compra en dólares de los
precios y salarios domésticos”(“Una
transición incompleta. Inflación y políticas macroeconómicas en
la Argentina post-convertibilidad”, Revista
de Economía Política de Buenos Aires,
Año 4, Vols 7 y 8, Bs. As., 2010).
Según estos autores, a partir de 2005 empezarían a manifestarse los
límites de este espacio.
Esta
dimensión estructural de la inflación nos remite entonces de forma
insoslayable al corazón del “modelo”. El mega-ajuste de 2002 y
las condiciones de extraordinaria rentabilidad que esta produjo para
buena parte de la burguesía tenían rasgos de expecionalidad, no
crearon una situación estable. Los intentos de los sectores (más o
menos) perjudicados por recuperar sus márgenes empezaron a disparar
ajustes sucesivos que externalizan una disputa por el excedente
social entre los sectores capitalistas. Como no podía ser de otro
modo, en estas condiciones también los asalariados fueron obligados
a exigir aumentos de salarios nominales, a riesgo de ver sus ingresos
aún más erosionados de lo que ya lo habían sido con la devaluación
si no lo hacían. Si en 2002, ningún sector de la clase trabajadora
-golpeada por una desocupación masiva- pudo oponer resistencia al
saqueo al salario que significó la devaluación, que contó con el
cerrado apoyo de la burocracia sindical moyanista. La recomposición
social de la clase trabajadora que trajo aparejada la fuerte
recuperación con tasas “chinas” de crecimiento económico creo
mejores condiciones desde 2004 para pelear por la recuperación del
terreno perdido. Por eso ante esta escalada de los precios a partir
de 2005 y 2006, se profundizan las presiones para recuperar los
ingresos y evitar que la incipiente inflación los siga erosionando.
La
escalada inflacionaria no es otra cosa que una expresión del
carácter atrasado y dependiente de la economía nacional, que
transforma al tipo de cambio depreciado en una necesidad que no puede
sostenerse en el tiempo, que crea tensiones entre las fracciones
capitalistas que se expresan en ajustes sucesivos de los precios
relativos. Los capitalistas buscan culpar a los aumentos de salarios
de las subas de precios, y cualquier concesión en este terreno es un
argumento para volver a remarcar.
Pero en realidad los reclamos por aumentos de salarios en la mayoría
de los casos no hicieron más que intentar una recuperación de los
ingresos ante la permanente licuación que ocasiona el accionar
empresario remarcando precios -en los marcos permisivos de una
política económica cuyos “controles” de precios no han
contribuido en nada a limitar la inflación.
Las
contradicciones de la devaluación, así como el peso preponderante
del capital extranjero en los pricipales sectores de la economía
argentina con las consecuencias que esto conllleva (ver “Los
contornos de la dependencia”, IdIz
nº 3), así como el carácter
particularmente rapaz de los principales sectores de la burguesía
“nacional”, explica que el período de condiciones más
favorables en los últimos 60 años para la acumulación capitalista
en el país, no dinamizara las tasas de inversión. Los principales
grupos capitalistas aprovecharon de forma “extensiva” los
beneficios de la devaluación, es decir sacando el mayor
aprovechamiento de los recursos instalados para realizar una buena
masa de ganancias, lo cual empujó un
crecimiento a tasas “chinas” pero no
sostenible a mediano plazo.
Agotamiento del "modelo" y fin
de ciclo
El
llamado “modelo” fue la herencia del ajuste múltiple que ocurrió
en 2002, que empalmó con un ciclo alcista en la demanda y los
precios de exportación de granos que, con altibajos, se mantiene
hasta hoy. El ajuste múltiple fue un resultado de la devaluación.
Al mismo tiempo esta hizo caer el gasto público (que cayó en 2002
un 5% en términos nominales pero 37% en términos reales), abarató
el salario, lo cual bajó el costo salarial en casi un 60% y mejoró
la rentabilidad empresaria; por último el dólar caro contribuyó a
mejorar las condiciones para la exportación, y actuando como límite
para las importaciones.
Pero
la dinámica contradictoria que desató la devaluación, ha alterado
esta situación. A pesar de que en numerosos sectores el empresariado
logró preservar el costo salarial por debajo de los niveles de 2001
gracias a fuertes aumentos de productividad que no tuvieron correlato
en las remuneraciones (el costo salarial está hoy aproximadamente en
un 85% del nivel pre devaluación), las presiones para contener los
aumentos salariales, o para arrancar al Estado subsidios para
compensar parcialmente los aducidos aumentos de costos tuvieron como
efecto crear una presión muy fuerte hacia el aumento del gasto
público. Como efecto de las tendencias alcistas de los precios, los
subsidios al capital y las mayores exigencias de la deuda, a partir
de 2007 el esquema económico empieza a entrar en una nueva dinámica
donde el gobierno nacional intenta conjurar, recursos públicos
mediante, el creciente agotamiento. Con los subsidios el gobierno
“internalizó” una presión al aumento del gasto público, que se
volvió casi forzosa. En vez de contener las contradicciones las
absorbió bajo esta forma. En 2007 los subsidios fueron de 14.600
millones de pesos, en 2014 serían de $ 140.000 millones. Como
consecuencia de esto, el abundante superávit fiscal se transformó
en déficit, luego del pago de deuda, a partir de 2009, lo cual
empujó a buscar mayores fuentes de financiamiento, a través de la
ANSES y posteriormente del Banco Central. Junto con esto comienzan
desde 2006, y más decididamente en 2007, los techos al salario. El
pivote que dio aire para administrar los crecientes síntomas de
agotamiento, y que ayudado por condiciones internacionales favorables
dio margen para administrar las contradicciones crecientes durante
varios años fue la persistencia del saldo externo favorable. Sin
embargo, esto empezó a cambiar y en 2011 empezó a volverse crítico:
reapareció el fantasma de la restricción externa, que durante los
mejores años kirchneristas muchos consideraron un problema del
pasado que la modernizada economía argentina no volvería a sufrir.
Durante toda la década el kirchnerismo convivió alegremente con
todas estas gangrenas permitiendo que se desarrollaran. Las alarmas
sonaron en 2011 sólo porque los dólares de la soja (y otros granos)
ya no alcanzaban para sostener el déficit industrial, el déficit
energético, los pagos de la deuda, las remesas de capitales y la
lisa y llana fuga de dólares. Ese año fue el primero de la década
kirchnerista donde el año concluyó con una caída en las reservas
en manos del Banco Central.
Si
desde sus orígenes el kirchnerismo se caracterizó por una apuesta a
utilizar los recursos del Estado para distender las relaciones entre
las clases, impulsando algunas mejoras de ingresos (en relación al
piso que habían alcanzado en 2002, pero sin acercarse ni de lejos a
los niveles históricos en el caso se los salarios, ver
acá)
con
la emergencia de la restricción externa empezó su política
adquirió de conjunto un sesgo contrario,
el
del ajuste.
Los
techos al salario, la reticencia a cualquier cambio impositivo que
llevó a agravar la carga del impuesto a las ganancias sobre los
asalariados, y las medidas aplicadas para preservar los dólares
frenando las importaciones, fueron todas en ese sentido. Con la
devaluación acelerada se busca dar un paso más firme en este mismo
sentido, aunque creando nuevas contradicciones por la misma dinámica
que describimos más arriba. La suerte del “modelo” está
íntimamente atada a lo que ocurra con los salarios. El “modelo”,
que durante años ilusionó con una conciliación entre las clases
como vía para sostener un capitalismo “en serio”, supuestamente
muy distinto al “anarcocapitalismo” neoliberal, no puede más que
intentar regenerarse volviendo a arrastrarnos por el camino del ajuste,
aunque ahora se le diga “heterodoxo”.
La situación, muy distinta que en 2002, encuentra a la clase obrera mejor posicionada para enfrentar el peso del ajuste. Pero es necesaria una política decidida que no va a salir de ningún sector de las conducciones sindicales burocráticas. Más que nunca es urgente para la izquierda clasista la pelea por conquistar los sindicatos y expulsar a la burocracia. Y, ante la urgente necesidad de dar respuesta a los ataques que se vienen, la necesidad de un Encuentro Nacional de todo el movimiento obrero combativo y antiburocrático que levante un programa de medidas urgentes y exija la apertura inmediata de paritarias libres, sin techo y con cláusulas gatillo contra la inflación.
La situación, muy distinta que en 2002, encuentra a la clase obrera mejor posicionada para enfrentar el peso del ajuste. Pero es necesaria una política decidida que no va a salir de ningún sector de las conducciones sindicales burocráticas. Más que nunca es urgente para la izquierda clasista la pelea por conquistar los sindicatos y expulsar a la burocracia. Y, ante la urgente necesidad de dar respuesta a los ataques que se vienen, la necesidad de un Encuentro Nacional de todo el movimiento obrero combativo y antiburocrático que levante un programa de medidas urgentes y exija la apertura inmediata de paritarias libres, sin techo y con cláusulas gatillo contra la inflación.
NOTA:
Acá retomamos lo elaborado en otros artículos. Algunas lecturas
útiles para profundizar son:
La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista
Las raíces de la inflación en la Argentina. Un análisis desde el marxismo
viernes, 7 de febrero de 2014
Afloja (por ahora) la corrida, sigue el ajuste
Luego de las dos semanas cargadas de tensión que siguieron al salto en la devaluación del peso, la situación parecería entrar en un remanso, al menos para las semanas que restan de Febrero. El dólar cierra la semana con una cotización oficial por debajo de los 8 pesos, y en caída. Y el dólar blue también cae, aproximándose a cerrar el día a alrededor de $12,25. Esto es el resultado de una entrada de dólares por parte de los bancos, que podría llegar a sumar u$s 1.000 millones en las próximas semanas. Según volvía a anunciar ayer Capitanich, el gobierno habría conseguido finalmente un acuerdo con las cerealeras para que liquiden $2.000 millones este mes. El Banco Central (BCRA) lograría una especie de “puente” hasta la liquidación de la cosecha entre marzo y mayo.
Se trata de un alivio conseguido con algunos ardides, y mucho de enfriamiento en la economía. Aquel enfriamiento por el que tanto se denostaba a los exponentes de la oposición patronal y a think tank empresarios, y ahora el jefe del BCRA Juan Carlos Fábrega para cortar la demanda de dólares secando la plaza de pesos. Veamos más en detalle.
A poco de la fuerte devaluación del 23 de enero, el gobierno, que esperaba una entrada de dólares por venta de granos, empezó rápidamente a notar con alarma el incumplimiento del compromiso no escrito del agropower de ingresar dólares cuando el gobierno hiciera su parte, es decir darles valor del dólar que asegurara un buen negocio. Cuando empiezan a verse los costos de la devaluación sobre el bolsillo, el gobierno nacional le intenta hacer el ole a los costos políticos. Parecería que fue algo que “se nos cayó encima” , o que impusieron los especuladores. Pero en realidad, empujado por las circunstancias, el gobierno aceleró la depreciación del peso apuntando siempre a un valor del dólar que pudiera impulsar a quienes tienen fuerte capacidad para obtener dólares frescos, los productores sojeros, a vender sus tenencias de granos. Como a pesar de haber hecho el trabajo sucio, el gobierno no logró la entrada de estos dólares, en las últimas semanas aplicó una presión in crescendo para persuadir a estos voraces empresarios de las virtudes del negocio que el nuevo valor del dólar les servía en bandeja, y los costos que podría acarrear no aprovecharlo rápido.
Lo primero fue cortar las líneas de crédito del Banco Nación, iniciativa tomada a instancias del jefe del BCRA. Resulta que, después de meses, se dieron cuenta de que muchos de los préstamos personales que otorgaba la entidad eran destinados a la compra de dólares en el mercado paralelo. Es decir, un negocio redondo con las tasas subsidiadas. Más vale tarde que nunca, podría decir alguno. Pero en el interín fondearon ampliamente a los que calentaron el mercado cambiario y alimentaron la gangrena de reservas.
Al mismo tiempo, el BCRA subió la tasa de interés al 30% a través de la licitación de Lebacs con la absorción de 21.000 millones de pesos de base monetaria de los cuales 16.000 eran billetes y monedas en circulación. Así comienza a quitar una importante masa de pesos que presionaba sobre el valor del dólar al tener en la divisa una fuente de ahorro seguro y rentable frente a la persistente suba de precios. Esta medida presiona a los bancos a plantarse en los depósitos y contribuyó a encarecer los créditos, así como el financiamiento con tarjeta. Enfriamiento liso y llano.
Pero la especulación es una Hidra con múltiples cabezas. Los sojeros no sólo eran parte de los que se fondeaban a tasa subsidiada para aguantar la exportación. También ganaban tiempo con los contratos a futuros, que los cubrían ante eventualidades y sacaban la urgencia de vender cuando todavía se esperan mayores movimientos monetarios. El Comunicado A 5536 apunta a cortar esta otra cabeza. La resolución del BCRA reflotó una norma de 2005 que limita al 30% el patrimonio de tenencias en divisa que puede tener cada entidad financiera y al 10% adicional para los contratos de futuros. Esto obliga a los bancos a vender tenencias en dólares, por un valor que podría alcanzar los u$s 4.000 mil millones en los próximos meses. Una suma nada despreciable de dólares en manos de los bancos que refleja el negociado que venían haciendo, en especial desde que el BCRA comenzara a devaluar en cuotas desde noviembre del año pasado, y todo esto bajo la tutela del mismo BCRA.
Con los primeros impactos de esta movida, la entidad bancaria logró bajar el valor del dólar mayoristas bajó tres centavos a $ 7,88, minorista bajó más de 12 centavos en el mismo período y quedó en $ 7,89, el blue: perdió 20 centavos y se ofreció a $ 12,35 y el valor futuro del dólar se derrumbó 35 centavos a $ 11,50 y los contratos de dólar futuro perdieron hasta 25. Acá se trata de un “ardid”, un intento de sustituir los dólares frescos que podrían traer los sojeros por una movilización forzada, en el mercado cambiario, de dólares que ya eran parte de las reservas brutas del BCRA, y por lo tanto no mejoran su posición financiera. El ardid apunta además a convencer a los acopiadores de que están perdiendo tiempo precioso sin liquidar a los buenos precios actuales. Curiosamente, los sacudones en los movimientos de capitales globales, que ponen un manto de incertidumbre sobre los precios de los commodities, hoy podrían ayudar al gobierno, ya que podrían operar como impulso a los exportadores para liquidar antes de que se produzca un cambio importante (esto, obviamente, en tanto la situación no vaya hacia un desplome). Lo que es de notar es que de sopetón, esta medida apunta a compensar (pero no a revertir) algunos de los formidables efectos que tuvo la devaluación para los bancos, al valorizar su patrimonio por sus posiciones en moneda extranjera. También envía un mensaje ambivalente sobre el futuro, ya que, como señalaba un consultor “Básicamente le está diciendo a los bancos 'no quiero que ganen plata si yo devalúo'. Implícitamente, lo que está diciendo es que no va a controlar el ritmo de devaluación. Lo que está impidiendo es que apuesten”.
De esta forma, de contragolpe y a tientas, se van cortando una tras otra las cabezas de la Hidra, pero corriendo tan detrás de los acontecimientos con una parsimonia tal que tan pronto como lo hace se regeneran. Los “especuladores” denunciados en los discursos, como los bancos, obtuvieron una formidable ganancia por una medida básica que recién ahora se buscará revertir. Los sojeros fueron directamente financiados, lo mismo que los participantes del mercado blue, para operar por la devaluación. El gobierno les regaló un negocio en bandeja, sólo para intentar ahora volver sus pasos en algunas de las consecuencias más obsenas.
Como lo indica el mito, una Hidra no se mata cortando una tras otra sus cabezas. Sólo un golpe certero y contundente puede liquidarlas. Nacionalizar la banca, creando una banca estatal única, establecer un monopolio del comercio exterior para cortar las maniobras de las grandes cereales y las otras grandes empresas que lucran con los movimientos cambiarios, declarar el no pago de la deuda externa para cortar la sangría de dólares. Estas medidas elementales no pueden esperarse de este gobierno (que aunque ahora dejó circular entre su flanco izquierdo otra vez la amenaza de crear una Junta de granos, mostró una y otra vez que las corporaciones del “agropower” son socios predilectos), que aunque algunos progres intentaron presentar como un boxeador en pugilato con los especuladores, buscó desde la asunción del nuevo elenco ministerial rearmar el esquema económico para satisfacer las expectativas de todos lo que apostaban a la devaluación, cargando sus costos sobre los asalariados. Hoy la única ancla para garantizar el triunfo del ajuste en marcha es que los trabajadores reciban el golpe devaluatorio sobre sus salarios. Por eso en los últimos discursos de Cristina Fernández volvió el ataque a los reclamos salariales. Sólo si la clase trabajadora presenta una salida alternativa al ajustazo en marcha y levanta un programa de emergencia, empezando por pelear por paritarias libres ahora, sin techos y con cláusulas “gatillo” para preservarse de la inflación, por imponer medidas contra la precariedad laboral, un ingreso para todos los trabajdores acorde a la canasta familiar, y una verdadera recomposición de ingresos para los jubilados (para los que el 11,31% es una burla), muestra su propia iniciativa para controlar verdadamente todos los precios y pelea por imponer el conjunto de las medidas elementales que proponemos más arriba, podrá evitar ser el pato de la boda como pretenden todas las fracciones de la burguesía argentina.
Se trata de un alivio conseguido con algunos ardides, y mucho de enfriamiento en la economía. Aquel enfriamiento por el que tanto se denostaba a los exponentes de la oposición patronal y a think tank empresarios, y ahora el jefe del BCRA Juan Carlos Fábrega para cortar la demanda de dólares secando la plaza de pesos. Veamos más en detalle.
A poco de la fuerte devaluación del 23 de enero, el gobierno, que esperaba una entrada de dólares por venta de granos, empezó rápidamente a notar con alarma el incumplimiento del compromiso no escrito del agropower de ingresar dólares cuando el gobierno hiciera su parte, es decir darles valor del dólar que asegurara un buen negocio. Cuando empiezan a verse los costos de la devaluación sobre el bolsillo, el gobierno nacional le intenta hacer el ole a los costos políticos. Parecería que fue algo que “se nos cayó encima” , o que impusieron los especuladores. Pero en realidad, empujado por las circunstancias, el gobierno aceleró la depreciación del peso apuntando siempre a un valor del dólar que pudiera impulsar a quienes tienen fuerte capacidad para obtener dólares frescos, los productores sojeros, a vender sus tenencias de granos. Como a pesar de haber hecho el trabajo sucio, el gobierno no logró la entrada de estos dólares, en las últimas semanas aplicó una presión in crescendo para persuadir a estos voraces empresarios de las virtudes del negocio que el nuevo valor del dólar les servía en bandeja, y los costos que podría acarrear no aprovecharlo rápido.
Lo primero fue cortar las líneas de crédito del Banco Nación, iniciativa tomada a instancias del jefe del BCRA. Resulta que, después de meses, se dieron cuenta de que muchos de los préstamos personales que otorgaba la entidad eran destinados a la compra de dólares en el mercado paralelo. Es decir, un negocio redondo con las tasas subsidiadas. Más vale tarde que nunca, podría decir alguno. Pero en el interín fondearon ampliamente a los que calentaron el mercado cambiario y alimentaron la gangrena de reservas.
Al mismo tiempo, el BCRA subió la tasa de interés al 30% a través de la licitación de Lebacs con la absorción de 21.000 millones de pesos de base monetaria de los cuales 16.000 eran billetes y monedas en circulación. Así comienza a quitar una importante masa de pesos que presionaba sobre el valor del dólar al tener en la divisa una fuente de ahorro seguro y rentable frente a la persistente suba de precios. Esta medida presiona a los bancos a plantarse en los depósitos y contribuyó a encarecer los créditos, así como el financiamiento con tarjeta. Enfriamiento liso y llano.
Pero la especulación es una Hidra con múltiples cabezas. Los sojeros no sólo eran parte de los que se fondeaban a tasa subsidiada para aguantar la exportación. También ganaban tiempo con los contratos a futuros, que los cubrían ante eventualidades y sacaban la urgencia de vender cuando todavía se esperan mayores movimientos monetarios. El Comunicado A 5536 apunta a cortar esta otra cabeza. La resolución del BCRA reflotó una norma de 2005 que limita al 30% el patrimonio de tenencias en divisa que puede tener cada entidad financiera y al 10% adicional para los contratos de futuros. Esto obliga a los bancos a vender tenencias en dólares, por un valor que podría alcanzar los u$s 4.000 mil millones en los próximos meses. Una suma nada despreciable de dólares en manos de los bancos que refleja el negociado que venían haciendo, en especial desde que el BCRA comenzara a devaluar en cuotas desde noviembre del año pasado, y todo esto bajo la tutela del mismo BCRA.
Con los primeros impactos de esta movida, la entidad bancaria logró bajar el valor del dólar mayoristas bajó tres centavos a $ 7,88, minorista bajó más de 12 centavos en el mismo período y quedó en $ 7,89, el blue: perdió 20 centavos y se ofreció a $ 12,35 y el valor futuro del dólar se derrumbó 35 centavos a $ 11,50 y los contratos de dólar futuro perdieron hasta 25. Acá se trata de un “ardid”, un intento de sustituir los dólares frescos que podrían traer los sojeros por una movilización forzada, en el mercado cambiario, de dólares que ya eran parte de las reservas brutas del BCRA, y por lo tanto no mejoran su posición financiera. El ardid apunta además a convencer a los acopiadores de que están perdiendo tiempo precioso sin liquidar a los buenos precios actuales. Curiosamente, los sacudones en los movimientos de capitales globales, que ponen un manto de incertidumbre sobre los precios de los commodities, hoy podrían ayudar al gobierno, ya que podrían operar como impulso a los exportadores para liquidar antes de que se produzca un cambio importante (esto, obviamente, en tanto la situación no vaya hacia un desplome). Lo que es de notar es que de sopetón, esta medida apunta a compensar (pero no a revertir) algunos de los formidables efectos que tuvo la devaluación para los bancos, al valorizar su patrimonio por sus posiciones en moneda extranjera. También envía un mensaje ambivalente sobre el futuro, ya que, como señalaba un consultor “Básicamente le está diciendo a los bancos 'no quiero que ganen plata si yo devalúo'. Implícitamente, lo que está diciendo es que no va a controlar el ritmo de devaluación. Lo que está impidiendo es que apuesten”.
De esta forma, de contragolpe y a tientas, se van cortando una tras otra las cabezas de la Hidra, pero corriendo tan detrás de los acontecimientos con una parsimonia tal que tan pronto como lo hace se regeneran. Los “especuladores” denunciados en los discursos, como los bancos, obtuvieron una formidable ganancia por una medida básica que recién ahora se buscará revertir. Los sojeros fueron directamente financiados, lo mismo que los participantes del mercado blue, para operar por la devaluación. El gobierno les regaló un negocio en bandeja, sólo para intentar ahora volver sus pasos en algunas de las consecuencias más obsenas.
Como lo indica el mito, una Hidra no se mata cortando una tras otra sus cabezas. Sólo un golpe certero y contundente puede liquidarlas. Nacionalizar la banca, creando una banca estatal única, establecer un monopolio del comercio exterior para cortar las maniobras de las grandes cereales y las otras grandes empresas que lucran con los movimientos cambiarios, declarar el no pago de la deuda externa para cortar la sangría de dólares. Estas medidas elementales no pueden esperarse de este gobierno (que aunque ahora dejó circular entre su flanco izquierdo otra vez la amenaza de crear una Junta de granos, mostró una y otra vez que las corporaciones del “agropower” son socios predilectos), que aunque algunos progres intentaron presentar como un boxeador en pugilato con los especuladores, buscó desde la asunción del nuevo elenco ministerial rearmar el esquema económico para satisfacer las expectativas de todos lo que apostaban a la devaluación, cargando sus costos sobre los asalariados. Hoy la única ancla para garantizar el triunfo del ajuste en marcha es que los trabajadores reciban el golpe devaluatorio sobre sus salarios. Por eso en los últimos discursos de Cristina Fernández volvió el ataque a los reclamos salariales. Sólo si la clase trabajadora presenta una salida alternativa al ajustazo en marcha y levanta un programa de emergencia, empezando por pelear por paritarias libres ahora, sin techos y con cláusulas “gatillo” para preservarse de la inflación, por imponer medidas contra la precariedad laboral, un ingreso para todos los trabajdores acorde a la canasta familiar, y una verdadera recomposición de ingresos para los jubilados (para los que el 11,31% es una burla), muestra su propia iniciativa para controlar verdadamente todos los precios y pelea por imponer el conjunto de las medidas elementales que proponemos más arriba, podrá evitar ser el pato de la boda como pretenden todas las fracciones de la burguesía argentina.
jueves, 6 de febrero de 2014
Una respuesta obrera contra la inflación galopante
Reproducimos el artículo publicado hoy en La verdad obrera nº 556.
Según estimaciones privadas, el mes de enero cerró con un aumento
de 4% en alimentos, bebidas, y artículos de higiene. A un mes de
concretado el acuerdo de “Precios cuidados”, los precios no sólo no se
frenan sino que aceleran la tasa de aumento, que sería del doble que el
mismo mes del año anterior, cuando no regía ningún acuerdo. Y todo esto a
pesar de que los “Precios cuidados” legalizaban importantes aumentos
respecto de los precios que los empresarios habían negociado previamente
con Guillermo Moreno.
Todo esto cuando apenas empezaron a sentirse algunos efectos de la
fuerte devaluación del peso. A pesar de que el gobierno intentó negar
que el ajuste cambiario pudiera tener efectos sobre los precios, ayer
autorizó un aumento de hasta el 6% en los combustibles.
El impacto inflacionario pega más sobre los sectores de menores
ingresos: llegó a un 5,7% en aquéllos sectores que se encuentran por
debajo de la línea de la pobreza.
Ante la evidencia de que el acuerdo “Precios cuidados” no permitió
siquiera maquillar la inflación durante un período breve, y la
perspectiva de que la devaluación agravará aún más las cosas, el
gobierno sacó ahora a relucir el “control popular” de precios. Aunque el
Secretario de Comercio Augusto Costa y el Ministro Kicillof
pretendieron convencer que este acuerdo tendría resultados diferentes
que los fallidos acuerdos de Guillermo Moreno, el gobierno está
reconociendo de esta forma que las maniobras empresarias perforaron
alevosamente los acuerdos.
Ante este resultado, ahora la solución estaría en sumar a los
sectores populares. En su discurso de ayer, Cristina retó
particularmente a los sindicatos por concentrarse en los aumentos
salariales. En vez de eso, deberían concentrarse en controlar los
precios. Como las organizaciones participantes en “mirar para cuidar”,
deberían recorrer los supermercados, verificar los precios y la
disponibilidad de productos. Curiosamente, algo similar había sugerido
el jefe de la CGT Balcarce, Antonio Caló, que propondría a los
sindicatos que dirige. Esta contraposición entre aumentos de salarios y
control de precios es insostenible. Entre otras cosas porque aunque se
cumpla los acuerdos de precios estos validaron aumentos que ya golpearon
los salarios, junto a otros como el del transporte público que los
siguen erosionando. El control que estamos viendo es para contener el
salario y las jubilaciones. Estas últimas después del aumento anunciado
el martes tienen un mínimo de $ 2.757, mientras que el salario mínimo se
ubica en $ 3.300 y la mitad de los asalariados gana menos de $4.000, es
decir bien por debajo de la canasta familiar.
Por eso, la primer medida elemental para evitar que la inflación
carcoma nuestros ingresos es pelear por adelantar las negociaciones
paritarias, libres y sin techo, para imponer en ellas aumentos acordes a
la inflación registrada en los últimos meses (que anualizada se acerca
al 60%), pero también “cláusulas gatillo”, una indexación automática de
acuerdo a la inflación. Además de luchar por fin del trabajo precario y
un salario mínimo igual a la canasta familiar.
Junto a esto, la fuerza social de los trabajadores es fundamental
para desmontar las maniobras de los empresarios y garantizar el
abastecimiento de productos a precios accesibles, cortando con la pesca a
río revuelto que hacen los empresarios como remarcadores seriales que
son. Pero no es labrando actas en los supermercados sobre los
incumplimientos como van a controlarse los precios. Allí donde los
capitalistas cocinan las trampas con las que buscan saltarse los
compromisos de los "Precios cuidados" es la clase trabajadora la que
puede desnundarlos. Opuesto al “control popular” que ahora propone el
gobierno, que no es otra cosa que limitarse a recorrer supermercados y
comprobar las maniobras ya consumadas, es decir otra coartada para
deslindar responsabilidades por el ajuste en marcha dejando que las
patronales se lleven su buena tajada. Por su lugar en la producción
social los trabajadores tienen la capacidad para conocer al dedillo las
variables económicas de todo el circuito productivo, desde las fábricas a
las góndolas. Actuando de forma coordinada pueden desnudar los costos
reales y la disponibilidad efectiva de mercancías en todas las cadenas
productivas.
Contra el inmovilismo de la burocracia sindical, que en algunos
gremios negocia aumentos como puente hacia las paritarias pero mira para
otro lado mientras los empresarios remarcan, es necesario batallar en
todos los lugares de trabajo por poner en acción este verdadero control
de los precios: organizando desde los sindicatos comités junto con
consumidores populares, por ejemplo amas de casas de las familias
trabajadoras o desocupadas, luche para exigir la apertura de los libros
de contabilidad en todas las alimenticias y otras empresas de productos
básicos para la vida, para dejar al desnudo el “gran secreto”
capitalista, las formidables ganancias que logran acrecentar en los
marcos de la escalada inflacionaria. Los trabajadores de las grandes
cadenas de supermercados también pueden aportar en el seguimiento diario
de la remarcación. Contra las maniobras capitalistas que ocultan
productos para obligar a comprar los que no tienen precios acordados,
los trabajadores de las grandes fábricas resultan clave para hacer una
contabilidad de los productos guardados en depósitos.
Sólo de esta forma se le puede parar la mano a los aumentos, desnudar
las maniobras del gran capital para golpear a los asalariados, y pelear
por garantizar el acceso a los productos de la canasta básica para la
clase trabajadora y los sectores populares.
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