domingo, 2 de junio de 2013

El círculo vicioso de la acumulación capitalista en la Argentina: una evidencia de un orden social sin nada que ofrecer

En estos tiempos de inevitables balances, claroscuros, o como querramos llamarlos, que imponen los diez años de kirchnerismo en el gobierno, un aspecto saliente es sin duda el desempeño económico. Son pocos los momentos de la historia argentina, más aún de, digamos por caso, los últimos 50 años, donde podamos hallar un período de crecimiento sostenido tan prolongado como el de estos años, a tasas de crecimiento que durante varios años fueron de 7 u 8%. Otro rasgo destacable es que ahora, cuando el crecimiento se está agotando y entramos en un panorama de crecimiento anémico, no estamos ante un escenario de deterioro acelerado de la magnitud y profundidad que por lo general caracterizaron los fines de ciclo en el país. Sin que un escenario de descalabro pueda descartarse, el hipotético desplazamiento hacia un escenario ominoso se produce a ritmo cansino, aunque esto no quita un continuado aumento en las tensiones entre las clases. Tensiones que el gobierno, lejos de poder contener como hizo durante los tiempos de vacas gordas, está obligado a agravar con las medidas que apuntan a emparchar la situación de deterioro del “modelo” buscando evitar pagar los costos de un ajuste más pronunciado (ver acá para ampliar).

Sin embargo, con todos los rasgos que distinguieron el desenvolvimiento económico de esta última década, también se puso en evidencia la regularidad en la tendencia de fondo de la acumulación capitalista (es decir la inversión de la masa de ganancias obtenida por el capital) en el país. No resulta sorprendente, ya que aspectos centrales que la determinan no se han visto modificados. 

En este blog nos hemos referido en muchas ocasiones a las características que adoptó la acumulación de capital en el espacio económico nacional durante la última década (ver por ejemplo acá, acá y acá). Aunque la inversión durante la última década no ha sido particularmente baja, superando en algunos años el 24% del PIB, no guarda proporción con la mejora que tuvo la rentabilidad del capital, ni es consistente con las altas tasas de crecimiento del período. Por eso, no resulta una sorpresa que la economía desde el año pasado haya dejado de crecer a altas tasas, y que ya mucho antes hubieran emergido varios cuellos de botella, un aumento acelerado de las importaciones de bienes cuya demanda no se puede satisfacer con la producción local, y presiones inflacionarias de demanda que se suman a otros aspectos que la alimentan (para un estudio de la inflación en la Argentina hoy, ver acá). Otra muestra del agotamiento de las condiciones que dieron lugar al crecimiento económico de la última década, la tenemos en el hecho de que, diluidos con el paso del tiempo los efectos "virtuosos" que trajo el ajuste de 2002, el capitalismo nacional pone en evidencia la persistencia de límites al crecimiento que vienen de larga data y que resultan insuperables aún en las condiciones altamente favorables como las que se registraron durante la última década en el plano del comercio exterior.

El tipo de cambio y la acumulación de capital en la Argentina

Como planteamos hace un tiempo “La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”, estas tendencias no son novedosas, sino características de la economía argentina (y de varias otras que muestran rasgos similares). Vamos a resumir algunos de los argumentos centrales de este artículo. Según planteamos allí, la acumulación de capital en el país está fuertemente determinada por lo que ocurre con la expresión internacional del valor producido en el país, es decir con la relación cambiaria entre la moneda local y las monedas extranjeras. Esto es el resultado de que, con excepción del agro y otras pocas ramas, los capitales que se valorizan en el espacio nacional exhiben una productividad del trabajo menor a los promedios internacionales. Esta brecha de productividad significa que buena parte de los capitales en rubros dedicados a la elaboración de bienes “transables” (es decir mercancías sometidas a la competencia internacional, ya sea que se produzcan para el comercio exterior o para el mercado interno afrontando competencia de bienes equivalentes producidos en otros países) requieren más tiempo socialmente necesario que sus homólogos de otras latitudes para producir las mismas mercancías. Es decir, producen a un costo más alto comparativamente más alto que en otros país, lo que significa que su operación no sería posible si este mayor tiempo de trabajo necesario se expresara plenamente en términos de valor internacional. Por eso, para una fracción considerable de los capitales que se valorizan en el espacio nacional, su posibilidad de reproducción se encuentra condicionada a una depreciación del tipo de cambio. Pero esto, planteábamos, tiene consecuencias muy importantes, que permiten explicar las tendencias de la acumulación de capital en la Argentina: depreciando el tipo de cambio, la economía argentina “[F]orzosamente reduce sus términos de intercambio, condición sine qua non para poder vender en el comercio internacional –y proteger su mercado interno de la competencia exterior- lo cual reduce el poder de compra de las mercancías que produce en el mercado internacional. De esta forma, aunque puede exportar, puede adquirir como contrapartida menos bienes de capital que si pudiera vender las mercancías que produce sin depreciar el tipo de cambio. Aunque la depreciación salva la rentabilidad del capital en el país atrasado, lo hace al precio de aumentar el costo de nuevas inversiones basadas en medios de producción importados”.

Como los medios de producción importados tienen una gravitación muy importante en la inversión local, especialmente en lo que hace a la capacidad de mantener (con cierto retraso respecto de otras economías) el ritmo de innovación tecnológica, se genera una contradicción: las condiciones que favorecen la reproducción de los capitales menos productivos (una fracción considerable de los capitales nacionales), tienden al mismo tiempo a restringir las posibilidades de la acumulación. Las que se ven afectadas son, sobre todo, las inversiones de mayor envergadura. Esto se debe a que, aunque en el caso de los bienes transables producidos para la exportación o para el mercado interno, en principio el tipo de cambio depreciado tiende a aumentar la tasa de ganancia que perciben con la capacidad ya instada, esto no necesariamente repercute de igual manera en la rentabilidad esperada de nuevas inversiones. Un primer motivo para esto, es que cuando las inversiones incluyen medios de producción comprados en el extranjero, la depreciación cambiaria encarece su adquisición. El mismo aspecto que mejora la rentabilidad en lo inmediato, hace más costosa (y por lo tanto menos rentable) la incorporación de nuevos medios de producción importados. 

Pero aún cuando no se tratara de incorporar medios de producción importados, sino de inversión que pueda realizarse con medios de producción locales, existe otro aspecto por el cual el condicionamiento del tipo de cambio ha operado como un límite para la valorización. Como planteamos en el artículo ya mencionado, “el tipo de cambio depreciado no se sostiene en el tiempo, sino que lo característico es una alternancia entre períodos de depreciación y de apreciación, muchas veces mediados de cortes abruptos”. No se sostiene, en primer lugar porque no todas las fracciones de la burguesía están interesadas en la preservación de un tipo de cambio depreciado. Los capitales que son relativamente más productivos, como es el caso del agro argentino, o aquellos radicados en áreas de bienes y servicios no transables, se benefician con un tipo de cambio apreciado que eleva la expresión en términos de valor internacional del plusvalor que obtienen en el país. Estos intereses contradictorios se expresan en la disputa por el ingreso: toda devaluación genera un cambio de precios relativos, en detrimento de los asalariados pero también de de otras fracciones del capital, que crea condiciones para futuros ajustes de precios, y como contragolpe también de salarios. Estos ajustes tienden a crear una dinámica de retroalimentación, y erosionan el tipo de cambio depreciado (esto lo analizamos con más detalle acá).

Esta inestabilidad en el tipo de cambio cobra mayor relevancia cuando se trata de inversiones de mayor envergadura. Es que las inversiones en capital fijo (que incluyen las ampliaciones de la capacidad productiva existente, es decir nuevas instalaciones, maquinarias, equipos y otras infraestructuras) son realizadas por los empresarios mirando no sólo la tasa de ganancia con la que se realiza la venta de las mercancías actualmente, sino también la rentabilidad esperada. Esta última implica una proyección, que podríamos considerar basada en la relación entre la tasa de ganancia actual y los registros históricos. En estas condiciones, a los efectos que pueda tener el encarecimiento que pueda producirse de medios de producción adquiridos en el extranjero en términos de moneda nacional como consecuencia de la depreciación de ésta, se agrega la perspectiva incierta que genera un horizonte de volatilidad cambiaria. 

Como concluíamos, entonces:
Cuando se trata de sectores productores de bienes transables, como se ve, el tipo de cambio opera de dos maneras que se mueven sentidos opuestos: si se deprecia, mejora la rentabilidad de la producción, pero incrementa el costo de nuevas inversiones; si se aprecia, genera dificultades de rentabilidad en muchos sectores, pero abarata la adquisición de medios de producción.
Esto explica por qué los ciclos de inversión tienen una forma más desfasada, con un ritmo más discontinuo que el que caracteriza la acumulación de capital en los países más desarrollados: en los momentos de tipo de cambio alto se utiliza intensivamente la capacidad instalada, y opera una tendencia al aumento del capital en relación a la fuerza de trabajo, y en los momentos de tipo de cambio bajo se intensifica la importación de capital aún operando con capacidad ociosa.

Acá hay un aspecto central de la relación entre tipo de cambio y acumulación, que trasciende el clásico problema de la restricción externa, es decir los problemas en la disponibilidad de dólares (para una breve explicación, ver acá). Aunque esta restricción ha sido muy importante, y desde los comienzos de la industrialización sustitutiva de importaciones la falta de dólares se mostró como una limitante a la inversión, hay otra dimensión en la cual impacta el dólar, que es la de la rentabilidad esperada. Con una volatilidad cambiaria que es de las mayores del mundo en las últimas décadas, se trata de un cuestión no menor. Si en el artículo analizamos las tendencias de la acumulación en la última década, la relevancia de los problemas que allí planteamos puede comprobarse también si nos remontamos al pasado. Como señala acá Jorge Castro (basándose principalmente en A new Economic History of Argentina de Gerardo della Paolera y Alan M. Taylor, Cambridge University Press, 2003) el alto costo de los bienes de capital (agravado por las tarifas, cuotas y otras barreras aduaneras) fue un determinante central para explicar la tasa reducida de inversión real desde finalizada la Segunda Guerra Mundial en adelante. En su clásico La industria que supimos conseguir, Jorge Schvarzer relativiza la idea de que la inversión haya sido estructuralmente baja, pero los datos que brinda confirman la existencia de ciclos “desfasados” de inversión, como señalamos más arriba.

La Argentina en los años K: enredada en el mismo círculo vicioso

La última década, aún con todos las pomposas cifras que presentan los entusiastas del “modelo de crecimiento con inclusión social” (sic) no cortó con este círculo vicioso en el que se debate desde hace décadas el capitalismo argentino. Y no lo ha hecho porque, debido a la tendencias que registró la acumulación de capital, la brecha de productividad que distancia a la economía argentina de la media internacional no se ha cerrado, como puede observarse en el Gráfico 3 de nuestro artículo y como también señala, desde un enfoque conceptual muy distinto al nuestro, este artículo de Sebastián Campanario.



Fuente: elaboración propia en base a datos del U.S. Bureau of Economic Analysis (BEA) y del Indec.


A diferencia de otros períodos históricos, la economía argentina contó con un excedente de dólares que se podrían haber volcado sin dificultades a la inversión. Desde el punto de vista de la tasa de ganancia, se trató también de una década de fuertes ganancias. Sin embargo, las contradicciones que señalamos en este artículo, contribuyen a explicar por qué no era de esperarse que estas condiciones llevaran a una aceleración de la acumulación: los aspectos que contribuyeron a mejorar la rentabilidad también encarecieron parcialmente la inversión, y el horizonte de volatilidad cambiaria a mediano plazo hacía esperable un aprovechamiento de las condiciones extraordinarias sin niveles significativos de inversión, y no un salto de la misma. Por eso, no es sorprendente que durante esta década la fuga de capitales no haya hecho más que profundizarse, junto con la remesa de utilidades de las firmas extranjeras. Lo que resulta razonable desde la lógica de este sistema, es otra evidencia de la miserable perspectiva que tiene para ofrecer.
Esto explica por qué, a pesar de las formidables condiciones de rentabilidad de las que gozaron durante esta década los capitales que se valorizan en el país, acompañadas de una holgura en el plano externo también inéditas, y en el caso de la industria gozando de altos niveles de demanda interna por el crecimiento del empleo, la inversión no cortó con las tendencias previas. Y también permite comprender por qué, con la reaparición de tendencias a la apreciación cambiaria (aún compensadas por el hecho de que el dólar se abarató frente a otras monedas como la de Brasil, que a diferencia del peso argentino tiene una cotización flotante) empiezan a reemerger dificultades similares a las de otros períodos similares (vermos además  comportamientos “noventistas”, como es el aprovechamiento del dólar barato para comprar medios de producción en el exterior. En sí misma, parece una gran noticia para quienes sostienen la vitalidad del “modelo”. Sin embargo, es una confirmación más de que, por fuera de todos los debates sobre si el tipo de cambio está atrasado o no, para sectores empresarios sí lo está y pueden sacarle alguna ventaja. Esto es consistente con lo que planteamos más arriba, pero indica que entramos en un período donde se abarata la compra de medios de producción importados al mismo tiempo que se erosionan las condiciones para la producción competitiva). 

La conclusión es contundente: el capitalismo argentino impone enormes penurias a las clases subalternas, en la promesa de un desarrollo capitalista más elevado -en términos comparativos con otras naciones y no en términos absolutos- cuya consecución no es más que una entelequia. La precarización laboral y la continuidad de una tendencia de largo plazo a degradar el valor de la fuerza de trabajo son parte de las condiciones necesarias para sostener la rentabilidad y competividad capitalistas. 



Pero ni siquiera puede decirse que prometan ningún futuro de desarrollo como pretenden los apologistas del “modelo”, pero también quienes desde la oposición buscan seducir con alguna variante supuestamente más “amigable” a los empresarios que traería finalmente las inversiones que –dicen- no se hacen por culpa de la política oficial. Como si fuera un problema de ahora y no un rasgo de comportamiento de larga data que es expresión del carácter dependiente del capitalismo argentino. En los marcos de relaciones de producción capitalista, sólo podemos esperar algún ligero cambio de grado en los niveles de dependencia y de atraso relativo, y no un cambio sustantivo que a ningún sector de la burguesía argentina, atada por mil lazos al imperialismo, podría interesarle llevar a cabo. 

Desde el punto de vista de la contradicción que estamos analizando en este post, entonces, hemos entrado claramente en el fin de un ciclo, y nos ubicamos en un interregno. Durante la última década, las altas tasas de crecimiento se sostuvieron sobre dos grandes condiciones: 1) el “superciclo” de los commodities, que permitió un formidable ingreso de dólares que hizo desaparecer durante todo este período el problema de la restricción externa, y 2) el mega-ajuste (cambiario, fiscal, de ingresos) de 2002, que estableció un tipo de cambio competitivo y permitió un salto en la participación de la ganancia en el ingreso nacional, a costa de los salarios. Si la primera de estas condiciones se mantiene, aunque sus perspectivas están puestas en duda, la segunda se ha ido diluyendo. La espiralización de la inflación, la necesidad que se impuso a fines de 2011 de tomar medidas para cuidar los dólares aún con un importante superávit comercial, el estallido del blue y los intentos de llegar hasta octubre de la mano del blanqueo, evidencian que, aunque la primera de las condiciones permite que este fin de ciclo se procese aún sin los grandes dramas de otras oportunidades, las alternativas de fondo incluyen distintas variantes de profundos reajustes. Ajustes que, como, en cada oportunidad, las clases dominantes se preparan para descargar sobre nuestras espaldas. 
El fin de ciclo que estamos atravesando, aún con los ritmos cansinos que permite por el momento el precio de la soja, no deja más de que dos alternativas: o la burguesía impune una salida que le permita seguir arrastrándonos en su círculo vicioso, o desarrollamos una alternativa política independiente de la clase trabajadora que tome en sus manos las necesidades y aspiraciones del conjunto del pueblo pobre.
La supuesta "década ganada" llevó al paroxismo la dilapidación que hace la burguesía de las riquezas obtienen a costa de nuestra miseria y explotación. Los capitales en el exterior de las clases dominantes rondan como mínimo los u$s 170 mil millones, más de un tercio de total la producción anual del país. Para frenar este continuo drenaje, no alcanza con "cepos" y desdoblamiento informal del mercado cambiario. Es necesario la estatización de toda la banca y el establecimiento de una banca estatal única, unida al establecimiento de un verdadero monopolio estatal del comercio exterior y de todos los movimientos de divisas. Declarar el no pago de la deuda externa para cortar con el negocio de los especuladores, y con los recursos que hoy se destinan a soportar esta gangrena continua, volcarlos a sectores estratégicos de infraestructura hoy completamente abandonados. Esto debería complementarse con el aumento de las grandes fortunas, y por la apropiación íntegra de las rentas mediante la expropiación de los grandes propietarios de la tierra, y la liquidación de los impuestos al consumo.
Tampoco va a ser la programación o planificación de este Estado, garante de las relaciones de producción capitalistas, la que "oriente" a los empresarios mediante incentivos varios a invertir donde no lo están haciendo. Son necesarias iniciativas de otra clase (social). Todo el excedente social que los capitalistas se apropian a costa de nuestro trabajo y que no invierten porque no "cierra" con la lógica de la ganancia, los trabajadores podemos ponerlo en movimiento para dar respuesta a las necesidades sociales que son ignoradas por la producción social en beneficio de la apropiación privada. Por eso, es necesario la estatización bajo gestión obrera de los sectores económicos estratégicos, y el control obrero de toda la industria. 
Expropiar a los expropiadores capitalistas es la única vía para cortar el nudo gordiano de la dependencia frente al imperialismo y reorganizar la economía sobre nuevas bases.

7 comentarios:

jr dijo...

muy claro y de lo mejor que lei de la inflacion en la argentina , los economistas k se olvidan que el gobierno empezo devaluando la moneda eso no lo encontras en ningun analisis k tienen que gobernar los trabajadores sino vamos a seguir con todo este circulo visioso que siempre favorece a todos los capitalistas y el gobierno tamb saca su tajada

Diego dijo...

Hablando de acumulación capitalista en Argentina, salió publicado en realidad económica un artículo bastante interesante sobre tasa de ganancia y acumulación. Al final hay una comparación con la otra estimación de largo plazo que hizo Iñigo Carrera, que viéndola en el gráfico coincido con el autor en que es bastante rara.

http://www.iade.org.ar/modules/noticias/article.php?storyid=4573

em dijo...

Interesante el artículo. No me convence del todo el enfoque, me resulta "fisicalista" (en referencia a los debates que viene habiendo entre marxistas sobre metodología para medir la tasa de ganancia) pero sin duda es un gran trabajo plantear un estudio sobre la evolución del stock de capital, productividad y tasa de ganancia con ese criterio desde 1910, se suma a los otros interesantes trabajos que cita el autor al comienzo.
Comparto la apreciación sobre las series de Juan Iñigo Carrera.

Diego dijo...

Esteban, me podrías explicar brevemente en que consiste ese debate y qué textos o autores lo desarrollan como para profundizar?

Saludos

em dijo...

Diego, te dejo un par de links a una entrevista de uno de los intervinientes en ese debate, Andrew Kliman, http://www.ips.org.ar/?p=6731
http://www.ips.org.ar/?p=6739 .
Es de los que polemizan con enfoques de Dumenil, Shaihk, Moseley, entre otros. También Carchedi y Alan Freeman tienen posiciones similares a Kliman.

Diego dijo...

Gracias!! Leí un trabajo de Kohnblitth y Dachevsky que cita el artículo que, creo, me aclaró bastante. El trabajo de Maito sobre tasa de ganancia valoraría el capital a su costo de reposición o corrientes, y lo que sostendrían otros como en tu caso sería que debe considerarse el costo histórico.

Lo que entiendo en ese punto es que a costo de reposición se arma un stock en términos constantes y luego se lo deflacta por un índice de precios de la inversión hasta el año considerado.
Ahora como se haría el cálculo en términos de costos históricos? Se suman las sucesivas inversiones corrientes (restándoles según el año la depreciación de acuerdo a su vida útil tal cual sea hace en el otro caso con la serie en términos constantes)??

Gracias por responder eh!!

em dijo...

Diego, sí, es así como se hace la valuación del capital a costos históricos. Kliman expone una metodología en The failure of capitalist production, y en Reclaiming Marx's Capital. Ambos libros pueden encontrarse en internet en inglés.