martes, 15 de abril de 2008

“MODELO” K: Síntomas de agotamiento



Una creciente inflación

El ciclo de crecimiento de la economía argentina de los últimos cinco años, no se desarrolló en forma independiente del crecimiento de la economía mundial. Del mismo modo, sus primeros signos de agotamiento, lejos de las teorías del “desacople”, no resultan independientes del estallido de la crisis inmobiliaria en Estados Unidos que, aunque por ahora se manifiesta fundamentalmente como crisis financiera, amenaza con transformarse en una fuerte recesión mundial.

La inflación, devenida hoy una de las “grandes cuestiones nacionales” incentivada por múltiples factores de orden interno, representa una suerte de correa de transmisión entre las presiones internacionales y la economía argentina. Así lo muestran los efectos iniciales de la crisis financiera internacional que, provocando una importante devaluación del dólar, impulsó inicialmente la huída de capitales desde esa divisa hacia los llamados mercados de “futuros” (que incluyen materias primas como granos y petróleo, entre otros). Este elemento realimentó el alza del precio de las materias primas, convirtiéndose en un componente adicional de presión sobre los precios internos (ver contratapa). Sin ir más lejos, el aumento de las retenciones a las exportaciones de soja y girasol (en su nueva modalidad de “retenciones móviles”), que desembocó en lo que hoy se conoce como “la crisis del campo”, representa en esencia un intento de las políticas gubernamentales de preservar el esquema instaurado desde la devaluación, tanto frente a las presiones inflacionarias, como frente a un posible empeoramiento de las condiciones generales que podría venir desde el frente externo.

El esquema de devaluación y la inflación

Uno de los pilares del esquema económico actual consiste en mantener un dólar a precio alto, es decir, una relación aproximada de 3 pesos por dólar (consideramos este valor para simplificar, pero hay que tener en cuenta que hoy el dólar está alrededor de los 3,15 pesos lo que significa que ya se ha producido una minidevaluación). Esta relación cambiaria implica grandes ventajas para los exportadores, dado que cobran en dólares y pagan gran parte de sus costos y salarios en pesos. A esto se agrega que los precios en dólares de las materias primas que la Argentina exporta se han triplicado desde la devaluación a esta parte. Estos factores explican la entrada masiva de dólares a la economía argentina a través de las exportaciones.

Pero sucede que sostener un dólar que ronda los 3 pesos, cuando en el mercado existe una oferta superabundante de divisas, resulta imposible a menos que el gobierno –tal como lo hace–, intervenga comprando dólares, a través de políticas instrumentadas por el Banco Central. Ahora bien, este mecanismo permite mantener un dólar cercano a los 3 pesos sólo en términos nominales, esto es, en términos de la relación entre ambas monedas. Pero sostener una relación en la cual 1 dólar se sigue cambiando en el mercado por aproximadamente 3 pesos no implica que, en términos reales, es decir en términos de poder de compra, esa relación se mantenga estable. Esto es que al día de hoy en la Argentina, 3 pesos no compran lo mismo (la misma cantidad de bienes y servicios) que en 2002, porque desde dicho año hasta hoy se ha acumulado una inflación de aproximadamente 110%. Sucede entonces que dicha inflación altera la diferencia entre el tipo de cambio nominal (aproximadamente 3 a 1) y el tipo de cambio real, que es menor. Este proceso está indicando una revaluación del peso en términos reales.

Este fenómeno, en tanto amenaza licuar las ventajas en términos de ganancias empresarias de la devaluación, es muy importante porque si bien no explica la inflación, es la forma a través de la cual se manifiesta y, de ese modo, expresa los límites entre la existencia de un proceso inflacionario (aún controlado, pero que se ha incrementado en el último año) y la continuidad del esquema devaluatorio.

Salario de los trabajadores: el “pato de la boda”

La clave del esquema devaluatorio consiste en lograr mantener el dólar alto y los precios internos bajos (tanto de los salarios como de los costos en general). Esta relación permite una ventaja comparativa tanto para los exportadores que reciben dólares por su producción y pagan “costos” bajos en pesos, como para quienes producen para el mercado interno, ya que el dólar alto los protege de la entrada de productos importados y sus costos en pesos se mantienen devaluados. Las tendencias inflacionarias ponen en riesgo esta ventaja que los empresarios han obtenido tanto mediante la devaluación de los salarios como mediante la devaluación de los costos internos en general. El actual frenesí del gobierno por incrementar la recaudación fiscal (una de cuyas máximas fuentes, no hay que olvidarlo, está dada por el IVA, ingresos brutos y otros impuestos que vienen fundamentalmente del bolsillo de los trabajadores) está íntimamente asociado, aunque sea por vía indirecta, a evitar una escalada superior de la inflación. Pero esta preocupación del gobierno, muy lejos se encuentra de perseguir “cuestiones distributivas”. A través del superávit fiscal (gran parte del cual está destinado al pago de la deuda externa), el gobierno redistribuye... pero no hacia los trabajadores sino hacia los sectores industriales cuya rentabilidad extraordinaria está en el corazón del esquema. El interés central consiste en resguardar esas ganancias que durante todo este período ha venido acumulando la burguesía. Tanto los sectores exportadores como aquellos que producen para el mercado interno, son altamente beneficiados no sólo por el tipo de cambio, sino también por políticas de contención salarial, subsidios estatales directos como el de la industria automotriz o destinados a mantener bajos los costos de producción, tales como precios del transporte, de la energía e incluso de fertilizantes, entre otros1. Los recientes aumentos de las retenciones sobre las exportaciones de soja y girasol, que ya provocaron la primera gran crisis y división en el frente burgués, representan un síntoma de agotamiento del esquema de devaluación que ya no los puede satisfacer a todos por igual.

Muy lejos del discurso “redistribucionista” del gobierno, las políticas destinadas a evitar aumentos de precios tienen por objeto mitigar aumentos en los costos y, muy particularmente, en lo que los economistas burgueses denominan “costos salariales”. Es por ello que el interés por frenar aumentos en el costo de vida tiene como uno de sus blancos principales evitar una escalada de demandas salariales. En el año 2002 los salarios sufrieron una brutal caída que explica parte importante del aumento de la rentabilidad empresaria. Durante los últimos cinco años de crecimiento excepcional de la economía argentina, el salario de los trabajadores, aún cuando en 2005 y 2006 hubo importantes aumentos nominales (es decir en dinero), no había podido recuperarse en términos reales (es decir en su poder de compra), a los niveles de 2001. Recién en 2007, en promedio (lo que oculta grandes diferencias internas), los salarios se acercaron a los niveles reales de 2001. Pero…esto sucedió justo en el momento en que las presiones inflacionarias comenzaron a presentarse como un factor amenazante para el esquema económico. No por casualidad, el gobierno ha puesto tanto empeño durante 2007 por dibujar los índices de inflación. Aunque nadie crea ya en los índices del Indec, los “dibujos” contribuyeron a que los aumentos salariales de 2007 se produjeran, por vez primera en los últimos 3 años, por debajo de la inflación efectiva.

Pero la mentira “redistribucionista” del gobierno, no viene sola. Los primeros síntomas de agotamiento del ciclo, amplificaron las voces que resuenan desde los distintos sectores patronales. Por un lado, la derecha neoliberal clama por una reducción del consumo y del gasto público así como de un aumento de la tasa de interés, buscando “enfriar la economía”. Sus consecuencias se expresarían en las conocidas políticas de “ajuste” con reducción de salarios e incremento de la desocupación implicando la liquidación del “modelo K”. Por otro lado, la patronal industrial representada en la UIA, exige una nueva devaluación que, como es de esperar, asestaría un nuevo golpe al salario permitiendo regenerar el ciclo de altas ganancias, pero desatando una inflación incontrolable, que por otra vía, agudizaría aún más las tendencias al agotamiento del esquema.

Mientras en los “años dorados” de la economía argentina, el salario de los trabajadores no logró recuperar siquiera los niveles reales previos a la crisis, lo cierto es que, ante los primeros síntomas de agotamiento del ciclo, ya ha sido pionero en pagar las consecuencias. Todas las opciones capitalistas le apuntan... al “pato de la boda”.


(1) Según las partidas presupuestadas para el 2008 se calcula que unos 25.000 millones de pesos serán destinados al subsidio del sector privado. “Subsidios poco transparentes”, Christian Gruenberg. Diario Perfil. 23/09/2007.



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