Las últimas semanas empezaron tal vez a anticipar la posible entrada en el infierno tan temido para en los principales centros de decisión económica global: una crisis de crédito en China, que podría marcar el inicio del fin del boom de inversión en el gigante asiático, y de las tasas de crecimiento astronómicas que sostenidas durante décadas. Las turbulencias vividas en la última semana fueron alimentadas por la decisión del gobierno central de restringir la liquidez. Se trató de una respuesta ante la preocupación por un crecimiento en el endeudamiento de los gobiernos de provincias y municipios. Problema muchas veces minimizado, pero que parece finalmente haber alcanzado un nivel considerado riesgoso, conduciendo entonces al intento de cortar el flujo. Vemos de vuelta lo que ya hemos visto en otras ocasiones. El resultado fue que los bancos más chicos, locales, hicieron sonar las alarmas por falta de liquidez, mientras la la tasa interbancaria –el costo que pagan los bancos por prestarse dinero entre sí– llegó a estar el viernes último en el 15%, un nivel altísimo que revela la desconfianza que existe entre las instituciones financieras sobre su liquidez. Las políticas restrictivas disparan al primer plano una “banca en las sombras”, completamente invisibilizada mientras todo va bien, pero disparada al primer plano apenas se restringe la liquidez, transformándose en un talón de Aquiles de todo el sistema. Como plantea Adam Wolfe, “los gobiernos locales chinos están utilizando los bancos en la sombra y los mercados de renta fija para cubrir el pago de los intereses de sus deudas con los bancos públicos. El final del auge del crédito en China está cercano: se aproxima una desaceleración de los balances” (“Cómo se vendrá abajo el auge del crédito en China”, elEconomista.es, Madrid, 9/5/2013). Aunque esta crisis no alimenta aún pronósticos alarmista (el mismo Adam Wolfe sostiene en “Debt and Deleveraging: Will China Turn Japanese?” que una crisis de crédito podría ser aprovechada por el gobierno central para empujar una reestructuración de gastos de las provincias y municipios, para de esta forma “iniciar la transición a otro modelo de crecimiento”), sí pone límites al optimismo desenfrenado sobre las capacidades contratendenciales de China en un contexto global anémico. Las medidas para desacoplarse de la crisis hicieron lo suyo durante los últimos años, pero conllevan sus costos y –a diferencia de las ilusiones de muchos analistas- tienen sus límites, que empiezan a mostrarse. Es probable que las tasas de crecimiento económico, para 2013 y en los próximos se acomodarán más cerca de 7% de que 9%, o aún –panorama crítico- por debajo de 7%.
Nos interesa, de todos modos, poner el acento en otro aspecto, que muestra una faceta más ominosa, al menos para quienes pronostican un China potencia.
Hay un aspecto que habla de forma elocuente sobre el lugar de China en el mundo, y son los datos recientemente publicados del balance de pagos. En abril último fueron publicados, ajustados, los datos para el año 2011. El ajuste realizado llevó el déficit de la renta de la inversión china de 26,8 mil millones de dólares a 85,3 mil millones de dólares. Para que nos demos alguna idea, el ajuste llevó este déficit al equivalente a un sexto del PIB argentino de 2012.
Lo que llama la atención son las condiciones en las cuales China alcanzó este resultado. Según la Administración Estatal de Divisas (AED) al final de 2011 (más precisamente en febrero de 2012) China había acumulado 4,7 billones de dólares en activos externos (valores del gobierno de Estados Unidos y otras inversiones) mientras que tenía 2,9 billones de dólares en pasivos externos a través de inversión extranjera directa (IED) y endeudamiento. El resultado neto de activos externos de China de aproximadamente 1,8 billones de dólares. ¿Esto qué significa? Pues, que dado que las inversiones en el extranjero de China superan –según estas estimaciones oficiales- los activos extranjeros en China, sería esperable una renta positiva para el gigante. Lo opuesto a lo que está ocurriendo. El de 2011 no es un resultado aislado. China incurrió en déficits en su cuenta de inversión durante seis de los últimos nueve años. Las estadísticas preliminares señalan un déficit de 57,4 mil millones de dólares para 2012.
Yu Yonding, Presidente de la Sociedad de Economía Mundial de China, apela en este artículo a dos factores para explicar esta “anomalía”. El primero es el elevado rendimiento de la inversión extranjera en China. Si la mayor parte de los activos Chinos en el extranjero son títulos públicos (la inversión extranjera directa es en términos relativos despreciable en el total de sus activos; en 2010 era alrededor del 10%) de bajo rendimiento, lo opuesto ocurre con los activos extranjeros en China. Como señala Yu, “En 2008, las corporaciones estadounidenses obtuvieron un rendimiento del 33 % sobre sus inversiones en China, mientras que el rendimiento de otras multinacionales fue del 22 %. Por el contrario, el rendimiento de los valores del gobierno estadounidense, que componen el grueso de los activos externos de China, fue casi nulo”. Un segundo motivo que agrava la situación, es la tendencia a la depreciación del dólar: “cada vez que el dólar estadounidense se deprecia, la posición neta de inversión internacional China (la diferencia entre sus activos y sus pasivos financieros externos) se deteriora –y con ella, su balance de renta por inversión”.
Esto revela un aspecto de extrema importancia. Aunque en el resultado de la cuenta corriente global es de un amplio superávit (193 mil millones estimados para 2012), este balance negativo de las rentas emerge como un indicador de quién se está apropiando de manera privilegiada de la plusvalía que genera y realiza la producción de mercancías en China. El peso del capital extranjero en los sectores dinámicos de china es abrumador. Aunque las proporciones de inversión directa provenientes de la UE y de EEUU son bajas como parte de la inversión total, existen numerosos entrelazamientos indirectos a través de las inversiones en otros países, y el peso del capital de otras fuertes economías asiáticas que concentran la inversión directa en China (Hong Kong, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Macao) es formidable. Como plantean Peter Nolan y Jin Zhang en New Left Review nº 64, “las grandes firmas de estas regiones [Europa, Norte América y Asia del Este] están profundamente insertas en la economía china, mientras que las firmas de China son casi invisibles en el núcleo desarrollado: 'te tengo dentro de mí, pero vos no me tenés dentro de ti’”.
El resultado, a la vista, implica que China actúa como un espacio de valorización privilegiado para el capital de las grandes corporaciones imperialistas. Corporaciones que, dicho sea de paso, siguiendo con Nolan y Zhang, controlan los “puestos de mando” de la economía mundial y actúan como “integradores de sistemas”, ubicados “en la cúspide de las cadenas de valor”. Ubicados en los eslabones estratégicos, maximizan la apropiación del valor generado en la misma, y “ejercen una fuerte presión sobre sus proveedores” a los que integran de forma subordinada.
Aunque China viene intentando sacar los mayores frutos del superávit comercial, volcando los dólares excedentes en la adquisición de activos, especialmente intentando expandir sus empresas estatales o semi-estatales en el extranjero, Nolan y Zhang remarcan que “están aún en una etapa temprana de construcción de sus negocios globales. Su nivel de inversión extranjera es pequeño comparado con los inmensos sistemas de producción que se han construido a través de las corporaciones internacionales líderes”. Cualquier intento de expandirse globalmente, se topa además con el obstáculo que implica la competencia con estas “poderosas firmas que ahora dominan casi todos los segmentos de las cadenas de oferta global”.
Dado este panorama, no es extraño que Yu concluya que el déficit de renta de la inversión chino “probablemente continuará en el futuro previsible. Sus existencias de capital extranjero aumentarán regularmente a medida que las empresas extranjeras inviertan y reinviertan en China. La IED en el país continuará cosechando rendimientos sustanciales, en parte debido a la hospitalidad del gobierno local”. En cambio, “la IED china en el extranjero continuará encontrando desafíos”; no sólo por la resistencia sino por cuestiones objetivas corto y largo plazo que tenderán a reducir el superávit comercial (“desde la debilitada demanda internacional hasta el envejecimiento de la población”), disminuyendo “su capacidad para exportar capital”. Lo que es peor, a la depreciación del dólar se suma la perspectiva de una considerable reducción en el valor de los activos norteamericanos, por lo que “ya sea a través de la inflación o del colapso de los precios de los bonos gubernamentales, China sufrirá pérdidas de capital significativas sobre sus activos externos y eso dañará aún más su balanza de renta de la inversión”. Por eso, concluye de forma pesimista, que “sin cambios fundamentales en su patrón de crecimiento económico es difícil imaginar cómo China puede convertirse en un acreedor-prestamista”. Agregamos nosotros, también resulta difícil en qué podrían consistir esos cambios que pide el autor, ya que exceden el mero herramental de políticas.
Con todo lo imponente que resulta el superávit amasado durante décadas en el comercio exterior, esta dificultad para transformarlo en un resultado igualmente positivo en el plano de la renta de activos, (considerando que la perspectiva es el paulatino agotamiento de este flujo en el próximo período), ilustra la persistente relevancia de partir del análisis de las estructuras jerárquicas que constituyen al sistema mundial capitalista –es decir las relaciones imperialistas que la constituyen- como marco determinante para aprehender las contradicciones de esta acumulación originaria a un ritmo sin precedentes que desarrolló China. Ubicada como epicentro del desarrollo desigual y combinado que como nunca caracterizó las tendencias generales del desarrollo capitalista global durante las últimas décadas. Esta ley descubierta por Trotsky, significaba para él que este modo de producción se caracteriza a la vez por las tendencias a la “nivelación y desigualdad, consecuencias ambas de la naturaleza del capitalismo”. El imperialismo no hace más que acentuar estas tendencias contradictorias: “A causa de la universalidad, de la movilidad, de la dispersión del capital financiero, que penetra en todas partes, de esta fuerza animadora del imperialismo, éste acentúa esas dos tendencias. El imperialismo une con mucha más rapidez y profundidad en uno sólo los diversos grupos nacionales y continentales; crea entre ellos una dependencia vital de las más intimas; aproxima sus métodos económicos, sus formas sociales y sus niveles de evolución” (León Trotsky. Stalin, el gran organizador de derrotas. Ediciones CEIP-IPS.). El resultado de esta tendencia, es que, como afirmaba Ernest Mandel, todo proceso de acumulación originaria a través de los cuales el capital domina cada vez más profundamente la economía mundial, queda “entonces sometido también a la reproducción del gran capital occidental” (El capitalismo tardío, México DF, ERA, p. 47). El caso de China, con todos los rasgos monumentales que lo hacen único, confirma en rasgos como su desbalance en la renta de capitales que no escapa a esta tendencia. Como expone crudamente Yu en términos de economistas neoclásicos, la relación que actualmente mantiene con los EE. UU. implica que este estaría exportando a China “«materia oscura» (activos no registrados, como conocimiento, que las corporaciones estadounidenses exportan a través de sus inversiones), mientras que China exportaría bienes de consumo y servicios a Estados Unidos”.
¿Cuál es la conclusión? Si el fantasma de crisis crediticia empaña la perspectiva de China para el mediano plazo, factores más hondos muestran una enorme brecha entre las expectativas creadas por el fuerte crecimiento de China y las contradicciones que esta viene acumulando. Entre los límites estructurales y las dificultades que viene acumulando en la coyuntura y el mediano plazo, China podría pasar del bálsamo que fue durante las últimas décadas para la acumulación global, a otro foco de fuertes tensiones, con el proletariado más grande del planeta dando un paso al frente, fantasma que no por nada fue agitado hace no mucho en un gran medio norteamericano como Time (“La venganza de Marx, o cómo la lucha de clases está definiendo el mundo”, Sin Permiso, 31/3/2013”). Lo que viene ocurriendo en otros “emergentes” de éxito reciente (Brasil, Turquía) es un espejo incómodo. Lejos de la expectativa de que pueda ser un alivio para la crisis histórica que atraviesa el capitalismo global, en China podrían profundizarse en el próximo período las tensiones sociales y políticas.