En su discurso del martes en San Pedro, la Presidenta expresó brutalmente lo que el variopinto arco cristinista viene expresando hace días. El paro no tendría grandes motivos, dado el contraste entre la situación nacional y la que caracteriza a buena parte de las naciones más ricas. Pero más aún, sería una amenaza contra “el modelo”, y por lo tanto contra las condiciones del “bienestar” que caracterizaría la situación de todos los trabajadores. Literalmente, mandó la amenaza: “no jodan con el trabajo”. En la misma línea, Fernando “chino” Navarro sostuvo que no habría lugar para el reclamo porque “tenemos el mejor salario de América Latina” y “somos el país con menor exclusión”.
Del “nunca menos” al... ¡menos!Es cierto, la situación argentina (como de buena parte del mundo “emergente) contrasta hoy con la crisis europea. Este fue un año de estancamiento, en el que se registró por primera vez desde 2009 una caída en el empleo, pero hay indicios de una magra recuperación. Una ayuda no menor está viniendo por el lado externo, gracias a los altos precios y la firme demanda de granos. Aunque este año varios voceros oficiales ensayaron el discurso de que “el mundo se nos vino encima”, lo cierto es que aún en tiempos de declinación como los actuales, no puede el kirchnerismo (hoy en su etapa cristinista) decir que el flanco externo le haya sido adverso. La elevada liquidez mundial producto de las últimas rondas de inyección de liquidez orquestadas por los bancos centrales de las economías más grandes viene resultando una considerable ayuda. En otros países esto viene permitiendo que se endeuden a tasas del 5% anual, como es el caso de Bolivia hace unas semanas. Nada parecido puede ocurrir en la Argentina, presionada por algunos fondos buitre, pero la nueva situación contribuyó indirectamente a restar argumentos a la fuga de dólares. Esta abundancia de dólares presiona al alza los precios de los granos de soja, permitiendo que los popes del agrobussiness, y el gobierno que es su socio gracias a las retenciones, puedan esperar un 2013 de bonanza en lo que respecta al ingreso de verdes. También Brasil parece estar retomando ritmo, ayudado por algunas medidas del gobierno de Dilma, y también por esta abundante liquidez que se traduce en ingresos de dólares que alimentan el consumo. Pero claro, se trata de una situación precaria, que rápidamente puede deteriorarse considerando los varios puntos críticos que podrían deteriorar la situación global.
¿Por qué ante este panorama, que hoy no es de crisis aguda, el llamado a paro de la CGT de Moyano y la CTA de Micheli tuvo una respuesta contundente, aún considerando que como afirma
JDM estos dirigentes “fueron a menos” (llamando por TV y sin hacer nada para extender el paro en los gremios de la CGT Balcarce)? La contundente adhesión al paro, que gracias a las peleas dadas por sectores de la izquierda clasista tuvo gran fuerza aún en gremios oficialistas (como fue el caso de la línea B del subte, varias fábricas de alimentación como Pepsico y Stani, y gráficas como Donnelley, WorldColor y Print Pack, por sólo nombrar algunas) y podría haber sido aún más activa y extendida si la propia burocracia no la hubiera torpedeado, da cuenta de los inicios de una ruptura, que responde a que se desnuda cada vez más este carácter de contunuidad en lo esencial con el legado neoliberal. No se trata, como dirían algunos, de “lo que falta” en un proyecto transformador. Se trata del corázon del kirchnerismo/cristinismo como modelo de “capitalismo en serio”, que como tal ha preservado las principales conquistas logradas a sangre y fuego por la burguesía, adornándolas un poco con medidas distributivas que pueden sostenerse en tiempos de vacas gordas. Tiempos que están más en el pasado que en el futuro.
Con el deterioro económico, aún moderado, se puso en evidencia rápidamente lo precario de buena parte de las “mejoras” en las que se asientan los esfuerzos del gobierno por darse un barniz reformista. Como ya hemos definido
en otro post, lo que caracteriza al kirchnerismo desde su origen es el esfuerzo por “distender” parcialmente las relaciones [de la clase dominante] con las clases subalternas, creando algunas expectativas de mejoras en algunos sectores obreros y populares (que sólo se concretaron parcialmente para franjas limitadas, como las de los trabajadores privados registrados, y solamente si las comparamos con la situación catastrófica de la hecatombe de 2001)”. Pero esta “distensión” ha ido de la mano de una profunda continuidad en un punto clave de los “estragos” que hizo la ofensiva patronal de los años '90 sobre la clase trabajadora: el andamiaje de la fragmentación y precarización laboral. Este se trabuce en leyes, pero también en una “ciudadanía” de segunda en lo que respecta a la representación laboral y la capacidad de imponer reivindicaciones, validada por las conducciones sindicales. Se trata de un elemento central en la determinación de la fuerza social relativa del capital y del trabajo, ya que no sólo afecta a los precarios y fragmentados, sino que es determinante para el conjunto de la clase. Por eso, aunque la última década presenció una fuerte recomposición en el peso social de la clase trabajadora que le dio mayor capacidad de luchar con éxito por sus reivindicaciones, se pusieron en evidencia férreos límites para este avance. A pesar del formidable aumento de los puestos de trabajo, y la considerable reducción del desempleo, en la mayoría de los gremios recién en 2007 empezaron a aproximarse a niveles de remuneración cercanos a los de 2001. A partir de ahí, fue cada vez más difícil lograr en los acuerdos paritarios aumentos que siguieran los pasos de una inflación bien por encima del 20%. Resultado: en muchos gremios no se pudo sostener la recuperación, en otros comenzó una ligera senda descendente, y en un sector minoritario siguió la recomposión salaria en térnimos reales (es decir, con aumentos por arriba de la inflación).
Apelando a la “caja”, durante un tiempo el kirchnerismo pudo compatibilizar tendencias contradictorias. Otorgando subsidios, logró mantener cierta disposición empresaria a mantener aumentos, conteniendo de esta forma las demandas que en 2005 y 2006 se expresaban con fuerza por abajo, mostrando la entrada en escena del sindicalismo “de base” (aunque sin evitar que esto se tradujera en aumentos de precios cada vez más fuertes). Estas concesiones, sumadas a los efectos que ya de por sí estaba produciendo el crecimiento del empleo (un aprovechamiento empresario del “abaratamiento” del salario que trajo la devaluación,
ver aquí y
aquí), permitieron mostrar una mejora en los indicadores del ingreso, que iba de la mano con un aumento a niveles récord de la participación de las ganancias en el ingreso. La base para que esta situación fuera sostenible, fue el mazazo previo que recibieron los salarios con la devaluación de 2002, que hizo subir los precios sin que se movieran los salarios, mejorando de forma formidable la ecuación de los empresarios. Como si esto fuera poco, en buena parte de los acuerdos paritarios las patronales conseguían compromisos de productividad, con lo que la ecuación total resultaba ampliamente favorable. El límite –estrecho- de las concesiones era que las condiciones de rentabilidad (es decir los costos salariales bajos) se mantuvieran mejor que en 2001. No es extraño entonces, que a partir de 2006, los aumentos salariales comiencen a ser contestados con aumentos de precios crecientes, y exigir por otro lado un esfuerzo creciente del estado por solventar con subsidios una porción de la plusvalía (ver
aquí).
Si estos subsidios fueron una manera en la que el kirchnerismo buscó compatibilizar la persistencia del patrón de distribución “primaria” (es decir al nivel de las remuneraciones) noventista, con algunas mejoras, el mecanismo privilegiado en los últimos años fue la política de ingresos. Esta adquiere con la AUH una extensión cualitativamente mayor a cualquier política previa, y permite contrarrestar parcialmente los efectos de la inflación, al menos para los sectores pobres.
La capacidad de estas políticas para operar como distención, contrarrestando -sin revertir- los elementos que estructuralmente fortalecieron al capital en desmedro de los asalariados, estaba atada a dos factores. El primero, que ya mencionamos, la magnitud del colchón logrado por el capital con el saqueo al salario. El segundo, la capacidad fiscal del gobierno para dirigir recursos hacia la “distensión”. Ambos aspectos se han ido estrechando en paralalelo. Aunque mediante la sucesiva apropiación de cajas (aumento de impuestos como las retenciones hasta la derrota de la 125, liquidación de las AFJP, uso de reservas del Banco Central para pagar deuda en dólares y, finalmente, la reforma de la carta orgánica de este último para aumentar su capacidad de préstamo) le dio una flexibilidad para conservar cierta holgura fiscal, pero a fines de 2011 sonaron las alarmas por el acelarado aumento de algunas partidas, como el gasto energético.
El resultado de estas capacidades más estrechas ha producido efectos diferenciados para distintos sectores de la clase trabajadora. Los trabajadores registrados han logrado aumentos salariales que en promedio se mantuvieron a la par de la inflación, aunque con mucha dispersión entre los distintos gremios. Incluso algunos años lograron alguna mejora en términos reales (como en 2010 producto de la intensa actividad desplegada por los sectores antiburocráticos en el gremio de la alimentación, que perforaron los techos salariales que estaban en torno del 20% y generaron presión sobre otros gremios). Pero esta mejora -moderada y relativizada por la inflación- se ha visto contrarrestada de forma creciente por el impuesto a las ganancias, por la movilidad limitada que tuvo el mínimo no imponible (sobre este robo al salario, ver lo que dicen Pablo Anino y Octavio Crivaro
aquí). También ha afectado a vastos sectores la pérdida de las asignaciones familiares, por pasar a estar por encima del máximo de ingreso para percibirlas. Las últimas modificaciones dejaron afuera de quienes perciben esta asignación a nuevos sectores. Al mismo tiempo, mientras desde 2007 se ha detenido la reducción del empleo precario, mostrando los límite estrechos para acceder a “ciudadanía” laboral, fueron estos sectores los que más vieron modificar su ecuación de ingresos producto de la AUH. Lo mismo puede decirse de los trabajadores registrados con niveles de ingresos más bajos. Sin embargo, acá también la inflación se ha diluido parte de sus efectos.
La política de ingresos y laboral del kirchnerismo, como vemos, atacó mucho más las diferencias de ingresos entre asalariados que tanto preocupa hace tiempo a escribas oficialista como Verbitsky (ver
aquí y
aquí), que la limitada participación del ingreso asalariado producto del aumento de la participación del capital. Se subió el “piso”, principalmente por transferencias estatales y sin afectar la fragmentación estructural que tanto provecho ha dado a la burguesía, mucho menos se movió el techo. Y con el efecto persistente de la inflación, sumado a la mayor presión social y el cambio en el panorama laboral, todos los sectores de la clase trabajadora viven un panorama que no podía estar más lejos de la idílica situación que dibuja el “relato” oficial.
Cristina Fernandez conquistó un vasto apoyo entre los trabajadores en las elecciones del año pasado con la promesa del “nunca menos”. Sin entusiamo, el apoyo a la continuidad K se dio bajo la expectativa de que las modestas mejoras de estos años (más ligadas a la lucha y a la fuerza social recuperada por la clase trabajadora que a decisiones gubernamentales) se mantendrían. La sintonía fina, que con algunas contramarchas sigue firme (sino veamos la reciente votación de la ley de ART, la reticencia a mover el mínimo no imponible dando apenas un “regalo” de navidad) rompió esta expectativa. Como si fuera poco, a quince días del colapso energético en Ciudad de Buenos Aires, el “keynesiano” Kicillof anunció hoy junto con Julio de Vido nuevos anuncios sobre aumentos de tarifas eléctricas. Adivine el lector: ¿a qué se parece más el anuncio, a una política heterodoxa de ingresos, o a un “noventoso” regalo a las prestadoras de servicios públicos (una pista, la acción de edenor subió a horas del anuncio más de un 8%)?
¿Quo vadis?¿Hacia donde va a conducir esta ruptura que empieza a desarrollarse? ¿Hacia una “fusión” del 20N con el 8N o hacia una política obrera independiente de la burguesía? ¿Scioli (o de la Sota) o la izquierda clasista? Resulta
sagaz Pagni cuando plantea como central el problema de la inflación y la negación que hace el gobierno, comparando con la ubicación del sindicalismo en los años '80: “Como en los 80, el mercado laboral no ajusta hoy por cantidad, sino por precio.El número de empleados se mantiene, pero la remuneración disminuye en términos reales. El malestar se concentra en el universo de los ocupados. Y determina una mayor movilización gremial”. Claramente el cronista se deja llevar por sus deseos, ya que hay un abismo entre la situación actual y los tiempos alfonsinistas, con un Estado en ese momento quebrado bajo asesiado de acreedores externos. Sin embargo, tras su razonamiento hay un problema político de primer orden para quienes apostamos a la emergencia política independiente de la clase trabajadora. Si Moyano y Barrionuevo apuestan a incidir con sus acciones en la interna peronista (apoyando a Scioli y de la Sota respectivamente), Micheli apuesta a llevar agua para el molino del FAP, en ambos casos, por lógica de alianzas policlasistas de cualquiera de estos proyectos, el peso va para el lado de las “correcciones”, como planteó Scioli por estos días. Es decir la “normalización” definitiva por el lado de política antiinflacionarias y de ajuste más directo, contra el ajuste en cuotas e indirecto (vía inflación) que aplica el gobierno. Este programa no responde a las aspiraciones del conjunto de la clase trabajadora, pero sí puede traccionar a los sectores de mejores ingresos contra la amenaza del descontrol inflacionario. Ante esta convergencia posible, es fundamental fortalecer las condiciones para que, al contrario, pueda soldarse la unidad del conjunto de la clase trabajadora en alianza con el pueblo pobre. Para esto es fundamental la constitución de un polo alternativo que luche al interior de los sindicatos contra las direcciones de las CGTs y las CTAs.
Contra las variantes políticas patronales que impulsan distintas alas de la burocracia, es fundamental sostener una política consecuente para desarrollar la independencia de clase, tomando un programa independiente que responda a las aspiraciones del conjunto de los trajadores, y peleando por la mayor unidad de las filas obreras, contra las divisiones que defienden los empresarios, los burócratas y el gobierno. Como plantea Paula Varela “Si efectivamente, la comprobación de una disidencia por izquierda en sectores de masas abre la posibilidad a una ruptura con el peronismo, el polo opositor clasista tiene que ser más claro y más contundente”. No sólo delimitándonos claramente de los movimientos que fortalecen a las variantes de oposición patronal, como el 8N, sino también de la bucracia aún en el momento que acompañamos las acciones que llaman por justas reivindicaciones, como el paro del 20. Para esto, es fundamental el llamado inmediato a una Asamblea Nacional de Trabajadores para agrupar a los sectores combativos.