miércoles, 6 de junio de 2012

La economía argentina en los años "K", sus contradicciones y perspectivas

Invitado a exponer en las VIII Jornadas de Geografía Económica, presentamos un balance de la economía durante los años K, discutimos el supuesto "modelo", las contradicciones que han ido apareciendo, y los desafíos para quienes apostamos a que la clase obrera desarrolle una política independiente que le permita -acaudillando al conjunto del pueblo pobre- transformar las bases de la sociedad poniendo fin a la explotación del hombre por el hombre. Para quienes tengan tiempo y ganas, publicamos "en crudo" la exposición que hicimos, así como los gráficos que la acompañaron. Ya trabajaremos, con tiempo, un post sintético (o varios) con algunas ideas, muchas de las cuales de todos modos se pueden rastrear (casi textuales) en otros posts.
Sobre los gráficos, aclaramos que el crédito no es nuestro, y agrademos a las amplias fuentes de la BEA y otros sitios que -involuntariamente- contribuyeron con ellos.




La idea es hacer un balance de los aspectos más salientes de lo que ha dado en llamarse el “modelo K”: cuál es el carácter del modelo, y los rasgos más salientes de cómo ha crecido la economía argentina en la última década. ¿Fórmulas como “crecimiento con equidad” dan cuenta de los rasgos que caracterizan la economía argentina durante esta década? A la vez que esta caracterización, analizaremos las contradicciones que ha desarrollado la economía, qué expresan las mismas sobre rasgos que marcan transformaciones previas de la economía que persisten, y finalmente, qué desafíos se desprenden para que la clase trabajadora pueda ofrecer una respuesta política propia para los grandes problemas nacionales y las cuestiones que más aquejan al pueblo pobre.
Presentación
Las estadísticas falseadas hacen cada vez más difícil decir algo certero sobre la economía. Esto ya de por sí habla sobre el carácter de clase del gobierno y del Estado, soslayado en muchos discursos progresistas. Los empresarios y sus “intelectuales orgánicos” pueden elaborar sus propios datos; incluso pueden sacar provecho de la desinformación y lucrar con eso. Los asalariados son los perjudicados cabalmente.
IndeK
Cuatro pilares se conjugaron durante buena parte del período iniciado en 2002: elevada rentabilidad, superávit comercial y superávit fiscal, dólar caro
Cuatro pilares: elevada rentabilidad, superávit comercial y superávit fiscal, dólar caro
Estos son aspectos íntimamente relacionados: la megadevaluación de 2002 fue la base para conseguir tanto la mejora en la rentabilidad como realizar el ajuste fiscal. En términos reales, el TCRM llegó a depreciarse un 275% para octubre de 2002 respecto del nivel que tenía en diciembre de 2001. Aunque esto inmediatamente creo numerosos problemas con contratos y deudas en dólares, los empresarios lograron transferir buena parte de los costos a la sociedad. Aún en quiebra, el Estado sumó pasivos por más de $ 40 mil millones, a lo cual se sumó la política de liquidez a los bancos a través de redescuentos (más de $21 mil millones). Gracias a esto, con el nuevo contexto macroeconómico que creó la nueva paridad cambiaria, la ecuación de competitividad benefició especialmente a los productores de mercancías transables (es decir los bienes sometidos a la competencia extranjera, ya sea que se vendan en el mercado interno o se exporten).
Tipo de cambio
Los precios subieron casi un 30% durante 2002, pero gracias a la elevada desocupación, el peso de cuatro años de recesión y el apoyo del sindicalismo peronista a la devaluación, la clase trabajadora acusó el golpe de la pérdida de poder adquisitivo sin lanzar ningún reclamo de recomposición salarial. El resultado fue una formidable caída en el costo salarial, que nuevamente favoreció especialmente a los productores de bienes transables.
Inflación y costo laboral
La inflación ayudó también al formidable ajuste fiscal durante el año 2002. Al momento del colapso de la convertibilidad, en diciembre de 2001, el déficit fiscal equivalía al 3,2% del PIB. En los años siguientes este cuadro se invertiría, y el Estado nacional pasaría a ostentar una posición de holgura inusitada.
En 2002 el gasto público se redujo en términos nominales el 5%. Por el aumento de precios que siguió a la devaluación, esto significaría una caída en términos reales del 37%. Con todas las partidas congeladas en 2002 en los montos presupuestados antes de la salida de la convertibilidad, la situación fiscal dará un giro brusco, de la bancarrota y el déficit crónico, a un fuerte superávit; esto incluso con la implementación de millones de planes Jefas y Jefes de Hogar.
Ajuste fiscal y superávit
















En este shock (y en el default declarado en diciembre de 2001 que hizo que hasta 2005 casi no se debiera pagar deuda pública) se encuentran las raíces del superávit fiscal que se mantendrá hasta 2007 (aunque mediante distintos maquillajes el gobierno logre mostrar resultados positivos hasta la actualidad). Para 2002, el superávit fiscal sería del 2% del PIB, e iría en aumento durante los años siguientes hasta alcanzar un pico en 2004 del 5% del PIB. Esta capacidad de administrar recursos fiscales irá adquiriendo con el tiempo un rol central para el kirchnerismo, para arbitrar entre los sectores sociales, garantizar la disciplina política, cooptar movimientos sociales, algo que podríamos caracterizar como un bonapartismo fiscal o de caja.
Default
El cambio de contexto macroeconómico también contribuyó a mejorar el saldo externo. Aunque la fuga de capitales se mantuvo hasta la renegociación de la deuda (y se revigorizó nuevamente a partir de 2007), el saldo comercial pasa a ser altamente positivo, invirtiendo las condiciones imperantes durante las décadas previas. El dólar caro contribuyó, mejorando ligeramente las condiciones para la exportación, y actuando como límite para las importaciones. Sin embargo, el factor fundamental para la mejora del balance comercial fueron los altos precios de los commodities, especialmente de la soja. Gracias a esta mejora de los precios, el valor de la cosecha mantuvo una tendencia creciente durante todo el período, sólo afectada en algunos años (2008/09,2011/12) por la sequía.
Superávit comercial
El superávit comercial, el default, y posteriormente la renegociación de la deuda invirtieron las tendencias históricas en el frente externo. Una holgura inusitada, basa en un fuerte superávit comercial (de la mano del superávit fiscal), hizo que la economía argentina no soportara durante esta década ni las dificultades financieras recurrentes desde los '80, ni una restricción externa como las vividas durante lo que se llamó la ISI. Nuevamente, acá jugó un rol clave el default de la deuda. Y, posteriormente, la renegociación y el aumento de la deuda en pesos.
Balanza de pagos.
Hasta el año 2008, estas condiciones permitieron un sostenido crecimiento de las reservas en dólares del BCRA. A partir de entonces la profundización de la fuga de capitales y un mayor uso de reservas para pagar deuda no lo permitió (salvo ligeramente en 2009), pero la situación se mantuvo inusitadamente holgada para la historia económica argentina, hasta el año 2011.
Reservas y fuga de capitales
El crecimiento a tasas chinas, ¿se debe a políticas de ingreso? La evidencia sugiere que no. El poder adquisitivo de los asalariados vio severamente golpeado por la inflación. La implementación masiva de planes de empleo que se dio durante ese año, no alcanzó pese a su significación para compensar la pérdida soportada por los asalariados.
Políticas de ingreso no explican el crecimiento
Si miramos la evolución interanual de la masa salarial, esta tiene una recuperación muy limitada durante 2002, pero positiva, que indica un cambio en las condiciones del mercado de trabajo. El aumento del empleo, sí llevó posteriormente a un aumento de la demanda agregada.
Cambian las condiciones y esto lleva a un aumento del empleo
Pero, ¿cuál es la fuerza dinámica de este cambio? Son dos, la mejora en la competitividad y exportaciones, y el formidable cambio en la ecuación de rentabilidad. Esto se ve graficado por el formidable crecimiento de la participación de las ganancias en el ingreso generado, en detrimento de la participación de los asalariados.
Fuerzas dinámicas del crecimiento
Esto parece verse confirmado por la secuencia: primero es el crecimiento de las exportaciones lo que impulsa la recuperación, durante 2002. En un segundo momento, se dispara un consumo centrado en sectores de mayores recursos, y desde fines de 2003 empieza a aumentar la inversión. El consumo más masivo empieza a mostrar un crecimiento más fuerte recién a partir de 2004.
Secuencia de recuperación 2002/2003
Sintetizando, entonces, la “caja negra” del crecimiento argentino, como alguna vez la definió el hoy viceministro, es la elevada rentabilidad. Esto es consistente con la centralidad asignada a la ganancia como motor de la producción, no sólo por los marxistas, sino también por kaleckianos, sraffiano,s etc. La perspectiva de rentabilidad dispara las decisiones de producción, lo cual significa desembolsos en contratar fuerza de trabajo y adquirir materias primas y medios de producción, lo cual a su vez repercute en un aumento de la demanda de bienes de consumo, produciendo efectos multiplicadores. La posibilidad de esta dinámica estaba ayudada además por los bajos niveles de utilización de la capacidad instalada. Aprovechando la amplia capacidad ociosa luego de cuatro años de recesión, las nuevas condiciones imperantes por devaluación, alimentaron una reactivación sobre la base de la capacidad instalada y el uso intensivo de fuerza de trabajo, transformada en insumo barato. Esto, junto con el viento de cola internacional, es el gran motor de las tasas “chinas” de crecimiento.
La “caja negra” del crecimiento
Tres períodos, 2002/2005, crecimiento “fácil”; 2006/2007, aparición de los desequilibrios, 2008 hasta hoy, conviviendo con desequilibrios en profundidad.
Momentos del crecimiento
La expresión más profunda de los desequilibrios es la inflación. Las raíces de este proceso se encuentran en la propia devaluación. Aunque las condiciones de partida del movimiento obrero, la austeridad fiscal de los primeros tiempos pos devaluación y la reducción de márgenes del comercio contuvo las presiones durante algunos tiempos, a partir de 2004 comenzaron los ajustes de precios, de servicios comercio, aparte de las exigencias de recomposición salarial. Como muy bien describen los modelos estructuralistas, esto ha generado un proceso de ajustes sucesivos, que empalmando con una tendencia inflacionaria de los alimentos a escala internacional, y ciertas dificultades sectoriales (cada vez más generalizadas por lo limitado del proceso inversor) explican una inflación cuya raíz central está en los costos, y agudizada por excesos de demanda.
La raíz de los desequilibrios
La inflación, y la tendencia de los salarios a recuperar en promedio un nivel cercano al de 2001, empezaron a mostrar algunos límites y problemas en el esquema pos devaluación. Aunque el nivel salarial se recomponía, lo hacía con niveles de productividad superiores. Por ende, el mismo salario representaba un menor costo salarial. Con todo, se empezaban a mostrar los límites de un crecimiento más bien extensivo, sin que se dispararan fuertemente las inversiones.
2006-2008
Las tasas de inversión no son necesariamente bajas, como vemos. Pero no son consistentes con los niveles de crecimiento superiores al 8%. Alcanzó un techo en 2007 de 24% del PIB, para empezar a caer a finales del año siguiente y durante 2009, producto de la crisis internacional. En 2010 se invirtió 2,5% menos del PBI que en 2007. En 2011 fue de 24,5% del PIB. Para eso, las tasas de inversión deberían estar cercanas o por encima del 30%. A esto se agrega que más de la mitad de lo que se contabiliza como inversión no está destinado a la ampliación de la capacidad productiva.
Los niveles de inversión promedio de los últimos años, son más bien consistentes con una tasa de crecimiento de entre 3,5% y 4%.

Inversión insuficiente para sostener el crecimiento


Lo más notorio, es la brecha entre rentabilidad e inversión. Como ya dijimos, el contexto macroeconómico pos devaluación dio lugar a tasas de rentabilidad muy elevadas. Habría sido esperable que en estas condiciones se disparara la inversión. Aunque esta aumentó, no hay relación entre las tasas de rentabilidad y las de inversión.
Reticencia inversora”
Creemos que la raíz principal se encuentra en las contradicciones que genera para el desarrollo económico nacional el tipo de cambio depreciado, que en relación con el dólar empezó a agotarse en 2008. Es algo que tiene que ver con las condiciones de integración de la economía argentina en el capitalismo global, como una economía de desarrollo inferior a los niveles internacionales, es decir que cuenta con desventajas productivas absolutas.
Aunque el tipo de cambio depreciado eleva la tasa de ganancia -bajo las condiciones ya señaladas de que el mismo haga caer los costos internos en relación a los internacionales-, el resultado es ambivalente cuando se trata de la consideración de la rentabilidad esperada de las nuevas inversiones. Por un lado, en tanto perduren las condiciones favorables creadas por el tipo de cambio depreciado, opera un aliciente positivo. Por otro lado, la depreciación cambiaria representa un encarecimiento la introducción de medios de producción importados. Para los países atrasados la importación suele ser la vía principal -excluyente en algunas ramas particularmente complejas- para adquirir maquinaria, y sobre todo para innovar. En ocasiones se avanza en reproducir localmente las técnicas desarrolladas en otras latitudes, pero esto implica que se mantiene una brecha temporal entre la innovación en otras latitudes y la producción local; y la ecuación de costos es marcadamente desfavorable en la mayoría de los casos.
El encarecimiento de los costos de reposición del capital, tiene un efecto que opera en sentido contrario a los considerados hasta ahora. El tipo de cambio depreciado implica que los medios de producción adquiridos en el extranjero se traducirán en una mayor composición orgánica del capital que la que expresaría su costo a un tipo de cambio de paridad; para una misma composición técnica, el tipo de cambio depreciado conlleva que está represente una mayor composición de valor. De esta forma, el mismo factor que eleva la rentabilidad efectiva, limita la rentabilidad esperada de nuevas inversiones al aumentar su costo. Esto contribuye a retrasar las inversiones.
También pesa mucho para las decisiones de inversión en capital fijo el hecho de que no haya una perspectiva de estabilidad cambiaria a mediano y largo plazo. La If destinada a obras de largo plazo y de infraestructura se decide tomando en cuenta no sólo la evolución de la tasa de ganancia, sino también la tasa de ganancia promedio en el sector en el mediano plazo. La perspectiva de variaciones cambiarias significativas puede tener consecuencias muy importantes. Si una inversión de este tipo en un sector de bienes transables se realiza manejando un margen de rentabilidad asociado a un tipo de cambio depreciado, el cambio a un contexto cambiario menos favorable puede hacer difícil mantener el aprovechamiento rentable de dichas inversiones. En un momento de tipo de cambio de paridad, o apreciado, la adquisición de medios de producción en el extranjero es más barata, pero la rentabilidad que generan en lo inmediato esté limitada por las condiciones macroeconómicas.
Cuando se trata de sectores productores de bienes transables, como se ve, el tipo de cambio opera de dos maneras que se mueven sentidos opuestos: si se deprecia, mejora la rentabilidad de la producción, pero incrementa el costo de nuevas inversiones; si se aprecia, genera dificultades de rentabilidad en muchos sectores, pero abarata la adquisición de medios de producción.
Esto explica por qué los ciclos de inversión tienen una forma más desfasada, con un ritmo más discontinuo que el que caracteriza la acumulación de capital en los países más desarrollados: en los momentos de tipo de cambio alto se utiliza intensivamente la capacidad instalada, y opera una tendencia al aumento del capital en relación a la fuerza de trabajo, y en los momentos de tipo de cambio bajo se intensifica la importación de capital aún operando con capacidad ociosa. La rentabilidad se ve afectada de maneras contrapuestas tanto por el tipo de cambio alto como por el tipo de cambio bajo, y con ella las distintas dimensiones que determinan la inversión se ven afectadas alternativamente, siendo favorecida la producción local al precio de encarecer la adquisición de medios de producción extranjeros, o creando condiciones que incentiven a esta última en un contexto que hace difícil competir a gran parte del capital del país atrasado.
Raíces de la limitada inversión




Una clara consecuencia de estas condiciones de la inversión, son las escasas transformaciones estructurales que se pueden ver. Tanto si observamos el perfil exportador, como la estructura productiva, podemos verificar estas regularidades.
Consecuencias
Respecto de los rubros del comercio, los rubros de mayor crecimiento son las Manufacturas de Origen agropecuario (15% anual) y las Manufacturas de Origen industrial (un 14% anual). Las exportaciones de productos primarios promediaron un crecimiento del 8% anual.
Perfil exportador
En el primer caso, los rubros más importantes son aceites vegetales, lácteos, carnes y frutas. En el caso de las MOI, los principales rubros dinámicos han sido el acero, aluminio, materias plásticas, químicos, industria papelera.
Son necesarias sin embargo algunas aclaraciones. El valor total de las exportaciones MOI se redujo en 2002, ya que fueron severamente afectadas por el retroceso en las ventas del complejo automotriz a Brasil. Este complejo es decisivo para determinar el comportamiento agregado de las MOI. Durante el mismo período, hubo otras producciones relevantes que sufrieron caídas considerables en las ventas externas, como maquinaria y equipo, textiles, y productos químicos (a pesar de que iniciaron actividades varias plantas nuevas en el polo petroquímico de Bahía Blanca). Aunque se registraron incrementos en la siderurgia–tubos de acero para la extracción de petróleo y laminados planos- y minerales, éstos no alcanzaron a compensar la caída de los demás rubros.
Fue a partir de 2005 que las exportaciones MOI pasaron a ser el rubro comparativamente más dinámico. En esto jugo un fuerte rol la recuperación del mercado brasileño desde 2004, la redefinición de la estrategia de abastecimiento en América en el caso del sector automotor (con mayor peso de México y Chile como destinos de exportaciones) y el alza de precios en las commodities industriales. La industria siderúrgica, por su parte, amplió y concentró su capacidad productiva y logró aumentar su penetración en el mercado norteamericano.

El dinamismo de las MOI podría llevar a conclusiones engañosas. Dentro de este rubro hay muchas producciones de escaso valor agregado: minerales a los que se les aplican algunos procesos, y por eso califican como MOI aunque se exportan casi en bruto; aceites esenciales de limón, y montones de casos similares.
MOA y MOI


Trampas” en las MOI


Con todo, a pesar de que se registraron algunos cambios entre los rubros más dinámicos de exportación, no se registraron alteraciones cualitativas en la estructura general durante el período. Las exportaciones permanecieron concentradas en los bienes primarios y algunas commodities industriales. El análisis desagregado muestra que una decena de productos representan más del 40% de las exportaciones, y la mayoría de ellos requieren poca elaboración, siendo mercancías agrarias o MOA.
Límites de las transformaciones
El modelo "reindustrializador" de los Kirchner, tiene como saldo para mostrar luego de 8 años, una industria cuya producción representa hoy una proporción menor de la economía nacional (el 17% del Producto Interno Bruto, PIB) que lo que era en los '90 en promedio (19% del PIB). Desde 2003 en adelante, es decir, desde el momento en que Néstor Kirchner llegó a la presidencia, la industria dejó de ganar el peso en la economía que había recuperado luego de la devaluación. Siguió creciendo, pero a igual o menor ritmo que el resto de la economía. Aunque acá pesa el boom de precios y volúmenes del agro, también "se asocia a la relativamente baja inversión respecto a las altas ganancias de las grandes empresas, en particular entre 2004 y 2007, cuando la rentabilidad sobre ventas de los oligopolios líderes osciló entre el 14% y el 19% (niveles holgadamente superiores a los de la convertibilidad). Esto nos remite nuevamente a que las altas ganancias van acompañadas de una baja acumulación, lo cual significa que el capitalismo local no sólo se sostiene en base a una elevada tasa de explotación que tiene como base la precarización de la fuerza de trabajo para mantener los salarios planchados (en términos reales hay poca recuperación desde 2001, aunque el consumo a crédito permita taparlo por el momento), sino que ni siquiera es capaz de convertir esto en una fuente que eleve significativamente las capacidades productivas.
Industria y PBI
También vemos una estrecha correlación entre el crecimiento de la industria y el crecimiento de la exportación industrial, lo cual para el autor es importante para mostrar otro rasgo de la economía Argentina durante estos años bajo los gobiernos "neodesarrollistas":"se fortaleció un perfil exportador muy volcado a la explotación de recursos naturales y la armaduría automotriz". Esta industria creció un 381% entre los años 2002 y 2010. En 2007 las terminales automotrices superaban los índices de producción de una década atrás (del año 1997), pero lo hacían con una menor contratación de trabajadores. Sin embargo, la gran dinámica de la industria automotriz actúa como contratendencia a la generación de superávit comercial por la necesidad de importar gran parte de los componentes de los automóviles ante la ausencia de un desarrollo suficiente de proveedores locales de autopartes para las necesidades de la industria. La orientación de la industria automotriz está cada vez más vinculada a las exportaciones y el abastecimiento del mercado local ocupa un lugar subordinado, limitado por su extensión menor en relación al mercado brasileño.
Hay un dato aún más dramático: por cada vehículo que sale de las terminales locales, se importan autopartes por casi 15.800 dólares. Este dato, lo obtienen de dividir el monto de las importaciones sectoriales durante los primeros seis meses del año (US$ 6186 millones), por las unidades producidas durante dicho período (392.298 vehículos). Por supuesto, no todos los componentes importados ingresan a la producción, ya que una parte de lo importado se dirige a los comercios de repuestos. Sin embargo, considerando la explosión que tuvo el volumen importado (US$ 12.200 por auto en 2010, US$ 11 mil por auto en promedio en los 6 años anteriores, y US$ 15.800 hoy) se puede ver cómo el volumen de importaciones se ha movido bajo el impulso del despegue de la producción. Cuanto más autos se producen, más se importa por auto producido, poniendo de relieve las consecuencias del desguace de la industria local durante las décadas previas, que hacen que no haya autopartistas locales para proveer a las terminales. Algo que no ha sido revertido durante estos años, sino todo lo contrario. Baste recordar el caso de Paraná Metal.
Falta agregar otro dato que es aún más lapidario: Los 15.800 dólares que se importan por cada auto fabricado aquí coinciden casi con exactitud con el valor promedio que tiene cada vehículo argentino que se exporta.". Considerando que se importa por un valor equivalente al que se exporta, podríamos decir que el saldo comercial neto de las exportaciones automotrices, tendería entonces... a 0! El auto se vende en el extranjero, a un valor casi igual al de las piezas que se importaron para fabricarlo, "regalando" el trabajo realizado en el mercado local, y los componentes producidos localmente, que no se cargan al precio del comprador extranjero. Pero claro, no es que a las automotrices les agarre un arranque de generosidad, y en pos de engrandecer la Argentina, exporten a pérdida para traer dólares al país, ni nada que se le parezca. Son los compradores del mercado local quienes solventan con un sobreprecio, aquella parte del valor que se "pierde" en la exportación. El encarecimiento de los vehículos en el mercado local es el correlato necesario de la "pujante" exportación automotriz que tanto festeja el gobierno, en las condiciones actuales de esa industria en el país. De esta forma, la industria mantiene altas ganancias, es una aspiradora de dólares que se hace más preocupante cuanto más produce, y los coches siguen siendo un bien a adquisición onerosa en el país para solventar las exportaciones, a "pura pérdida" de dólares y de trabajo local.
Automotriz
"Armaduría" es un término que podría extenderse a otras áreas de la industria argentina. Entre ellas, las promociones industriales que se actualizaron en estos años, para incluir nuevos productos como celulares y notebooks, cuyo componente importado alcanza proporciones altísimas, siendo casi nulas las piezas manufacturadas localmente.
Otras “armadurías”
Otro de los motores del crecimiento industrial fueron los minerales no metálicos ligados a la industria de la construcción (producción de cemento, vidrio, etcétera), la metalmecánica (maquinas y herramientas, fabricación de equipos y aparatos de radio, televisión y comunicaciones, entre otros) y los productos textiles. Más atrás se encuentran la edición e impresión y la producción de caucho y plástico.


En lo que hace a las características del empresariado, es notorio que el nuevo contexto no ha revertido la tendencia al abandono de las actividades productivas por parte de los capitalistas nacionales. Ha continuado la venta de grandes empresas, a pesar de que estas mostraban altos niveles de rentabilidad. Ante el desafío de realizar nuevas inversiones o abandonar el negocio, este último camino ha sido la norma en la mayoría de los casos. Las multinacionales que controlan buena parte de las principales instalaciones productivas y recursos fundamentales, han aumentado su presencia en el país en la última década. Si en 1997 había, dentro de las 500 grandes empresas 289 de capital extranjero y 211 de capital nacional, para 2009 la relación era de 324 extranjeras contra 176 de capital argentino. La presencia extranjera se concentra en los sectores más rentables de la economía, la porción mayoritaria de las utilidades empresarias queda en manos extranjeras. Desde 2008 además, ha habido un marcado aumento del giro de utilidades a las casas matrices en el extranjero, por lo cual se han reducido aún más los fondos disponibles para inversiones.
Extranjerización
Una de las expresiones más claras de la continuidad en que se ha mantenido la elevada precarización de la fuerza de trabajo. Casi un 40% de los trabajadores no se encuentra registrado. Entre los trabajadores que sí están registrados, existen distintos tipos de contrato flexible. Esto ha tenido importantes consecuencias. Por un lado, ha permitido mantener una presión constante por aumentos del esfuerzo arrancado a la fuerza de trabajo, tanto en lo que hace a las horas trabajadas como a los ritmos de trabajo. Producto de esto se da que, aunque con enormes desigualdades, el promedio salarial de los sectores registrados es hoy ligeramente superior en términos de poder adquisitivo que el nivel de 2001, pero con niveles mayores de producción y más tiempo promedio de trabajo. Gracias a esto puede sostenerse la mayor participación de las ganancias en la distribución funcional del ingreso desde 2002 en adelante, que sólo se revierte parcialmente en los años siguientes, pero manteniéndose siempre en niveles superiores la década de los ’90, mientras ocurre lo contrario con la participación del salario.
La fragmentación de la fuerza de trabajo también ha dado margen al gobierno para sostener algunas políticas de tinte reformista hacia la clase trabajadora, como impulsar las paritarias anuales, con costo limitado, dado que lo que allí se negocia repercute sobre una franja minoritaria de la clase trabajadora. La misma burocracia sindical que participa de las negociaciones salariales, es la que durante todos estos años de fuerte crecimiento ha mantenido a rajatabla la diferenciación entre permanentes y contratados, negando o limitando sustancialmente la representación de éstos últimos, sin pelear por su efectivización.
Condiciones laborales
Es una gran impostura presentar esto como el “modelo” que se profundiza, ya que sus años “gloriosos” de mayor crecimiento económico, del empleo, e incluso de recomposición salarial, se caracterizaron más bien por una política económica administrar los superávits gemelos con intervención limitada. Durante los primeros años K, sus bases centrales fueron: el crecimiento del “excedente de explotación” (plusvalía) privado, el excedente externo (superávit comercial y relativa holgura en la salida de capitales y los compromisos de deuda luego del default), y el excedente fiscal (alcanzado mediante el brutal ajuste del gasto que se dio durante 2002, completando los ajustes kirchneristas). Estos “excedentes” fueron logrados de forma conjunta durante 2002, mediante la devaluación, y son distintas dimensiones de un mismo ajuste cuyos principales costos los soporto la clase trabajadora. La holgura que trajo este ajuste, sumada a la vigencia de la legislación laboral flexibilizadora, y la perduración de los efectos de las reestructuraciones e inversiones noventistas (que permitieron a muchos sectores crecer con poca inversión) fue lo que explicó el dinamismo y la posibilidad de sostener un elevado crecimiento por un período de duración prolongada sin que se expresaran severas limitaciones. Cuando el “piloto automático” de las conquistas que logró el empresariado a costa de los asalariados empezaron a mostrarse insuficientes, allí apareció el Estado para paliar las contradicciones del esquema. La creciente intervención del Estado, presentada ahora como “virtuosa”, fue en realidad una respuesta “defensiva” ante las contradicciones que empesaron a surgir en el crecimiento económico pos devaluación, allá por el 2006. Recién allí se archivó el “piloto automático + algunas restricciones” por una regulación más amplia. Cuando la inflación superó significativamente los dos dígitos, aparecieron los controles de precios, que rápidamente cedieron paso a la intervención para dibujar los datos del IndeK, acompañada de subsidios a los empresarios para tratar de que aumenten un poco menos los precios.
Sí, no todo el “intervencionismo” K apareció de golpe. Desde la salida de la Convertibilidad permanecieron congeladas las tarifas energéticas. Y sí, también se impulsó desde 2003 algunos tibios aumentos “no remunerativos” del salario, además de mantener los planes Jefas y Jefes implementados masivamente por Duhalde en 2002. Pero fuera de esto, el resto fue pura “macro”, aprovechar los superávit, esterilizar la emisión de pesos que se hacía para comprar los ingentes dólares del comercio exterior, negociar la deuda y pagarla generosamente (lo que luego pasó a denominarse de una forma más nac & pop como “desendeudamiento”). Nadie se escandalizaba durante los primeros tiempos por las remesas de utilidades, no porque estas fueran mucho menores que en 2011, sino porque sobraban dólares para soportarlas. Tampoco durante el gobierno de Néstor (ni el primer mandato de Cristina) se produjo ningún escándalo por la desinversión en petróleo y gas, no porque esta no fuera ya flagrante, sino porque era la forma de que Repsol y las demás petroleras ganaran dinero, dejando para el futuro ver qué ocurría con el entuerto energético. En el caso de las empresas energéticas y demás servicios públicos, nadie encontró durante estos años las virtudes del Estado como administrador (salvo en el caso de AYSA y del Correo, cuando ya marchaban irremediablemente hacia la quiebra). Todo el intervencionismo de la economía política K consistió en poner topes tarifarios, y dejar en manos privadas arreglárselas con esos topes para manejar el negocio.
Imposturas del "relato"
La propia motivación de la intervención y del “estatismo” creciente, entonces, fue poner parches allí donde las virtudes del mercado (es decir de los capitalistas nacionales y extranjeros moviéndose por su afán de lucro) ya no creaban más que problemas. Esta motivación última es reveladora del carácter de clase del “regulacionismo” K. El uso de fondos del Estado para subsidiar a distitos sectores del capital (una pata de lo que nosotros hemos definido como “bonapartismo fiscal”) busca solventar desde el Estado una cuota más elevada de plusvalía, por encima de la que los capitales beneficiados por el bonapartismo extraen a sus asalariados, redireccionando recursos de la renta agraria y otras fuentes. Aunque esto tenga como contracara algunos límites a los aumentos de precios o compense mejoras salariales aceptadas por los empresarios, y en ese sentido tenga un efecto “redistributivo” en relación con los asalariados, el objetivo es operar una compensación a los capitalistas. Para que no queden dudas de este carácter de clase, recordemos que ya desde 2006 el gobierno viene impulsando techos a los aumentos de salarios negociados en paritaria, buscando evitar que pasaran el nivel de aumento de precios. Sí, esos salarios que según Cristina aumentan gracias a la política oficial, primero de Néstor y ahora de ella, como si todas las duras luchas de estos años, desde la de telefónicos en 2004, las que se dieron en tantas empresas de la industria y los servicios encabezadas por el llamado sindicalismo de base, las peleas de petroleros y docentes de provincias duramente reprimidos (¿Fuentealba dice algo?) hasta la pelea en el gremio de la alimentación en 2010 por perforar el techo salarial (encabezada por quienes la semana pasada disputaron desde la Lista Bordó la conducción del gremio contra la burocracia de Daer) no hubieran tenido nada que ver.
Desde 2006 – atacando las contradicciones
La idea de que el accionar del Estado pueda elevarse por sobre las determinaciones contradictorias de la acumulación capitalista -cuya expresión principal en la Argentina es la inflación- y corregirlas, no sólo es teóricamente falaz. El resultado está mostrando una crecientemente impotencia. Si gracias al ajuste de 2002 el gobierno contaba en los comienzos con un importante excedente fiscal para solventar una porción de la ganancia con recursos fiscales, buscando de esta manera afrontar las consecuencias de la inflación, aún esta masa formidable de recursos se mostraría insuficiente con el transcurso del tiempo. Y, cuando los fuertes superávit fiscales empezaron a flaquear producto de siderales aumentos del gasto (cuyas partidas de mayor crecimiento fueron los subsidios a empresas y los pagos de deuda pública), aún estaba ahí la solvencia externa... hasta el año pasado. Contando la salida de capitales y los pagos de deuda, el balance de pagos resultó ligeramente negativo. El Banco Central no pudo reponer los dólares usados para pagar deuda del tesoro, y debió soportar una pérdida adicional.
Este estrechamiento de los recursos que desde el Estado se pueden poner en juego, se dio de la mano de un continuado aumento de los costos afrontados por el capital. Aunque en relación con la clase obrera, la recuperación del salario de estos años (que en menos de la mitad de los gremios superó en los últimos años los niveles de 2001) se dio de la mano de aumentos de la productividad, gracias a los cuales el costo salarial sigue considerablemente más bajo que en 2001 (lo cual se traduce en la limitada recomposición que logró la masa salarial en el producto nacional durante los últimos años), no ocurre lo mismo con otros costos. Allí, la inflación viene haciendo mella.
La posibilidad de administrar esta situación con los mismos mecanismos se dificultó por la situación del sector externo. Hasta hace dos años el superávit comercial (conseguido desde 2002 gracias a un desplome de las importaciones y a un aumento de las exportaciones, en valores y en cantidades, gracias a la demanda asiática) había permitido durante todo el ciclo kirchnerista, afrontar un sistemático déficit en la cuenta capital del balance de pagos (debido a una fuga de capitales que nunca se detuvo del todo y conoció varios períodos de salidas muy elevadas) y en remesas de utilidades, y aún así acumular dólares. Pero esto se erosionó por el constante crecimiento de las importaciones, una evidencia flagrante de que no se revirtió la desarticulación de la economía durante estos años. El año pasado se ingresó en zona crítica, aunque hubo superávit comercial, éste fue muy inferior a lo proyectado, y no alcanzó para compensar la fuga de capitales, las remesas, y los pagos de deuda en dólares. El resultado fue una severa caída en las reservas, que en diciembre cayeron hasta 45 mil millones. ¿Qué implicancias tiene este cambio en la situación externa? Su efecto es restringir la fuente última para sostener el financiamiento en la economía nacional, especialmente del sector público pero eventualmente también del privado.
Ilusiones estatistas
Para enfrentar esta situación, el gobierno ha salido a taponar las importaciones. La exigencia de declaraciones juradas para las importaciones ha permitido mejorar el saldo del comercio exterior, cuidando los dólares de la soja. La balanza comercial sumó entre enero y abril un saldo de u$s3.978 millones, 30% más que en el primer cuatrimestre de 2011. Aunque sería muy osado extrapolar el resultado de este bimestre hacia todo el año, y proyectar un superávit por arriba de los u$s 10 mil millones, lo cierto es que cambió de panorama que había abierto del déficit con el que finalizó 2011. Sin embargo, los apuros en el frente del dólar no parecen solucionados, si juzgamos por la profundización del torniquete a la compra de dólares, y la exigencia a los exportadores de que liquiden divisas en menos tiempo. Pero aún en caso de éxito, el precio es lo que esto podría estar causando en la actividad económica.
Por muy “heterodoxa” que sea esta medida, no deja de ser una variante de política económica recesiva. Los capitales que producen en el país, lo hacen adquiriendo abundantes insumos y equipos en el exterior. Hasta ahora se registraron importantes demoras en la importación de bienes de capital el sector autopartista, componentes electrónicos y bombas, aunque algunas de ellas se destrabaron pasado cierto tiempo. Además del efecto directo sobre la producción que tiene la imposibilidad de traer insumos y equipos foráneos, esta política tiene como efecto poner en duda inversiones, muchas de las cuales dependen de importaciones en gran escala. Para sectores que sólo pueden seguir creciendo con nuevas inversiones las perspectivas se hacen más difíciles.
Este nuevo sesgo recesivo de al menos un aspecto de la política económica, se sumó el menor crecimiento de Brasil, para marcar un fuerte freno al crecimiento de la economía. La industria marcó un crecimiento del 2,6% en el primer trimestre del año frente a igual período de 2011, pero dentro de ella, la industria automotriz tuvo una caída de 4%. También el sector metalmecánico, la industria textil y los sectores de edición e impresión se muestran en caída. Otros sectores muestran aún algo de crecimiento, pero muy debilitado.
La depreciación creciente de la moneda en Brasil podría generar mayores complicaciones. Hasta ahora, el real apreciado fue lo que hizo soportable para el capital local el avance inflacionario. La inflación no sólo eleva los costos. Como el la cotización del dólar el pesos viene moviéndose poco, el aumento acumulado de precios se tradujo en una revalorización del peso en relación al dólar (un dólar tiene mucho menos poder de compra en el país hoy que hace 8 años). Esto significa que el margen de competitividad de los capitales locales se ha ido restringiendo cada año. Esta restricción por el lado de la competitividad hace cada vez más complicado trasladar a los precios los aumentos de costos, lo que hemos definido como una contradicción creciente entre rentabilidad y competitividad. Contradicción que si se mantiene la depreciación del real se irá haciendo más aguda.

Ajuste heterodoxo
Frente a estas alternativas de hierro del capital, ya sean ortodoxas o heterodoxas, es necesario fortalecer una alternativa obrera y socialista. El capitalismo argentino impone enormes penurias a las clases subalternas, en la promesa de un desarrollo capitalista cuya consecución no es más que una entelequia. La precarización laboral y el estancamiento salarial alimentan ganancias capitalistas que ni siquiera puede decirse que prometan ningún futuro de desarrollo. La tarea urgente, para los trabajadores y el pueblo pobre, reorganizar la economía sobre la base de relaciones sociales no regidas por el estrecho criterio de la ganancia, centralizando el manejo de los medios de producción en función de las necesidades sociales, mediante la expropiación de los expropiadores capitalistas. Sólo de esta forma podrá cortarse el nudo gordiano de la dependencia frente al imperialismo, aunque apenas será el inicio de la construcción del socialismo, que dependerá del desarrollo de la revolución internacional.



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